Color de Ferguson
Parec¨ªa que el paisaje enrevesado de EE UU cambiaba de veras con la elecci¨®n de un presidente hijo de una mujer blanca de Kansas y un negro de Kenia
Hubo un ayer, que parece lejano, en que era com¨²n ver bebederos para negros en edificios p¨²blicos, escuelas y estaciones de trenes de los Estados Unidos de Norteam¨¦rica, al lado de las fuentes personalizadas para Whites Only y se reservaban los asientos en la parte trasera de los autobuses con una cadenita que rezaba Colored Only, una segregaci¨®n que llegaba a afectar a los ciudadanos o visitantes hispanoamericanos, turistas de la India o cualesquiera personas que tuvieran la piel api?onada, morenos de caf¨¦ con leche y no necesariamente el cabello rizado.
Hablo de mi propia biograf¨ªa y quiero convencerme de que medio siglo en realidad no es nada y que, adem¨¢s, no es tan lejano el tiempo en que mi padre sincronizaba con cada serm¨®n perfecto, cada pieza de oratoria r¨ªtmica, hipn¨®tica y trascendente con las que el Reverendo Martin Luther King inund¨® el coraz¨®n mismo de Washington, D.C. Al margen de sus responsabilidades como diplom¨¢tico en la Embajada de M¨¦xico, m¨¢s all¨¢ de que era amigo de Bobby Kennedy, mi padre aplaud¨ªa en esas manifestaciones masivas no porque intuyera que viv¨ªa en persona una escena de Forrest Gump y estar en el instante exacto en que la Historia con may¨²sculas toca a todos por min¨²sculos que seamos, sino porque cre¨ªa de veras en el urgente debate y resoluci¨®n de uno de los m¨¢s hondos fantasmas de la cultura norteamericana: el velo irracional de una inmensa naci¨®n esencialmente racista que parec¨ªa no digerir el primer siglo posterior a la Guerra Civil con la que se mataron entre todos por obra y gracia de la esclavitud de miles de negros, generaciones enteras de esclavos africanos y el engranaje industrial de una econom¨ªa dividida donde los privilegios y los oprobios, los constantes abusos y las ganancias desorbitantes trazaban un mapa particular por encima de la geograf¨ªa de las enciclopedias.
El galimat¨ªas social llegaba a permear el paisaje de mi infancia donde era com¨²n que los c¨®micos negros siguieran bailando tap en las pel¨ªculas, eran negros los lustradores de calzados en los pasillos de los hoteles donde se acostumbraba dejar los zapatos a los pies de las puertas (que en nuestra cultura era como esperar la llegada del rey mago Baltazar), los conductores en los trenes y los pocos atletas que poco a poco se abr¨ªan camino de leyendas en las estampas coleccionables del b¨¦isbol o futbol americano e inevitablemente, todo mundo sonre¨ªa con la gracia que transpiraban los camareros de filipina inmaculadamente blanca, en todos los restaurantes de costumbre, sabiendo que en toda cocina hab¨ªa alguna Aunt Jamima, gorda y de pa?oleta al cr¨¢neo como personaje de Lo que el viento se llev¨®.
Un mosaico universal de un pa¨ªs tan potencia que, en realidad, lleva en el alma una constante esquizofrenia
Con el paso de los lustros parece que por zonas se ha resuelto el mapa enrevesado de las diferencias raciales, pero sigue siendo un enredo de formas y de maneras de ser, de formas de estar y de estructuras de convivencia el mosaico universal de ese pa¨ªs tan potencia que, en realidad, lleva en el alma una constante esquizofrenia: parlamentos dem¨®cratas en debates interminables para definir una nueva pol¨ªtica migratoria, siendo todos los interlocutores descendientes de migrantes; programas de estabilizaci¨®n de la econom¨ªa en busca de una mejor distribuci¨®n del ingreso, siendo las grandes fortunas monopolizadas ya no por apellidos c¨¦lebres, sino por corporaciones enteras que no ceden un ¨¢pice en sus ganancias; proyectos plurales de educaci¨®n masiva, siendo las mejores universidades consorcios excluyentes por el costo de sus servicios o plantaciones enteras de cultivos ¨®ptimos de vegetales y frutas siendo la dieta b¨¢sica y generalizada el imperio de la comida chatarra y r¨¢pida.
