Una casa de Valpara¨ªso al fondo de la bah¨ªa
La ciudad ha sido desde siempre un lugar de incendios y de toda clase de calamidades, naturales o no
Los Changos fueron el pueblo prehisp¨¢nico de Valpara¨ªso. Cuentan que abr¨ªan las ballenas por un costado y que la parentela y amigos de los pescadores se met¨ªan al vientre del animal y lo despachaban en seis u ocho d¨ªas. Tambi¨¦n pescaban at¨²n, congrio, tollo, lisa, dorado, bagre, jurel y pulpo, especies que intercambiaban con gentes del interior que les prove¨ªan ma¨ªz y frutos del algarrobo. Uno de nuestros historiadores imagina ¡°a los ni?os que corr¨ªan por la ribera luchando entre ellos sobre la arena o lanz¨¢ndose en r¨¢pida zambullida desde una roca para atrapar el pescado que com¨ªan casi vivo, extray¨¦ndoles el zumo vivificante del mar¡±. Los Changos tomaron de nuestros mapuches la palabra ¡°alimapa¡±, con la que nombraban a la bah¨ªa de Valpara¨ªso. Y si ¡°mapa¡± significa ¡°tierra¡±, ¡°ali¡± quiere decir muy seco, caliente, quemado.
Valpara¨ªso ha sido desde siempre un lugar de incendios y de toda clase de calamidades, naturales o no: epidemias, naufragios, explosiones, salidas de mar, bombardeos, aluviones, terremotos, saqueos, motines, matanzas, inundaciones. La noche de A?o Nuevo del a?o 1953, un peque?o incendio termin¨® con la vida de decenas de bomberos de las compa?¨ªas que concurrieron al lugar, ignorantes de que bajo sus pies hab¨ªa explosivos que los hicieron volar por los aires.
Quiz¨¢ todo parti¨® con el hecho de que Valpara¨ªso deba su nombre a la localidad castellana de Valpara¨ªso de Abajo, de la que era oriundo el navegante Juan de Saavedra, el primer espa?ol en llegar a su costa. Contiguo a Valpara¨ªso de Abajo hay un Valpara¨ªso de Arriba, como es l¨®gico, pero la cuesti¨®n es que pudiendo deber su bello nombre a Valpara¨ªso de Arriba, nuestro Valpara¨ªso lo debe al de Abajo.
Valpara¨ªso dispone una muy escasa superficie en el plan de la ciudad, parte de la cual fue arrebatada al mar, y la significativa mayor parte de sus habitantes vive en los 42 cerros que ella tiene. En esos cerros, adem¨¢s de la pobreza, ha cundido una arquitectura espont¨¢nea de construcciones que parecen fr¨¢giles nav¨ªos a punto de zarpar, o a punto de quemarse. El fuego que aparece de pronto en una vivienda es de inmediato una amenaza para las casas vecinas, para el barrio, y para el completo cerro en que se desata la tragedia. Unos de los elementos de Valpara¨ªso es el viento, y fue ¨¦l que nos jug¨® esta vez una mala pasada, adem¨¢s, claro, de las malhadadas manos que encendieron el fuego. Una vez producido un incendio forestal que pudo ser intrascendente, el viento, debido a una inusual masa de aire caliente para esta ¨¦poca del a?o, cambi¨® bruscamente de direcci¨®n y llev¨® el fuego hasta las primeras viviendas, propag¨¢ndose luego sin control y en unos pocos minutos. Los resultados est¨¢n a la vista: cerca de 700 viviendas destruidas y un n¨²mero de muertos que se acerca a los 20, y que aumenta a medida que se los va descubriendo entre los escombros humeantes.
