La vida fracasa bajo el califato del terror
La inicial acogida de los sun¨ªes de Mosul, descontentos con el Gobierno de Bagdad, al Estado Isl¨¢mico ha dado paso a una pesadilla cotidiana sin luz ni electricidad
¡°Apenas tenemos una hora de electricidad cada tres d¨ªas, los alimentos se han puesto por las nubes y faltan medicamentos¡±, relata a EL PA?S Salma (nombre ficticio), una profesora universitaria que vive en Mosul bajo el Califato proclamado por el Estado Isl¨¢mico. Mientras el resto del mundo se fija en que los extremistas han impuesto el velo integral a las mujeres o crueles castigos f¨ªsicos, para el mill¨®n y medio de maslawis ¡ªlos habitantes de Mosul¡ª que no ha abandonado la ciudad lo m¨¢s inmediato es la supervivencia cotidiana.
¡°Hay una crisis asfixiante. Los precios han subido mucho y quienes no cobran un salario lo est¨¢n pasando muy mal; incluso hay quien teme morir de hambre¡±, se?ala por tel¨¦fono esta mujer de cuarenta y pocos a?os cuya identidad me he comprometido a preservar.
Cuenta que aunque hay tiendas cerradas, el mayor problema es la carest¨ªa de los alimentos. Ella y su marido, ambos empleados p¨²blicos, a¨²n pueden pagarlos porque el Gobierno ha seguido transfiri¨¦ndoles sus salarios. Otros no son tan afortunados. Pero ni siquiera con dinero es posible adquirir la insulina que necesita uno de sus hijos, diab¨¦tico.
Salma y su familia viven en los edificios para profesores situados cerca del campus universitario, al este del r¨ªo Tigris, en lo que en Mosul llaman la margen izquierda. Es una zona ¡°de clase media¡±, donde los milicianos no llegaron hasta el d¨ªa 10 de junio, tres d¨ªas despu¨¦s de que hubieran entrado ¡°sin combate¡± en la otra orilla de la ciudad. Sin combate, porque la campa?a de terror que desataron previamente en Siria, donde la ONU les acusa de ejecutar regularmente a civiles en p¨²blico ¡°para aterrorizar a la poblaci¨®n¡± y asegurarse su sometimiento, hizo poner pies en polvorosa a quienes pod¨ªan haberles hecho frente.
¡°Inicialmente, la gente acogi¨® bien al Estado Isl¨¢mico porque proteg¨ªa las oficinas estatales, los bancos y otros establecimientos p¨²blicos. Adem¨¢s, quitaron los bloques de hormig¨®n que nos hac¨ªan sentir como si vivi¨¦ramos en una c¨¢rcel¡±, admite Salma usando el t¨¦rmino ¨¢rabe dawla (Estado) para referirse a ese grupo, en lugar del acr¨®nimo Daish que sus miembros consideran derogatorio.
Mosul, como Bagdad, se hab¨ªa llenado en los ¨²ltimos a?os de grandes muros de hormig¨®n para proteger de atentados los edificios del Gobierno, algo que estrecha calles, provoca atascos de tr¨¢fico y afea un paisaje urbano ya de por s¨ª muy deteriorado. A pesar de que recibieron bien su retirada, Salma precisa que entre sus amistades y compa?eros las banderas negras que son la imagen de marca del grupo dieron mal fario.
¡°Temimos que iban a imponer normas draconianas contra la gente¡±, asegura.
Apenas dos d¨ªas m¨¢s tarde, el jueves 12, los altavoces de las mezquitas difundieron la nueva Carta de la Ciudad, de acuerdo con su interpretaci¨®n de la ley isl¨¢mica (shar¨ªa). En ella se proh¨ªben las armas y las banderas que no sean las del EI, y el consumo de drogas, alcohol y tabaco; se establecen castigos f¨ªsicos como la amputaci¨®n de manos a los ladrones o la lapidaci¨®n de los ad¨²lteros, y se estipula que las ¡°mujeres deben vestirse con decoro¡±, un eufemismo para el velo integral que cubre la cara (niqab), y no salir a la calle sin la compa?¨ªa de un var¨®n.
Esas normas recuerdan al puritano modelo social que los talibanes impusieron en Afganist¨¢n. Incluso como aquellos fan¨¢ticos, el EI se ha dedicado a destruir santuarios y estatuas. Tambi¨¦n ha instaurado patrullas morales, conocidas como Hisba Diwan, para asegurarse de que no se violan sus normas. A pesar de esos controles, la seguridad no est¨¢ garantizada.
