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El ni?o m¨¢s peque?o

Veinte a?os despu¨¦s de Hiroshima, tropas estadounidenses de ¨¦lite se entrenaron para impedir una invasi¨®n sovi¨¦tica, con armas nucleares atadas a la espalda

Mientras el capit¨¢n Tom Davis espera de pie junto a la puerta posterior del avi¨®n militar de carga, el aire nocturno barre la bodega. Davis recorre con los ojos la tierra negra 400 metros m¨¢s abajo. Agarra con fuerza la lona de su paraca¨ªdas de reserva y respira hondo.

Davis y los hombres que forman su equipo-A (equipo Alfa de operaciones) de las Fuerzas Especiales est¨¢n entre los soldados m¨¢s preparados del ej¨¦rcito norteamericano. Estamos en 1972, y el capit¨¢n ha vuelto hace poco de un periodo de servicio en Vietnam, donde estuvo combatiendo en la frontera con Camboya. Su sargento de comunicaciones sirvi¨® en el Mando y Control Norte, que era responsable de algunas de las operaciones m¨¢s audaces en el coraz¨®n del territorio norvietnamita. Pero ninguno de ellos hab¨ªa estado antes en una misi¨®n como esta.

Su plan es saltar en paraca¨ªdas en Europa del este, avanzar sin que los descubran por unas monta?as cubiertas de bosques y destruir una planta de agua pesada utilizada en la fabricaci¨®n de armas nucleares.

Durante los cuatro d¨ªas de preparaci¨®n para la misi¨®n, militares expertos en la regi¨®n les han informado sobre rutas de infiltraci¨®n y las patrullas enemigas que pueden esperar. El equipo ha examinado fotograf¨ªas a¨¦reas y una elaborada simulaci¨®n del objetivo, un gran edificio vagamente en forma de U. La planta est¨¢ situada en una zona amplia y abierta, con guardias que la recorren sin cesar, pero, por lo menos, el equipo no necesita introducirse en el edificio. Del arn¨¦s del paraca¨ªdas que lleva el sargento de informaci¨®n de Davis cuelga en curiosa postura una bomba nuclear de 26 kilos. Con un arma tan poderosa, pueden limitarse a colocarla junto a un muro, activar el temporizador y dejar que la fisi¨®n cumpla su papel.

Davis ten¨ªa pensado seguir los pasos de los destacados juristas existentes en su familia --su padre era abogado, y su abuelo, juez de un tribunal federal-- hasta que la junta de reclutamiento puso un anuncio durante su primer a?o de Derecho. Sin esperar a que le llamaran, Davis se present¨® voluntario a la escuela para formaci¨®n de oficiales y en concreto a las Fuerzas Especiales, y termin¨® el dur¨ªsimo ¡°curso Q¡±, el curso de calificaci¨®n, con el grado de subteniente. De ah¨ª pas¨® a estudiar la lengua vietnamita y luego parti¨® a la guerra en el sureste asi¨¢tico, donde sirvi¨® como oficial de asuntos civiles y operaciones psicol¨®gicas.

Cuando le nombraron teniente, Davis obtuvo su propio equipo-A. Su sargento sugiri¨® que se ofrecieran voluntarios para entrenarse en lo que el ej¨¦rcito llamaba las Municiones At¨®micas Especiales de Demolici¨®n (SADM en sus siglas en ingl¨¦s), unas armas nucleares t¨¢cticas concebidas para utilizarse en el campo de batalla, en caso de una guerra con los sovi¨¦ticos. ¡°Qu¨¦ demonios, ?por qu¨¦ no?¡±, respondi¨®. El comandante de la compa?¨ªa propuso sus nombres y el equipo fue aceptado en el entrenamiento.

A medida que el avi¨®n se acerca a la zona de salto, empiezan a o¨ªrse a toda velocidad las ¨®rdenes sobre el viento helado y ensordecedor. ¡°?Comprobad l¨ªneas de interferencia!¡± Los hombres responden para comprobar los equipos, empezando por atr¨¢s. ¡°?Preparados!¡± Se encienden las luces verdes y empiezan a dar un golpecito a cada hombre: ¡°?Adelante!¡± Los soldados, cada uno cargado con unos 30 kilogramos de material adem¨¢s de los 14 kilogramos de cuerda del paraca¨ªdas, m¨¢s que saltar se tambalean y se dejan caer por la puerta trasera para saltar a tierra a alrededor de 6 metros por segundo.

