La jaula de oro
Calder¨®n sab¨ªa que los presidentes corren el riesgo de terminar encerrados en una burbuja
Felipe Calder¨®n pod¨ªa ser muchas cosas pero no ten¨ªa nada de tonto (las muchas cosas incluir¨¢n la mecha corta y la obcecaci¨®n, pero eso es harina de otro costal). ?l sab¨ªa que los presidentes corren el riesgo de terminar encerrados en una burbuja irreal, rodeados de cortesanos capaces de informar al soberano que el verde es azul rey. En una entrevista en su despacho de Los Pinos le pregunt¨¦ al mandatario panista qu¨¦ hac¨ªa ¨¦l para escapar a esa burbuja. Me respondi¨® que revisaba los medios de comunicaci¨®n y algunas de las columnas personalmente, al margen de la s¨ªntesis de prensa que le hac¨ªan llegar sus colaboradores. Y acto seguido me llev¨® a la pantalla de su computadora en la que ten¨ªa abierta una decena de pesta?as con los principales portales de informaci¨®n nacionales e internacionales. La manera ¨¢gil en que se desplazaba entre una y otra revel¨® que, en efecto, era un asiduo de la consulta de informaci¨®n por su propia mano. Cre¨ª advertir, incluso, que alguna de las pesta?as estaba congelada en una caricatura desfavorable a la figura presidencial. En aquel momento pens¨¦ que era una virtud el esfuerzo que hac¨ªa Calder¨®n para saltar el cerco informativo de su propio equipo, pero despu¨¦s, cuando supimos del car¨¢cter iracundo y rencoroso, ya no estuve tan seguro. Me lo imagin¨¦ encerrado en su despacho rumiando su despecho una y otra vez a la vista reiterada de las nota negativas.
Ernesto Zedillo ten¨ªa un m¨¦todo m¨¢s pr¨¢ctico para escapar de la jaula de oro. En muchas de sus giras por el territorio nacional sol¨ªa separar una tarde para entrevistar uno a uno a distintos l¨ªderes y representantes de la sociedad civil en cada regi¨®n. Los ve¨ªa a solas y les ped¨ªa externaran de manera libre y espont¨¢nea de sus puntos de vista. Supongo que m¨¢s de alguno de los consultados ser¨ªa honesto. Por su parte, Vicente Fox dir¨ªa que ¨¦l ¡°no se ocupaba¡± de tales consultas porque nunca dej¨® de ir a su rancho y de hablar directamente con su gente. Y quiz¨¢ eso fue parte del problema; jam¨¢s dej¨® de ser ranchero y candidato, nunca comenz¨® a ser presidente.
Mucho me temo que Enrique Pe?a Nieto ni siquiera hace el esfuerzo. Vamos, ni siquiera cree que la burbuja de oro que significa el cerco informativo al que lo somete su equipo sea un problema. No hace como Zedillo giras para tomar el pulso de la sociedad civil, ni consulta directamente a la prensa nacional e internacional como Calder¨®n. Y ciertamente no tiene un roce continuo con la gente de a pie, como se ufanaba Fox. Y en buena medida porque nunca lo tuvo. Es decir, literalmente la cabeza del pa¨ªs vive en su jaula de oro.
Esto no significa que ignore la molestia que genera entre la poblaci¨®n la inseguridad policiaca, la corrupci¨®n y la fr¨¢gil situaci¨®n econ¨®mica. Entre otras cosas porque afectan a la clase pol¨ªtica y empresarial, nacional e internacional, con la que s¨ª tiene relaci¨®n. En otras palabras no hay jaula de oro que blinde de la indignaci¨®n que han generado los esc¨¢ndalos recientes, en particular los casos de Tlatlaya y Ayotzinapa. Los viajes y salidas presidenciales ahora s¨®lo pueden hacerse a escenarios controlados para evitar que los manifestantes lo importunen con mantas y gritos, sea en M¨¦xico o en el extranjero (adi¨®s el viaje a Davos, por ejemplo).
Fox, Calder¨®n o Pe?a Nieto, cada uno a su manera, han sabido de la insatisfacci¨®n que deriva de las incapacidades y errores de sus respectivos gobiernos
As¨ª que sea por una v¨ªa u otra, tarde o temprano los presidentes se enteran de que, pese a lo que se les diga, el mundo afuera de Los Pinos no es color de rosa. El problema es la explicaci¨®n que se montan para procesar las cr¨ªticas de la opini¨®n p¨²blica. Y es entonces cuando aparecen los puntos de fuga. Fox estaba convencido de que la clase pol¨ªtica y los medios de comunicaci¨®n resent¨ªan la popularidad de la que gozaba entre el hombre y la mujer de la calle. Comenz¨® y termin¨® el sexenio creyendo que sus detractores proced¨ªan de una capa intermedia de envidiosos, y que debajo de esa capa su popularidad era un¨¢nime.
Por su parte, Calder¨®n conceb¨ªa las cr¨ªticas como el precio a pagar por su cruzada en contra del crimen organizado. Se sent¨ªa un m¨¢rtir incomprendido, dispuesto a sacrificar incluso su popularidad con tal de erradicar el c¨¢ncer de la inseguridad. Cegado por esa prioridad, crey¨® que al final la historia le dar¨ªa la raz¨®n y el reconocimiento de la sociedad.
Algo similar sucede con Pe?a Nieto y sus reformas. Realmente est¨¢ convencido de que es el transformador de M¨¦xico y que dentro de varias d¨¦cadas ser¨¢ visto como el presidente parte aguas de la modernidad. Sus colaboradores cercanos le reiteran que los esc¨¢ndalos y cr¨ªticas no son m¨¢s que las reacciones del M¨¦xico viejo y atrasado que se resiste a cambiar o los pataleos de los intereses afectados por sus reformas.
Fox, Calder¨®n o Pe?a Nieto, cada uno a su manera, han sabido de la insatisfacci¨®n que deriva de las incapacidades y errores de sus respectivos gobiernos. Pero los tres, por distintas razones, han encontrado la manera de evadir su responsabilidad. S¨®lo eso explica, en el caso del actual gobierno, que se mantengan en su sitio varios secretarios de estado que han hecho m¨¢s que suficiente para justificar su retiro. No hay autocr¨ªtica all¨¢ donde la cr¨ªtica es percibida como algo injusto e ileg¨ªtimo. El reformador de M¨¦xico asume que la resistencia procede de los que se niegan a ser reformados. Mala cosa.
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