No hay paz para Tierra Caliente
El conflicto sigue en Michoac¨¢n, el narco se ha balcanizado y muy pocos creen en las autodefensas
Jos¨¦ Zamora M¨¦ndez es un hombre sencillo. De lunes a viernes, en horario de ma?ana y tarde, trabaja en el Pante¨®n Municipal de Apatzing¨¢n. Y tambi¨¦n, cuando hay demanda, los fines de semana. Por quincena le pagan 3.302 pesos (192 euros). Es muy poco, sobre todo si se tiene en cuenta que maneja el instrumento m¨¢s preciso para medir la muerte en Tierra Caliente: la pala del enterrador. Con ella en la mano, sentencia que pocas cosas han cambiado en esta azotada regi¨®n del sur del M¨¦xico. A los pobres se les sigue enterrando en mont¨ªculos de tierra bajo una cruz de madera, y a los ¡°demasiado ricos¡±, como dice Zamora, en rosados panteones de inspiraci¨®n d¨®rica, equipados con aljibes, placa solar, aire acondicionado y hasta asadores para celebrar al fallecido. Un universo abigarrado que el sepulturero contempla sin ning¨²n entusiasmo. ¡°A m¨ª que me entierren en tierra, uno se consume r¨¢pidamente y se puede marchar mucho antes de aqu¨ª¡±.
Tierra Caliente sigue siendo un mal lugar para vivir y mucho peor para morir. Han pasado casi dos a?os desde que las autodefensas se levantaron contra la depredaci¨®n del cartel de Los Caballeros Templarios, y un a?o desde que el presidente de la Rep¨²blica de M¨¦xico, Enrique Pe?a Nieto, enviase a un comisionado plenipotenciario para apaciguar esa volc¨¢nica zona. En ese tiempo, aunque la pesadilla de la narcosecta de Los Templarios se ha atemperado, nadie en Apatzing¨¢n, La Ruana o Tepalcatepec cree que la paz haya vuelto. Los tiroteos se suceden, la tasa de homicidios se mantiene entre las m¨¢s altas de planeta y, por las noches, las calles andan vac¨ªas bajo la luz blanca de los faroles. El lobo sigue ah¨ª, todos lo saben. Y hay quien le espera armado. Mart¨ªn G¨®mez, concejal del PAN (derecha) en Apatzing¨¢n, es uno de ellos. Fue secuestrado y su casa saqueada. Sabe que a¨²n le quieren matar. Pero ¨¦l jura que no se mover¨¢ de ah¨ª ¡°por verg¨¹enza¡±. Cree en Dios y en su AK-47. De noche, por si vienen a por ¨¦l, duerme sobre cargadores. Ahora, en una posada de su ciudad, la capital de Tierra Caliente y feudo templario, ha pedido un caf¨¦ largo y solo. Para este concejal, autodefensa de coraz¨®n, el combate est¨¢ lejos de acabar: ¡°El comisionado presidencial se apoy¨® en los sectores m¨¢s podridos, arruin¨® a las autodefensas, negoci¨® con nuevos grupos criminales como Los Viagras para terminar con los templarios, y ahora estos han ocupado su lugar¡±.
En Michoac¨¢n, la huella del comisionado Alfredo Castillo Cervantes es profunda. Su llegada abri¨® un nuevo ciclo. Investido de poderes extraordinarios (s¨®lo comparables a los de la comisi¨®n encargada de frenar el movimiento zapatista en los noventa), tuvo un arranque fulgurante. Apoyado en un ej¨¦rcito de casi 10.000 agentes federales y soldados, rompi¨® el espinazo a los templarios. En pocos meses, cayeron sus dos l¨ªderes: el enloquecido Nazario Moreno Gonz¨¢lez, alias El Chayo, y Enrique Plancarte Sol¨ªs, El Se?or de los Caballos. El brazo del adelantado alcanz¨® a pol¨ªticos corruptos como el hasta entonces intocable Jes¨²s Reyna, el hombre que desde su puesto de secretario de Gobernaci¨®n (Interior), y gobernador interino durante 2013, hab¨ªa dirigido la lucha contra el narco y que se descubri¨® que estaba sometido a Los Templarios. Las armas federales tambi¨¦n apuntaron contra la principal arteria del c¨¢rtel: su financiaci¨®n. El yugo de la extorsi¨®n, que ten¨ªa bajo su bota desde la venta ambulante hasta el poder municipal, se afloj¨®.