Sus siluetas van saliendo del avi¨®n a intervalos de medio segundo, con los paraca¨ªdas deshinchados flotando detr¨¢s como colas de cometas hasta que se llenan de aire y se expanden, y el equipo vuela hacia abajo a la velocidad suficiente para evitar que les vean (o les disparen), pero con la lentitud necesaria para no matarse al chocar con el suelo. Despu¨¦s de aterrizar y soltar y esconder los paraca¨ªdas, se aproximan a un punto de reuni¨®n fijado previamente, oculto entre ¨¢rboles y sombras, y all¨ª abren el contenedor especial para comprobar su el contenido ha sufrido alg¨²n da?o o est¨¢ intacto y no se ha filtrado nada de radiaci¨®n. Meten la bomba en una mochila, entierran el contenedor y se disponen a atravesar las monta?as, avanzando solo de noche para no ser vistos.

Tardan aproximadamente dos d¨ªas en llegar a su objetivo. En d¨ªa D, colocan el dispositivo en la planta de agua pesada y salen corriendo.

La ¡°misi¨®n¡± del capit¨¢n Davis, por supuesto, era un ejercicio. En realidad, sus hombres y ¨¦l no se lanzaron sobre Europa del este, sino cerca del Bosque Nacional de White Mountain, en New Hampshire. La planta de agua pesada era en realidad una f¨¢brica de papel abandonada en el pueblo vecino de Lincoln, y la bomba era una imitaci¨®n para entrenamiento.

La misi¨®n no era real, pero el trabajo s¨ª.

Durante 25 a?os, en la segunda mitad de la guerra fr¨ªa, Estados Unidos despleg¨® unos dispositivos nucleares port¨¢tiles con capacidad de destrucci¨®n, la Munici¨®n At¨®mica Especial de Demolici¨®n B-54 (SADM).

Soldados de varias unidades de ¨¦lite de las Fuerzas Especiales y el cuerpo de Ingenieros del Ej¨¦rcito, adem¨¢s de SEAL de la Armada y marines escogidos, se entrenaron para manipular las bombas, denominadas ¡°bombas de mochila¡±, en frentes de batalla de Europa del este, Corea e Ir¨¢n, como parte de los esfuerzos de las fuerzas armadas estadounidenses para asegurar la contenci¨®n y, en caso necesario, la derrota de las tropas comunistas.

Durante el largo pulso con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, Occidente tuvo que lidiar con el hecho de que, en personal y en armamento convencional, las fuerzas del Pacto de Varsovia superaban con mucho a sus hom¨®logos de la OTAN. Para Estados Unidos, las armas nucleares fueron el gran factor capaz de igualar la situaci¨®n. En los a?os cincuenta, el presidente Dwight Eisenhower fue un poco m¨¢s all¨¢ y present¨® la pol¨ªtica del New Look, la nueva perspectiva consistente en tratar de disuadir a la Uni¨®n Sovi¨¦tica de posibles agresiones sin incurrir en grandes costes, mediante la amenaza de responder a cualquier ataque con una ofensiva nuclear de proporciones apocal¨ªpticas: la doctrina denominada de ¡°la represalia masiva¡±. Ike pensaba que as¨ª podr¨ªa mantener a raya tanto el comunismo en el extranjero como el complejo militar industrial en su propio pa¨ªs.

Sin embargo, esa estrategia ten¨ªa un fallo importante. Aunque la represalia masiva era barata, no permit¨ªa a Estados Unidos tener ninguna flexibilidad en su respuesta a una agresi¨®n del enemigo. Si las fuerzas comunistas lanzaban un ataque limitado y no nuclear, el presidente tendr¨ªa que escoger entre la derrota frente a una fuerza convencional superior o un enfrentamiento nuclear estrat¨¦gico totalmente desproporcionado (y tal vez incluso suicida) que matar¨ªa a cientos de millones de personas.

Para tener m¨¢s opciones entre los extremos de caer ante los ¡°rojos¡± y acabar ¡°muertos¡±, Estados Unidos adopt¨® el concepto de guerra nuclear limitada, y empez¨® a proponer armas at¨®micas t¨¢cticas dise?adas para su utilizaci¨®n en combate. Si las fuerzas del Pacto de Varsovia saltaban alguna vez de Alemania del este y Checoslovaquia hacia Europa occidental, Estados Unidos podr¨ªa recurrir a armas nucleares con el fin de, por lo menos, retrasar el avance comunista lo bastante como para dar tiempo a llegar a los refuerzos. Estas armas ¡°peque?as¡±, muchas de ellas m¨¢s poderosas que la bomba arrojada sobre Hiroshima, habr¨ªan aniquilado cualquier campo de batalla e irradiado gran parte del ¨¢rea circundante. Pero ofrec¨ªan una alternativa.

