Decidir nuestra vida
Podemos seguir hablando de sedaciones. Lo cierto es que estamos decidiendo acerca de las maneras socialmente admisibles de morir
El martes pasado, la Asamblea Nacional francesa aprob¨® la ley que confiere a todas las personas el derecho a finalizar su vida digna y tranquilamente. Los legisladores fueron cuidadosos en no se?alar que se estaba ante una soluci¨®n eutan¨¢sica activa, en tanto el derecho conferido no implica la entrega de un f¨¢rmaco para terminar directamente con la vida de quien lo ingiere; tampoco, aclaran, si se est¨¢ ante una soluci¨®n de tipo pasivo, al no abrirse la posibilidad de suprimir la totalidad de los apoyos que a una persona le permiten mantenerse viva. Lo que se quiso aprobar, dicen, es algo distinto.
La legislaci¨®n francesa autoriza a que las personas mayores de edad que padezcan una enfermedad incurable en fase terminal causante de sufrimiento ps¨ªquico o f¨ªsico insoportable, puedan exigir que se les aplique una sedaci¨®n profunda y continuada. As¨ª mismo, se determin¨® que en tal caso y si as¨ª lo desean, deber¨¢ retir¨¢rseles la alimentaci¨®n y la hidrataci¨®n artificiales. Lo que, finalmente resulta es, dicho con alguna crudeza, que la persona solicitante tiene el derecho a exigir que se le sede tanto como sea necesario para fallecer. Es verdad que de manera directa no se est¨¢ haciendo lo necesario para que la persona muera, pero es claro que tal resultado se producir¨¢ en condiciones y tiempo predecibles .
M¨¢s all¨¢ de lo legislado en Francia, en muchos otros pa¨ªses existen soluciones que aunque tampoco se dirigen directamente a producir la muerte del enfermo, claramente aceptan esa consecuencia como efecto de un hacer autorizado y, en ocasiones, obligado. Por ejemplo, en diversas legislaciones se prev¨¦ bajo el enunciado general de ¡°cuidados paliativos¡±, que a los enfermos terminales se les administren sustancias para aliviar su dolor, a sabiendas de que con ello se les est¨¦ acortando la vida.
Entiendo que no es lo mismo darle a alguien un medicamento para que muera, d¨¢rselo para que lo haga despu¨¦s de cierto periodo de inconsciencia, o suministrar una droga lo suficientemente poderosa para aliviar el dolor a sabiendas de que la vida habr¨¢ de reducirse. Sin embargo, queda claro que todas esas acciones tocan el antiqu¨ªsimo y fundamental problema de c¨®mo permitirle morir a quien ha perdido el deseo de vivir o, al menos, hacerlo ha dejado de ser prioritario. Tal vez porque finalmente se trata de ello, de morir, los dilemas ¨¦ticos y religiosos hacen que el asunto todo sea tratado eufem¨ªsticamente. Con un lenguaje que, al mismo tiempo, muestra y oculta, que evoca, pero no termina por presentar crudamente todo aquello que est¨¢ en juego. Los lenguajes eutan¨¢sicos o paliativos al uso, tratan de configurar nuevos fen¨®menos y soluciones, pero siempre someti¨¦ndolos a los lenguajes de lo ya conocido y aceptado.
La importancia de la decisi¨®n francesa o de la reciente sentencia canadiense (Carter v. Canad¨¢) tan completamente comentada el viernes pasado en este diario por el profesor Rey, es que nos invitan a enfrentar una vez m¨¢s tan viejo problema a partir de dos buenos marcos jur¨ªdicos. Al volver a hablar de las maneras en que los seres humanos podemos optar por morir como parte de un proyecto integral de vida digna. Podemos seguir hablando de sedaciones, medicaciones o efectos colaterales. Lo cierto es que, finalmente, estamos decidiendo acerca de las maneras socialmente admisibles de terminar con la vida ah¨ª donde ella haya dejado de ser aceptable.
Jos¨¦ Ram¨®n Coss¨ªo D¨ªaz es ministro de la Suprema Corte de Justicia de M¨¦xico.?@JRCossio
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