La estrategia se complet¨® con la liquidaci¨®n de las inestables autodefensas, las partidas armadas de origen popular que se hab¨ªan alzado contra los narcos ante el colapso del Estado. El camino elegido fue su absorci¨®n en las Fuerzas Rurales, un cuerpo que en el siglo XIX pacific¨® el pa¨ªs. Con este recurso de anticuario se les dio armas, uniforme y la promesa de un sueldo. M¨¢s de 3.000 sublevados pasaron casi de la noche a la ma?ana a convertirse en agentes de la autoridad. En el camino, su principal l¨ªder, el irredento doctor Jos¨¦ Manuel Mireles, fue encarcelado por negarse a acatar el nuevo orden.
Por un momento, Tierra Caliente, escenario de todas las convulsiones de la historia de M¨¦xico, parec¨ªa haberse calmado. Pero pronto la pala del sepulturero volvi¨® a trabajar. La Fuerza Rural se mostr¨® demasiado endeble. La infiltraci¨®n del narco a trav¨¦s de los perdonados (antiguos sicarios supuestamente arrepentidos), el apoyo de algunos comandantes a organizaciones criminales, y las laber¨ªnticas rivalidades entre sus cabecillas hicieron saltar por los aires cualquier atisbo de paz. A mediados de diciembre, un enfrentamiento entre dos facciones acab¨® con 11 muertos en La Ruana. Tres semanas despu¨¦s, nueve civiles vinculados a Los Viagra, cayeron a balazos tras un confuso desalojo policial del Ayuntamiento de Apatzing¨¢n. Tensiones largamente ocultas emergieron sin pudor. M¨¦xico contempl¨® espantado c¨®mo el experimento de las fuerzas rurales se abocaba al caos. El comisionado Castillo tuvo que disolver estas fuerzas en amplias zonas de Tierra Caliente. Y poco despu¨¦s, convertido en un personaje inc¨®modo por la inminencia de las elecciones, fue depuesto por el presidente Pe?a Nieto. Su tiempo hab¨ªa terminado.
-¡°Viene una guerra entre los narcos¡±.
El padre Jos¨¦ Luis Segura, de 59 a?os, est¨¢ sentado en un patio de su parroquia, en La Ruana. Es el edificio m¨¢s alto del municipio. Su campanario de siete pisos descolla en un pueblo de casas bajas y calles multicolores. La torre luce dos relojes con las agujas ancladas en las doce en punto. As¨ª llevan desde hace 10 a?os. Bajo este tiempo parado, el cura ha enterrado a muchos ca¨ªdos en esta inacabable guerra. ?l mismo vive amenazado, le han llegado a sacar del coche para apalearle, pero eso no le hace perder la calma. ¡°Los narcos se est¨¢n reacomodando, hay grupos enfrentados a muerte y las autoridades tienen que intervenir r¨¢pidamente. Aqu¨ª a¨²n reina la impunidad¡±, advierte.