La estrategia de la guerra fr¨ªa estaba llena de oximorones como el concepto de ¡°guerra nuclear limitada¡±, pero el dispositivo nuclear de mochila fue quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s c¨®mico y siniestro de una era obligada a afrontar la perspectiva muy real del Apocalipsis. La SADM fue un caso de realidad que imitaba a la s¨¢tira. Al fin y al cabo, igual que Slim Pickens en el simb¨®lico final de Dr. Strangelove, volamos hacia Mosc¨², los soldados estadounidenses deb¨ªan atarse a la espalda unas bombas at¨®micas y lanzarse desde unos aviones para dar paso a la Tercera Guerra Mundial.

Los a?os cincuenta y sesenta del siglo pasado fueron la edad de oro del dise?o de armas nucleares. Los cient¨ªficos y los t¨¦cnicos de los laboratorios de armamento nuclear en Los ?lamos y Sandia consiguieron miniaturizar los llamados ¡°paquetes f¨ªsicos¡± en el n¨²cleo de las bombas at¨®micas, que dejar¨®n atr¨¢s el monstruo de m¨¢s de 4.500 kilogramos empleado en la primera prueba nuclear de la historia para constituir cabezas m¨¢s peque?as que pod¨ªan encajarse en un misil. Y sus clegas especialistas en cohetes desarrollaron misiles bal¨ªsticos de tierra y submarinos que, junto con los bombarderos, pronto formaron la ¡°tr¨ªada¡± nuclear en la que se basaba la disuasi¨®n estrat¨¦gica contra los sovi¨¦ticos.

Desde el punto de vista del Ej¨¦rcito, el problema era que los bombarderos y los misiles estaban en manos de la Fuerza A¨¦rea y la Armada, con lo que las fuerzas de tierra se hab¨ªan quedado al margen del que probablemente era el avance m¨¢s significativo en la historia de la guerra, a pesar de que ser¨ªan sus soldados los principales encargados de detener una invasi¨®n sovi¨¦tica de Europa occidental. Por suerte para el Ej¨¦rcito de tierra, muchos estrategas norteamericanos segu¨ªan considerando las bombas nucleares como bombas convencionales salvo que m¨¢s grandes, y el dominio que ten¨ªa Estados Unidos de la ciencia de la destrucci¨®n at¨®mica desde Hiroshima hab¨ªa hecho que los dise?adores de armas pensaran mucho m¨¢s en las posibilidades que en la prudencia. El resultado fue una serie de curiosas creaciones que llegaron al arsenal del Ej¨¦rcito, desde artiller¨ªa at¨®mica hasta misiles de defensa a¨¦rea con cabezas nucleares.

El Ej¨¦rcito empez¨® a fabricar municiones at¨®micas de demolici¨®n (ADM) en 1954. Los primeros productos eran armas engorrosas, que pesaban cientos de kilogramos y necesitaban a varios hombres oara transportarlas, con la ayuda de camiones y helic¨®pteros. Su principal objetivo era lo que podr¨ªamos llamar paisajismo nuclear: crear cr¨¢teres irradiados e intransitables o hacer que laderas de monta?as se derrumbaran en alg¨²n paso estrecho para obstruir cualquier ruta de invasi¨®n e impedir el paso a las fuerzas enemigas. Un ingeniero recuerda colocar un ADM en medio de un bosque: ¡°La idea era hacer volar aquellos ¨¢rboles a trav¨¦s de un valle para crear un obst¨¢culo f¨ªsico radiactivo al paso de veh¨ªculos y tropas¡±, cuenta.

El manual de campo de contramovilidad del Ej¨¦rcito ense?aba a los soldados a utilizar los ADM para hacer ¡°cr¨¢teres r¨ªo¡±, explosiones at¨®micas junto a v¨ªas de agua de peque?o tama?o que ¡°formaran un pantano temporal, un lago, una inundaci¨®n, y de esa forma constituyeran un aut¨¦ntico obst¨¢culo hidrol¨®gico¡± para las fuerzas enemigas.

En el peor de los casos, los ingenieros at¨®micos del Ej¨¦rcito preve¨ªan impedir que las fuerzas enemigas utilizaran las infraestructuras, es decir, destruir puentes, t¨²neles y pantanos. Explanadas ferroviarias, centrales el¨¦ctricas, aeropuertos... Todos esos elementos eran blancos apropiados para llevar a cabo una destrucci¨®n nuclear preventiva.

