?Es Venecia una ciudad o una sensaci¨®n?
A mis lectores y lectoras enamorados de esa ciudad que cada uno recrea al visitarla
Los que visitan Venecia suelen dividirse entre los que la aman o la odian. No existen medios t¨¦rminos con la ciudad bordada con 146 islas y engarzada por 450 puentes, museo vivo de arte, que fue adoptada por tantos genios de las artes y las letras de los cinco continentes.?
Yo soy de las que la aman y la han visitado en todas las estaciones. Como corresponsal de este diario en Italia segu¨ª de cerca sus dramas pol¨ªticos y sociales, las invasiones de masas de turistas que la profanan durante unas horas sin saber si est¨¢n all¨ª o en N¨¢poles.?
Hoy la estoy visitando solo para disfrutar la Venecia escondida y misteriosa, all¨ª donde no llegan los grupos organizados. Donde comen los gondoleros y donde los canales cantan con su silencio.?
Esta columna se la dedico a los que aman esta ciudad sin coches y sin prisa. Es solo un desahogo personal que me ha hecho recordar a algunos de los genios de la literatura que inmortalizaron a esta ciudad diferente del resto de las del mundo.?
En Las Ciudades invisibles del escritor italiano Italo Calvino habr¨ªa que colocar, por ejemplo, a Venecia en las del deseo o entre las imposibles, porque es inalcanzable en su esencia. Se escurre por nuestros sentidos.?
Al igual que para el Nobel de Literatura Joseph Brodsky, tambi¨¦n para Calvino Venecia podr¨ªa ser el arquetipo del barrio de nuestra infancia, lo primero que vieron nuestros ojos, el espacio capaz de ser pensado e imaginado, ¨²nico en sus olores y recuerdos.
En Las Ciudades invisiblesel viajero veneciano Marco Polo cuenta al rey de los t¨¢rtaros, Kublai Kan, aquellas ciudades creadas por la fantas¨ªa po¨¦tica del escritor italiano. Con ello, Calvino quiz¨¢s quiso decirnos que no es posible saber lo que es una ciudad sin conocer Venecia, la misteriosa, la deseada, la simb¨®lica, la semi¨®tica. Ese espacio de tierra narrada por las aguas que parece hundirse siempre pero que resucita cada amanecer cuando la miran los que la aman.?
Venecia no es una ciudad, escribi¨® el ruso Joseph Brodsky en su obra Marca de agua. ?l la visit¨® todos los inviernos hasta su muerte, para sentir mejor en sus ojos los colores del fr¨ªo. Y quiso quedarse all¨ª enterrado.
Yo la visito ahora en primavera con mi mujer, la poeta Roseana, cuando sus luces de acuarelas se espejan en sus canales en los que el agua conversa con las sombras.?
Para Brodsky, Venecia era la ciudad por la que no se camina, sino que se flota, mientras brinda besos y murmullos de agua. Tan poco ciudad era para ¨¦l que ni la cuenta en su libro. La ve¨ªa sobre todo como un sentimiento que abrazaba todos los sentidos. Es Venecia la ciudad en la que el agua -poco importa su limpia o sucia- es como el tiempo, espejo de piedras antiguas, movido por el deseo de poseerlo.?
Quiz¨¢s sea el hecho de ser Venecia, seg¨²n otro escritor de origen ruso, Matrejvic (en su obra La otra Venecia) no solo la de la ¡°belleza y del sosiego¡±, sino el lugar donde destacan los ¡°detalles¡± con sus ¡°tonalidades de p¨¢tinas y dorados¡± junto como su carga de asombro, lo que hace que hasta los ni?os se enamoren l¨²dicamente de ella. Mi hija Maya, a sus seis a?os, se extasiaba de noche ante las g¨®ndolas sombr¨ªas acunadas por el agua, y me dec¨ªa, con total naturalidad que debajo de ellas ¡°dorm¨ªan escondidos los fantasmas¡±.?
A esas g¨®ndolas de azabache, construidas con 14 tipos diferentes de madera, cuyo origen sigue siendo desconocido a los expertos de la navegaci¨®n, a veces las viste de blanco la nieve en los inviernos que amaba Brodsky. En ese instante m¨¢gico parecen novias listas para la primera noche de amor.?
Venecia no tiene apellidos. Es solo Venecia. No es diferente solo por la ausencia de autom¨®viles, motos o autobuses, lo que ofrece el privilegio de poder distinguir por el sonido de las pisadas si por la calle si acerca un hombre, una mujer o un ni?o. Venecia es m¨¢s de lo que se ha escrito de ella durante siglos. Es lo que cada uno quiere que sea. Es como si un modisto al llegar a ella vistiese nuestra fantas¨ªa con las sedas encendidas de los deseos de que hablara Calvino.
Venecia no es una ciudad porque es m¨¢s que eso. Es ese espacio donde el agua, la tierra y el tiempo se abrazan para ofrecernos la sensaci¨®n de lo in¨¦dito.?
Es poco decir que Venecia es un sue?o, porque es tangible y se puede masticar. Es de carne y hueso. No es moderna pero es eterna y por sus campos, puentes, y callejuelas, mientras ta?en nost¨¢lgicas las campanas de sus infinitas iglesias, desfilan y se exhiben las modas y tendencias m¨¢s osadas de cada momento hist¨®rico. Hoy, por ejemplo, est¨¢ en curso la nueva Bienal de Arte con todas sus novedades y locuras. Venecia es a la vez el pasado y el futuro. El presente es c¨®mo nosotros sentimos su respiraci¨®n.?
Es la ciudad donde los muertos siguen vivos, porque su cementerio es un jard¨ªn al que se va a conversar con personajes famosos de las artes y de las letras de medio mundo. De vivos asombraron con su creatividad y muertos quisieron seguir all¨ª, en aquella peque?a isla, conversando con las aguas que acarician las tumbas. Como Brodsky, Stravinsky, Ezra Paund o Diaghilev, fundador del Ballet Ruso, entre muchos otros que hab¨ªan convertido a Venecia en la ciudad de sus deseos.
Tiene Venecia el privilegio de parecer cada vez la misma y diferente. Ella no cambia. Cambian nuestros ojos capaces de descubrir en la misma piedra y en la misma agua los sentimientos nuevos que nos agitan sus duendes.Si Dante en su Divina Comedia dec¨ªa a los condenados al infierno que dejaran a la puerta todas sus esperanzas, al llegar a Venecia, dejamos a sus puertas crisis y desencantos de la vida de las ciudades verdaderas, las de la violencia, ruidos y soledades.?
La diferencia es que del infierno de Dante no se volv¨ªa. En Venecia, volver de la ciudad so?ada a la real es como haber viajado por la poes¨ªa de las ciudades invisibles so?adas por el genio de Calvino, que solo existen en el mundo de los s¨ªmbolos y de los deseos. Existen solo para ser amadas.
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