Valery Slootsky: ¡°Volv¨ª a mi casa; no me importa la contaminaci¨®n¡±
Conductor de autob¨²s jubilado, es uno de los 300 'okupas' que viven en la zona de exclusi¨®n
Valery Slootsky es lo que en la zona de exclusi¨®n de la central nuclear de Chern¨®bil llaman un okupa (en ingl¨¦s, squatter). Naci¨® en el pueblo del mismo nombre hace 69 a?os y su vida siempre ha estado ligada a esta planta de energ¨ªa at¨®mica, un ambicioso proyecto de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, que planeaba equiparla con hasta diez reactores nucleares y convertirla as¨ª en la m¨¢s potente del mundo. Slootsky empez¨® trabajando en la construcci¨®n de la central en los a?os setenta (el primer reactor se puso en marcha en 1977). En abril de 1986, cuando se produjo el accidente, era conductor de autob¨²s.
¡°Mi empresa sigui¨® trabajando transportando a los bomberos y a otros trabajadores hasta el 16 de junio. Para entonces hab¨ªamos recibido mucha radiaci¨®n, as¨ª que detuvieron la actividad y nos sacaron a todos de la zona de exclusi¨®n. Nos repartieron por todo el pa¨ªs¡±, explica en ucraniano, que traduce al ingl¨¦s Yuri Tatarchuck, gu¨ªa oficial del organismo que gestiona la zona muerta. Apenas pas¨® un a?o en una provincia del centro de Ucrania. En cuanto pudo volvi¨® a su casa y se puso a? trabajar para otra compa?¨ªa de transporte. "No me importa la contaminaci¨®n", dice.
Ahora, ya jubilado, su situaci¨®n administrativa no est¨¢ muy clara. En la zona de exclusi¨®n est¨¢ prohibida toda actividad econ¨®mica que no tenga que ver con la vigilancia, la prevenci¨®n de incendios y las actividades de mantenimiento de la central y de construcci¨®n de las instalaciones de almacenamiento de material radiactivo. Es decir, solo los trabajadores pueden residir en el ¨¢rea que engloban los 30 kil¨®metros a la redonda de la planta. Las autoridades, por as¨ª decirlo, hacen la vista gorda con personas como Slootsky y su esposa, oriundos de la zona que, una vez jubilados, quieren seguir viviendo en su casa. Se calcula que hay unas 270 familias en su situaci¨®n.
A Slootsky le cuesta explicar c¨®mo le cambi¨® la vida el accidente. ¡°En aquellos a?os ten¨ªa esperanza en el futuro. Y ahora¡¡±. Deja inacabada la frase, pero cuando se le pregunta por su vida diaria, sus amistades, su familia, describe una existencia muy similar a la de cualquier pueblo: ¡°Mi mujer y yo salimos mucho a ver a otras parejas, participamos en celebraciones, y nuestro hijo tambi¨¦n vive aqu¨ª. Es conductor como yo¡±. En Chern¨®bil hay tiendas y ¨¦l tiene coche; se puede mover por la regi¨®n con libertad. Su hija vive cerca de Kiev.
?No le gustar¨ªa vivir en otro sitio? Sonr¨ªe: ¡°No¡±. ?Y no le da miedo tener tan cerca la central nuclear? ¡°No¡±, vuelve a contestar muy divertido con la pregunta. Tatarchuck a?ade que a muchos de los residentes no les preocupa lo m¨¢s m¨ªnimo la precaria situaci¨®n del reactor n¨²mero 4, y que tampoco han prestado demasiada atenci¨®n a la construcci¨®n del nuevo sarc¨®fago. "Para ellos esto es su hogar, y pasados los a?os siguen vivos", apunta.
Slootsky vio a varios de los bomberos que llevaba y tra¨ªa de la central caer desplomados por la intensa radiaci¨®n. En los primeros d¨ªas, se trabajaba sin apenas protecci¨®n durante m¨¢s tiempo del recomendado. Uno de sus compa?eros conductores fue diagnosticado de c¨¢ncer. Pero en su familia directa no ha habido casos de enfermedad. S¨ª admite la tristeza de ver c¨®mo los habitantes de pueblos enteros, rodeados por una vegetaci¨®n exuberante y muchos recursos naturales, tuvieron que abandonar sus casas.
A ¨¦l le compensaron por la propiedad perdida: ¡°10.000 rublos¡±. Aunque ahora vive en ella e incluso cultiva el huerto. Lo admite abiertamente pese a que est¨¢ estrictamente prohibido en la zona de exclusi¨®n porque los suelos est¨¢n muy contaminados. Ahora es Tatarchuck el que sonr¨ªe: ¡°Aqu¨ª hay muchas excepciones¡±.
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