No obstante, el Ej¨¦rcito quer¨ªa tener tambi¨¦n un papel nuclear m¨¢s activo. Sus partidarios dec¨ªan que la doctrina de la represalia masiva dejaba a Estados Unidos sin preparaci¨®n para toda una amplia gama de conflictos. Varios documentos de la Comisi¨®n de la Energ¨ªa At¨®mica (CEA) muestran que los dise?adores de las armas nucleares estadounidenses estaban deseosos de apoyar al Ej¨¦rcito en ese intento de tener armas nucleares t¨¢cticas. En 1957, seg¨²n varios relatos, el presidente de Sandia Corporation, James Mcrae, se lament¨® de que ¡°el uso indiscriminado de armas nucleares de alto rendimiento generara inevitablemente una reacci¨®n adversa de la opini¨®n p¨²blica¡±. Dado que el futuro de la guerra iba a consistir en una ¡°sucesi¨®n interminable de peque?os brotes b¨¦licos, m¨¢s que conflictos a gran escala¡±, McRae recomendaba que ¡°se diera m¨¢s importancia a las armas at¨®micas de peque?o tama?o¡±, que pod¨ªan utilizarse en ¡°combates de tierra locales¡±.

Los consejos de McRae prepararon el terreno para el desarrollo del Davy Crockett, un misil nuclear con rendimiento inferior a un kilot¨®n que cab¨ªa en la trasera de un todoterreno. En 1958, cuando el Ej¨¦rcito empez¨® a buscar una munici¨®n at¨®mica de demolici¨®n que pudiera llevar un soldado por s¨ª solo, la CEA recurri¨® a la cabeza ligera Mark 54, de la serie de Davy Crockett. El arma as¨ª obtenida ser¨ªa una versi¨®n m¨¢s peque?a y port¨¢til de las ADM. Sin embargo, el Ej¨¦rcito tendr¨ªa que compartir el dispositivo con la Armada y los marines.

El ¨²ltimo producto de la CEA, la munici¨®n at¨®mica especial de demolici¨®n B-54, se incorpor¨® al arsenal estadounidense en 1964. Ten¨ªa 45 cent¨ªmetros de alto, con una carcasa de aluminio y fibra de vidrio. Un extremo estaba redondeado, en forma de bala, y el otro ten¨ªa un panel de control de 30 cent¨ªmetros de di¨¢metro. Seg¨²n un manual militar, el rendimiento explosivo m¨¢ximo del arma era inferior a 1 kilot¨®n, es decir, el equivalente a mil toneladas de TNT. Para impedir un uso no autorizado de la bomba, el panel de control estaba tapado por una placa con un cierre de combinaci¨®n. El cierre ten¨ªa pintura fosforescente para que los soldados pudieran abrirlo y colocar la bomba de noche.

A medida que las fuerzas sovi¨¦ticas se adentraran en pa¨ªses como Alemania occidental, el SADM permitir¨ªa a las unidades de las Fuerzas Especiales (denominadas equipos de ¡°Luz verde¡±) deslizarse tras las l¨ªneas enemigas con el fin de destruir infraestructuras y material. Pero su misi¨®n no se habr¨ªa limitado solo a los pa¨ªses miembros de la OTAN. Lo que no saben muchos historiadores nucleares es que los equipos de Luz Verde estaban tambi¨¦n preparados para utilizar los SADM en territorio del Pacto de Varsovia si era necesario para impedir una invasi¨®n. Los equipos estaban entrenados para destruir aer¨®dromos, dep¨®sitos, n¨²cleos de la red de defensas antia¨¦reas y cualquier infraestructura de transporte que pudiera ser ¨²til para dificultar la circulaci¨®n de veh¨ªculos acorazados enemigos y permitir que los aliados emplearan su fuerza a¨¦rea. Seg¨²n un informe interno, el Ej¨¦rcito pens¨® tambi¨¦n en enterrar SADM cerca de b¨²nqueres enemigos ¡°para destruir instalaciones esenciales de mando y comunicaciones¡±.

Los SEAL de la Armada y las Fuerzas Especiales del Ej¨¦rcito se entrenaban para alcanzar sus objetivos por aire, tierra y mar. Pod¨ªan lanzarse en paraca¨ªdas desde aviones de carga o helic¨®pteros para caer tras las l¨ªneas enemigas. Los equipos especializados en misiones submarinas eran capaces de bucear para llevar la bomba hasta su destino en caso necesario. (La CEA construy¨® un contenedor herm¨¦tico y a presi¨®n que permit¨ªa a los buceadores sumergir la bomba hasta una profundidad de 61 metros.) Un equipo de las Fuerzas Especiales lleg¨® a entrenarse para esquiar transportando el arma en los Alpes de Baviera, aunque con ciertas dificultades. ¡°El arma esquiaba monta?a abajo; t¨², no¡±, dice Bill Flavin, que dirigi¨® un equipo de SADM de las Fuerzas Especiales. ¡°Si se mov¨ªa solo un poco, no hab¨ªa nada que hacer. Con aquella cosa no hab¨ªa forma de mantener el control en la pendiente¡±.

