Catorce herencias que cambiaron el mundo
El mundo cambi¨® radicalmente despu¨¦s de la Gran Guerra. Cayeron los valores tradicionales y aparecieron movimientos alternativos como el pacifismo o el feminismo. Se desarrollaron las las armas qu¨ªmicas y la cirug¨ªa est¨¦tica. Cuatro imperios desaparecieron para dar lugar a las grandes transformaciones europeas
1. La guerra se vuelve tecnol¨®gica
La guerra que ten¨ªa que servir para acabar con todas las guerras fue en realidad el comienzo de todos los conflictos modernos, el arranque de las "tempestades de acero" que describi¨® Ernst J¨¹nger. El historiador Max Hastings lo relata con precisi¨®n en su libro 1914. El a?o de la cat¨¢strofe cuando narra c¨®mo los soldados franceses, vestidos con sus colores brillantes, avanzaban hacia el fuego enemigo bajo la m¨²sica de tambores y clarines. "Las consecuencias fueron evidentes", escribe Hastings. "El 22 de agosto el Ej¨¦rcito franc¨¦s sufri¨® bajas en una escala nunca superada por ning¨²n otro ej¨¦rcito en una guerra".
Con la I Guerra Mundial, la revoluci¨®n t¨¦cnica lleg¨® a los campos de batalla y cambi¨® para siempre la forma en que se enfrentaban los Ej¨¦rcitos. La tecnolog¨ªa se convirti¨® en un elemento esencial en el arte de la guerra. Se podr¨ªa argumentar que ya lo hab¨ªa sido a lo largo de la historia (?Se hubiese producido la Conquista de Am¨¦rica sin la p¨®lvora? ?Roma hubiese conquistado el mundo conocido sin la superior organizaci¨®n de sus Ej¨¦rcitos?); pero nunca fue tan importante y, sobre todo, tan destructiva aunque muchos militares tardaron demasiadas batallas y bajas en reconocerlo. Adam Hochschild describe en su ensayo sobre el conflicto Para acabar con todas las guerras c¨®mo fueron entrando esas novedades en el campo de batalla: el submarino y los bombardeos a¨¦reos de civiles, el carro de combate (pesaba 28 toneladas y avanzaba a tres kil¨®metros por hora), los ataques con gases t¨®xicos¡ Pero, por encima de todo, la innovaci¨®n m¨¢s importante fueron las alambradas de espino, el arma definitiva y tambi¨¦n la m¨¢s sencilla, que permiti¨® que la guerra se estancase en las trincheras.
Douglas Haig, el discutido jefe de las fuerzas brit¨¢nicas en Francia, escribi¨® con indudable lucidez al final del conflicto: "Algunos entusiastas de ahora profetizan que el avi¨®n, el carro de combate y el autom¨®vil reemplazar¨¢n al caballo en las guerras del futuro pero yo creo que es probable que, en el futuro, el valor y las oportunidades del caballo sean tan grandes como siempre. Los aviones y los carros de combate solo son accesorios para el hombre y el caballo". Como tantas otras veces, no pod¨ªa estar m¨¢s equivocado. Guillermo Altares (El Pa¨ªs)
2. Las armas qu¨ªmicas en Europa
Los intentos de limitar las armas qu¨ªmicas con la Conferencia de Bruselas en 1874 y el Convenio de La Haya en 1899 no sirvieron para nada. Entre 1914 y 1918, los ingleses, los alemanes y los franceses recurrieron al uso de sustancias t¨®xicas, a veces mortales, en el campo de batalla.
Ya en oto?o de 1914, los frenceses emplearon gas lacrim¨®geno que arrojaban a las trincheras enemigas. En abril de 1915, los alemanes, con una industria qu¨ªmica m¨¢s desarrollada que sus adversarios, esparcieron sustancias cloradas con ayuda de unas garrafas cuyo contenido se propagaba con la ayuda del viento. La escalada continu¨® con el uso de obuses cargados de gases nuevos como el fosgeno, m¨¢s t¨®xico que las mol¨¦culas anteriores. En julio de 1917, los alemanes fueron m¨¢s all¨¢ con el gas mostaza, tambi¨¦n conocido como yperita, por el nombre de la ciudad (Ypres) en la que se utiliz¨® por primera vez. Se trata de una mol¨¦cula que no ataca solo las v¨ªas respiratorias sino tambi¨¦n los ojos y la piel. Adem¨¢s, en las zonas por las que se ha propagado, el gas persiste y crea complicaciones para los combatientes.
