Desprecio
No pocos distinguidos miembros de la clase pol¨ªtica mexicana nos miran ¨Csi acaso, consideran¡ªcon un aut¨¦ntico desprecio
Cuentan que Marcel Proust se desesperaba ante interlocutores que evitaban detalles en sus conversaciones. Si el escritor que ganar¨ªa su inmortalidad precisamente por andar buscando el tiempo perdido se le ocurr¨ªa preguntarle a alguien c¨®mo hab¨ªa sido su d¨ªa, sent¨ªa no menos que la aceleraci¨®n de su curiosidad si acaso el interrogado respond¨ªa secamente con narrar que hab¨ªa llegado a su oficina a las 10 de la ma?ana y hab¨ªa celebrado una reuni¨®n donde algunos secretarios tomaban notas. Mais pr¨¦cisez, mon cher Monsieur, n¨¢llez pas trop vite, dec¨ªa Proust y ejerc¨ªa entonces la may¨¦utica de pedirle a quien acortaba historias o simplificaba noticias que contara si hab¨ªa llegado a la oficina en coche, si hab¨ªa tenido que subir escaleras, que evocase el ruido de los papeles sobre el escritorio, los mapas que colgaban en las paredes y si acaso alguien serv¨ªa alg¨²n th¨¦ hirviente en el sal¨®n adjunto.
Que Proust exigiera detalles en cada narraci¨®n ¨Cas¨ª fuera en conversaciones ocasionales¡ªera como si deseara contagiar a cualquier interlocutor (o lector) de un claro af¨¢n por pintar detalladamente el mural de la realidad que nos rodea y que, por ende, por las prisas o por hacernos de la vista gorda obviamos la evocaci¨®n de los detalles donde reside la verdadera pulpa de los hechos. De aqu¨ª que a Proust le gustaba leer las llamadas notas breves que publicaba Le Figaro y a partir de dos o tres renglones donde el peri¨®dico soltaba notas sin detalles precisos sobre cr¨ªmenes o chismes pol¨ªticos armar sobre el desayuno las posibles conjeturas que quiz¨¢ constitu¨ªan la esencia de las escenas: si el diario informaba de un hombre que hab¨ªa sido apu?alado sobre la mesa de una carnicer¨ªa, Proust ser¨ªa capaz de imaginar alg¨²n t¨®rrido romance con alg¨²n panadero celoso que quiz¨¢ provoc¨® el asesinato o si le¨ªa que alg¨²n caballo hab¨ªa embestido el paso de un tranv¨ªa, se le ocurr¨ªa imaginar que el jamelgo en realidad estaba vengando la muerte de alguno de sus hermanos equinos, sacrificados en aras de la modernidad. De hecho, Proust armaba explicaciones a las breves notas period¨ªsticas hil¨¢ndolas precisamente a la luz de la gran literatura universal que lo manten¨ªa desvelado como lector constante y as¨ª, Zola-Dostoyevsky o Balzac se volv¨ªan referentes para intentar entender la enredada trama de la realidad aparentemente incongruente de todos los d¨ªas.
Algo similar sucede con las prisas con la que nos bombardea la serenidad al mantenernos constantemente informados de todos los sucesos posibles en tiempo real, mas no necesariamente contextualizados en sus detalles. Sumamos nombres y geograf¨ªas, apodos y localidades, paisajes, algunos detalles explicativos¡ pero obviamos los huecos o vac¨ªos donde se revelan las verdaderas palabras que transpiran bajo la piel de los hechos. En tan s¨®lo la agitada taquicardia de la pasada semana, no pocos lectores en M¨¦xico fuimos acosados con sinf¨ªn de datos sobre la visita del Presidente Pe?a Nieto a Londres, el gazapo de brindar por Isabel Segundo durante el banquete oficial, la verg¨¹enza de llevar a Primera Dama e hijas envueltas en car¨ªsimos vestidos de firma absolutamente insultante para la mayor¨ªa de las mujeres mexicanas (justo durante la misma semana en que la Primera Dama de los Estados Unidos no tuvo m¨¢s que elogios al lucir un hermoso vestido que cuesta tan s¨®lo 30 d¨®lares en cualquier tienda de la Uni¨®n Americana). Agreguemos la inmediata cascada de videos, mensajes, res¨²menes y m¨¢s datos sin parar que llegaron a nuestros ojos y o¨ªdos por v¨ªa de las redes sociales, y podemos imaginar que monsieur Proust llevaba raz¨®n: se nos cont¨® con demasiada prisa la rid¨ªcula fotograf¨ªa en donde la Primera Dama de M¨¦xico aparece como fan de visita en el set de Downton Abbey (sin detallar que era la ¨²nica actriz retratada all¨ª con ropa del siglo XXI entre disfraces del siglo pasado, tanto como la ¨²nica sonriente personaje del cuadro due?a de una casa valuada en siete millones y medio de d¨®lares supuestamente con el sudor de sus telenovelas que jam¨¢s podr¨ªan igualar el nivel de gui¨®n, producci¨®n o ingresos que precisamente genera la globalmente popular serie inglesa; se nos cont¨® con velocidad de v¨¦rtigo el rid¨ªculo instante durante una conferencia de prensa donde el primer mandatario de M¨¦xico declara no poder opinar sobre econom¨ªa, tasas de inter¨¦s, paridades entre el peso y el d¨®lar estadounidense (sin subrayar el peque?o detalle de que es precisamente sobre esos temas ¨Centre otros¡ªlos que forzosamente esperan su opini¨®n. No creo criticable que el hombre no entendiera las preguntas formuladas en ingl¨¦s y que tuviese que esperar a que terminase la traducci¨®n de cada pregunta para entonces intentar su respuesta, pero es notablemente revelador que el Sr. Presidente respondiera que no pensaba externar una opini¨®n, al tiempo en que intentaba formularla); se nos solt¨® como si nada el vergonzoso dato de que 200 personas ¨Centre amigos invitados, colados y funcionarios con funci¨®n¡ªcompusieron la comitiva oficial de ese viaje que en su veloz paso por las notas breves impidi¨® la proustiana formulaci¨®n de una posible definici¨®n: estamos ¨Cuna vez m¨¢s¡ªante la sutil confirmaci¨®n de un desprecio.
