Verona-M¨²nich: el tren de los refugiados
En el Eurocity 80 los viajeros son testigos de la locura absolutamente ordinaria de la pol¨ªtica de asilo europea
En el and¨¦n se api?an los africanos, los sirios y los afganos hasta donde acaban las v¨ªas. Entre sus piernas sostienen bolsas de pl¨¢stico ajadas. Dentro de las bolsas hay un par de prendas de vestir, agua y un trozo de pan. El tren entra en la estaci¨®n. Ellos se precipitan hacia las puertas, tropiezan, se empujan, se arrojan en tropel a trav¨¦s de la estrecha abertura. La bolsa se engancha, la gente presiona desde atr¨¢s. Un beb¨¦ chilla. Est¨¢ firmemente sujeto a la espalda de su madre. La mujer sigue avanzando a empujones hasta el pasillo del tren. En tan solo unos minutos, todos los sitios libres est¨¢n ocupados por alg¨²n refugiado. Visto desde arriba, parece un mar negro con dos o tres manchas claras.
Una de ellas es la permanente blanca de una veraneante. ¡°Esta es la nueva realidad¡±, observa. Dice que la sensaci¨®n es ¡°extra?a¡±. No es lo mismo que cuando ve las im¨¢genes de las pateras atestadas en las noticias de la noche. Las im¨¢genes no respiran, no huelen. Cuando muestran a los ni?os que huyen, los que no se est¨¢n riendo gatean con los ojos muy abiertos entre las piernas. Es raro tener sentada al lado de uno la crisis de los refugiados.
La crisis viaja a diario en el tren de Verona a M¨²nich. El a?o pasado, en los alrededores de Rosenheim se recogiieron a 12.500 refugiados que llegaban en tren o por carretera. Este a?o son ya 6.000 solo en los cinco primeros meses. M¨¢s del 60% viaja en ferrocarril. La mayor¨ªa de los que pasan por la ruta del Brennero vienen de Eritrea. Se echan exhaustos en los asientos blancos del tren. Muchos duermen con la cabeza apoyada en las mesas que hay delante de las ventanillas o en el hombro del vecino. Es la ¨²ltima etapa de su largo viaje. Han atravesado el desierto, los han encerrado en c¨¢rceles, se han enfrentado al mar en una barca inflable, y ya solo les faltan menos de 200 kil¨®metros para llegar a su meta: Alemania. Lo ¨²nico que todav¨ªa se interpone en su camino es la polic¨ªa italiana y austriaca. Seg¨²n el Tratado de Schengen, estos dos pa¨ªses colindantes tienen la obligaci¨®n de procurar que la entrada en Alemania no se produzca sin ning¨²n control.
Es raro tener sentada al lado de uno la crisis de los refugiados
Por eso los andenes de Bolzano tambi¨¦n suelen estar llenos de refugiados. Aqu¨ª, en la ¨²ltima estaci¨®n de Austria, los italianos hacen la selecci¨®n. Gabriele Nones est¨¢ junto a la v¨ªa 6. La cruz roja de su uniforme azul claro brilla casi tanto como sus cabellos te?idos del mismo color. Esta mujer de 67 a?os es miembro de Cruz Roja y una de los 20 colaboradores que se ocupan cada d¨ªa de los expatriados varados en la estaci¨®n. La mayor¨ªa son voluntarios de Bolzano.
Algunos d¨ªas, de los vagones brotan cientos de personas en busca de asilo. Esta vez eran solo 70. ¡°Afortunadamente, todos estaban bien¡±, cuenta Nones. A menudo tienen quemaduras y heridas infectadas. A muchos ha habido que llevarlos al hospital, explica, pero ellos no quieren. Solo quieren una cosa: llegar a Alemania. A veces descansan un momento en el banco de madera que hay en las peque?as dependencias cubiertas de azulejos que tiene Cruz Roja en la estaci¨®n. A los que tienen sarna les dan una ducha, ropa nueva y una pomada para las zonas que se han rascado. Adem¨¢s reciben algo para comer, normalmente at¨²n ¨Clos musulmanes y los budistas tambi¨¦n lo comen¨C y unas galletas para los ni?os, y a continuaci¨®n prosiguen viaje en el siguiente tren. Las posibilidades de pasar no son pocas.