Las armas qu¨ªmicas se convirtieron en un s¨ªmbolo, pero su papel estrat¨¦gico y militar no fue tan importante" Olivier Lepick, autor de La Grande guerre chimique
"Pese a todo, el n¨²mero de v¨ªctimas de las armas qu¨ªmicas, menos de 500.000, es limitado en relaci¨®n con el n¨²mero total", afirma Olivier Lepick, autor de La Grande guerre chimique (PUF, 1998). "Las armas qu¨ªmicas dejaron huella en el ¨¢nimo y se convirtieron en un s¨ªmbolo de la guerra, pero su papel estrat¨¦gico y militar no fue tan importante". Tras el conflicto, se firmaron nuevos acuerdos para prohibir su uso, en especial el Protocolo de Ginebra de 1925, pero que no preve¨ªa ning¨²n m¨¦todo de control. Para eso hubo que esperar al acuerdo firmado por Naciones Unidas en 1993, que, adem¨¢s de declarar ilegales alrededor de 40 mol¨¦culas, crea un cuerpo de inspectores, la Organizaci¨®n para la Prohibici¨®n de Armas Qu¨ªmicas, que en 2013 recibi¨® el Premio Nobel de la Paz. David Larousserie (Le Monde)
3. La transformaci¨®n de Oriente Pr¨®ximo
La Primera Guerra Mundial y los tratados que la siguieron transformaron el mapa de Oriente Pr¨®ximo al crear nuevos Estados y nuevas realidades pol¨ªticas en el territorio del derrotado imperio otomano. La rivalidad entre Gran Breta?a y Francia, la expansi¨®n del nacionalismo ¨¢rabe, las ambiciones sionistas en Palestina y el nacimiento de la Turqu¨ªa moderna cambiaron la faz de la regi¨®n. Una de las iron¨ªas m¨¢s formidables de la historia es que las l¨ªneas que se trazaron en las arenas de la guerra est¨¢n empezando a difuminarse un siglo despu¨¦s.
El acuerdo Sykes-Picot de 1916 dividi¨® en secreto los antiguos territorios otomanos en zonas de influencia brit¨¢nica y francesa. El sistema de mandatos creado por la Liga de Naciones en el periodo de entreguerras solo prometi¨® llegar a un autogobierno, no a la independencia inmediata por la que Sharif Hussein hab¨ªa lanzado desde La Meca una revuelta en el desierto contra los turcos, con la ayuda del coronel T. E. Lawrence ("de Arabia"). Y, en otro ejemplo de promesas contradictorias, la Declaraci¨®n Balfour de 1917 ofreci¨® el apoyo del Reino Unido a la creaci¨®n de un "hogar nacional" para los jud¨ªos en Tierra Santa, y as¨ª sent¨® las bases para el nacimiento de Israel y el conflicto m¨¢s dif¨ªcil de resolver del mundo contempor¨¢neo. Desde entonces, los historiadores no dejan de discutir sobre este enredo diplom¨¢tico y sus funestas repercusiones.
Los mayores perdedores de la loter¨ªa de la posguerra en Oriente Pr¨®ximo fueron los kurdos
Las diferencias ¨¦tnicas, sectarias y tribales importaban poco a los encargados de dise?ar el mapa en la era colonial. Irak se form¨® mediante la fusi¨®n de tres provincias otomanas, dominadas respectivamente por los chi¨ªes, los sun¨ªes y los kurdos. Adem¨¢s, qued¨® separado de Kuwait, un dato que posteriormente dar¨ªa pie a conflictos. Su rey era hachemita, proced¨ªa de la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga y hab¨ªa sido expulsado de Siria; tambi¨¦n lo era el rey de la vecina Jordania, nacida de un plumazo de Winston Churchill despu¨¦s de un almuerzo empapado en alcohol, celebrado en El Cairo en 1921. L¨ªbano se arranc¨® a la "Gran Siria" con el prop¨®sito de establecer un hogar para los cristianos cuyo apoyo reforzar¨ªa la influencia de Francia.
Los mayores perdedores de la loter¨ªa de la posguerra en Oriente Pr¨®ximo fueron los kurdos. Hoy, este pueblo, que a¨²n carece de Estado, al menos disfruta de un gran grado de autonom¨ªa regional, adem¨¢s de una paz relativa, en el Estado federal de Irak, mientras que sus compatriotas en Siria controlan ¨¢reas a las que no llegan las fuerzas de Bashar el Asad. La propia idea del nacionalismo ¨¢rabe est¨¢ en peligro, por culpa de los extremistas sectarios que apelan al islam para crear un nuevo califato (abolido por los turcos reci¨¦n secularizados en 1922). Entre los enemigos de El Asad se encuentra un grupo yihadista vinculado a Al Qaeda. Su nombre en ¨¢rabe es "El Estado Isl¨¢mico en Irak y al Sham (Siria y L¨ªbano)", una eliminaci¨®n deliberada de las fronteras posteriores a la Primera Guerra Mundial. Ian Black (The Guardian)
4. La guerra y el movimiento obrero
Para el movimiento obrero y socialista europeo, as¨ª como para el incipiente movimiento sindical, el estallido de la Primera Guerra Mundial representa un golpe terrible. A pesar de la gran fuerza organizada de pa¨ªses como Alemania, Gran Breta?a y Francia, las direcciones de los partidos socialistas y socialdem¨®cratas no acaban de movilizarse contra la guerra en el fat¨ªdico verano de 1914; la Internacional se hace a?icos. Los partidos y las primeras organizaciones sindicales (con la excepci¨®n inicial de Italia, que conserva su neutralidad hasta mayo de 1915 y donde los socialistas mayoritarios seguir¨¢n oponi¨¦ndose a la guerra) se ven absorbidos en el esfuerzo productivo y b¨¦lico. Durante mucho tiempo, los obreros de las grandes industrias ¡ªen especial los obreros especializados, decisivos para la producci¨®n de maquinarias y armas indispensables para alimentar la monstruosa guerra de materiales en el frente¡ª no solo est¨¢n exentos de llenar las filas de un ej¨¦rcito que est¨¢ formado en casi todas partes por campesinos, sino que adem¨¢s gozan de condiciones salariales y alimentarias especialmente favorables. A cambio, se proh¨ªben las huelgas y los sectores estrat¨¦gicos quedan sometidos a la disciplina militar.