¡°Nuestra situaci¨®n ha empeorado, no s¨®lo a nivel econ¨®mico sino tambi¨¦n a nivel social. Las mujeres no podemos salir solas a la calle y la gente tiene miedo al secuestro, la extorsi¨®n¡¡±, apunta Salma sin entrar en detalles. En su opini¨®n, no se trata s¨®lo de acciones de los miembros del EI. ¡°Hay ajustes de cuentas en su nombre, venganzas tribales, mafias¡ Cuando el EI quiere matar a alguien, lo hace en p¨²blico, no a escondidas¡±, manifiesta.
Adem¨¢s, la gesti¨®n la ciudad por los yihadistas, de acuerdo con sus aspiraciones de ser un Estado y tal como hicieron antes en Raqqa (Siria), ha defraudado. El agua corriente s¨®lo llega al barrio de Salma dos veces al d¨ªa. El acceso a Internet se ha vuelto tan malo que es pr¨¢cticamente inexistente. Aunque sin electricidad, ni esa v¨ªa ni la televisi¨®n resultan ¨²tiles para informarse.
De momento, la experiencia de vivir bajo el Califato del terror ha coincidido con las vacaciones escolares. Pero Salma intuye que en septiembre no podr¨¢ volver a su trabajo.
¡°No creo que vayan a abrir las escuelas y las universidades. El Estado Isl¨¢mico ha impuesto unas normas muy estrictas, entre ellas la separaci¨®n de los chicos y las chicas, y el cambio del curr¨ªculo acad¨¦mico. Tambi¨¦n ha suprimido la Facultad de Bellas Artes y todas las actividades art¨ªsticas¡±, declara dejando escapar un suspiro.
Adem¨¢s, ha prohibido que las mujeres trabajen fuera de casa, salvo ginec¨®logas y enfermeras. Un periodista de Mosul inform¨® recientemente del asesinato de una obstetra, Ghada Shafiq, por haberse negado a trabajar con guantes y niqab.
Ese radicalismo es el que poco a poco est¨¢ minando la tibieza inicial de muchos sun¨ªes que, aunque irritados con el control chi¨ª del Gobierno central, tampoco se identifican con la ideolog¨ªa totalitaria del EI. Sin embargo, su abundante financiaci¨®n hace que grupos insurgentes dentro de esa comunicad se al¨ªen con ¨¦l, optando por una peligrosa v¨ªa hacia el poder. A ellos es a quienes tiene que ganarse el nuevo Ejecutivo que se est¨¢ formando en Bagdad.
Pero en una sociedad en la que la pol¨ªtica est¨¢ imbuida de religi¨®n, tan o m¨¢s importante puede ser el cambio de opini¨®n de los ulemas. ¡°Los cl¨¦rigos est¨¢n en contra de las actuaciones ileg¨ªtimas del Estado Isl¨¢mico¡±, concluye Salma.
Someterse o huir
"Al principio cre¨ªmos que el Ej¨¦rcito nos iba a proteger, pero luego ocurri¨® la cat¨¢strofe: los soldados salieron huyendo", recuerda Salma confirmando los relatos de quienes escaparon de Mosul tras la llegada del Estado Isl¨¢mico (EI) el pasado junio.
Se estima que una cuarta parte de sus dos millones de habitantes opt¨® por marcharse. Tal fue el caso de cristianos y otras minor¨ªas, a quienes los yihadistas dan la opci¨®n de convertirse, pagar un impuesto especial o morir, algo que la ONU equipara a practicar una limpieza ¨¦tnica y confesional. Pero tambi¨¦n ¨¢rabes chi¨ªes, e incluso sun¨ªes que hab¨ªan trabajado para el Gobierno central o que temieron m¨¢s el riesgo de verse atrapados en una guerra que la incertidumbre de convertirse en refugiados en su propio pa¨ªs.
Resulta arriesgado concluir que el mill¨®n y medio de maslawis, como se conoce a los ciudadanos de Mosul, son simpatizantes del EI. Quienes durante los ¨²ltimos a?os se han sentido marginados por un Gobierno central que percib¨ªan como chi¨ª, tal vez quisieron da una oportunidad al EI o pensaron que los yihadistas no iban a ser peores que las milicias chi¨ªes que ha permitido Nuri al Maliki, el primer ministro saliente.
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