Joseph Langdell, ¨²ltimo oficial del ¡®USS Arizona¡¯
El marino al que el destino salv¨® de morir en su buque porque estaba en tierra durante el ataque japon¨¦s a Pearl Harbor fallece centenario
Joseph Langdell, el ¨²ltimo oficial que quedaba vivo del malhadado acorazado USS Arizona, ese inmenso ata¨²d, no fue un h¨¦roe pero estuvo en Pearl Harbour, vio el infierno desatado y sobrevivi¨® para contarlo, hasta los cien a?os. Muri¨® el pasado 4 de febrero en una residencia en el norte de California. Conforme a su deseo sus cenizas ser¨¢n enterradas en su viejo barco hundido, convertido en Memorial de Guerra. Langdell acabar¨¢ reposando as¨ª en donde hubiera estado desde hace tres cuartos de siglo, de no haberlo salvado entonces el destino.
Aquella ma?ana del 7 de diciembre de 1941, d¨ªa que el presidente Franklin Delano Roosvelt bautiz¨® para la posteridad como una fecha que pervivir¨¢ en la infamia, las fuerzas armadas imperiales japonesas lanzaron un ataque por sorpresa y sin previa declaraci¨®n de guerra contra la base naval de EEUU de Pearl Harbour, en las islas Hawai, donde se encontraba anclada buena parte de su flota del Pac¨ªfico. Los enjambres de aeroplanos que multiplicaban letalmente el amanecer con la insignia del sol naciente en las alas, despegados de sus portaviones ocultos en la inmensidad del oc¨¦ano, a 274 millas de la costa de la isla de Oahu, se materializaron sobre los barcos alineados y las instalaciones militares estadounidenses como salidos de la nada.
En dos oleadas de rugiente destrucci¨®n, (7:53 y 8:55) 353 bombarderos, torpederos y cazas (con la casi testimonial ayuda de un pu?ado de minisubmarinos) arrasaron la base y desencadenaron cuatro a?os de horrores indecibles, una verdadera tormenta de sangre, acero y espanto, que no se cerrar¨ªa sino con el estruendoso portazo definitivo de las dos bombas at¨®micas de Hiroshima y Nagasaki.
Los japoneses se lo jugaron el todo por el todo en Pearl Harbour ¨Cincluso su honor: qu¨¦ dif¨ªcil conciliar la traici¨®n con el bushido- y la historia nos ense?a que pese a la euforia inicial del ¡°?tora, tora, tora!¡± perdieron: los portaviones que despu¨¦s los derrotar¨ªan en Midway no estaban y de los ocho grandes acorazados que lograron hundir (cuatro) o da?ar, seis pudieron ser reparados y volvieron a entrar en servicio durante la guerra. Flaco consuelo, es cierto, para los 2.403 estadounidenses muertos en el ataque, la mitad, 1.177, en el pavoroso hundimiento del USS Arizona, que literalmente revent¨® al explotar su polvor¨ªn alcanzado por una de las bombas perforantes de los bombarderos Nakajima B5N Kate que fueron su a¨¦rea n¨¦mesis.
Langdell, dec¨ªamos antes de este preludio de fuego, vio eso. Pasar los Zeros ametrallando, aullar los bombarderos en picado Aichi, burbujear los torpedos en sus mort¨ªferas estelas. Toda la estridencia apocal¨ªptica del ataque disuelta en la humareda que oscureci¨® el cielo pre?ada de gritos y sirenas. Las retinas del marino conservaban im¨¢genes que para la mayor¨ªa de los mortales solo existen en el celuloide de los documentales y pel¨ªculas. Era entonces solo un joven alf¨¦rez de 27 a?os que formaba parte de la dotaci¨®n del USS Arizona pero que estaba entonces de servicio en la orilla. Le despert¨® el pandem¨®nium del ataque y al salir fuera de su barrac¨®n vio su barco explotar y hundirse ¡°en solo nueve minutos¡±. Joseph Langdell era consciente de que el destino le salv¨® la vida. ¡°Si hubiera estado a bordo habr¨ªa muerto sin duda en la torreta n¨²mero 2, que era mi puesto en el acorazado. Esa torreta salt¨® por los aires¡±. Langdell no fue uno de los pocos que aquel d¨ªa dispararon contra los atacantes, derribaron alguno de la treintena de aviones japoneses (de m¨¢s de 400) ¨Cocho pilotos estadounidenses lograron despegar, cerca de 200 aviones fueron destruidos en tierra- o se hicieron acreedores a la Medalla de Honor del Congreso por sus acciones. Pero hizo lo que pudo aquel sangriento domingo en las tristes horas que siguieron (a las 9:55 el ataque hab¨ªa acabado, no hubo tercera oleada): ayud¨® a tratar de rescatar compa?eros de las aguas ardientes por el petr¨®leo y recuper¨® cad¨¢veres de los barcos triturados y parcialmente sumergidos. Del USS Arizona hubo 335 supervivientes.
La carrera posterior de Joseph Kopcho Langdell (Wilton, New Hampshire, octubre de 1914) en la US Navy no fue muy destacada, aunque particip¨® en algunas arriesgadas acciones de guerra como cuando a bordo del destructor Fraizer escolt¨® convoyes de tropas a Guadalcanal o particip¨® en el hundimiento del submarino japon¨¦s I-31 en aguas de Alaska. En octubre de 1945 pas¨® a la reserva como capit¨¢n de corbeta y luego durante largo tiempo regent¨® una empresa de mobiliario en Yuba City, California, donde viv¨ªa con su esposa, Libby (el mismo nombre que la esposa de Custer). Progresivamente, a partir de una visita a Pear Harbour en 1976, se fue involucrando en la asociaci¨®n de veteranos del USS Arizona, donde ten¨ªa un papel activo, que va a culminar sin duda con el entierro de sus cenizas en el barco (si eras miembro de la tripulaci¨®n entonces dispones de ese privilegio), previsto para el pr¨®ximo 7 de diciembre. Seg¨²n la asociaci¨®n quedan a¨²n 8 supervivientes. En uno de los actos anuales en el acorazado hundido, convertido en memorial, el antiguo alf¨¦rez protagoniz¨® un momento muy emotivo en 1991 al aceptar una ofrenda floral para los marinos muertos de manos del capit¨¢n de corbeta japon¨¦s Zenji Abe, uno de los pilotos que aquel d¨ªa fat¨ªdico alcanzaron con sus bombas el USS Arizona¡
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