Los partidos y las primeras organizaciones sindicales se ven absorbidos en el esfuerzo productivo y b¨¦lico
Pero la guerra, a?o tras a?o, destruye vidas y recursos: al tiempo que, en el frente, la situaci¨®n militar parece estancada, empeoran gradualmente el abastecimiento de comida, el nivel de vida de las poblaciones civiles y las condiciones de los obreros en la f¨¢brica. A partir de 1916, en los partidos socialistas, las facciones minoritarias empiezan a entablar un di¨¢logo para buscar una soluci¨®n pac¨ªfica al conflicto, mientras que en Rusia estalla la Revoluci¨®n de febrero y despu¨¦s octubre de 1917. La situaci¨®n cambia por completo: la presi¨®n pol¨ªtica y social revolucionaria, la imposibilidad de sostener el sacrificio y el deseo desesperado de paz revitalizan y transforman de manera radical los partidos y las organizaciones sindicales de todos los pa¨ªses beligerantes. El fin del conflicto, en noviembre de 1918, deja como legado hist¨®rico un movimiento sindical europeo agresivo y organizado. Roberto Giovannini (La Stampa)
5. El gas venenoso
En verano de 2013 se pod¨ªa sentir. Las im¨¢genes de los ni?os muertos en Damasco. La indignaci¨®n en la voz del presidente de Estados Unidos, Barak Obama. Habl¨® de una "l¨ªnea roja", y no se trataba de las meras cifras de muertos, sino de un tab¨² moral. Hoy d¨ªa, la utilizaci¨®n de gas t¨®xico como arma de guerra es considerada universalmente un crimen, porque el recuerdo de 1915 ¡ªde un cruel experimento con horribles derivaciones¡ª sigue vivo.
La prueba comenz¨® el 22 de abril de ese a?o. Los soldados alemanes, atrincherados cerca de la ciudad belga de Ypres, abrieron casi 6.000 recipientes de acero con cloro l¨ªquido. El viento transport¨® el gas, 2,5 veces m¨¢s pesado que el aire, hasta sus enemigos brit¨¢nicos sobre un frente de unos seis kil¨®metros de ancho. El gas, que da?aba los pulmones, cogi¨® desprevenidos a los soldados brit¨¢nicos. Mat¨® a 3.000 de ellos. Poco despu¨¦s, todas las partes beligerantes lo empleaban: flotaba viscoso sobre los campos de batalla, provocaba la creaci¨®n de zonas de restricci¨®n, caus¨® lesiones a m¨¢s de un mill¨®n de personas y mat¨® a 70.000.
Una caracter¨ªstica del gas t¨®xico, que hizo que finalmente fuese prohibido por el Derecho Internacional en 1925, es su crueldad: el 10 de julio de 1917, las tropas alemanas lanzaron por primera vez el agente "cruz azul", que atravesaba los filtros de las m¨¢scaras de gas y obligaba a quit¨¢rselas por la insoportable irritaci¨®n que produc¨ªa. Su apodo: rompem¨¢scaras.
La segunda caracter¨ªstica es que mata sin distinci¨®n. Es imposible alcanzar a un objetivo preciso. Mata a los soldados exactamente igual que a los civiles o a los ni?os. Ronen Steinke (S¨¹ddeutsche Zeitung)
6. Desarrollo de la cirug¨ªa
La cirug¨ªa se ha desarrollado en gran parte gracias a lo que ha ido aprendiendo en las guerras. La Primera Guerra Mundial no fue ninguna excepci¨®n, pero, cuando estall¨®, era un arte que acababa de entrar en la modernidad. Hubo que esperar a la Segunda Guerra Mundial para que llegasen los antibi¨®ticos capaces de curar e incluso prevenir infecciones que hasta entonces dejaban impotentes a los cirujanos, as¨ª como para la implantaci¨®n de las t¨¦cnicas de reanimaci¨®n. Sin embargo, durante la Gran Guerra, y sobre todo inmediatamente despu¨¦s, los hospitales civiles y militares fueron escenario de una cirug¨ªa experimental.
En aquel conflicto, la utilizaci¨®n de armas nuevas, en particular los bombardeos masivos y los gases de combate, transform¨® la situaci¨®n. La guerra de posiciones y las trincheras provocaron un aumento de las heridas en la cabeza y el rostro, las partes m¨¢s expuestas a los disparos enemigos. Muchos combatientes salieron vivos pero lisiados, mutilados, desfigurados. Eran los gueules cass¨¦es (los caras rotas), seg¨²n la expresi¨®n acu?ada en Francia por el coronel Yves Picot, primer presidente de la Uni¨®n de heridos en el rostro y la cabeza, fundada en 1921.