Por consiguiente, las Fuerzas Especiales recurrieron a equipos entrenados en saltos de paraca¨ªdas a gran altitud y buceadores. Los jefes de equipo pod¨ªan escoger cu¨¢les de sus hombres se iban a entrenar en el uso del arma para garantizar que sus unidades superasen las exigentes inspecciones peri¨®dicas de seguridad nuclear que hac¨ªa el Ej¨¦rcito. ¡°Los que ten¨ªan mejor historial, m¨¢s experiencia, sol¨ªan ser los que acababan incorpor¨¢ndose al equipo de la SADM, porque ten¨ªan que pasar la inspecci¨®n de seguridad¡±, dice Flavin. Para recibir la autorizaci¨®n de manipular una SADM, los soldados adem¨¢s ten¨ªan que someterse al programa de fiabilidad del Departamento de Defensa, con el fin de asegurarse de que eran dignos de confianza y no ten¨ªan problemas mentales.

Algunos hombres a los que se propon¨ªa la misi¨®n eran de lo m¨¢s entusiastas; otros, no tanto.

¡°Por supuesto, todo el mundo se presentaba voluntario. ese no era el problema¡±, dice el capit¨¢n Davis. ¡°Lo hac¨ªamos porque era, no s¨¦, algo incre¨ªble, y yo quer¨ªa aprender a hacerlo¡±. Pese a ello, cuando Ken Richter, miembro de un equipo Luz Verde, empez¨® a entrevistar a posibles candidatos, se encontr¨® con que no todos ten¨ªan el mismo entusiasmo: ¡°Entrevist¨¦ a mucha gente para nuestro equipo. Cuando se enteraban de en qu¨¦ consist¨ªa la misi¨®n, dec¨ªan: ¡®No, gracias. Prefiero volverme a Vietnam¡¯¡±.

Cuando le ense?aron el arma, Richter no daba cr¨¦dito a lo que se hab¨ªa inventado la CEA. ¡°Creo que mi primera reacci¨®n fue no cre¨¦rmelo¡±, dice. ¡°Porque todo lo que hab¨ªa visto hasta entonces, la Segunda Guerra Mundial, era un arma gigantesca. ?Y nos la ¨ªbamos a atar a la espalda para transportarla? Cre¨ª que me estaban tomando el pelo¡±.

No era as¨ª. Los equipos de SADM de las Fuerzas Especiales como el de Davis asist¨ªan a un curso de una semana, entre ocho y 12 horas de clase cada d¨ªa, en un aula de cemento en Fort Benning, Georgia. Adem¨¢s, recib¨ªan otros cursillos peri¨®dicos de actualizaci¨®n que impart¨ªa el comit¨¦ de SADM de las Fuerzas Especiales, formado por suboficiales veteranos y expertos en SADM, y se somet¨ªan a inspecciones peri¨®dicas para evaluar su aptitud en el manejo de armas nucleares. Aun as¨ª, dado todo lo que estaba en juego, el entrenamiento no siempre inspiraba una gran confianza.

Para ser un arma nuclear, la bomba era compacta y ligera, pero, como material de infanter¨ªa, era pesada e inc¨®moda, y su peso muchas veces se inclinaba hacia un lado u otro sobre la espalda. ¡°Cuando [el encargado de los saltos] dijo ¡°Adelante¡±, pr¨¢cticamente me empuj¨® fuera del avi¨®n con la bomba¡±, recuerda Danny Powers, sargento de comunicaciones en un equipo de SADM.

El transporte del arma a pie era todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil. Dan Dawson, ingeniero de ADM, recuerda lo complicado que era correr con una bomba de mochila. Durante un ejercicio de entrenamiento, su unidad simul¨® una misi¨®n en la que ten¨ªan que hacer estallar un t¨²nel de ferrocarril, pero descubri¨® que le costaba mucho trasladar una SADM a trav¨¦s de un terreno abierto. ¡°Para llevar [al que transportaba la SADM] deprisa a trav¨¦s de aquel terreno, dos de nosotros ten¨ªan que agarrarle por los brazos y trotar con ¨¦l para ayudarle. El arma se pod¨ªa llevar, pero era imposible correr con ella a cuestas¡±.

Adem¨¢s, la norma de los dos hombres, que todav¨ªa hoy establece que ning¨²n soldado sea capaz de montar por s¨ª solo un arma nuclear, exig¨ªa que los equipos de Luz Verde se repartieran el c¨®digo para abrir la placa que cubr¨ªa el dispositivo. Y eso pod¨ªa ser un problema si de camino al objetivo mor¨ªa uno de los dos. ¡°Llegaba uno al sitio con aquella mierda tan enorme en la mochila y sin poder hacer nada con ella¡±, dice Flavin. ¡°As¨ª que pensamos que no pod¨ªamos arriesgaros a que pasara¡±, y su equipo decidi¨® que, en caso de una misi¨®n de verdad, todos sabr¨ªan el c¨®digo.

