Pippi Calzaslargas contra Marx
La valent¨ªa reformista de la pen¨ªnsula choca con el inmovilismo de otras socialdemocracias
Erase una vez un rinc¨®n de Europa con una larga tradici¨®n de guerras sangrientas. En su ¨²ltimo enfrentamiento fratricida idearon, antes que los nazis, campos de concentraci¨®n a gran escala en los que dejaban morir de hambre a combatientes y civiles del bando enemigo. Un lugar que hab¨ªa llegado tarde a la industrializaci¨®n y que empez¨® el siglo XX con altos niveles de desigualdad, una emigraci¨®n masiva hacia Am¨¦rica y una fuerte conflictividad social. Un lugar donde en los a?os treinta los socialistas entrar¨ªan en el Gobierno tentados de dar a unas bases radicalizadas la revoluci¨®n que tanto deseaban¡
?Espa?a? No, Escandinavia. Lejos de esa imagen tan extendida de un para¨ªso terrenal igualitario, la historia de la Europa n¨®rdica est¨¢ llena de episodios terribles. Pero en un momento determinado fueron capaces de revertir su debilidad econ¨®mica y social para convertirse, unas d¨¦cadas despu¨¦s, en las sociedades m¨¢s competitivas y, a la vez, m¨¢s solidarias del mundo. Hoy d¨ªa lideran el planeta en innovaci¨®n, igualdad (econ¨®mica, de oportunidades o de g¨¦nero), sostenibilidad medioambiental, ayuda al desarrollo y casi cualquier otro indicador de calidad de vida.
?C¨®mo fue posible la construcci¨®n de este modelo que podr¨ªamos definir como capitalismo solidario? Los partidos socialdem¨®cratas desempe?aron un papel decisivo, pero su ¨¦xito no se bas¨® en proponer un modelo alternativo al capitalismo o en reconectar con los ideales verdaderos de la izquierda. Por el contrario, aceptaron lo bueno que tiene el capitalismo (la idea de que el desarrollo econ¨®mico viene de abajo y no de arriba, como dir¨ªa Roosevelt, otro gran h¨¦roe de esa ¨¦poca, en 1932) y, en lugar de ahondar en las ra¨ªces ideol¨®gicas socialistas, se fueron por las ramas de la tercera v¨ªa antes de que ese concepto se hubiera inventado.
Los partidos socialdem¨®cratas aceptaron sin tapujos lo bueno que tiene el capitalismo
La suya fue una traici¨®n en toda la regla a una izquierda que ped¨ªa la muerte del sistema capitalista. Pero con todos los aficionados gritando con el pulgar hacia abajo, el gladiador rechaz¨® cortar la cabeza. Esta valent¨ªa tuvo sus efectos positivos a medio plazo. Basta comparar la exitosa tercera v¨ªa de los socialdem¨®cratas suecos en el periodo de entreguerras con las visiones estridentes de la lucha de clases por las que optaron sus correligionarios alemanes del SPD (como hace Sheri Berman en The Social Democratic Moment, 1998) o espa?oles del PSOE (como hacemos Bo Rothstein y servidor en la revista Comparative Political Studies, 2013). Mientras la obcecaci¨®n con la lucha de clases contribuy¨® a hundir a Alemania y Espa?a en el totalitarismo, la colaboracionista socialdemocracia sueca se consolidar¨ªa durante d¨¦cadas en el poder construyendo el Estado de bienestar m¨¢s generoso del mundo.
Cada pa¨ªs en la Gran Depresi¨®n ¡ªcomo hoy en la Gran Recesi¨®n¡ª viv¨ªa sometido a unos condicionantes muy particulares. Pero resulta obvio que hubo ¡ªcomo hay hoy d¨ªa¡ª posibilidad de optar por estrategias socialdem¨®cratas distintas. Unas estrategias con impactos sociales brutalmente diferentes.
