Romero y el poder
El Papa Francisco ha puesto el acelerador a su beatificaci¨®n, que parec¨ªa bloqueada por intereses conservadores
La ceremonia de beatificaci¨®n de monse?or ?scar Romero de ma?ana s¨¢bado en El Salvador no ser¨¢ un mero acontecimiento protocolar. Se calcula que asistir¨¢n al menos 200.000 personas y varios jefes de Estado. No s¨®lo para los cat¨®licos, sino para todas las personas amantes del respeto a los derechos de la gente y de rechazo a la intolerancia y la arbitrariedad, la figura de Romero es capital.
El enorme simbolismo de esta ceremonia tiene que ver con la trayectoria y conducta ¡ªy muy sustantiva¡ª de Romero. Sus firmes palabras por la justicia y de confrontaci¨®n a la intolerancia y la represi¨®n contra el pueblo se condensaron en su ¨²ltima homil¨ªa, un d¨ªa antes de morir asesinado: ¡°En nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, ?cese la represi¨®n!¡±. En los meses previos tres sacerdotes cercanos a ¨¦l ya hab¨ªan sido asesinados por las fuerzas del orden. Muchos miles de ciudadanos hab¨ªan corrido igual suerte o estaban siendo torturados o desaparecidos.
De la intolerancia as¨ª confrontada sali¨® la bala que seg¨® su vida mientras celebraba misa en marzo de 1980 en la Capilla del Hospital La Divina Providencia en San Salvador. La Comisi¨®n de la Verdad, creada por los acuerdos de paz de 1992, responsabiliz¨® al mayor Roberto d¡¯Aubuisson de haber dado la orden de disparar. No fue, pues, un mal abstracto el que abati¨® a Romero, ni ¨¦ste encarnaba o expresaba una palabra vaga o difusa de ¡°bondad¡±, sino una posici¨®n firme, a trav¨¦s de la paz y la justicia, y de rechazo a la represi¨®n y la violencia. Este magnicidio fue la inmediata antesala de la guerra interna ¡ªque estall¨® de inmediato¡ª y que asol¨® al pa¨ªs hasta 1992 con un saldo aproximado de 80.000 muertos.
?Mensaje hacia un ¡°deber ser¡± de la Iglesia cat¨®lica y de su jerarqu¨ªa en los tiempos presentes?
Es muy interesante que en el actual aggiornamento de la Iglesia cat¨®lica que viene impulsando el Papa Francisco se le haya puesto acelerador a esta beatificaci¨®n que parec¨ªa bloqueada por intereses conservadores. Se podr¨ªa decir, incluso, que con este paso se estar¨ªa definiendo el derrotero de una Iglesia cat¨®lica activamente presente en las causas de la paz y de la justicia. Y, con ello, distante de aquella centrada en los fastos y oropeles del poder o de convalidaci¨®n ¡ªpor acci¨®n u omisi¨®n¡ª de la represi¨®n, la injusticia o la intolerancia desde el poder.
Pero es un paso, a fin de cuentas, en medio de la lucha de contrarios en la que se debate la Iglesia cat¨®lica, dentro de la cual hay tendencias y corrientes que apuntan, ciertamente, en otra direcci¨®n. En la curia latinoamericana, por ejemplo, se cuenta hasta con un cardenal como el peruano, de aquellos obnubilados por los fastos del poder y tolerante en su momento con escuadrones de la muerte, para el cual, por declaraci¨®n propia, los derechos humanos son una ¡°cojudez¡± (tonter¨ªa, bober¨ªa, en grosero) o las personas homosexuales son ¡°mercader¨ªa da?ada¡±. Expresi¨®n extrema y destemplada, por cierto, de lo que pueden ser sectores conservadores menos primitivos y brutales, pero que esboza la complejidad de lo que en estos tiempos puede estar d¨¢ndose dentro de la curia vaticana.
La beatificaci¨®n, y la condici¨®n de m¨¢rtir que la sustenta, es directa refrendaci¨®n de la firme conducta de Romero. ?Mensaje hacia un ¡°deber ser¡± de la Iglesia cat¨®lica y de su jerarqu¨ªa en los tiempos presentes? No cabe otra conclusi¨®n en un contexto, adem¨¢s, en el que Gustavo Guti¨¦rrez ¡ªmerecidamente¡ª es recibido con los brazos abiertos en el Vaticano. De la beatificaci¨®n se pueden extrapolar l¨ªneas fundamentales de conducta para el presente. Por ejemplo, no ser neutrales frente a los retos presentes de la intolerancia y la injusticia que a¨²n afectan a la regi¨®n latinoamericana. O frente a condiciones de creciente violencia y desprotecci¨®n derivada del crimen organizado, de la corrupci¨®n y de la inoperancia de algunas instituciones del Estado. Todo ello demanda una iglesia comprometida y con los pies en la tierra.
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