La agon¨ªa de los partidos
Sin partidos s¨®lidos, el proceso democr¨¢tico, que comienza con la representaci¨®n, se vuelve disfuncional
Desde que existe la democracia se debaten sus crisis, como si estas fueran inseparables de su propia entidad. Seg¨²n el marxismo, el voto y la igualdad ante la ley junto con la desigualdad material era una f¨®rmula insostenible: el capitalismo democr¨¢tico era inviable. Europa de la primera mitad del siglo XX pareci¨® confirmar esa tesis, tanto por derecha como por izquierda. El fascismo destruy¨® la democracia para conservar el capitalismo, mientras que el comunismo elimin¨® la propiedad privada para lograr la igualdad material, pero tambi¨¦n a costa de la democracia.
A partir de los a?os sesenta, las crecientes demandas y expectativas sociales invitaron a indagar sobre la supuesta sobrecarga del sistema democr¨¢tico. No obstante sus diferencias, las discusiones de los a?os setenta acerca del capitalismo avanzado y sus diversas crisis¡ªfiscal, de legitimaci¨®n y de gobernabilidad¡ª compartieron el diagn¨®stico que la democracia ten¨ªa problemas estructurales, es decir, que estaba en juego su supervivencia.
La democracia ha sobrevivido, sin embargo, y de hecho se expandi¨® por el planeta desde entonces en lo que se interpret¨® como ¡°olas¡±. Pero si hubiera que identificar una tendencia a la crisis hoy, esa ser¨ªa la lenta agon¨ªa de los partidos pol¨ªticos, v¨ªctimas de lo que parece ser un virus omnipresente, curiosamente propagado por latitudes diversas y aun en condiciones dis¨ªmiles. Y eso es problem¨¢tico, porque sin partidos s¨®lidos, el proceso democr¨¢tico, que comienza con la representaci¨®n, se vuelve inevitablemente disfuncional.
En Europa, por ejemplo, se registran marcados descensos en la membres¨ªa de los partidos
En Europa, por ejemplo, se registran marcados descensos en la membres¨ªa de los partidos, en la participaci¨®n electoral y en el apoyo a los partidos tradicionales. El voto migra menos hacia la izquierda o hacia la derecha que en direcci¨®n de los partidos no-tradicionales, generando una creciente fragmentaci¨®n. Buena parte de esto es resultado de la recesi¨®n, el desempleo y la desigualdad en aumento, que adem¨¢s favorecen la polarizaci¨®n program¨¢tica. Esto es m¨¢s evidente inclusive en perspectiva generacional: los j¨®venes est¨¢n m¨¢s desempleados, perciben menos ingreso en promedio y votan menos que sus mayores.
Este visible desencanto ha fortalecido la protesta social ¡ªlos indignados¡ªpero tambi¨¦n los partidos xen¨®fobos¡ªdesde el Frente Nacional franc¨¦s hasta los (mal llamados) Dem¨®cratas de Suecia¡ª y otros partidos relativamente antisistema como el Partido Pirata. En rigor, estas organizaciones, virtualmente con agendas de ¨ªtem ¨²nico, no son partidos en el sentido estricto del t¨¦rmino. Son m¨¢s bien movimientos sociales y no necesariamente proclives a la tolerancia y el compromiso.
En Am¨¦rica Latina, la ola autoritaria actual no puede comprenderse sin tener en cuenta la erosi¨®n de los partidos pol¨ªticos. El chavismo ocup¨® el vac¨ªo dejado por el colapso del Punto Fijo y el sistema de partidos, tanto como el kirchnerismo sac¨® ventaja del ¡°que se vayan todos¡± de 2001, aquel humor social, no del todo extinguido hoy, que debilit¨® y fragment¨® a los dos partidos mayoritarios. El corre¨ªsmo es consecuencia directa de recursos fiscales extraordinarios y de la fragilidad hist¨®rica, tambi¨¦n extraordinaria, de los partidos; en Per¨² los partidos que no duran m¨¢s de un periodo presidencial ya son leyenda; y all¨ª donde los partidos aparentemente gozan de buena salud, en Chile, en realidad ni siquiera han sido capaces de acercarse a una soluci¨®n para el alt¨ªsimo abstencionismo de los j¨®venes, la clientela natural de la propia coalici¨®n en el poder.