Al acabar la Primera Guerra Mundial, Francia ten¨ªa alrededor de 6,5 millones de inv¨¢lidos de guerra. Los cirujanos de los pa¨ªses implicados tuvieron que enfrentarse a una avalancha de gueules cass¨¦es, a los que trataron de devolver un rostro humano y mitigar su calvario en el momento de la vuelta a la vida civil. Faltaba carne, faltaba hueso, as¨ª que hubo que hacer injertos, una t¨¦cnica que se desarroll¨® a tientas, igual que lo hizo, en la misma ¨¦poca y por las mismas razones, la transfusi¨®n sangu¨ªnea. Y junto a los injertos ¨®seos o cut¨¢neos, tambi¨¦n empezaron a utilizarse pr¨®tesis y aparatos que parec¨ªan m¨¢s instrumentos de tortura, sin lograr siempre, ni mucho menos, hacer milagros. Paul Benkimoun (Le Monde)
7. "Tu pa¨ªs te necesita"
"Tu pa¨ªs te necesita". Cuando en septiembre de 1914 los brit¨¢nicos comenzaron a ver este lema en carteles pegados por las calles de todo el pa¨ªs todav¨ªa no se hab¨ªan apagado los ecos de los v¨ªtores, las canciones patri¨®ticas y las marchas militares que resonaron en la estaci¨®n Victoria de Londres como despedida a los soldados que marchaban al continente para luchar contra los soldados del Kaiser Guillermo II. Similares escenas se produjeron en Par¨ªs y Berl¨ªn. En la opini¨®n p¨²blica europea estaba instalada la idea de que la guerra ser¨ªa corta. A los sumo, unas pocas batallas, decisivas eso s¨ª y naturalmente ganadas por el propio bando. Y luego todos a casa. La guerra era cosa de caballeros y las noticias de las sucesivas victorias de las tropas imperiales en lugares remotos de la geograf¨ªa mundial multiplicaban esa idea rom¨¢ntica del riesgo y la muerte heroica.
Pero esa guerra, ¡°la Gran Guerra¡±, se llevar¨ªa muchas cosas por delante. Apenas un mes despu¨¦s Lord Kitchener, secretario de Estado de Guerra, supo que ni la guerra ser¨ªa corta, ni el problema ser¨ªan la falta de balas, sino la falta de combatientes. Que una cosa era luchar contra ej¨¦rcitos ind¨ªgenas, o muy por detr¨¢s en t¨¦rminos de tecnolog¨ªa b¨¦lica, y otra contra un Ej¨¦rcito moderno extremadamente entrenado y dirigido por una selecta ¨¦lite militar y militarista. "Esto no es la guerra, esto es el fin del mundo", escrib¨ªa un muchacho de un regimiento brit¨¢nico de la India a su padre. Hac¨ªan falta hombres y urgentemente. Y es que con el nuevo armamento los muertos diarios no se contabilizaban por decenas sino por miles. Francia ten¨ªa ej¨¦rcitos de leva pr¨¢cticamente desde la Revoluci¨®n, Alemania desde 1870, Rusia desde 1905. Millones de hombres disponibles, si no para luchar, al menos si para ser enviados al frente. Pero Reino Unido jam¨¢s en su historia, al menos desde la existencia de se?ores feudales, hab¨ªa recurrido al reclutamiento forzoso.
Sirvieron y murieron juntos. Muchos pueblos vieron como en una tarde mor¨ªan casi todos sus hombres j¨®venes
La respuesta al "Tu pa¨ªs te necesita" fue entusiasta. Cientos de miles de personas se apuntaron y se aplic¨® la regla de "quienes se alistan juntos, combaten juntos". Fueron destinados, o formaron los mismos batallones, que se autodenominaban "colegas" y "camaradas". As¨ª se formaron por ejemplo el Batall¨®n de Camaradas de Liverpool, formado principalmente por corredores de comercio de la city de esa ciudad inglesa, o los Colegas de Accrington o los Camaradas de Oldham, en referencia a sus localidades. Pero el ¨ªndice de mortalidad en el campo de batalla era de una crueldad jam¨¢s vista en la historia de la humanidad. Se apuntaron juntos, sirvieron juntos y murieron juntos. Muchos pueblos vieron como en una tarde mor¨ªan casi todos sus hombres j¨®venes.
La guerra se enfang¨®. Literalmente. Los primeros aviadores que surcaban los cielos de Europa ve¨ªan una cicatriz negra que durante cientos de kil¨®metros romp¨ªa el verde los campos. Una l¨ªnea de frente que pr¨¢cticamente durante dos a?os permaneci¨® invariable. Lo ¨²nico que cambiaba eran los hombres que ocupaban las trincheras. Nuevas remesas que reemplazaban sin cesar a los muertos y heridos. En marzo de 1916 Reino Unido adopt¨® una decisi¨®n dr¨¢stica. Por primera vez en su historia, todos los hombres solteros de entre 18 y 41 a?os fueron reclutados con la excepci¨®n de religiosos, profesores, algunos profesionales metal¨²rgicos y los declarados incapaces. Si alguno se cas¨® para evitar el frente, err¨® en su decisi¨®n. En mayo la medida afectaba tambi¨¦n a los casados.