A lo largo de estas d¨¦cadas, los socialdem¨®cratas suecos no siempre han elegido bien, lo que desmonta el mito de la infalibilidad de los n¨®rdicos. Por ejemplo, en un ejercicio de creciente autocomplacencia con las bondades de su modelo, el gasto p¨²blico se les fue de las manos, dispar¨¢ndose por encima del 60% del PIB a finales del siglo XX. Los impuestos llegaron a ser tan distorsionadores que la venerable Astrid Lindgren, la creadora de Pippi Calzaslargas, se rebel¨® cuando sus ingresos fueron gravados a un tipo del 102%. Pero de estos errores, los socialdem¨®cratas n¨®rdicos han salido, en general, con mucho pragmatismo y poca pureza ideol¨®gica. Entre Pippi Calzaslargas y Karl Marx han elegido a Pippi.
Una econom¨ªa de mercado sin un fuerte reparto de la riqueza es una receta para el colapso social
Su valent¨ªa reformista choca con el inmovilismo de nuestras socialdemocracias. Ellos han priorizado la calidad y la eficiencia en la prestaci¨®n de los servicios p¨²blicos por encima de los intereses de quienes los prestan. Cuando han entendido, tras un an¨¢lisis de coste-beneficio, que hab¨ªa que remodelar el mapa administrativo, han acometido fusiones de municipios, reestructuraciones organizativas y todo tipo de innovaciones en gesti¨®n p¨²blica. De forma que los pa¨ªses n¨®rdicos tambi¨¦n lideran las comparativas de modernizaci¨®n administrativa. Han introducido competencia (regulada, no salvaje, pero competencia al fin y al cabo) tanto dentro de las organizaciones p¨²blicas ¡ªcon unos empleados p¨²blicos desfuncionarizados en su gran mayor¨ªa¡ª como entre organizaciones ¡ªa veces de titularidad p¨²blica, a veces privada.
Este coraje para enfrentar intereses particulares (como el del funcionario X, la Diputaci¨®n Y o el peque?o Ayuntamiento Z, etc¨¦tera) en pos de intereses generales est¨¢ ausente en nuestra socialdemocracia. Los tres candidatos a liderar el PSOE no ofrecen de momento muchas esperanzas de cambio. Dicen lo que muchos quieren o¨ªr (¡°unidad¡±, ¡°m¨¢s socialismo¡±, derogar la reforma laboral), pero no lo que el pa¨ªs necesita para construir un Estado de bienestar sostenible: por un lado, necesitamos un modelo de flexiseguridad que libere el potencial creativo de unos emprendedores y trabajadores p¨²blicos-privados espa?oles atados por regulaciones asfixiantes y que proteja de las inclemencias de la globalizaci¨®n con una fuerte inversi¨®n p¨²blica en capital humano; por otro, urge una transformaci¨®n ¡ªno radical, pero s¨ª continua¡ª de c¨®mo funciona nuestro sector p¨²blico.
Muchos juzgar¨¢n el concepto de capitalismo solidario como un ox¨ªmoron, o como el extravagante resultado de una coyuntura hist¨®rica. Yo entiendo, por el contrario, que es la base sobre la que se sustentan las sociedades m¨¢s avanzadas (miremos la dimensi¨®n que miremos) del mundo y, por tanto, la ruta m¨¢s segura hacia un futuro sostenible.
No es dif¨ªcil ver que el capitalismo necesita el contrapeso de la solidaridad. De hecho, un n¨²mero creciente de capitalistas en EE?UU son conscientes de que una econom¨ªa de mercado sin un fuerte reparto de la riqueza es una receta para el colapso social. Y la solidaridad tambi¨¦n requiere un vibrante capitalismo: a lo largo de la historia, ning¨²n Estado de bienestar ha florecido fuera de una atm¨®sfera econ¨®mica din¨¢mica.
Dejemos pues que capitalismo y solidaridad se quieran.
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