Una juventud condenada a crecer sin esperanzas en el caos de Bagdad
La generaci¨®n que lleg¨® a adulta tras la muerte del dictador vive sin expectativas
Yaffar acab¨® sus estudios de psicolog¨ªa en la Universidad de Mustansiriya de Bagdad en 2003, justo tras la entrada de las tropas de EE UU y el derribo de Sadam Husein. Con 23 a?os y el ansiado diploma bajo el brazo, el flamante psic¨®logo puso sus esperanzas en ese cambio pol¨ªtico que abr¨ªa las puertas a un futuro sin dictadura y sin el embargo internacional de la d¨¦cada anterior. ¡°Estoy desilusionado. ?C¨®mo no voy a estarlo? Esto no es lo que esper¨¢bamos¡±, declara ahora sin acritud. En el actual Irak lo sorprendente no es que un pu?ado de j¨®venes se haya apuntado al Estado Isl¨¢mico (EI) o a las milicias chi¨ªes, sino que el grueso de los 20 millones de iraqu¨ªes menores de 35 a?os siga luchando por salir adelante.
¡°No tenemos otra elecci¨®n¡±, manifiesta Rayab, una periodista de 30 a?os que cada d¨ªa se esfuerza por no desanimarse. Los coches-bomba, secuestros y violencia que constituyen el escenario de su vida cotidiana no han conseguido borrarle una sonrisa que sin duda le abre muchas puertas en su trabajo, a¨²n dominado por los hombres en un pa¨ªs patriarcal hasta la m¨¦dula.
De natural optimista, Yaffar se cas¨® con su prometida al a?o siguiente, y cuando vio que no encontraba empleo, mont¨® un peque?o bazar en las cercan¨ªas de la calle Rachid, en el centro comercial de la capital iraqu¨ª. Durante alg¨²n tiempo logr¨® salir adelante, tuvo tres hijos y esper¨® con paciencia. Pero la amenaza del EI se cruz¨® en su camino.
¡°He tenido que cerrar porque la gente no compra; la mayor¨ªa est¨¢ en el paro y los que tienen dinero no lo gastan m¨¢s que en lo imprescindible¡±, asegura. Su objetivo es un empleo gubernamental, gracias a un conocido. Mientras, hace chapuzas para ir tirando. No est¨¢ orgulloso de haber recurrido al enchufe pero, a sus 35 a?os, no puede esperar m¨¢s. Muchos candidatos con menos preparaci¨®n se han colocado por la sola gracia de su confesi¨®n religiosa.
La amenaza yihadista
¡°No entiendo c¨®mo los americanos no acaban con el EI con el armamento que tienen; si presionaran a todos nuestros vecinos para que dejaran de apoyar a los terroristas, esto se arreglar¨ªa¡±, defiende convencido de que el asunto desborda sus fronteras.
¡°Es todo un problema pol¨ªtico; no hay guerra civil ni sectarismo entre nosotros¡±, se?ala Rayab, que se apresura a poner como ejemplo la reciente boda de su prima (chi¨ª) con un sun¨ª. Aunque los matrimonios mixtos no eran infrecuentes en Bagdad, nunca fueron la norma. ¡°Las tribus sun¨ªes no aceptar¨ªan que una de sus hijas se casase con un chi¨ª¡±, admite resignada constatando un viejo prejuicio.
Incluso quienes, como Mazen, han conseguido un buen trabajo con una agencia internacional, afrontan problemas inimaginables en otras partes del mundo. ¡°Es peligroso trabajar con extranjeros; los extremistas no distinguen entre EE UU y ONU¡±, afirma haciendo un juego de palabras con las siglas en ingl¨¦s, US y UN. ¡°Cada d¨ªa vengo a la oficina por un camino distinto, pero lo m¨¢s triste es que no puedo decir d¨®nde trabajo ni siquiera a mis amigos m¨¢s cercanos; nunca sabes qui¨¦n simpatiza con los terroristas o qui¨¦n puede cometer una indiscreci¨®n¡±, explica. Un peque?o empleo a tiempo parcial como reparador aut¨®nomo de antenas le da la cobertura.
Pero la tensi¨®n hace mella. Mazen, Rayab, Yaffar y otros muchos j¨®venes profesionales iraqu¨ªes aspiran a llevar ¡°una vida normal¡±; lo que b¨¢sicamente es hacer lo mismo que hacen sin tener que vivir en alerta permanente. Ah, y puestos a pedir, que mejore el tr¨¢fico de Bagdad porque la media vida que no se les va en el estr¨¦s, la pierden en los atascos.
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