Reino Unido: burlas al Parlamento Europeo
Visiones del Parlamento Europeo desde seis pa¨ªses: los brit¨¢nicos lo ven muy lejano
Un diputado laborista brit¨¢nico recuerda haber llevado a varios colegas sindicalistas a Bruselas para mostrarles c¨®mo funcionan las instituciones centrales de la Uni¨®n. Como buenos brit¨¢nicos, se sent¨ªan esc¨¦pticos y desconfiados, pero, cuando les explicaron los detalles de la legislaci¨®n sobre salud y seguridad, en la que los eurodiputados hacen todo lo posible para proteger a los trabajadores, su actitud pas¨® a ser de entusiasmo ante lo que los 766 miembros del Parlamento pueden conseguir.
Las normas sobre higiene y seguridad no suelen ser populares m¨¢s que entre aquellos cuyas vidas han transformado. Sin embargo, esta historia podr¨ªa repetirse en muy diversos sectores e intereses en los que los ciudadanos brit¨¢nicos se benefician de lo que "Bruselas" y "Estrasburgo" pueden proporcionarles, desde playas m¨¢s limpias y helado hecho con nata y no con grasa de cerdo (un famoso ejemplo de hace tiempo) hasta las batallas actuales sobre el precio de la itinerancia en los tel¨¦fonos m¨®viles y otros enfrentamientos con empresas multinacionales de gran habilidad fiscal, a las que los Estados vacilan en enfrentarse.
No importa. Igual que la bandera azul y amarilla de la UE que adorna los proyectos de infraestructuras regionales a cuya financiaci¨®n ha contribuido Bruselas, la reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica en Reino Unido es rara vez generosa, y refleja los vapuleos constantes que recibe la Uni¨®n en la mayor parte de la prensa brit¨¢nica. Cuando The Daily Mail aplaude con entusiasmo un informe o una decisi¨®n del Parlamento Europeo (PE) con los que est¨¢ de acuerdo, eso no le impide reanudar sus ataques en la p¨¢gina siguiente.
Siempre ha sido as¨ª. Aunque a algunos parlamentarios conservadores ardientemente antieuropeos como Dan Hannam ¡ªpara no hablar de Nigel Farage, del UKIP¡ª, les encanta afirmar que la libertad democr¨¢tica es un invento brit¨¢nico, no tienen reparos en despreciar los sinceros esfuerzos europeos durante los ¨²ltimos 50 a?os, desde que la asamblea original se convirti¨® en "Parlamento" (formado por elecci¨®n directa desde 1979, tambi¨¦n por presiones del Reino Unido), para dotarlo de unos poderes reales que le permiten contribuir a la elaboraci¨®n de pol¨ªticas y pedir responsabilidades a la burocracia de la UE, como "estrado" que representa a 375 millones de votantes.
No ha sido por falta de intentos. En 1975, cuando el laborista Harold Wilson convoc¨® el ¨²ltimo refer¨¦ndum sobre la Comunidad Europea para mantener intacto su gabinete dividido, el entonces canciller alem¨¢n, Helmut Schmidt, habl¨® ante una conferencia extraordinaria de los laboristas en Westminster, en un bello ingl¨¦s lleno de palabras de elogio ("Existe en los asuntos humanos una marea...", citando al Julio C¨¦sar de Shakespeare). Venid y ayudadnos a construir una democracia social, dijo.
Tanto la conferencia como el partido entero votaron no. Los proeuropeos (entre los que estaba Margaret Thatcher) ganaron el refer¨¦ndum con una proporci¨®n de dos a uno y al laborismo le cost¨® otro decenio m¨¢s (y una escisi¨®n de proeuropeos en la facci¨®n del PDS) dar la vuelta a su hostilidad hacia el proyecto "capitalista", con Neil Kinnock, que m¨¢s tarde fue comisario de la UE. En esta ocasi¨®n, la inspiraci¨®n fue mixta: miedo al thatcherismo de libre mercado en el pa¨ªs y admiraci¨®n por el presidente de la Comisi¨®n, el socialista franc¨¦s Jacques Delors, el ¨²nico pol¨ªtico europeo que lleg¨® a ser un nombre popular. Desde entonces, el Partido Laborista ha seguido siendo proeuropeo, y sus eurodiputados, integrados en Bruselas, suelen mostrarse m¨¢s europe¨ªstas que agn¨®sticos. Ahora bien, los ¨²nicos que siempre han sido eur¨®filos son los dem¨®cratas liberales y los verdes.