El reclutamiento obligatorio, y las causas que lo provocaban, dio una nueva perspectiva a la idea de la guerra. Unas 200.000 personas se manifestaron en el centro de Londres. En Francia, que s¨®lo en los primeros meses de la contienda perdi¨® 300.000 hombres fue causa de extendidos motines en 1917 que hicieron tambalearse el frente. En Rusia, la presencia de reclutas en San Petersburgo durante los disturbios de febrero de ese mismo a?o fue decisiva en la ca¨ªda del zar Nicol¨¢s II.
¡°Tu pa¨ªs te necesita¡± se convirti¨® en un s¨ªmbolo de sacrificio que los civiles brit¨¢nicos pagaron creces
Los conscriptos brit¨¢nicos tuvieron su bautismo de fuego apenas semanas despu¨¦s de ingresar a filas. Ataviados con sus ropajes en los que no hab¨ªa ninguna protecci¨®n excepto un casco plato fueron lanzados a la batalla de Somme, el 1 de julio de 1916 y durante los meses siguientes protagonizaron lo que constituye la mayor tragedia militar de Reino Unido en el siglo XX y en toda su historia. Los muertos brit¨¢nicos ascendieron a 419.654. El entusiasmo hab¨ªa dado paso al desenga?o y este al horror.
La guerra no ces¨® en su demanda de combatientes. En los ¨²ltimos meses de la guerra el Gobierno ampli¨® la edad de reclutamiento a los 51 a?os y lo mantuvo hasta 1920. Acabada la contienda en 1918 el Ej¨¦rcito profesional estaba tan diezmado que era imposible mantener el imperio si los reclutas forzosos volv¨ªan a la vida civil. "Tu pa¨ªs te necesita" se convirti¨® en un s¨ªmbolo de sacrificio que los civiles brit¨¢nicos pagaron creces. Jorge Marirrodriga (El Pa¨ªs)
8. La emancipaci¨®n de la mujer
Una de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial fue la emancipaci¨®n de la mujer: este es uno de los clich¨¦s que distorsionan en numerosos relatos la realidad del conflicto.
Es una cuesti¨®n que los historiadores siguen debatiendo. No cabe duda de que, durante la guerra, las mujeres se ocuparon de tareas que antes hab¨ªan sido fundamentalmente masculinas, no cabe duda de que obtuvieron derechos pol¨ªticos m¨¢s importantes en varios pa¨ªses como el Reino Unido, no cabe duda de que ciertas modas como ¨¦l estilo ¨¤ la gar?onne representaron una liberaci¨®n de los c¨®digos femeninos tradicionales. Pero en realidad, el trabajo femenino ya estaba aumentando antes de 1914, y, al terminar la guerra, muchas mujeres regresaron a sus tareas anteriores.
La feminizaci¨®n del trabajo fue limitada y depend¨ªa de los sectores. Se increment¨® en el comercio, las profesiones liberales y la banca. Por otro lado, a la mujer se le negaban todav¨ªa muchos derechos. (En Francia no pudo votar hasta 1944, mientras que en Alemania lo hizo en 1919 y en el Reino Unido obtuvo el derecho al voto en 1918 para las mayores de 30 a?os y en 1928 a los 21, igual que los hombres.) Y, sobre todo, las formas de emancipaci¨®n de los papeles tradicionales sol¨ªan ser muy limitadas, social y cuantitativamente. Varios estudios recientes destacan este periodo como una etapa de transici¨®n que prepara el terreno para las evoluciones posteriores. Nicolas Offenstadt (Le Monde)
9. Los arist¨®cratas y la guerra
Los hijos de las clases altas brit¨¢nicas que tuvieron la suerte de sobrevivir a la Primera Guerra Mundial se encontraron a su regreso un pa¨ªs en plena transformaci¨®n, en el que ya no ten¨ªan su sitio autom¨¢ticamente garantizado.
La reducci¨®n de su n¨²mero ¡ªhasta finales de 1917, los arist¨®cratas sufrieron proporcionalmente m¨¢s bajas en combate que ninguna otra clase social¡ª hac¨ªa que recuperar el statu quo anterior a la guerra fuera f¨ªsicamente imposible.
"Despu¨¦s de la guerra se encontraron con que faltaban los herederos: yac¨ªan en los campos de Flandes", dice Joanna Bourke, profesora de historia en Birbeck College, Londres. "El efecto fue devastador: muri¨® el hijo del primer ministro, los hijos de varios miembros del gobierno, y eso signific¨® que, en la inmediata posguerra, los pupilos que en el orden natural de las cosas habr¨ªan llegado a ser los nuevos dirigentes ¡ªsobre todo en pol¨ªtica y en los negocios¡ª hab¨ªan desaparecido".
Pero no solo hab¨ªan disminuido enormemente los miembros varones de las clases altas; tambi¨¦n hab¨ªa mucha menos gente dispuesta a servir a sus familias como lo hab¨ªan hecho durante cientos de a?os.