Parec¨ªa que el paisaje enrevesado de la uni¨®n americana cambiaba de veras con la elecci¨®n de un presidente hijo de una mujer blanca de Kansas y un negro de Kenia. Parec¨ªa cumplirse el sue?o de Abraham Lincoln y los sermones de Martin Luther King. La culpa de generaciones enteras y la confusi¨®n en el trato ha llegado incluso a la incre¨ªble edici¨®n de las obras de Mark Twain, donde un sesudo corrector propuso eliminar las cientos de veces que aparece la palabra nigger en sus p¨¢ginas por haber ya cambiado el c¨®digo ¨¦tico o la expresi¨®n com¨²n con la que se denigra o ensalza a los esclavos, liberados o no. Incluso, decir ahora la palabra negro contrasta con el t¨¢cito acuerdo de que todo ser humano cuyo color de piel remita a la negritud en cualquier ¨¢nimo tenga que ser referido como Afroamericano, aunque su biograf¨ªa sea quiz¨¢ veracruzana o antillana y s¨ª, efectivamente, vivimos ya el mundo de equipos de f¨²tbol americano con mariscales de campo negros, la liga profesional de b¨¦isbol con mayor¨ªa de jugadores latinos y coloreados a contrapelo de las viejas fotograf¨ªas en blanco y negro donde s¨®lo jugaban los blancos a la pelota caliente y s¨ª, parec¨ªa que la m¨²sica del ritmo que llevan en sus caderas las negras que cantan con tan s¨®lo hablar ha logrado abatir la irracional segregaci¨®n de la que fueron objeto por siglos y abrir as¨ª una ventana hacia una sociedad verdaderamente plural donde so?amos todos un futuro donde no sea ex¨®tico agregarle aguacate a los platillos y no sea peligroso caminar por una acera mal iluminada en compa?¨ªa de una sombra que ha dejado de ser intimidante.
Sin embargo, hace unos d¨ªas volvi¨® a pasar el fantasma. Hace a?os el video de la brutal golpiza que propinara una banda de polic¨ªas blancos a un hombre negro, cuya biograf¨ªa parec¨ªa condenada al anonimato y que hoy, todos sabemos que se llam¨® Rodney King o hace unos d¨ªas, el hecho de que un polic¨ªa blanco acribillara con seis balazos (dos directos al cr¨¢neo) a un hombre llamado Brown, como el color de su piel, ha vuelto a recordarnos a todos la cuente pendiente.
Como bien ha se?alado en las p¨¢ginas de este diario Marc Bassets, el conflicto va m¨¢s all¨¢ de lo local. Ferguson es una ciudad del condado de San Luis en el estado de Missouri, diecis¨¦is kil¨®metros cuadrados, fundados en 1855 por un tal William B. Ferguson que vendi¨® los 10 acres para que sirvieran de estaci¨®n de ferrocarril con la condici¨®n de que preservaran su apellido en esta ciudad donde m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n es negra, con 50 polic¨ªas blancos y s¨®lo tres negros en uniforme, en el coraz¨®n del middleWest del inmenso pa¨ªs donde casi la mitad de la poblaci¨®n en las c¨¢rceles es negra y en donde la capital, ciudad blanca llamada Washington en honor del primer presidente de la Uni¨®n, consta que tres de cada cuatro j¨®venes de color negro han de pasar alg¨²n tiempo detenidos en c¨¢rceles a lo largo de sus inciertas biograf¨ªas en este mosaico de castas y subcastas con todos los idiomas del mundo convertidos en acentos de un ingl¨¦s que se habla como rap o se verbaliza como si acabara de descender de un barco de Inglaterra, all¨ª que es un aqu¨ª que nos inunda a todos con la cultura masiva, la tecnolog¨ªa instant¨¢nea, la literatura vibrante de sus anchos paisajes inabarcables. Aqu¨ª donde sigue siendo una cuenta pendiente convivir con cualesquier otro simplemente a partir de su apariencia.
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