De movimiento evangelizador a poderosa milicia
Los Huthi ponen en jaque a Yemen y desatan la alarma de la comunidad internacional
Esta semana Yemen ha vuelto a ser noticia por el asalto al poder de los Huthi. En realidad, el grupo se llama Ansarullah, literalmente Partidarios de Dios, pero en la calle se les sigue conociendo con el nombre del clan que inici¨® y sigue liderando su revuelta. Bajo el prop¨®sito de mejorar las condiciones de vida de la minor¨ªa zayd¨ª (una rama del islam chi¨ª que sigue un tercio de los yemen¨ªes), sus dirigentes han transformado un movimiento evangelizador en la milicia m¨¢s poderosa del pa¨ªs. Su demostraci¨®n de fuerza en San¨¢, la capital, ha llevado a la dimisi¨®n del Gobierno y del presidente, agravando la crisis yemen¨ª.
Ansarullah se inspira en el Hezbol¨¢ liban¨¦s. Adem¨¢s de una facci¨®n armada, tambi¨¦n tiene parte de movimiento social y, como a aquel, se le achaca recibir ayuda de Ir¨¢n. Su origen arranca de un peque?o grupo religioso, Juventud Creyente, fundado por los hermanos Mohammed y Husein al Huthi a principios de los a?os noventa del siglo pasado, con el objetivo de reavivar el zaydismo entre los j¨®venes de su provincia, Saada, al norte de Yemen, en la frontera con Arabia Saud¨ª. Los chi¨ªes zayd¨ªes, cuyo l¨ªder pol¨ªtico-religioso gobern¨® Yemen hasta 1962, veneran como quinto imam a Zayd Bin Ali en lugar de a Mohamed al Baqer.
La politizaci¨®n del grupo se produjo a ra¨ªz de la invasi¨®n estadounidense de Irak en 2003. Husein al Huthi explot¨® el sentimiento antinorteamericano que desat¨® esa intervenci¨®n para lanzar una revuelta armada contra el entonces presidente Ali Abdal¨¢ Saleh, quien apoyaba a Washington. El levantamiento se convirti¨® en una guerra abierta y el Ej¨¦rcito mat¨® a Husein en 2004. Sus seguidores continuaron la lucha, apoyados a partir de entonces por clanes perjudicados por la campa?a militar. Saleh libr¨® seis guerras contra los Huthi hasta 2010.
Al objetivo inicial de Ansarullah de defender los derechos de la minor¨ªa zayd¨ª y contrarrestar la creciente predicaci¨®n de los sun¨ªes en su regi¨®n, se fueron superponiendo venganzas tribales, e intereses espurios por el control del contrabando y el tr¨¢fico de personas con Arabia Saud¨ª. Su militarizaci¨®n lo transform¨® en un conflicto intratable. Los analistas estiman que la milicia cuenta hoy con unos 100.000 hombres armados.
La primavera ¨¢rabe abri¨® el camino para que los Huthi trasladaran sus reclamaciones a la capital. Liderados por Abdel Malek, un hermano del fundador, aceptaron unirse a las protestas pac¨ªficas para que Saleh abandonara el poder. Lograda la salida del aut¨®crata, el grupo pidi¨® el boicot al refer¨¦ndum que design¨® a Abdrabbo Mansur Hadi como presidente, mientras ampliaba su influencia aprovechando el vac¨ªo de poder. Con los jefes militares ocupados en la lucha pol¨ªtica en San¨¢, vio la ocasi¨®n para combatir a la tribu de los Al Hashid, rivales zayd¨ªes que se hab¨ªan aliado con el partido Islah (la rama yemen¨ª de los Hermanos Musulmanes), y avanzar hacia el sur.
Su osada toma del a capital el pasado 21 de septiembre fue sin embargo un paseo militar que apenas encontr¨® resistencia, en parte porque se ampararon en la protesta contra la supresi¨®n de las subsidios a los carburantes y el malestar con la corrupci¨®n. La constataci¨®n de que muchos soldados hab¨ªan franqueado el paso a los milicianos en ministerios y cuarteles apuntaba no s¨®lo a su penetraci¨®n de algunas unidades militares, sino a la connivencia con el expresidente Saleh, un Al Hashid y por lo tanto zayd¨ª, muchos de cuyos leales de la Guardia Republicana cambiaron el uniforme por el atuendo de los milicianos. Forzaron entonces un cambio de Gabinete, pero rechazaron compartir las responsabilidades de gobierno, prefiriendo tutelar desde fuera su desempe?o.
Desde entonces, los rebeldes han avanzado hacia la regi¨®n de Maarib, al Este, donde se encuentran los principales dep¨®sitos petr¨®leo y gas del pa¨ªs, y donde las tribus locales se preparan para hacerles frente; tambi¨¦n hacia el Suroeste, en direcci¨®n al estrecho de Bab el Mandeb, que controla la entrada sur del mar Rojo.
Mientras, con el Estado en ruinas y nadie a las riendas, el recelo que ha provocado ese avance se multiplica. Por un lado, la comunidad internacional, con EEUU a la cabeza, teme que de alas a Al Qaeda en la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga que ya ha encontrado un pretexto para transformar el enfrentamiento en un conflicto sectario. Por otro, su vinculaci¨®n con Ir¨¢n, con el que admiten buenas relaciones aunque ambos niegan que les provea asistencia, ya ha motivado que Arabia Saud¨ª corte su vital ayuda financiera a San¨¢, agravando a¨²n m¨¢s los problemas del pa¨ªs ¨¢rabe m¨¢s pobre.
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