El verdugo est¨¢ en casa
Las recientes masacres de Tlatlaya e Iguala han sido perpetradas por autoridades
![Un policía federal en Iguala, Guerrero (México).](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/QHMTCVYR2BT3CBEK5ZFK7Z22YY.jpg?auth=4a734a9c06c7b996be63a3d9ba2ad9985ee4b8124c77a40ec302df3bfdb7d1d7&width=414)
Espanta el nivel de deshumanizaci¨®n que requieren ocho soldados para asesinar a sangre fr¨ªa a una veintena de j¨®venes en Tlatlaya, y para que polic¨ªas municipales capturen, maten y calcinen a 43 estudiantes en Iguala (hasta ahora se han encontrado 28 cad¨¢veres en espera de ser identificados, pero ya hay una confesi¨®n de por medio).
El horror dantesco que provocan estas recientes masacres en el Estado de M¨¦xico y en Guerrero tienen en com¨²n que han sido perpetradas por autoridades. En ninguno de los dos casos estamos hablando de una represi¨®n sangrienta provocada al calor de una manifestaci¨®n que se sale de control. No son polic¨ªas agredidos que a una bomba molotov o una roca responden con una bala. Se trata de ejecuciones sumarias contra v¨ªctimas desarmadas y sometidas.
?Por qu¨¦ un ser humano se vuelve en contra de su vecino y es capaz de tal atrocidad?
Los resortes de crueldad y bestialidad que entra?an matanzas de esta naturaleza hacen pensar, toda proporci¨®n guardada, en el salvajismo de las ejecuciones serbias en Kosovo, de tutsis y hutus en Ruanda o en las c¨¢maras de gases nazis en los campos de concentraci¨®n. No en la escala obviamente; los casos citados involucran a miles de v¨ªctimas y constituyen genocidios en toda la l¨ªnea. Pero s¨ª en las pulsiones emocionales y psicol¨®gicas por las que pasa un verdugo para prestarse a una ejecuci¨®n multitudinaria.
Peor a¨²n, en Ruanda, en la Alemania nazi o en la guerra en los Balcanes hab¨ªa un componente de odio ¨¦tnico que de alguna manera llevaba al ejecutor genocida a justificar su salvajismo: se trata de un acto de identidad con los suyos y en contra de los otros, de aquellos que pertenecen a una raza distinta, despreciable y amenazante.
La deshumanizaci¨®n es el residuo t¨®xico de la guerra sucia conducida por el Estado
En las matanzas de Tlatlaya e Iguala de las ¨²ltimas semanas, en cambio, no tenemos la posibilidad de echar mano de pretextos ¨¦tnicos para intentar explicar lo inexplicable: ?por qu¨¦ un ser humano se vuelve en contra de su vecino y es capaz de tal atrocidad? Los polic¨ªas de Iguala asesinaron a muchachos de la regi¨®n que pod¨ªan ser sus hijos o los de sus amigos. Los soldados que fusilaron a pobladores de Tlatlaya pertenecen, igual que sus v¨ªctimas, a la carne de ca?¨®n de la guerra en contra del narco. Los fusilados eran moradores locales atrapados en los negocios de los c¨¢rteles de la droga, dedicados al trasiego de poca monta y a desempe?arse como mano de obra en los laboratorios clandestinos.
La deshumanizaci¨®n que hay detr¨¢s de estos actos es, a mi juicio, el residuo t¨®xico de la guerra sucia y clandestina conducida por el Estado mexicano en los ¨²ltimos ocho a?os. En el camino termin¨® pervirtiendo a sus propias fuerzas de seguridad. El gobierno de Felipe Calder¨®n (2006-2012) y ahora el de Pe?a Nieto decidieron emprender una batalla implacable en contra del crimen organizado, al margen de la legalidad. Cien mil muertos sin que existan los procesos judiciales correspondientes dan cuenta de un enfoque m¨¢s cercano al exterminio que a la aplicaci¨®n del derecho y la justicia.
Nuestras fuerzas de seguridad han conducido una lucha salvaje en contra de la poblaci¨®n civil
Una y otra vez el gobierno anterior permiti¨® todo tipo de excesos y violaciones a Genaro Garc¨ªa Luna, su zar antidrogas. El fin justificaba cualquier medio: los narcos no ten¨ªan estatuto de combatientes de un ej¨¦rcito rival ni eran delincuentes civiles; simplemente constitu¨ªan una escoria que deb¨ªa ser eliminada. Los cuerpos policiacos y castrenses asumieron que en esta guerra no hab¨ªa l¨ªmite y todo les estaba permitido. A raz¨®n de 50 ejecuciones por d¨ªa, jornada tras jornada, los integrantes de la ley pronto entendieron que nunca habr¨ªa un fiscal detr¨¢s de ellos para examinar o castigar sus excesos.
La crueldad y la violencia de la batalla hicieron el resto. Los c¨®digos de la mafia terminaron por dominar a todos los bandos: a un dedo roto se responde con la mutilaci¨®n de un brazo; una ejecuci¨®n desencadena media docena de degollados; la muerte de un cuadro apreciado se castiga con el asesinato de la familia del rival.
La polic¨ªa de Iguala obedeci¨® ¨®rdenes de autoridades que est¨¢n en la n¨®mina de los narcos
Nuestras fuerzas de seguridad han conducido durante demasiado tiempo una lucha salvaje y sin c¨®digos en contra de la poblaci¨®n civil. No es posible tener una polic¨ªa pulcra de d¨ªa y una polic¨ªa salvaje de noche; el Sr. Hyde termina por devorar al Dr. Jekyll. En el camino han dejado de ser hombres de la ley para convertirse en combatientes de una guerra absurda y en ocasiones sin bandos definidos. La polic¨ªa de Iguala obedeci¨® ¨®rdenes de autoridades que est¨¢n en la n¨®mina de los narcos. Y no es la corrupci¨®n la que sorprende, sino la disposici¨®n de los polic¨ªas para cometer un acto que a sus ojos dej¨® de ser abominable.
Algo tenemos que hacer diferente. Cambiar leyes sobre las drogas, sin duda. Y m¨¢s importante, someter al escrutinio de la ley a aquellos que en teor¨ªa est¨¢n all¨ª para aplicarla. De no ser as¨ª, la autoridad se convierte en un peligro para los ciudadanos.
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