Por otra parte, tampoco pod¨ªan abandonar la SADM a mitad de misi¨®n si las cosas se pon¨ªan feas. Era un arma tan extraordinaria que no pod¨ªan permitir que cayera en manos del adversario, y las placas que la cubr¨ªan, con un simple cierre de combinaci¨®n, no iban a ofrecer una gran protecci¨®n si las fuerzas enemigas capturaban a un equipo. ¡°Se pod¨ªa abrir con una barra de hierro¡±, dice Flavin. Por consiguiente, los equipos se entrenaban tambi¨¦n para destruir el arma. ¡°Siempre ten¨ªamos que llevar encima la cantidad necesaria de explosivos para destruirla sin que estallara¡±, dice Powers. ¡°Quiz¨¢ pod¨ªa esparcir residuos nucleares, pero no habr¨ªa una explosi¨®n con nube en forma de seta¡±.

Si el equipo alcanzaba el objetivo, los hombres deb¨ªan quitar la cobertura y fijar los temporizadores. Luego met¨ªan la mano en el hueco de seguridad --un peque?o compartimento en la esquina superior izquierda del panel de control-- y sacaban una carga explosiva del tama?o de una mano que era la que detonar¨ªa la reacci¨®n nuclear en cadena de la bomba. Despu¨¦s de colocar la carga en posici¨®n activada y encender el interruptor, retroced¨ªan a toda prisa.

Como es natural, en las horas o en los minutos previos a la detonaci¨®n, cab¨ªa la posibilidad de que las tropas enemigas descubrieran y manipularan la bomba, as¨ª que se encargaba a algunos equipos que la mantuvieran vigilada hasta justo minutos antes. La distancia ¡°correcta¡± para garantizar la seguridad del arma y la de los soldados variaba seg¨²n cada inspector, recuerda Frank Antenori, que fue t¨¦cnico de mantenimiento de armas nucleares del Ej¨¦rcito en un equipo de las Fuerzas Especiales y m¨¢s tarde fue condecorado por el valor mostrado como Boina Verde en Irak y Afganist¨¢n. Algunos inspectores dec¨ªan a los equipos que abandonaran la zona inmediatamente despu¨¦s de colocar el arma; otros insist¨ªan en que ten¨ªan que mantenerla a la vista hasta que estallara.

Incluso desde una distancia ¡°segura¡±, los equipos de SADM se sent¨ªan demasiado cerca de la detonaci¨®n. ¡°Est¨¢bamos fuera de la zona de vaporizaci¨®n¡±, dice Antenori, ¡°pero dentro de la zona de ¡®Mmmm, cuando estalle, dentro de un segundo, voy a sentir el maravilloso aire caliente¡¯¡±.

Por si resultaba poco absurda la idea de estar agazapados cerca de un arma nuclear que estaba a punto de explotar, los soldados no pod¨ªan saber exactamente cu¨¢ndo iba a explotar. La SADM era una bomba que ten¨ªa muy pocos componentes electr¨®nicos, probablemente porque la CEA quer¨ªa que as¨ª fuera resistente a las pulsaciones electromagn¨¦ticas de cualquier explosi¨®n nuclear pr¨®xima, que era algo previsible en caso de que estallara una guerra con los sovi¨¦ticos. En su lugar, el dispositivo depend¨ªa de dos temporizadores mec¨¢nicos que, por desgracia, eran menos precisos cuando se fijaban con mucha antelaci¨®n, y pod¨ªan llegar a estallar incluso con ocho minutos de adelanto y 13 de retraso. Los manuales de campo del Ej¨¦rcito advert¨ªan que ¡°no es posible estar seguros de que [los temporizadores] van a saltar en un momento determinado¡±, por lo que los equipos de las SADM se entrenaban para ser capaces de predecir el momento con cierta aproximaci¨®n.

Aun as¨ª, dice Powers, ¡°siempre pens¨¢bamos que, despu¨¦s de seguir todos aquellos meticulosos procedimientos y fijar los temporizadores para varias horas despu¨¦s, en cuanto apret¨¢ramos el bot¨®n ¨ªbamos a desaparecer¡±.

