El general y los yanquis
Los Castro nunca cesaron el contacto con EE UU. La diferencia es que ahora es Ra¨²l, y no Fidel, quien conducir¨¢ las conversaciones
Como su hermano mayor, Ra¨²l Castro fue hijo de un terrateniente gallego, propietario de tierras en la zona norte de la provincia de Oriente, en la isla de Cuba. Las propiedades de los Castro estaban ubicadas en Mayar¨ª, muy cerca de sitios con fuerte presencia de compa?¨ªas norteamericanas productoras y comercializadoras de az¨²car como la Cuban American Sugar Company, la United Fruit Company y la Nipe Bay Company, que adquiri¨® grandes extensiones de tierra entre la costa y los pueblos de Puerto Padre, Banes y Bir¨¢n. Hijos de un hacendado peninsular y educados por los jesuitas, los hermanos Castro crecieron y se formaron en un ambiente familiar y escolar, marcado por la mala memoria de la intervenci¨®n de Estados Unidos en la ¨²ltima guerra de independencia de los cubanos contra Espa?a, en 1898, y por el rechazo al poder econ¨®mico y militar de Washington en la isla.
En un pasaje de su poco conocido Diario de guerra, Ra¨²l Castro narra la visita del corresponsal de The New York Times, Herbert L. Matthews, a la Sierra Maestra a principios de 1957 con fingida frialdad. Cuenta Castro que al llegar Matthews con Ren¨¦ Rodr¨ªguez, Javier Pazos y Vilma Esp¨ªn ¡ªsu futura esposa, que sirvi¨® de traductora en la charla¡ª, intent¨® ¡°recordar su rudimentario ingl¨¦s escolar¡± y le espet¨® al periodista un ¡°?How are you?¡±. Y anota a continuaci¨®n: "No entend¨ª lo que me contest¨® y seguidamente lleg¨® Fidel, quien despu¨¦s de saludarlo, se sent¨® con ¨¦l en la chabola y empez¨® la entrevista period¨ªstica, que seguramente se constituir¨¢ en un palo¡±. Los norteamericanos ya representaban para aquel joven guerrillero de 26 a?os, un poder mundial, tan amenazante como ¨²til.
Toda la historiograf¨ªa sobre la Revoluci¨®n Cubana, oficial o cr¨ªtica del relato hegem¨®nico construido por el gobierno de la isla en el ¨²ltimo medio siglo, coincide en que desde los tiempos de la Sierra Maestra Ra¨²l Castro se distingui¨® por una gran capacidad de organizaci¨®n. Su tropa de un centenar de hombres fue la primera en separarse de la comandancia que dirig¨ªa su hermano y en constituir el llamado Segundo Frente Frank Pa¨ªs en el nordeste de la provincia. El disciplinado contingente del menor de los Castro oper¨®, justamente, en Mayar¨ª y otras zonas cercanas a su lugar de nacimiento, donde se encontraban las propiedades de la United Fruit Company y las minas de n¨ªquel de Moa y Nicaro. Seg¨²n Carlos Franqui, a dos meses de instalarse en el ¨¢rea, Ra¨²l Castro hab¨ªa causado m¨¢s de 100 bajas al ej¨¦rcito y hab¨ªa ocupado decenas de armas, parque, granadas y veh¨ªculos motorizados.
Fue por esos meses que Ra¨²l Castro orden¨® tomar como rehenes a 10 norteamericanos y dos canadienses en la zona de Moa y luego a seis empleados de la United Fruit Company, con el fin de canjearlos, al parecer, por un compromiso firme por parte de Estados Unidos de respetar el embargo de armas al r¨¦gimen de Fulgencio Batista, decretado por el gobierno de Dwight Eisenhower en abril de 1958. Unos ataques a¨¦reos contra los rebeldes de las monta?as en junio, que fueron reportados por el corresponsal del Chicago Tribune, Jules Dubois, dieron a entender a los jefes revolucionarios que Estados Unidos segu¨ªa armando a Batista. Por aquellos d¨ªas Fidel Castro hizo una conocida declaraci¨®n, en carta a Celia S¨¢nchez: ¡°me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que est¨¢n haciendo. Cuando esta guerra se acabe empezar¨¢ para m¨ª una guerra m¨¢s larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero¡±.
Curiosamente, la captura de los rehenes norteamericanos por Ra¨²l Castro no respondi¨® a una orden de su hermano mayor. El 7 de julio, Fidel le reprocha: ¡°Sobre la situaci¨®n actual de los ciudadanos norteamericanos que se dijo en poder de tus fuerzas, no he recibido informaci¨®n directa alguna". Castro se quejaba de que todas las noticias que le llegaban sobre el incidente proced¨ªan de la prensa internacional y tem¨ªa que la situaci¨®n fuera aprovechada por el gobierno de Batista para presentar a los rebeldes como enemigos de Estados Unidos, partidarios del terrorismo, adem¨¢s de trasmitir "la falsa sensaci¨®n de una completa anarqu¨ªa en nuestro Ej¨¦rcito¡±. En la misma nota, Fidel dec¨ªa algo m¨¢s asombroso: ¡°Vi¨¦ndome en igual situaci¨®n que t¨², sin medio r¨¢pido de comunicaci¨®n, autoric¨¦ el aterrizaje en este territorio de un helic¨®ptero norteamericano, para establecer contacto contigo por medio de un oficial nuestro, que ser¨¢ transportado a ¨¦sa por el mismo¡±.
