Lo casi nada que sabemos de Jes¨²s
Aqu¨ª en Brasil se puede leer el nombre de Jes¨²s hasta en la trasera de los camiones y en los cepillos de los limpiabotas. Y en las camisetas o en las salas de espera del dentista. Y en las peluquer¨ªas. Donde menos te lo imaginas. Ayer lo vi escrito hasta en unos pa?os de fregar expuestos en una tienda.
Son las iglesias evang¨¦licas las que han puesto de moda a Jes¨²s. Y los seguidores de esas iglesias son los m¨¢s pobres, los menos alfabetizados.
?Qu¨¦ saben ellos de la verdad hist¨®rica de ese Jes¨²s omnipresente en sus vidas? ?Y nosotros? ?Y la Iglesia? Muy poco, casi nada.
No sabemos qui¨¦n era su padre. No sabemos d¨®nde y cu¨¢ndo naci¨®. Ignoramos lo que hizo desde los 12 a los 30 a?os. ?Viaj¨® o permaneci¨® encerrado en la min¨²scula aldea de Nazaret, tan insignificante que no aparece en los mapas de su tiempo?
Imaginamos que estuvo casado, porque era pr¨¢cticamente imposible un jud¨ªo soltero. No sabemos si tuvo hijos, aunque era lo m¨¢s normal: la descendencia era tan sagrada para los jud¨ªos que en la Biblia Dios permite a los patriarcas cuyas esposas eran est¨¦riles acostarse con la esclava para que le d¨¦ descendencia.
No sabemos a ciencia cierta por qu¨¦ el poder romano lo conden¨® a muerte, aunque suponemos que fue por no someterse al poder romano considerado opresor e injusto con el pueblo jud¨ªo.
Del Jes¨²s de la fe, del creado por Pablo de Tarso, por los primeros concilios de la Iglesia, por la teolog¨ªa, lo sabemos todo. Pero ese no era el Jes¨²s real, el que caminaba por las aldeas de Galilea rodeado por todo lo que la sociedad de bien consideraba escoria. Por la caravana de sufrientes.
Sabemos muy poco de sus palabras. Creen los expertos que como m¨¢ximo unas 12 frases de los evangelios podr¨ªan ser suyas, precisamente las m¨¢s enigm¨¢ticas, como la de ¡°es m¨¢s f¨¢cil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico se salve¡±, o aquella de ¡®dejad que los muertos entierren a sus muertos¡±, o "dad al C¨¦sar lo que del C¨¦sar y a Dios lo que es de Dios". Sobre la mayor¨ªa no hay certeza de que fueran pronunciadas por ¨¦l. Ni siquiera la oraci¨®n del Padre Nuestro, que aparece con variantes.
Es hasta dif¨ªcil saber de su existencia hist¨®rica si nos atenemos a los documentos de la ¨¦poca. Tenemos solo una frase alusiva del historiador Flavio Josefo y aun esa hay quien la pone en tela de juicio.
Sin embargo, hoy la mayor¨ªa de los historiadores se inclina a aceptar la existencia de Jes¨²s, por toda una conjunci¨®n de circunstancias que hacen casi imposible negarla aunque de ella sepamos tan poco.
Lo que s¨ª es cierto es que, aunque sea una paradoja, sobre ning¨²n otro personaje de la Historia se ha escrito y discutido tanto como de Jes¨²s de Nazaret. Solo en el Instituto B¨ªblico de Roma hay una biblioteca con un mill¨®n de obras sobre el tema.
Historia o mito, leyenda o realidad, el jud¨ªo Jes¨²s ha conseguido resistir a lo largo de m¨¢s de dos mil a?os, no solo como un hecho religioso, sino como un fen¨®meno in¨¦dito, capaz de seducir a millones de personas, creyentes o no.
Sobre todo porque el Jes¨²s hist¨®rico, ese ¡°gran desconocido¡±, no era cristiano, era un seguidor de las ense?anzas jud¨ªas. No era considerado Dios, ni por los jud¨ªos, ni por ¨¦l mismo, que siempre se apellid¨® ¡°hijo del hombre¡±, una expresi¨®n aramea que significa simplemente ¡°hombre¡±.