Si los equipos de Luz Verde ten¨ªan la suerte de seguir vivos despu¨¦s de detonar la bomba, todav¨ªa tendr¨ªan que superar enormes obst¨¢culos para salir bien librados. Detr¨¢s de las l¨ªneas enemigas y sin ning¨²n apoyo en el momento de comenzar la Tercera Guerra Mundial, tendr¨ªan que utilizar su ingenio y su entrenamiento para no acabar muertos o capturados. Contaban con ciertos recursos que se hab¨ªan dispuesto para ayudarles: las Fuerzas Especiales que huyeran de la detonaci¨®n de una SADM sab¨ªan que deber¨ªan buscar armas y suministros escondidos en determinados lugares de Europa del este que estaban se?alados en mapas especiales. ¡°Cuando cay¨® el Muro [de Berl¨ªn], recuperamos parte de todo lo que hab¨ªa oculto¡±, recuerda Flavin. ¡°Me sorprendi¨® ver que las armas y las dem¨¢s cosas estaban en perfecto estado¡±.

Adem¨¢s de sus reservas, algunos equipos de SADM ten¨ªan acceso a otra arma secreta que les ayudar¨ªa a volver a casa: un sargento de las Fuerzas Especiales nacido en Checoslovaquia, llamado Julius Reinitzer. Cuando era adolescente, Reinitzer se hab¨ªa escapado dos veces de un campo de trabajo nazi en Polonia. Despu¨¦s contact¨® con los servicios militares de inteligencia de Estados Unidos y se movi¨® por la frontera checa para establecer redes de resistencia. Despu¨¦s de que le detuvieran y le encarcelaran por espionaje en la Checoslovaquia comunista, volvi¨® a escaparse. Al llegar al mundo libre, Reinitzer se alist¨® en el Ej¨¦rcito estadounidense, obtuvo la nacionalidad y se convirti¨® en Boina Verde. Le llamaban ¡°el Oso¡±, y lleg¨® a ser un profesor muy solicitado por los equipos de las Fuerzas Especiales que, como el de Flavin y sus hombres, quer¨ªan un cursillo acelerado en el delicado arte de vivir a escondidas tras el Tel¨®n de Acero.

No obstante, los miembros de este mundo eran muy conscientes de que las misiones de Luz Verde ser¨ªan con toda probabilidad unos viajes sin retorno. Volar a trav¨¦s del espacio a¨¦reo enemigo, llevar a cabo operaciones clandestinas tras las l¨ªneas enemigas, aproximarse a las fuerzas hostiles con un arma nuclear y esperar incre¨ªblemente cerca de la bomba hasta que estallara: las misiones eran verdaderamente absurdas. Como dice Flavin: ¡°Hab¨ªa muchas dudas sobre la sensatez operativa del programa, y los que ¨ªbamos a llevar a la pr¨¢ctica la misi¨®n est¨¢bamos seguros de que los que las hab¨ªan pensado se hab¨ªan fumado algo en mal estado¡±.

El humor serv¨ªa para suavizar la siniestra realidad de trabajar con municiones at¨®micas de demolici¨®n. Las unidades de ingenieros de ADM creaban parches y logotipos adornados con nubes en forma de seta. Pronto surgi¨® un lema extraoficial: ¡°Bombard¨¦alos hasta que reluzcan, y entonces disp¨¢rales en la oscuridad¡±. Lo que facilitaba las ganas de hacer chistes era que algunos pensaban que hab¨ªa muy pocas posibilidades de que la cadena de mando autorizara una de aquellas misiones. ¡°En el fondo, sab¨ªamos que nadie iba a dar el control de los dispositivos a un pu?ado de veteranos correteando por el campo¡±, dice Davis. ¡°No cre¨ªamos que fuera a ser nunca realidad¡±.

Aparte de la ¡°sensatez operativa¡± del programa, como dice escuetamente Flavin, algunos equipos de las Fuerzas Especiales se preguntaban si llegar¨ªan a recibir los aviones que deb¨ªan transportarlos, y mucho m¨¢s las armas propiamente dichas, en medio del caos y la destrucci¨®n que supondr¨ªa el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. Las unidades de SADM no sol¨ªan tener acceso a armas nucleares reales, que se encontraban guardadas en dep¨®sitos muy controlados, como las instalaciones del Ej¨¦rcito en Miesau, Alemania occidental. En caso de guerra, transportar¨ªan las armas hasta unos aer¨®dromos cercanos en los que estar¨ªan esperando los equipos de SADM. Flavin resume as¨ª las dificultades: ¡°Hab¨ªa que llevarnos a nosotros a alg¨²n sitio. Hab¨ªa que llevar el arma a alg¨²n sitio. Hab¨ªa que llevar el avi¨®n a alg¨²n sitio. ?Y c¨¢ndo se iba a hacer todo eso? Supongo que, en teor¨ªa, antes de que el otro bando decidiese atacar¡±.