Se deslegitim¨® toda la estructura que manten¨ªa el estilo de vida de la clase media alta¡± Joanna Bourke, profesora de historia en Birbeck College
Muchas mujeres a las que la guerra oblig¨® a dejar el servicio dom¨¦stico para incorporarse a las f¨¢bricas se negaron a renunciar a su nueva independencia. "Se deslegitim¨® toda la estructura que manten¨ªa el estilo de vida de la clase media alta", explica Bourke.
"Hasta entonces, los criados de los hogares de clase media alta eran personas con una tradici¨®n familiar de trabajar all¨ª. Cuando alguien se iba, la cocinera recomendaba a su sobrina. Pero eso dej¨® de ser as¨ª, y entonces se produjo una aut¨¦ntica crisis de la mano de obra necesaria para mantener esa forma de vida".
El declive de las clases altas se aceler¨® a¨²n m¨¢s con la aprobaci¨®n, en junio de 1917, de la Ley de Representaci¨®n Popular, que otorg¨® el voto a cinco millones m¨¢s de hombres y a casi nueve millones de mujeres.
La ampliaci¨®n del derecho al voto, unida a la expansi¨®n del sindicalismo, dio a las clases trabajadoras una mayor representaci¨®n social y, con ella, la libertad de desafiar el poder de los partidos establecidos y poner en tela de juicio la capacidad y la prudencia de quienes hab¨ªan enviado a tantos soldados a la muerte.
Pero quiz¨¢ el mayor presagio de la decadencia de la aristocracia surgi¨® en el barro y la sangre del Frente Occidental, cuando se vio que la instituci¨®n encargada de proteger el modo de vida brit¨¢nico tradicional se hab¨ªa convertido a su pesar en el instrumento de su disoluci¨®n.
La introducci¨®n de la leva obligatoria en 1916 transform¨® un ej¨¦rcito profesional en un ej¨¦rcito de civiles, y llen¨® sus filas de hombres de clase media cuyas madres y cuyos padres ocupaban puestos importantes en la sociedad y exig¨ªan que los sacrificios de sus hijos no fueran en vano. Tambi¨¦n signific¨® el ascenso de nuevos oficiales de origen humilde, que, como tantos miles de mujeres en la retaguardia, no estaban dispuestos a renunciar a la posibildiad de mejora social que les hab¨ªa deparado la guerra.
Como dice Bourke: "Esos combatientes regresaron ¡ªalgunos, con medallas¡ª, sin ning¨²n deseo de volver a ser tenderos". Sam Jones (The Guardian)
10. El cine de propaganda
En una conversaci¨®n con el fil¨®sofo Bogdanov, en 1907, Lenin habla del cine como ¡°uno de los medios m¨¢s importantes de instrucci¨®n de las masas¡±. En Italia, en 1922, Mussolini declara que el cine es "el arma m¨¢s fuerte del Estado", y en 1936 pone la primera piedra para la construcci¨®n de Cinecitt¨¤. Bastar¨ªan estas dos proclamas para dar fe del v¨ªnculo existente, desde sus albores, entre la gran pantalla y la propaganda. Solo en Estados Unidos, donde David W. Griffith hab¨ªa rodado en 1914 El nacimiento de una naci¨®n, sobre la fundaci¨®n del pa¨ªs, se produjeron entre 1915 y 1918 2.500 pel¨ªculas. Y durante la Gran Guerra, la mayor parte de la producci¨®n norteamericana y europea, tanto de noticiarios como de filmes de ficci¨®n, tuvo fines propagand¨ªsticos.
En Civilizaci¨®n (1916), Thomas H. Ince lanzaba, entre met¨¢fora y fantas¨ªa pol¨ªtica, un grito en favor de la paz. En Francia, en 1919, Abel Gance transmit¨ªa un poderoso mensaje antib¨¦lico en J¡¯accuse, subrayado por el final de la pel¨ªcula, en el que las j¨®venes v¨ªctimas de la guerra se despiertan para reprochar a los vivos lo in¨²til de su sacrificio. En Italia, en la estela del ¨¦xito obtenido por Cabiria, de Giovanni Pastrone, Maciste alpino, de Luigi Romano Borgnetto y Luigi Maggi (1916), exalta los valores de la batalla y empuja al p¨²blico a identificarse con el h¨¦roe protagonista. Pero la joya de la ¨¦poca, rodada en 1918, es Armas al hombro, de Charles Chaplin, que ilustra, suspendidos entre la ligereza y la tragedia, los horrores de la vida en el frente.