De una sola cosa cosa existe certeza: que fue un jud¨ªo de nacimiento y de religi¨®n y que jud¨ªos eran sus padres y su familia. Un jud¨ªo creyente, que frecuentaba la sinagoga y que al mismo tiempo era un inconformista con la hipocres¨ªa de los religiosos de su tiempo e intransigente con los sacerdotes y mercaderes del Templo, a los que les derrib¨® las mesas y les amonest¨® para que no hicieran de la "casa" de su Padre una "cueva de ladrones".
El profeta que no permit¨ªa que nadie tuviera hambre o estuviera enfermo. Y ni siquiera que se acabara el vino en las bodas: ¡°curaba a todos¡±, escriben los evangelios.
Sobre todo lo dem¨¢s existe un velo hist¨®rico. Quiz¨¢s un d¨ªa podremos saber algo m¨¢s si aparecen nuevos manuscritos de aquella ¨¦poca, especialmente de aquellos que la Iglesia posterior quem¨® despu¨¦s de desautorizarlos oficialmente. Como ejemplo est¨¢n algunos escritos gn¨®sticos que han llegado hasta nosotros gracias a que un pu?ado fue enterrado en unas ¨¢nforas, probablemente por unos monjes, para librarlos de la quema.
Es en estos manuscritos encontrados en Egipto se perge?a un Jes¨²s bien diferente del que aparece en los evangelios can¨®nicos, con sus relaciones amorosas con Mar¨ªa Magdalena, sus ideas gn¨®sticas y las discusiones con los ap¨®stoles que se quejaban de que revelase a una mujer, la Magdalena, ¡°secretos que a ellos les ocultaba¡±.
Muchos cristianos se escandalizan a¨²n hoy de que en esos manuscritos se cuente que Jes¨²s ¡°besaba en la boca' a la Magdalena¡±. Ignoran que en la filosof¨ªa gn¨®stica, seg¨²n la cual el mal del mundo no vino por el pecado sino por la ignorancia, esa sabidur¨ªa se transmite justamente por la boca.
Los ritos de la Navidad tienen probablemente muy poco que ver con el Jes¨²s hist¨®rico, de cuyo nacimiento no sabemos nada. No sabemos ni cu¨¢ndo ni d¨®nde?naci¨®. Seguramente no en Bel¨¦n, ni el 24 de diciembre, fecha que la Iglesia escogi¨® tom¨¢ndolo de la fiesta del Sol de los romanos.
Lo m¨¢s seguro es que naciera en Nazaret, donde pas¨® su infancia. A los jud¨ªos se les llamaba, en efecto, por el nombre del padre o del lugar de nacimiento y todos los evangelistas lo llaman ¡°Jes¨²s de Nazaret¡±, nunca ¡°Jes¨²s de Bel¨¦n¡±.
La festividad de Navidad, convertida hoy en una fiesta de consumo, tiene sin embargo mucho que ver con el mensaje original de aquel profeta jud¨ªo ya que la Navidad, religiosa o laica, es la celebraci¨®n de la vida y no de la muerte que Jes¨²s ni quer¨ªa ni busc¨®. M¨¢s a¨²n, la rechaz¨® y temi¨®, llegando a sudar sangre al saber que lo iban a matar. El Jes¨²s hist¨®rico no encarnaba el ideal del h¨¦roe o del superman, sino del hombre en carne y hueso que cre¨ªa en la utop¨ªa de la igualdad, del amor universal y del perd¨®n y que, desconsolado y colgado en la cruz, pidi¨® explicaciones a Dios por haberle injustamente abandonado a su suerte, identific¨¢ndose en ese momento con todos los abandonados a su suerte y a todos los condenados injustamente.
El mensaje navide?o, en su mejor esencia, es que la apuesta de la Humanidad debe ser por la vida y no por la muerte, a favor de la felicidad y no del dolor, de la sabidur¨ªa y del conocimiento de la verdad y no de los los miedos y apocalipsis teol¨®gicos que las Iglesias suelen ofrecernos como regalo envenenado y antievang¨¦lico.
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