El a?o pasado se recogiieron a 12.500 refugiados que llegaban en tren o por carretera. En los cinco primero smeses de 2015 son ya 6.000?
¡°Es f¨¢cil ir a Alemania¡±, explica Josef, de 21 a?os, en ingl¨¦s. Sentado en el asiento del vag¨®n, estira las larguiruchas piernas y contempla c¨®mo los Alpes pasan veloces junto a la ventanilla. A principios de 2014 sali¨® de Eritrea en direcci¨®n a Europa. El anillo con la piedra roja de uno de sus dedos es de su novia, que tuvo que quedarse en Sud¨¢n. En el transporte que los llevaba a trav¨¦s del desierto se puso enferma. Josef guarda silencio un instante. A continuaci¨®n, vuelve a re¨ªr. La polic¨ªa italiana no lo ha descubierto cuando estaba escondido en el ba?o durante el control de Bolzano. Su amigo se desliz¨® debajo del asiento. Es frecuente que los viajeros se lleven un buen susto cuando un refugiado sale a gatas de debajo de ellos, a lo mejor porque Sabine Cremer le ha dado en la cara con la luz de su linterna.
Algunos d¨ªas, de los vagones brotan cientos de personas en busca de asilo
La agente de polic¨ªa de 33 a?os con ojos azul claro est¨¢ sentada en el bar del tren. Acaba de terminar los controles con sus colegas italianos. Esta vez la cosa ha sido tranquila, pero tambi¨¦n ha tenido otras experiencias: ¡°gritos, golpes, mordiscos¡±. As¨ª resume escuetamente las reacciones de algunos a cuyo viaje pone fin cuando est¨¢n tan cerca de su destino. ?No siente compasi¨®n? ¡°En mi trabajo no hay sitio para ella¡±. No se permite tener opini¨®n, y afirma: ¡°Solo somos una prolongaci¨®n de la pol¨ªtica¡±.
Una pol¨ªtica de contradicciones
No se quieren muertos en el Mediterr¨¢neo, pero tampoco se permite la inmigraci¨®n legal a Europa. Por eso se refuerzan los controles en la frontera alemana. Solidaridad s¨ª, pero, por favor, nada de cuotas obligatorias de refugiados en los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea. Italia est¨¢ desbordada de expatriados. Aqu¨ª, en el tren, queda de manifiesto que tambi¨¦n es una pol¨ªtica cuyas reglas solo funcionan sobre el papel. Seg¨²n ellas, Italia ser¨ªa responsable de todos los refugiados que pisan por primera vez Europa en su suelo. Son miles a diario. ¡°Es comprensible¡± que la polic¨ªa italiana ¡°no se mate¡± por impedir que salgan del pa¨ªs, opina Burkhard Kreutz, comandante de la polic¨ªa de le regi¨®n de Tirol. Tanto la polic¨ªa italiana como la austriaca y la alemana tienen que hacer cumplir unas leyes que ya no son viables.
Aqu¨ª, en el tren, queda de manifiesto que la europea es una pol¨ªtica cuyas reglas solo funcionan sobre el papel
Entretanto, el tren ha llegado a Innsbruck. En el pasillo hay cuatro polic¨ªas austriacos asomados a las ventanas. ¡°Esto ya no se puede parar¡±, dice uno de ellos se?alando con un gesto de la cabeza los compartimentos repletos de refugiados. ?C¨®mo se espera que, entre cuatro, controlen a 150 en media hora? Imposible. Se llevan solo a 20. De todos modos, hoy los italianos no admitir¨¢n a m¨¢s. Los rechazados volver¨¢n a estar ma?ana en el mismo tren. ?Nadie se pregunta nunca qu¨¦ sentido tiene esto? ¡°Todos los d¨ªas¡±, dice un polic¨ªa, y abre la puerta del siguiente compartimento. Una ni?a con el cabello rizado y una camiseta roja de manga larga duerme en el regazo de su madre. ¡°Lev¨¢ntese¡±, ordena la polic¨ªa. La ni?a llora con mirada asustada. ¡°Al final, esto de los ni?os acaba mat¨¢ndote¡±, susurra un agente y empuja a la peque?a para que pase delante de ¨¦l.