Los barrios hist¨®ricos de Valpara¨ªso son, desde 2003, patrimonio cultural de la humanidad, y ellos no fueron afectados. Ha costado mucho mantener el valor patrimonial de la ciudad, y solo una mezcla de torpeza y fatalidad puede explicar, por ejemplo, que una de sus iglesias emblem¨¢ticas ¨Cla de San Francisco- se haya quemado tres veces en el curso de los ¨²ltimos a?os. Hay un cierto acontecer infausto en Valpara¨ªso, hasta el punto de que ¡°no hay otra ciudad de Chile que tenga un historial de tantas y tan variadas desgracias¡±, seg¨²n certifica el historiador de Valpara¨ªso, Leopoldo S¨¢ez. Una de las muchas composiciones que cantan a Valpara¨ªso pertenece a Osvaldo ¡°Gitano¡± Rodr¨ªguez, y su primera l¨ªnea, que los habitantes de la ciudad cantamos con total irresponsabilidad, es esta: ¡°Yo no he sabido nunca de su historia, un d¨ªa nace all¨ª sencillamente¡¡±. En mi caso, Ciudadano Ilustre de Valpara¨ªso, no pude ser Hijo Ilustre de ¨¦l, porque, viviendo mi familia en esta regi¨®n, mi madre crey¨® que el alumbramiento tendr¨ªa mejores garant¨ªas de seguridad en una cl¨ªnica de Santiago, la capital del pa¨ªs y distante apenas unos 165 kil¨®metros hacia el oriente. Fue as¨ª como me perd¨ª de nacer en Valpara¨ªso, si bien en la ciudad contigua, Vi?a del Mar, he vivido toda mi vida. La verdad es que me gusta decir que vivo en Valpara¨ªso y que habito en Vi?a del Mar, y cualquiera puede darse cuenta de la diferencia. Con todo, estas ciudades, bien distintas entre s¨ª, tienen la virtud de compartir a sus habitantes. Quien vive en una de ellas lo hace tambi¨¦n de alg¨²n modo en la otra. Sus habitantes son individuos de dos ciudades y tienen algo as¨ª como una doble nacionalidad ciudadana. En mi casa, como regalo de su hermano Alejandro, tengo una pintura del Gitano Rodr¨ªguez. ?Qu¨¦ muestra esa pintura? Una casa transparente con dos habitantes y una cruz sobre la base de una rosa de los vientos, sumergida en llamas en la bah¨ªa de Valpara¨ªso. La obra fue hecha ¡°en honor de todas las tragedias de Valpara¨ªso¡±, seg¨²n dej¨® establecido de pu?o y letra el autor al pie de su pintura.
?lvaro Bisama describe a Valpara¨ªso como ¡°una ciudad en blanco y negro¡±, y yo creo que es por el luto, porque la muerte pas¨® por aqu¨ª tantas veces, como dice tambi¨¦n la canci¨®n de Rodr¨ªguez. Es la muerte y el infortunio, pero tambi¨¦n la torpeza, el abandono y una deficiente gesti¨®n cr¨®nica de la ciudad ¨Cimputable no solo a sus autoridades, sino a nosotros mismos, los porte?os- lo que impide que Valpara¨ªso pase a color, salvo en las postales que hacen de ¨¦l las agencias de turismo y que pretenden mostrarlo como la ciudad m¨¢gica que no es.
Pero no vamos a renunciar a Valpara¨ªso, aunque a estas alturas son los gobiernos y el parlamento los que de una vez por todas tendr¨ªan que tomarse en serio lo que han escamoteado durante d¨¦cadas: la posibilidad de una ley especial para la ciudad.
En Italia, los hinchas del N¨¢poles despliegan un lienzo cada vez que juega el equipo, en el que puede leerse lo siguiente: ¡°Hemos nacido para sufrir¡±. Los porte?os, y tambi¨¦n los que seguimos a su club de f¨²tbol, Santiago Wanderers de Valpara¨ªso, el m¨¢s antiguo de Chile y de Am¨¦rica, repetimos a menudo esa frase. Pero, desde luego, lo hacemos sin resignaci¨®n ni menos complacencia, porque si una cosa es un destino ¨Csufrir-, otra muy distinta es aceptarlo. De manera que si hemos nacido para sufrir, ya es hora de que nos preguntemos hasta cu¨¢ndo.
Agust¨ªn Squella es Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales y profesor de Filosof¨ªa del Derecho en la Universidad de Valpara¨ªso. Es autor, entre otros libros, de "Seg¨²n pasan los a?os", "El jinete en la lluvia" y "?Cree usted en Dios? Yo no, pero..."
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