?Se est¨¢n endureciendo los brasile?os?
Da la sensaci¨®n de que la gente est¨¢ crispada, lo que la lleva a tomarse la justicia por su mano y ver la venganza como una medicina eficaz
No s¨¦ si es bueno o es malo, pero existe una sensaci¨®n, cada vez m¨¢s palpable, de que los brasile?os, gente cordial, se est¨¢n endureciendo. Son solo s¨ªntomas a¨²n, pero que empiezan a afectar a todo el pa¨ªs.
Siempre he destacado que los brasile?os acaban conquistando a los extranjeros por su capacidad de acogida, por su paciencia, por su elasticidad y por su falta de agresividad, algo que, por ejemplo, nos aqueja a los espa?oles, m¨¢s impacientes.
Eso se notaba hasta en la calle cuando preguntabas algo; en las tiendas, donde eras atendido con una gran paciencia, algo que deja admirada a mi hija cada vez que viene de Barcelona a Brasil: ¡°?Es que aqu¨ª son todos tan amables siempre?¡±, me preguntaba sorprendida.
Yo mismo he contado mil an¨¦cdotas agradables que he vivido en el trato con la gente en los 15 a?os que llevo en este pa¨ªs escribiendo para este diario. Entre ellas, la solidaridad con quien, en alg¨²n momento, necesitaba de ayuda.
?Todo eso ha cambiado? Quiz¨¢s a¨²n no. Los procesos de cambio negativos en una sociedad son lentos, necesitan a veces a?os para consolidarse y suelen ser el fruto amargo de alguna crisis que la aqueja gravemente, como ocurri¨® ¨²ltimamente en algunos pa¨ªses de la Uni¨®n Europea en los que la crisis econ¨®mica y el desempleo que arrastr¨® consigo hicieron que dichas sociedades se crispasen.
En Brasil no existe una situaci¨®n que pudiera explicar ese endurecimiento que empieza a observarse en las personas. El pa¨ªs, en muchos de sus par¨¢metros, ha mejorado y, en general, se vive mejor que hace 20 a?os. Algo, sin embargo, est¨¢ ocurriendo, aunque por ahora sea m¨¢s bien de modo subterr¨¢neo. Da la sensaci¨®n de que la gente est¨¢ crispada con algo que la lleva a tomarse la justicia por su mano o a ser o parecer menos solidaria cuando alguien pide ayuda. Empieza a verse la venganza como una medicina eficaz, algo sobre la que empiezan a alertar soci¨®logos y escritores. Barbara Musemeci, en su art¨ªculo de ir¨®nico t¨ªtulo Injusticia con las propias manos, publicado en el diario O Globo, alerta sobre el momento que est¨¢ viviendo Brasil, al afirmar que ¡°la experiencia no deja dudas de que la venganza es un atajo para eternizar la violencia¡±. La soci¨®loga recuerda que ¡°la idea que sustenta la venganza empieza a enraizarse en nuestra cultura¡±.
El agudo escritor Verissimo en su art¨ªculo Alarma, publicado el mismo d¨ªa y en el mismo diario, advierte de que existe un momento en las sociedades en que empieza a sonar una alarma y que lo dif¨ªcil y peligroso es saber cuando esa alarma ya se ha disparado. Pone el ejemplo de la tragedia jud¨ªa de Hitler. ?Cu¨¢ndo son¨® la alarma que presagiaba el Holocausto? El agudo escritor afirma que ante ¡°la falta de un centinela¡± que nos alerte de que ¡°los b¨¢rbaros est¨¢n llegando¡±, debemos confiar en nuestro instinto. Y ese instinto es el que empieza a avisarnos de que una cierta barbarie se empieza a incorporar a una sociedad que tuvo siempre vocaci¨®n de civilizaci¨®n y de convivencia.
Estamos viendo, por ejemplo, que la gente aboga por la silla el¨¦ctrica para los ¡°bandidos¡± y, lo que es peor, que defiende el linchamiento de alguien que haya robado o asaltado, con la excusa de que el Estado ¡°se limpia las manos¡± y que los pol¨ªticos viven blindados y escoltados y no se enteran del miedo que la gente tiene en la calle, sobre todo en las grandes ciudades.
Damos por bueno que el polic¨ªa, solo por ser tal, merece ser objeto de violencia llegando a borrarse la frontera entre el corrupto y el que se esfuerza por cumplir su deber.