Las palabras del cura apuntan al problema fundamental de Michoac¨¢n. La ca¨ªda de El Chayo propici¨® el ascenso de Servando G¨®mez Mart¨ªnez, al¨ªas La Tuta, a la c¨²pula de Los Templarios. Este amante de la nigromancia, posiblemente el hombre m¨¢s buscado del pa¨ªs, se ha burlado a lo largo de estos meses del cerco y no ha dejado de filtrar v¨ªdeos comprometedores. Alcaldes, hijos de mandatarios y exgobernadores han ido sucumbiendo ante las grabaciones que les mostraban en actitud servil frente a La Tuta. Oculto en estas volc¨¢nicas y bell¨ªsimas tierras, el narcotraficante ha convulsionado a su antojo la vida pol¨ªtica michoacana. Pero su poder real, la inmensa maquinaria de depredaci¨®n que lleg¨® a poseer en Tierra Caliente, se quebr¨® en el choque con los ej¨¦rcitos federales. Y por las fisuras de su imperio han entrado las nuevas hordas criminales. Peque?as bandas de sicarios, como Los Viagra, han pasado de vender su artiller¨ªa al mejor postor a erigirse ellos mismo en un poder aut¨®nomo. De la fragmentaci¨®n han surgido una mir¨ªada de grupos ultraviolentos que ahora luchan entre s¨ª para hacerse con el control territorial y ocupar el trono de sus antecesores. Es la balcanizaci¨®n del terror.
¡°En cualquier momento esto se viene abajo, estamos en una calma tensa¡±, vaticina Luis Medina, de 47 a?os. Lleva sombrero de paja, vaqueros y una enorme hebilla con el relieve de una quijada de b¨²falo. Posee una moderna empacadora de limones en San Juan de los Pl¨¢tanos, entre Apatzing¨¢n y La Ruana, justo donde se situaba hace dos a?os la abismal frontera entre los templarios y las autodefensas. En esa l¨ªnea, a las puertas de su empresa, hubo un tiempo en que el amanecer descubr¨ªa los cuerpos decapitados por el narco. ¡°Aqu¨ª los empresarios nos la jugamos, y el que no se acostumbra, se marcha¡±. Medina se ha sentado en su despacho de paredes verde ¨¢cido y puertas blindadas. Parece sincero cuando habla. Aunque admite que la extorsi¨®n ha disminuido, insiste en que los robos han subido y, sobre todo, en que la econom¨ªa no levanta cabeza. Las promesas de inversi¨®n del Gobierno federal no se han materializado y la violencia ahuyenta el capital privado. Con un PIB per c¨¢pita de 5.150 d¨®lares, la mitad que la media mexicana y casi seis veces menos que la espa?ola, Michoac¨¢n sigue siendo un enfermo cr¨®nico. Cualquier nuevo virus lo puede hundir. Otra vez. Y la fuerza rural no parece el ant¨ªdoto adecuado.
A la entrada de Tepalcatepec (15.000 habitantes), bajo un polvoriento toldo azul de Cervezas Corona, Isauro Birrueta Rodr¨ªguez est¨¢ preparando un caldo de res sobre unas brasas. Acaba de echar ma¨ªz y pimientos a la caldera, y la mira con hambre. A la altura del cintur¨®n le asoman la barriga y la Beretta 9 mil¨ªmetros. Fue ganadero, autodefensa y ahora pertenece a la fuerza rural. Con sus compa?eros de puesto, vigila desde un desvencijado sill¨®n de coche, uno de los pocos municipios donde esta nueva polic¨ªa parece funcionar. En el ¨²ltimo a?o no han tenido ning¨²n enfrentamiento grave. Y a diferencia de otros lugares, se han blindado (al menos, aparentemente) del narco. Pero ninguno est¨¢ demasiado contento. No tienen dinero para gasolina, ni para gastos de munici¨®n, ni siquiera para una muda del uniforme.
- ?Y ustedes han matado narcos?
- ¡°Claro que s¨ª¡±, responde con fuerza un agente rural, para inmediatamente, ante las miradas inquisitivas de sus compa?eros, rectificar. ¡°Bueno, no, s¨®lo los he herido¡¡±.
Su evasiva desata una carcajada general. Poco despu¨¦s se sentar¨¢n todos a comer, dando la espalda a la carretera de entrada que deben vigilar, ese camino por el que puede llegar en cualquier momento el zarpazo que todos temen en Tierra Caliente. La bestia que dar¨¢ trabajo, mal pagado, al sepulturero Zamora.
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