El precio de escarbar en las tumbas del narco mexicano
El activista asesinado emprendi¨® la tit¨¢nica tarea de identificar los cuerpos que aparec¨ªan en fosas clandestinas
¡°Alguien tiene que hacerlo, ?no? Ya est¨¢ bien de hacerse g¨¹ey¡±, dec¨ªa Miguel ?ngel Jim¨¦nez mientras conduc¨ªa una camioneta en direcci¨®n a la monta?a. Era un mediod¨ªa caluroso y las ruedas levantaban polvo a medida que el veh¨ªculo se internaba en un camino de tierra. En la parte trasera se apelotonaban hombres de gesto duro armados con picos y palas.
?bamos a desenterrar cad¨¢veres.
Jim¨¦nez, asesinado el s¨¢bado en un taxi a los 45 a?os, ha liderado hasta su muerte la b¨²squeda de desaparecidos en Guerrero, el Estado mexicano en el que desaparecieron los 43 estudiantes hace casi 11 meses. En una especie de oficina que abri¨® en la ciudad de Iguala ¡ªun tenderete con una mesa y dos sillas¡ª recopilaba toda clase de informaci¨®n de los desaparecidos: nombre, ocupaci¨®n, fecha de la ¨²ltima vez que lo vieron, ropa que llevaba puesta, posible m¨®vil.
¡ªSe?ora, ?c¨®mo se llama su hijo?
¡ªEmilio.
¡ª?A qu¨¦ se dedicaba?
¡ªA nada.
¡ªBueno, no llore. Lo vamos a encontrar.
Jim¨¦nez era uno de esos optimistas contagiosos. Hasta ahora hab¨ªa conseguido lo que se hab¨ªa propuesto. En 2013, cre¨® un grupo de autodefensa ¡ªciviles armados¡ª en su pueblo cercano a Acapulco, Xaltianguis, con el que expuls¨® a los narcotraficantes de la zona. Al a?o siguiente se involucr¨® de lleno en la infructuosa b¨²squeda de los estudiantes. En esas expediciones por estos cerros selv¨¢ticos fue destapando fosas clandestinas repletas de cuerpos sin identificar.
Le acompa?aba una ristra de hombres de su pueblo, de manos callosas, pieles curtidas por el sol. Gente que sabe arar la tierra, tirar de una mula y usar un machete, pero que las circunstancias les obliga a abandonar el cultivo y empu?ar una escopeta. Jim¨¦nez, con sus ayudantes, tomaba nota de todos los huesos que iba encontrando con actitud notarial, como si estuviera a cargo de un CSI rural que recopilaba pruebas que despu¨¦s iban a ser analizadas en un laboratorio.
La verdad era otra. Los voluntarios contaminaban la escena del crimen, lanzaban colillas que fumaban mientras cavaban y las osamentas se extraviaban en bolsas de supermercado. En la tarea hab¨ªa m¨¢s voluntad que rigor, aunque esto era mucho m¨¢s de lo que se hab¨ªa hecho hasta ese momento en favor de las v¨ªctimas.
As¨ª comenz¨® lo que el propio Jim¨¦nez llamaba la b¨²squeda de ¡°los otros desaparecidos¡±, aquellos que no estaban en el radar de la opini¨®n p¨²blica, sepultados bajo palas de indiferencia. El activista, con los pocos recursos que iba recaudando aqu¨ª y all¨¢, emprendi¨® la doble tarea infinita de poner nombre a los cad¨¢veres que iba desenterrando y a la vez encontrar el cuerpo de aquellos de los que no se sab¨ªa nada. Barruntaba crear un banco de ADN para cruzar datos. Seg¨²n el registro de su organizaci¨®n, manejaba la ficha y el perfil gen¨¦tico de 200 casos que ten¨ªan que ser investigados.
?Qui¨¦n lo mat¨®? Por ahora es un misterio y es probable que sea as¨ª para siempre, como en esas pel¨ªculas que acaban con un fundido a negro tras un disparo de alguien a quien no se le aprecia el rostro. Sus allegados sospechan de los narcotraficantes a los que se enfrent¨®, de las propias autoridades que pod¨ªan verlo como un incordio y hasta de otros activistas que recelaban de su liderazgo.
Revisando las notas de aquellos d¨ªas en Iguala hay transcrita una conversaci¨®n que ahora adquiere significado. Le preguntamos si ten¨ªa miedo. ¡°No, nunca¡±, contest¨®. Si llev¨® ese pensamiento hasta el final, hasta el momento en el que un tipo le apunt¨® en la cabeza, fue un peque?o gesto de rebeld¨ªa ante su propia muerte. El desenterrador ya no podr¨¢ seguir escarbando en la tierra.
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