Competir culturalmente con el delito
Pregunt¨¦ a unos amigos brit¨¢nicos si recordaban el nombre de alg¨²n bandido contempor¨¢neo famoso en su pa¨ªs. No pudieron recordar a ninguno. Esta misma pregunta hecha hoy en M¨¦xico, Colombia, Brasil o Guatemala tendr¨ªa muchos nombres, incluso de criminales que han llegado a ser celebridades globales como Pablo Escobar o el Chapo Guzm¨¢n. En Latinoam¨¦rica millones de j¨®venes se est¨¢n convirtiendo en adultos sin estudios, sin trabajo, bajo la influencia de una cultura criminal como paradigma y con bandidos como ejemplos de ¨¦xito personal.
Latinoam¨¦rica es la regi¨®n con m¨¢s desigualdad y la m¨¢s violenta del planeta. Decir que la pobreza y la desigualdad son una injusticia puede calificarse como una posici¨®n ideol¨®gica. Sin embargo, decir que la pobreza en el continente se est¨¢ transformando aceleradamente en un problema de seguridad de car¨¢cter estrat¨¦gico, no es ideolog¨ªa, es una realidad. La evidencia son los 100.000 homicidios anuales y la existencia de territorios gobernados por criminales, que han derrotado o cooptado al Estado para establecer econom¨ªas basadas en la extorsi¨®n, el secuestro, los robos y el tr¨¢fico de drogas. Esto ocurre en los pa¨ªses m¨¢s pobres como Guatemala, Honduras y El Salvador, pero tambi¨¦n en Brasil o M¨¦xico, las potencias emergentes de la regi¨®n.
Es cierto que no hay una relaci¨®n directa entre pobreza y delito, pero la facilidad de acceso a las armas y la coincidencia en los mismos lugares de j¨®venes sin futuro con poderosas organizaciones criminales termina transformado la pobreza en una amenaza. La regla hist¨®rica es que, mientras un problema no afecta a las ¨¦lites, no existe y, en este momento, la inseguridad es un problema esencialmente de los pobres y las clases medias-bajas. Sin las bombas de Pablo Escobar en Bogot¨¢ habr¨ªa sido dif¨ªcil que las ¨¦lites colombianas se tomaran en serio la amenaza que representaba el narcotr¨¢fico.
La tendencia actual de los ricos es a segregarse en sus propios espacios para no ser afectados. Para resolver esta crisis, el primer paso es romper el paradigma de Estados fam¨¦licos que dejaron las reformas estructurales de los a?os ochenta del pasado siglo. La seguridad es ahora m¨¢s privada que p¨²blica, esto ha desprotegido a los pobres y el mercado no genera seguridad.
Sin Estados fuertes en sus capacidades coercitivas y sociales no hay soluci¨®n posible. Esto requiere cobrar m¨¢s impuestos que obligan a enfrentar a unas ¨¦lites insensibles que no padecen la inseguridad de forma directa.
La pobreza se est¨¢ transformando aceleradamente en un problema de seguridad de car¨¢cter estrat¨¦gico?
La segunda gran tarea es restablecer la autoridad del Estado en los lugares que dominan los criminales y esto implica m¨¢s y mejores polic¨ªas. Donde los delincuentes dominan desaparece la autoridad del cura, del pastor y del maestro, los ciudadanos ejemplares huyen, el poder local se somete y los polic¨ªas son vistos como enemigos. Ejecutar programas sociales donde los criminales gobiernan, fortalece el crimen. La prevenci¨®n social solo es posible donde el Estado ha recuperado autoridad o donde los criminales todav¨ªa no dominan.
Es necesario generar empleos, pero es una ilusi¨®n pensar que los ricos van a invertir en zonas pobres dominadas por delincuentes. La microeconom¨ªa y los peque?os negocios son lo fundamental. Deben ser protegidos contra la extorsi¨®n y valen m¨¢s cien peque?as tiendas que un gran supermercado. La batalla econ¨®mica es entonces entre peque?os negocios en paz versus dinero f¨¢cil con muerte.
Pero, adem¨¢s de generar empleos y llevar servicios, es necesario librar una batalla contra la cultura criminal. Tanto las pandillas como el crimen organizado explotan la necesidad de identidad de los j¨®venes, colocando la violencia en el centro de la cultura popular. El grafiti, la m¨²sica, la forma de vestir, el lenguaje oral y corporal, el baile y la religi¨®n (en su propia versi¨®n) toman caracter¨ªsticas tribales. Por lo tanto, no basta dar cursos de mec¨¢nica, es necesario ver el lado antropol¨®gico del problema y competir culturalmente con el delito en todas las ¨¢reas y con todas las herramientas posibles.
En el actual contexto, el crimen es la opci¨®n preferida de muchos pobres o quiz¨¢s la ¨²nica. Si no se hace nada, el problema se desbordar¨¢ y la violencia terminar¨¢ alcanzando los centros vitales y a las ¨¦lites. Hay que evitar entonces que la actual crisis de seguridad acabe convertida en una confrontaci¨®n entre una riqueza insensible y arrogante contra una pobreza violenta y vengativa.
Joaqu¨ªn Villalobos fue guerrillero salvadore?o y es consultor para la resoluci¨®n de conflictos internacionales.
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