Muchos a?os despu¨¦s, cuando el cine de propaganda se haya convertido ya, tanto en la U.R.S.S. como en la Alemania nazi, en la Italia fascista como en Estados Unidos, en instrumento fundamental para orientar las conciencias, ser¨¢ de nuevo Charles Chaplin quien, con El gran dictador, demostrar¨¢ que, al tiempo que se hace re¨ªr, es posible lanzar el m¨¢s antibelicista de los mensajes. Fulvia Caprara (La Stampa)
11. El Sillon, antepasado de la democracia
La dimensi¨®n de la cat¨¢strofe que fue la Primera Guerra Mundial empuj¨® a numerosos intelectuales y pol¨ªticos franceses a alzarse en nombre de un lema: "Nunca m¨¢s". Entre ellos destacaba un personaje, Marc Sangnier, que hab¨ªa fundado el Sillon a finales del siglo XIX. Esta corriente del cristianismo social propon¨ªa la reconciliaci¨®n entre Iglesia y Rep¨²blica, una tercera v¨ªa entre el capitalismo y el socialismo. Sangnier, como Jean Jaur¨¨s, fue enemigo ac¨¦rrimo de los cat¨®licos mon¨¢rquicos de Charles Maurras. Movilizado durante el conflicto como teniente de ingenieros, Sangnier recibi¨® de Aristide Briand en 1916 el encargo de ir a ver al Papa encabezando una misi¨®n de paz, que fracas¨®. Termin¨® la guerra con el grado de comandante y condecorado con la Legi¨®n de Honor y la Cruz de Guerra.
Entre 1919 y 1924, Sangnier fue diputado. Se gan¨® el sarcasmo de sus colegas al proponer una colaboraci¨®n internacional que no excluyera ni a Rusia ni a Alemania para restaurar Europa. Los miembros de la izquierda y la extrema izquierda eran los ¨²nicos que aplaud¨ªan a este curioso cristiano, pacifista radical y visionario, elegido en las filas de la derecha moderada pero al que los conservadores calificaban de "bolchevique cristiano". Su idea era organizar "la paz a trav¨¦s de la juventud", mediante los cauces de la internacional democr¨¢tica. Esta ¨²ltima celebr¨® varios congresos internacionales, el m¨¢s numeroso el de Bierville, en 1926, que congreg¨® a m¨¢s de 5.000 participantes de 33 naciones, la mitad de ellos alemanes.
Cuando falleci¨® Marc Sangnier, en 1950, las ideas que hab¨ªa defendido ocupaban el poder encarnadas en la democracia cristiana en Francia, Alemania e Italia. La idea europea que culminar¨ªa en el tratado de Roma en 1957 hab¨ªa empezado a andar. Michel Lef¨¨bvre (Le Monde)
12. Los nuevos pa¨ªses en Europa
El fin del a?o 1918 reorganiz¨® radicalmente el mapa de Europa central y del Este. En lugar de las tres potencias ¡ªAlemania, Rusia y el Imperio austroh¨²ngaro¡ª surgieron algunos pa¨ªses nuevos (o resucitados despu¨¦s de siglos). Los pa¨ªses de reciente creaci¨®n eran pobres y estaban enemistados y cuidadosamente separados por los cordones de fronteras y aduanas. Fue una ¨¦poca de nacionalismos triunfantes. Tuvieron mala suerte aquellos que, como los ucranios, no fueron capaces de luchar por su pa¨ªs porque los rivales resultaron ser m¨¢s fuertes.
Cuando en septiembre de 1918 el Imperio austroh¨²ngaro intent¨® por su cuenta establecer contacto con las potencias occidentales y pedir el alto el fuego, el gobierno de Estados Unidos, la mayor potencia a la que la guerra no agot¨®, respondi¨® que su posici¨®n ya la hab¨ªa expuesto el presidente Woodrow en los "14 puntos" en enero de 1918. Aparte de exigir la conclusi¨®n manifiesta de los acuerdos internacionales, la libre navegaci¨®n en alta mar y la supresi¨®n de barreras en el comercio internacional, abordaban tambi¨¦n las nuevas fronteras en Europa, basadas en los principios ¨¦tnicos, as¨ª como el renacimiento de Polonia.
Las naciones de Europa central muchas veces se entremezclaban y reclamaban los mismos territorios
Durante la conferencia de Versalles, en 1919, el postulado de las "fronteras basadas en principios ¨¦tnicos", result¨® ser no solo ut¨®pico, sino que se convirti¨® en el foco de muchos conflictos. Las naciones de Europa central muchas veces se entremezclaban y a menudo reclamaban los mismos territorios. Cualquier resoluci¨®n tomada por las grandes potencias originaba protestas diplom¨¢ticas y, a menudo, tambi¨¦n conflictos armados.
El pa¨ªs de nueva creaci¨®n m¨¢s grande fue Polonia, renacida despu¨¦s de 123 a?os de ocupaci¨®n. Gan¨® sus fronteras despu¨¦s de una serie de conflictos armados con Alemania, Letonia, Ucrania, Checoslovaquia y la gran guerra con la Rusia roja. En 1923, cuando por fin se acordaron las fronteras de Polonia, la rep¨²blica manten¨ªa relaciones medianamente amistosas con solo dos pa¨ªses vecinos, la diminuta Letonia, al norte, y la alejada Ruman¨ªa al sur. Esta situaci¨®n iba a tener en breve malas consecuencias. Adam Leszczy¨½ski (Gazeta Wyborcza)
13. La econom¨ªa planificada
Antes de que la URSS impusiera la econom¨ªa planificada a la mitad de Europa, la inventaron los alemanes. Las primeras leyes que limitaban la libertad econ¨®mica se introdujeron el 3 de agosto de 1914. El Estado fue asumiendo sucesivamente el control sobre los ahorros de los ciudadanos, el comercio exterior, la producci¨®n y la venta de productos alimenticios, estableci¨® los precios m¨¢ximos de distintos bienes e introdujo las "asociaciones de materias primas", que dirig¨ªan la distribuci¨®n de las escasas materias primas de acuerdo con las necesidades de la econom¨ªa de guerra.