Fuera, la polic¨ªa sujeta el brazo a la espalda de un refugiado. Dentro, una mujer con pantal¨®n deportivo levanta la vista de la revista de viajes. ¡°No es una forma muy agradable de acabar las vacaciones¡±, comenta. Una coqueta italiana del norte con sombra de ojos rosa se queja ¡°de este olor¡±. Un compartimento m¨¢s all¨¢, el revisor dice riendo: ¡°Nosotros s¨ª que somos los mayores traficantes¡±. Pero la sarna le horroriza. En cambio, una mujer mayor se inclina infructuosamente hacia su vecino de asiento, un joven eritreo, que quiere ir a Hamburgo. ¡°All¨ª hace fr¨ªo¡±, le explica en ingl¨¦s. ¡°Los tratan como a ganado¡±, es el comentario de otra sobre la actuaci¨®n de la polic¨ªa que acaba de presenciar.
Una coqueta italiana del norte con sombra de ojos rosa se queja ¡°de este olor¡±
La siguiente parada es Rosenhein. Las penalidades de los refugiados eran todav¨ªa el principal tema de conversaci¨®n cuando una cat¨¢strofe se abate tambi¨¦n sobre los pasajeros. ¡°?Por Dios!¡±, exclama una se?ora, llev¨¢ndose las manos a la cabeza. Cuarenta minutos de retraso por culpa de la acci¨®n policial. Al menos 30 agentes alemanes con chalecos antibalas y pistolas a la cintura pasan por el pasillo. ¡°Barrido¡±, le llaman. En cada vag¨®n tiene lugar la misma escena: ¡°?Pasaporte?¡± Un gesto negativo con la cabeza. ¡°Es ilegal. Tiene que salir¡±.
Si el compartimento est¨¢ vac¨ªo, viene su compa?era Cindy con la linterna. Apoya una rodilla en el suelo, baja la cabeza, se inclina hasta tener la cara cerca del suelo y mira debajo del asiento. De la oscuridad entre dos grupos de asientos del vag¨®n surge el brillo blanco de dos ojos detr¨¢s de una mochila de Spiderman. ¡°?Abra!¡±, grita su compa?ero un par de metros m¨¢s all¨¢, y golpea la puerta del ba?o. Dos chicos de menos de 16 a?os salen arrastrando los pies con expresi¨®n compungida.
De la oscuridad entre dos grupos de asientos del vag¨®n surge el brillo blanco de dos ojos detr¨¢s de una mochila de Spiderman
En el and¨¦n se forma otra vez una larga cola de refugiados. La polic¨ªa cuenta 130. Hasta ahora nunca hab¨ªan tenido tantos. Los ni?os lloran, una mujer se acuclilla y se sujeta contra el rostro el pa?uelo de la cabeza para protegerse. Todav¨ªa no saben que lo han conseguido. La acusaci¨®n de inmigraci¨®n ilegal casi siempre se retira cuando presentan la solicitud de asilo. Y entonces, ?para qu¨¦ todo este despliegue? ¡°Eso preg¨²nteselo a los pol¨ªticos¡±, dice uno de los polic¨ªas.
Lentamente, el tren reemprende la marcha traqueteando. Una mujer se alegra de que haya tantas plazas libres. Los carteles de reserva ¡°Verona-M¨²nich¡± que hay encima de ellos son ya lo ¨²nico que recuerda a los refugiados, que en este viaje han estado m¨¢s cerca de la mayor¨ªa de los viajeros que nunca hasta entonces.
Traducci¨®n de News Clips.
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