En la agitada taquicardia de la pasada semana, no pocos lectores en M¨¦xico fuimos acosados con sinf¨ªn de datos sobre la visita del Presidente Pe?a Nieto a Londres
La desfachatez que no necesariamente desparpajo con la que la alta clase pol¨ªtica realiza, act¨²a o finge sus acciones, palabras, discursos en pantalla, poses estudiadas o improvisadas, vestuario, modales, sonrisas o silencios denota el profundo desprecio ¨Co por lo menos, desconocimiento profundo aunque funcional¡ªque le tienen a M¨¦xico. Su andar cotidiano es ya una garantizada revelaci¨®n de falta de aprecio por los miles de muertos, millones de despose¨ªdos; una nefanda desestimaci¨®n de nuestra cultura, literatura, pensamiento y potencialidad disfrazada con palabras huecas entre constantes desaires y un puro desd¨¦n.
Al tiempo en que uno se pregunta hasta cu¨¢ndo puede durar esta suerte de seguridad inapelable de quien se cree realmente impune, esa especie de soberbia impoluta con la que una actriz se toma la molestia para dar explicaciones a la plebe ¨C a rega?adientes al tiempo que rega?a¡ªo ese tufo de ni?a con ch¨®fer y toda la vida asegurada que farda un vestidito que por su solo valor resulta insultante o ese que se jacta de un nombramiento a todas luces reprobado por la ciudadan¨ªa, aunque venga avalado por las prisas con las que se formaliz¨® su nombramiento y la velocidad a la que se nos pas¨® por encima la noticia¡ quiz¨¢ confirmen que en el fondo, en realidad, no pocos distinguidos miembros de la clase pol¨ªtica mexicana, si no es que todos los ya muy honrados personajes de la clase gobernante, nos miran ¨Csi acaso, consideran¡ªcon un aut¨¦ntico desprecio.
Quien intente cuajar la cr¨®nica de tanto tiempo que hemos perdido en el tiempo m¨¢s reciente quiz¨¢ podr¨ªa intentar como Proust o Ibarg¨¹engoitia la redacci¨®n detallada de lo que no le¨ªmos por las prisas o no se logr¨® captar en video por los v¨¦rtigos: la conversaci¨®n en carreta de oro puro entre la Reina de Inglaterra que todo lo ha visto con un joven exageradamente peinado que acepta p¨²blicamente no hablar ni entender la lengua con la que supuestamente aparentaba hablar con ella durante el trayecto a su palacio o la bit¨¢cora de quienes hicieron la limpieza en las habitaciones de las ni?as donde quiz¨¢ olvidaron cositas, ropita o pasadores (como suele ocurrir con las ni?as bien) o el curioso instante en que el pr¨ªncipe heredero al trono de Inglaterra cae en la silenciosa cuenta de que quiz¨¢ sabe mucho m¨¢s de eso que llamamos M¨¦xico que los propios visitantes distinguidos. De no lograrse esa cr¨®nica ¨Co de censurarse su intento¡ªa uno le queda el consuelo, sin prisas y sin hablarlo r¨¢pido, de externar lo que a todas luces es ya una respuesta generalizada a ese desprecio constante: somos cada vez m¨¢s mexicanos ciudadanos responsables, pagadores de impuestos, respetuosos vecinos de toda calle y paisaje, lectores de cada pret¨¦rito y cada imaginaci¨®n que nos honra los que con absoluta sinceridad sentimos ante ustedes, se?ores y se?oras de la oprobiosa clase gobernante, un profundo desprecio.
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