Otro obst¨¢culo eran las susceptibilidades pol¨ªticas. Los aliados de la OTAN, en particular Alemania occidental, sent¨ªan una l¨®gica aprensi¨®n ante la idea de que las fuerzas estadounidenses activaran decenas de peque?as bombas nucleares en su territorio. Se supon¨ªa que los ingenieros no deb¨ªan utilizar las armas hasta despu¨¦s de que se hubiera evacuado a las poblaciones locales, pero el requisito no acababa de tranquilizar los nervios. Enterrar las bombas pod¨ªa limitar los efectos radiactivos, pero la Rep¨²blica Federal protest¨® p¨²blicamente cuando Estados Unidos pidi¨® permiso para cavar por anticipado los hoyos en los que pensaba colocar las armas nucleares, cerca de sus infraestructuras de transporte.

Al final, las dudas sobre las SADM nunca tuvieron respuesta. En 1984, 20 a?os despu¨¦s de que se creara el arma, la opini¨®n p¨²blica pudo hacerse una idea de c¨®mo era y lo que pod¨ªa hacer cuando William Arkin y sus colegas esbozaron una descripci¨®n a partir de documentos y manuales militares para present¨¢rsela al Consejo de Defensa de los Recursos Naturales de Estados Unidos. Sus revelaciones provocaron alguna reacci¨®n indignada en el Congreso y conmoci¨®n en los medios, pero las SADM ten¨ªan ya los d¨ªas contados.

Al apagarse las tensiones de la guerra fr¨ªa, Estados Unidos empez¨® a retirar las SADM. El fin oficial del arma lleg¨® en 1989, cuando los Departamentos de Defensa y Energ¨ªa declararon que era ¡°obsoleta¡± y que ¡°ya no exist¨ªa ninguna necesidad operativa¡± para ella. Con la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en 1991, George H. W. Bush hizo grandes recortes en la armas nucleares no estrat¨¦gicas de todos los sectores.

Seis a?os despu¨¦s se levant¨® oficialmente el secreto sobre algunos aspectos relacionados con el arma. Pero los detalles operativos de c¨®mo se habr¨ªan utilizado las mochilas nucleares --las misiones en territorio del Pacto de Varsovia, las demandas que supon¨ªan las armas para los hombres encargados de desplegarlas y los riesgos que entra?aban las misiones-- no se han conocido hasta ahora, a trav¨¦s de entrevistas, documentos desclasificados en virtud de la Ley de Libertad de Informaci¨®n y manuales militares que se han obtenido ahora.

Lo que fue un arma del m¨¢ximo secreto es hoy una atracci¨®n tur¨ªstica. Quienes visitan el Museo Nacional de Ciencia e Historia Nuclear en Albuquerque, Nuevo M¨¦xico, pueden hacerse una foto delante de un contenedor de SADM con su paraca¨ªdas. La Munici¨®n At¨®mica Especial de Demolici¨®n ha pasado de ser un arma de lo m¨¢s seria, aunque extravagante, a ser un recuerdo pintoresco de la guerra fr¨ªa.

Con la distancia que da la historia, es tentador decir que las SADM no fueron m¨¢s que una aberraci¨®n nacida de la histeria de la guerra fr¨ªa. Pero Estados Unidos sigue teniendo armas nucleares t¨¢cticas en Europa, aunque en una forma menos osada, las bombas B-61, aerotransportadas. Y m¨¢s inquietante resulta el hecho de que otros pa¨ªses est¨¢n adopt¨¢ndolas cada vez m¨¢s como instrumentos de defensa nacional. Por ejemplo, al parecer, Pakist¨¢n tiene armas nucleares deplegadas en posiciones avanzadas, y sus tropas sobre el terreno tienen concedida de antemano la autoridad para utilizarlas, todo ello con el fin de compensar el hecho de que el ej¨¦rcito indio es mucho mayor. Y, con la situaci¨®n contraria a la que era, ahora que Rusia est¨¢ en una situaci¨®n de inferioridad convencional respecto a la OTAN, Mosc¨² ha dado m¨¢s importancia al papel de las armas nucleares t¨¢cticas en su doctrina estrat¨¦gica.

Ahora bien, para los veteranos de las SADM del Ej¨¦rcito, su pasado nuclear ha quedado muy atr¨¢s. Algunos ten¨ªan dudas sobre la misi¨®n; otros la aceptaron con entusiasmo. Todos llevaron el peso de las peores pesadillas de la guerra fr¨ªa, literalmente sobre sus espaldas.

?? Foreign Policy

Adam Rawnsley vive en Washington y escribe sobre tecnolog¨ªa y seguridad nacional.

David Brown es autor de Deep State: Inside the Government Secrecy Industry

Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia

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