Durante las semanas que los norteamericanos y canadienses permanecieron en poder de la tropa de Ra¨²l, ambos Castros conversaron con diplom¨¢ticos y militares norteamericanos y hasta utilizaron helic¨®pteros del ej¨¦rcito de Estados Unidos para comunicarse entre ellos. Un testimonio del rebelde Manuel Fajardo Sotomayor, miembro de la tropa de Ra¨²l, recogido por Carlos Franqui en Diario de la Revoluci¨®n Cubana (1976), informa que un oficial retirado norteamericano, que hab¨ªa combatido en la Segunda Guerra Mundial y cumpl¨ªa funciones de vicec¨®nsul, subi¨® a la comandancia de Ra¨²l y bebi¨® ron Bacard¨ª con los revolucionarios. Cuando el oficial pregunt¨® a los rebeldes cu¨¢l era su ideolog¨ªa, estos dijeron que era la misma de Carlos Manuel de C¨¦spedes, el primer l¨ªder de la independencia contra Espa?a en el siglo XIX. Y agregaba Fajardo: ¡°Me pregunt¨® tambi¨¦n si Rusia me mandaba dos barcos de armas que qu¨¦ hac¨ªa. Le dije incondicionalmente le cog¨ªa armas a Rusia y a ¨¦l si me las mandaba".
Desde los a?os de la Sierra Maestra, Fidel y Ra¨²l Castro han conversado con militares, empresarios, diplom¨¢ticos, pol¨ªticos y, sobre todo, periodistas norteamericanos. No hay otra opini¨®n p¨²blica que Fidel Castro haya cortejado m¨¢s que la norteamericana, desde los tiempos en que era estrella del show de Ed Sullivan en la CBS. En la foto de contraportada de la primera edici¨®n en espa?ol de la biograf¨ªa de Castro, escrita por el corresponsal del New York Times Tad Szulc, aparece un Ra¨²l Castro, vestido de civil, inclinando la cabeza para tratar de entender lo que el periodista dice a su hermano mayor a mediados de los a?os 80, en La Habana. El papel de Ra¨²l Castro en esas conversaciones, sobre todo en las relacionadas con asuntos de seguridad regional y hemisf¨¦rica, no ha sido tan secundario como generalmente se piensa.
Nunca, ni siquiera en los momentos de mayor tensi¨®n entre ambos pa¨ªses, como ilustran William M. LeoGrande y Peter Kornbluh en su libro Back Channel to Cuba (2014), Fidel y Ra¨²l han dejado de hablar con sus enemigos hist¨®ricos. Durante y despu¨¦s de la Guerra Fr¨ªa conversaron directamente o a trav¨¦s de los sovi¨¦ticos, los mexicanos, los espa?oles, los canadienses, los europeos o el Vaticano. En los a?os posteriores a la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn y la desintegraci¨®n de la URSS, ese di¨¢logo se volvi¨® m¨¢s fluido como consecuencia de la negociaci¨®n migratoria que sigui¨® a la crisis de los balseros en 1994. Migraci¨®n, narcotr¨¢fico, base naval de Guant¨¢namo, ej¨¦rcitos, marinas, medio ambiente, epidemias, huracanes, meteorolog¨ªa han sido algunos de los temas predominantes en esas charlas.
Ahora, por primera vez desde 1960, las conversaciones volver¨¢n a su cauce diplom¨¢tico y se extender¨¢n a otros temas de inter¨¦s com¨²n, como las inversiones y los cr¨¦ditos, y a asuntos discordantes como los derechos humanos y la democracia. Pero esta vez, a diferencia del pasado, las conversaciones ser¨¢n conducidas por Ra¨²l, no por Fidel, y la personalidad y el temperamento del hermano menor podr¨ªan decidir no s¨®lo la constancia sino el rendimiento de la nueva normalidad diplom¨¢tica entre ambos pa¨ªses. No hay que esperar una mejor¨ªa sensible de los derechos humanos o una transici¨®n a la democracia en Cuba, en los pr¨®ximos a?os, pero s¨ª un mayor avance a la econom¨ªa de mercado y una reforma pol¨ªtica que, a pesar de los l¨ªmites que le impone un sistema de partido ¨²nico, crear¨¢ mejores condiciones para que los dos gobiernos, la sociedad civil, la oposici¨®n y el exilio construyan formas plurales de dirimir sus diferencias.
Rafael Rojas es historiador cubano radicado en M¨¦xico. Su ¨²ltimo libro es Historia m¨ªnima de la Revoluci¨®n Cubana.
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