Es pol¨ªtica, no religi¨®n
No caigamos en el error de construir trincheras y odios cuando necesitamos puentes
Con cada atentado terrorista de inspiraci¨®n yihadista reaparece el coro de voces que pretende responsabilizar a la religi¨®n musulmana y a sus practicantes por los asesinatos cometidos en su nombre. A la primera, la religi¨®n, se le atribuye una naturaleza intr¨ªnsecamente violenta y excluyente que la har¨ªa incompatible con cualquier forma de vida democr¨¢tica o r¨¦gimen de derechos y libertades individuales. A los segundos, los practicantes, se les se?ala por la complicidad que algunos dicen adivinar tras los silencios, su incapacidad para la cr¨ªtica a sus l¨ªderes religiosos, su resistencia a modernizar sus h¨¢bitos culturales y el continuo victimismo del que hacen gala, que con demasiada frecuencia acompa?an de demandas orientadas a restringir derechos o construir dentro de nuestras sociedades espacios donde estos no rijan.
No caigamos en el error de construir trincheras y odios cuando necesitamos puentes
Pero este razonamiento, que en ¨²ltimo extremo nos lleva a un enfrentamiento de civilizaciones entre Occidente y el islam, naufraga contra la evidencia de que por cada occidental asesinado a manos de estos terroristas yihadistas vienen muriendo miles de musulmanes. Desde la guerra civil argelina, donde en los a?os noventa murieron entre 150.000 y 200.000 personas, hasta Irak, donde las cifras de v¨ªctimas posteriores a la invasi¨®n de 2003 tambi¨¦n se encuentra en el rango de 150.000 a 200.000 personas, o como se viene poniendo de manifiesto hoy en Siria, Libia, T¨²nez, Egipto u otros escenarios, el conflicto dominante no es entre el islam y Occidente, sino dentro del mundo isl¨¢mico, v¨ªctima de fracturas entrecruzadas de car¨¢cter ¨¦tnico, geopol¨ªtico o econ¨®mico, entre sun¨ªes y chi¨ªes, kurdos y turcos, autoritarios y dem¨®cratas, laicos y religiosos, ricos y despose¨ªdos.
Ignorar la profundidad y severidad de esas fracturas, en las que se dilucida el modo y car¨¢cter de la modernizaci¨®n de estas sociedades, y obviar nuestro papel en su creaci¨®n y mantenimiento, desde los tiempos del colonialismo hasta ahora, nos lleva a abandonarnos a la otra tentaci¨®n recurrente en estas ocasiones: la de afirmar que el terrorismo es simplemente barbarie nihilista sin sentido. No, el terrorismo, este como cualquier otro, es pol¨ªtico y busca objetivos de dominaci¨®n pol¨ªtica, as¨ª que precisamente para poder contrarrestar estos objetivos eficazmente, debemos entenderlos en toda su complejidad.
Todo esto no es una llamada a renunciar a nada ni a relativizar nada. Como no puede ser de otra manera, la brutal masacre de Par¨ªs nos obliga a reafirmarnos en nuestros valores y principios y a no aceptar ni una sola renuncia en la esfera de los derechos (tampoco, que quede claro, cuando las s¨¢tiras o irreverencias se practiquen contra nuestros s¨ªmbolos o instituciones, sean la Monarqu¨ªa, la bandera, la religi¨®n cristiana, jud¨ªa o cualquier otra). Que un humorista armado de un l¨¢piz pueda ser considerado una amenaza existencial para un fan¨¢tico, incluso m¨¢s que un soldado, es la prueba de lo lejos que hemos llegado y los a?os luz que nos separan de ellos. Precisamente por ello no caigamos en el error de construir trincheras y odios cuando lo que necesitamos son puentes y pol¨ªticas eficaces.
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