Despu¨¦s de Francisco
Hoy, el papa Francisco parece dispuesto a otra revoluci¨®n, que, al contrario de la del Concilio de Juan XXIII, es m¨¢s humana, social y hasta pol¨ªtica
La Iglesia ya no ser¨¢ la misma despu¨¦s de Francisco, Papa jesuita argentino que prefiere ser llamado obispo de Roma y no vivir en un palacio.
Antes que ¨¦l, ha habido pont¨ªfices de todos los estilos y colores: nobles y plebeyos, m¨¢rtires y perseguidores, santos y grandes pecadores. Y algunos m¨¢s que otros hicieron esfuerzos por devolver a la Iglesia a sus principios originales.
Dos de ellos fueron capaces de detener de alg¨²n modo el rumbo de la Iglesia apegada a los poderes temporales para darle un giro copernicano. El primero fue Juan XXIII, hijo de campesinos, elegido despu¨¦s del largo y atormentado pontificado de P¨ªo XII. El otro es el papa Francisco.
La revoluci¨®n de Juan XXIII, quien con el Concilio Vaticano II ayud¨® a la Iglesia a reconciliarse con el mundo, fue, sin embargo, fundamentalmente teol¨®gica. Devolvi¨® a la Iglesia algunas de las verdades originales que la burocracia y sus compromisos temporales hab¨ªan ofuscado.
Nada fue lo mismo despu¨¦s de aquel concilio y de aquel Papa que conden¨® a los ¡°profetas de desventura¡± que dominaban la Iglesia a pesar de que los bur¨®cratas de la curia romana y los te¨®logos conservadores se esforzaron en vaciar de nuevo a la Iglesia de la revoluci¨®n conciliar.
Hoy, el papa Francisco parece dispuesto a otra revoluci¨®n, que, al contrario de la del Concilio de Juan XXIII, es m¨¢s humana, social y hasta pol¨ªtica. Para ella, no hay necesidad de nuevos concilios teol¨®gicos. Francisco quiere devolver a la Iglesia su esencia original, de la que fue despojada para convertirse en una potencia mimada por el poder. El gran pronunciamiento de Francisco es que con gestos m¨¢s que con palabras est¨¢ reviviendo aquellas vivencias de la Iglesia antes de que el poder la prostituyera.
De ah¨ª su preferencia por la periferia pobre del mundo y de la Iglesia, su inclinaci¨®n por los que son diferentes, siempre rechazados por la historia, de los pecadores, de los eslabones m¨¢s d¨¦biles de la cadena, de los que han perdido la esperanza.
Quiere devolver a la Iglesia su esencia original, de la que fue despojada para convertirse en potencia mimada por el poder
Y hace de esa revoluci¨®n encarnada, de ese ejercicio del antipoder, la experiencia de su propia vida. Eso explicar¨ªa el simbolismo de haberse despojado hasta f¨ªsicamente de todas las insignias papales del poder o la decisi¨®n de abandonar sus habitaciones regias para vivir emblem¨¢ticamente en un simple hotel calzando los zapatos de la gente.
?Un papa socialista? ?Un papa populista? ?O m¨¢s bien un falso profeta?
Es f¨¢cil colgarle etiquetas dada su originalidad. Lo innegable es que no se trata de un papa desprevenido. Como buen jesuita, Francisco es tambi¨¦n un intelectual, que conoce muy bien la historia de la Iglesia. Y como buen argentino sabe ser pele¨®n con el poder.
Hay un test que poco a poco se ir¨¢ desvelando con Francisco. La Iglesia enrocada en el poder secular de la curia romana, considerada por los cristianos m¨¢s empe?ados como el anticristo, cada vez le ir¨¢ dando m¨¢s la espalda e intentar¨¢ frenar su revoluci¨®n. Al rev¨¦s, es posible que los que m¨¢s se hab¨ªan alejado de la Iglesia burocr¨¢tica y mundana del papado, los que hab¨ªan perdido la esperanza en una fe que salva m¨¢s que condena, los que no soportaban una Iglesia ensamblada con los poderes temporales, acaben siendo los mayores defensores del primer papa que no quiere ser llamado tal.
La Iglesia medieval discut¨ªa si los ¨¢ngeles ten¨ªan o no sexo. El papa Francisco est¨¢ demostrando que, en su fe ¡°encarnada¡±, el cuerpo es un valor divino llamado a resucitar venciendo a la muerte. A Francisco no le dan miedo, por esa raz¨®n, los cuerpos. Es un Papa que toca, besa y abraza. Es el primer Papa que dedica su primera enc¨ªclica a hablar no del cielo, sino de la Tierra. Y el primer Papa dispuesto a castigar con todo el rigor de la ley a los eclesi¨¢sticos que han sido capaces de abusar de la inocencia de los peque?os recordando quiz¨¢s que Jes¨²s hab¨ªa pedido para ellos la pena de muerte. ¡°Mejor que les pongan al cuello una rueda de molino y los arrojen al mar¡±.
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