En el momento de la conversi¨®n del laborismo, a finales de los a?os ochenta, los conservadores hab¨ªan oscilado en la otra direcci¨®n, en gran parte gracias al tard¨ªo cambio de postura de Thatcher y pese a que firm¨® un s¨ªmbolo de integraci¨®n como el Acta ?nica Europea de 1986. El giro acab¨® cost¨¢ndole el cargo de primera ministra, y dej¨® a su partido renqueando hasta hoy. El esfuerzo para aplacar la eurofobia con la promesa de abandonar el grupo del Partido Popular Europeo (PPE) porque era "demasiado federalista" le asegur¨® a David Cameron el liderazgo del partido en 2005. En los ¨²ltimos a?os Cameron ha tratado de mantener un dif¨ªcil equilibrio: propone renegociar las condiciones del Reino Unido para permanecer en la UE, la misma postura que ten¨ªa Wilson en 1975. Pero el lastre del UKIP crece a?o tras a?o y puede acabar por destruir su carrera.
Durante la larga relaci¨®n de amor y odio del Reino Unido con Europa, consecuencia clara de haber tenido una historia diferente (Gran Breta?a y Suecia son los ¨²nicos Estados miembros que en todo el siglo XX no fueron ocupados por ning¨²n ej¨¦rcito extranjero ni sufrieron dictaduras), el PE ha sido en general un atractivo m¨¢s, un blanco f¨¢cil para las burlas de los medios sensacionalistas por su extravagancia, por las prebendas que corren entre Bruselas y Estrasburgo, los gastos, las pensiones, la insensatez de ciertas reformas, la excentricidad de algunos eurodiputados (empezando por los brit¨¢nicos).
Siempre hay all¨ª un m¨ªnimo de 10 ex miembros del Parlamento brit¨¢nico, pol¨ªticos que han perdido su esca?o en Westminster pero se resisten a abandonar el oficio y han encontrado otra plataforma. Pocos son figuras importantes o llegan a serlo: el antiguo eurodiputado Nick Clegg es una excepci¨®n. En los viejos tiempos, una veterana ministra laborista como la carism¨¢tica Barbara Castle hab¨ªa sido eurodiputada (no electa) y hab¨ªa brillado en Estrasburgo, un modelo m¨¢s habitual en otros pa¨ªses de Europa. En el Reino Unido, la mera designaci¨®n de alguien para el puesto de comisario se considera demasiadas veces una forma de aparcar a un colega inc¨®modo de Westminster, no una manera de reforzar la influencia brit¨¢nica.
No es extra?o que la participaci¨®n en las elecciones europeas sea discreta, aunque en 1979, con un 34,7%, la cifra fue ligeramente mejor que en las primeras elecciones directas de 1979, el 32,35%. En otros pa¨ªses tambi¨¦n ha ido disminuyendo, desde menos del 50% en 1999 hasta el 43% en la ¨²ltima convocatoria. La recesi¨®n en la UE y las pol¨ªticas de austeridad para combatirla no han servido m¨¢s que para impulsar una reacci¨®n nacionalista en muchos Estados, grandes y peque?os. Es posible que las consecuencias se hagan notar en el nuevo PE.
Esa situaci¨®n tambi¨¦n reflejar¨¢ una forma de influencia brit¨¢nica que constituye la base de la parad¨®jica relaci¨®n entre Gran Breta?a y Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Despu¨¦s de pedir la integraci¨®n europea entre las ruinas de dos guerras catastr¨®ficas, Londres permaneci¨® en un principio al margen y permiti¨® que Francia diera forma a las instituciones europeas y Alemania, con su poder econ¨®mico, las dominara.
Sin embargo, en asuntos que van desde los mercados globalizados y la responsabilidad democr¨¢tica hasta el tono de las decisiones de los tribunales europeos, el instinto brit¨¢nico ha prevalecido a menudo sobre la intenci¨®n de los bur¨®cratas y los aut¨®cratas. En el ¨²ltimo decenio, los brit¨¢nicos han logrado incluso exportar su modalidad corrosiva y c¨®micamente miope de euroescepticismo.
Qu¨¦ ir¨®nico ser¨ªa que el eurodiputado Nigel Farage, un intermediario del mercado de metales aficionado a la bebida procedente de la descontrolada City de Londres, acabara por ser la aportaci¨®n m¨¢s reciente y perniciosa del Reino Unido al proyecto europeo.
Traducci¨®n: Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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