En Am¨¦rica Latina, la ola autoritaria actual no puede comprenderse sin tener en cuenta la erosi¨®n de los partidos pol¨ªticos
En Estados Unidos el abstencionismo tiene una historia m¨¢s larga, pero la incapacidad de los partidos de sintetizar preferencias contrapuestas y acordar pol¨ªticas para arribar a un relativo ¨®ptimo social¡ªla democracia¡ªes m¨¢s reciente. Los partidos se han convertido en una especie de conglomerados de movimientos sociales homog¨¦neos¡ªcomo el Partido del T¨¦¡ªque a su vez est¨¢n disgregados por distritos. En el contexto de las reglas electorales existentes, esta din¨¢mica parece ir consolidando al Partido Dem¨®crata como el partido de la Presidencia y al Republicano como el de la C¨¢mara de Representantes. Un gobierno dividido a perpetuidad, sin embargo, solo puede profundizar el faccionalismo y la par¨¢lisis legislativa que han sido tan evidentes en el pasado reciente.
En el Medio Oriente y ?frica septentrional, la promesa democr¨¢tica de la primavera ¨¢rabe concluy¨® en un rotundo fracaso, tal vez con la excepci¨®n de T¨²nez. Esto es especialmente dram¨¢tico en Egipto, el pa¨ªs m¨¢s poblado de la regi¨®n. Tanto ¨¦nfasis y tanta ayuda internacional destinada a la sociedad civil y las ONGs, la desatenci¨®n de los partidos los dej¨® minusv¨¢lidos frente a la pura protesta social. A la hora de canalizar la transici¨®n por medio de la competencia electoral, la energ¨ªa acumulada en la plaza Tahrir le cay¨® en bandeja a la Hermandad Musulmana, la ¨²nica organizaci¨®n con capacidad de coordinar el voto y presentar candidatos en todo el territorio nacional, o sea, el ¨²nico partido viable. El inconveniente fue que la Hermandad accedi¨® al poder de manera democr¨¢tica, pero no para ejercerlo de igual manera. Su autoritarismo la hizo vulnerable a la respuesta de otro autoritarismo, a¨²n m¨¢s feroz y m¨¢s arbitrario: el militar.
Estos ejemplos sugieren un importante d¨¦ficit de representaci¨®n. Para algunos han aparecido alternativas: las redes como espacio de participaci¨®n, la tecnolog¨ªa como instrumento, la sociedad civil culturalmente diversa y normativamente heterog¨¦nea como espacio de construcci¨®n de identidades por excelencia. Obviamente, una sociedad civil vibrante es insumo imprescindible para todo proceso democr¨¢tico. Pero el problema reside precisamente en la agregaci¨®n de esa heterogeneidad, en sintetizar la diversidad en un producto organizativo que, uno espera, sea plural y democr¨¢tico.
Eso no lo pueden hacer los grupos religiosos, ni las redes, ni las ONGs, ni ning¨²n grupo definido en base a una identidad restringida, que por definici¨®n enfatizan el particularismo. Para eso est¨¢n los partidos, organizaciones capaces de agregar identidades, elaborar programas, seleccionar candidatos y coordinar la competencia electoral. Y adem¨¢s porque ninguna otra forma de representaci¨®n colectiva es tan capaz de aceptar soluciones de segundo orden de preferencia ¡ªla norma de toda legislaci¨®n democr¨¢tica¡ª como un partido. Habr¨¢ que sacar a los partidos de su agon¨ªa para hacer funcionar la democracia.
H¨¦ctor Schamis es profesor en Georgetown University. Twitter: @hectorschamis
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