Una dureza y violencia que ejercen hasta los que asaltan, que ya no se conforman con robar al que pasa a su lado, sino que acaban hiriendo o matando de forma gratuita. As¨ª lo cont¨® a un diario un ciudadano: en el Aterro do Flamingo, en R¨ªo, un joven no se conform¨® con robarle su bicicleta el¨¦ctrica, sino que le dej¨® de regalo una pu?alada en el pecho que pudo haber sido mortal.
?Por qu¨¦ esa violencia a?adida?
En las c¨¢rceles siempre hubo escenas de violencia gratuita, pero al parecer esos horrores se est¨¢n agravando al mismo tiempo que la polic¨ªa, quiz¨¢s contaminada por ese despertar de dureza colectiva, acaba pagando con la misma moneda en vez de ser un elemento de seguridad ciudadana.
Yo suelo estar atento a las cartas de los lectores de los peri¨®dicos o de los comentarios en los art¨ªculos de los diarios online, que suelen ser un term¨®metro del humor de la gente. Y tambi¨¦n esos comentarios se est¨¢n radicalizando y cada vez m¨¢s, en vez de las reflexiones de anta?o, abundan los exabruptos y los insultos contra todo y contra todos. Existen hasta blogueros pagados para desacreditar a los que piensan de otro modo.
El diapas¨®n de la violencia est¨¢ aumentando de volumen. Hasta en las favelas pacificadas de R¨ªo est¨¢n volviendo peligrosamente las viejas guerras entre traficantes y polic¨ªas.
En los estadios de f¨²tbol sube la temperatura de la intransigencia ante la derrota del propio equipo, lo que lleva a las agresiones de los adversarios.
En las manifestaciones, que deber¨ªan ser pac¨ªficas como siempre fueron las multitudinarias del pasado, se est¨¢n introduciendo cada vez m¨¢s los grupos violentos azuzados, al parecer, hasta por fuerzas pol¨ªticas que deber¨ªan ser las guardianas del orden.
Crecen la violencia dom¨¦stica, la violencia contra la mujer y la violencia entre adolescentes. Cada d¨ªa los medios e comunicaci¨®n nos relatan cr¨ªmenes dentro de las mismas familias que ponen la carne de gallina.
La violencia no solo se extiende sino que se est¨¢ brutalizando.
Esa sensaci¨®n de endurecimiento a varios niveles empieza a preocupar a soci¨®logos y psic¨®logos y divide a veces a los que deber¨ªan atajar ese principio de endurecimiento de la sociedad al politizar la violencia, distinguiendo entre violencia como tal -que ser¨ªa condenable- y violencia social, que podr¨ªa ser permitida, aceptando la falacia de que los fines justifican los medios.
En una sociedad como la brasile?a, destacada por su capacidad de aceptaci¨®n del extranjero, por su poco aprecio por las guerras y por su gusto por la vida y por la fiesta, su ejemplo de convivencia pac¨ªfica entre regiones tan diferentes y su ecumenismo religioso, la violencia estaba limitada al tr¨¢fico de drogas y a las truculencias de una polic¨ªa poco preparada y, a veces, corrupta. Por eso debe alertarnos, como la alarma de Verissimo, esa especie de endurecimiento generalizado que empieza a advertirse y al que no est¨¢bamos acostumbrados.
Y aunque hasta ahora se trata m¨¢s bien de peque?os s¨ªntomas, no por ello las autoridades responsables deben minimizarlo. Todos sabemos muy bien que los incendios que acaban arrasando los bosques comienzan a veces con una colilla de cigarro tirada en el suelo. Y cuando en nuestro organismo se aprecian algunas d¨¦cimas de fiebre, el m¨¦dico se preocupa por saber a qu¨¦ responde esa anomal¨ªa.
Todos los fascismos de derechas o de izquierdas mamaron desde su infancia de la fuente emponzo?ada de la violencia gratuita y de la intolerancia y la venganza.
Brasil, en el delicado y peligroso camino de la agresividad que empieza a despertar, en ese querer adue?arse del derecho de hacer justicia con sus propias manos, a¨²n no ha activado la alarma. Pero las d¨¦cimas de fiebre que ya registra el term¨®metro de una cierta intolerancia colectiva no puede dejar de preocuparnos: quiz¨¢s ninguna de nosotros es inocente y la sociedad no se divide de manera salom¨®nica en v¨ªctimas y verdugos.
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