En noviembre de 1916 se cre¨® la Oficina de Planificaci¨®n y se introdujo la movilizaci¨®n total de los recursos y de la mano de obra. La industria se organiz¨® en 170 "sociedades de guerra", basadas en las antiguas asociaciones sectoriales. El programa detuvo la ca¨ªda de la producci¨®n para el Ej¨¦rcito, aunque la industria de productos de consumo y la agricultura segu¨ªan reduci¨¦ndose. Los precios de los alimentos b¨¢sicos se multiplicaron por ocho durante la guerra y millones de alemanes tuvieron que pasar hambre; las raciones eran de 700¨C900 calor¨ªas al d¨ªa.
Los que vivieron esa ¨¦poca ten¨ªan claro que la movilizaci¨®n militar de Alemania fue un logro importante. La movilizaci¨®n impresion¨® a los bolcheviques, que por aquel entonces estaban a la espera de hacerse con el poder en Rusia. Cuando Lenin tom¨® el poder en 1918, introdujo en Rusia el "comunismo militar", una econom¨ªa basada en la nacionalizaci¨®n universal, las requisiciones y las expoliaciones. Esta econom¨ªa les dio a los bolcheviques el control sobre la vida econ¨®mica, as¨ª como los recursos necesarios para ganar la guerra civil, pero trajo tambi¨¦n el desplome del nivel de vida, la miseria generalizada y la destrucci¨®n de la capacidad productiva.
La econom¨ªa planificada gustaba a pol¨ªticos y periodistas con puntos de vista pol¨ªticos muy dispares
A comienzos de la d¨¦cada de 1920, los comunistas rusos anunciaron la "Nueva Pol¨ªtica Econ¨®mica" y asumieron un compromiso con el mercado, al cual dejaron una gran parte de la producci¨®n de bienes de consumo.
La econom¨ªa planificada gustaba a pol¨ªticos y periodistas con puntos de vista pol¨ªticos muy dispares. En el per¨ªodo de entreguerras, sacudido por la hiperinflaci¨®n y por la Gran Depresi¨®n, la creencia general era que el capitalismo era el origen del caos y asignaba las fuerzas productivas de manera inefectiva. Tanto la extrema izquierda como la extrema derecha cre¨ªan que el capitalismo favorec¨ªa el enriquecimiento de unos pocos y la pobreza de las masas, y que la econom¨ªa planificada permit¨ªa igualar los ingresos y fomentaba una mayor solidaridad social. Despu¨¦s de la Gran Depresi¨®n, se experiment¨® con distintas formas de planificaci¨®n econ¨®mica en muchos pa¨ªses europeos, no solo en los reg¨ªmenes totalitarios de Alemania y Rusia, sino tambi¨¦n en Polonia. Adam Leszczy¨½ski (Gazeta Wyborcza)
14. Un pacifismo m¨¢s modesto
Bertha von Suttner, la primera mujer en recibir el Premio Nobel de la Paz, dec¨ªa con iron¨ªa en una ocasi¨®n que humanizar la guerra era como meter a alguien en aceite hirviendo y bajar la temperatura un par de grados. O tambi¨¦n como si a un esclavo se le prometiese a secas que en el futuro recibir¨ªa algunos latigazos menos.
A principios del siglo XX, la austr¨ªaca Suttner ocupaba la c¨²spide de un pacifismo europeo absolutamente puro. Pero cuando m¨¢s tarde estall¨® la guerra en el Continente, la experiencia de las trincheras provoc¨® que muchos belicistas entusiastas se convirtiesen en arrepentidos pacifistas: por ejemplo, en los primeros d¨ªas de la contienda, Kurt Tucholsky, el escritor alem¨¢n, hab¨ªa corrido como loco a alistarse; despu¨¦s, decepcionado, calificaba a la guerra de "letrina de dimensiones mundiales llena de sangre, alambre de espino y cantos de odio". Tampoco los veteranos pacifistas de la escuela de Suttner la superaron inc¨®lumes.
Es cierto que, despu¨¦s de la guerra, los pacifistas ten¨ªan muchos m¨¢s seguidores que antes: en Alemania, los grupos antib¨¦licos contaban con unos 70.000 miembros, lo cual, aun as¨ª, segu¨ªa siendo poco comparado con los 500.000 integrantes de las asociaciones de soldados. Pero, sobre todo, la guerra acab¨® con una parte de su seguridad en s¨ª mismos. Antes de 1914, los pacifistas todav¨ªa so?aban con que podr¨ªa existir un contrato que prohibiese las guerras, una idea ajena al mundo, como se ha demostrado. Actualmente, los movimientos antib¨¦licos aspiran a alcanzar principalmente metas m¨¢s modestas y realistas: desarme, acuerdos entre las naciones, reconciliaci¨®n, y tambi¨¦n una humanizaci¨®n de la guerra a trav¨¦s de la renuncia a determinadas armas. Ronen Steinke, S¨¹ddeutsche Zeitung
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