Las mareas permanentes
El poder sindical se desinfla. El continente asiste a una ola de protestas sin rostro que expresan la impugnaci¨®n global a los que mandan
Un lugar com¨²n afirma que la actividad pol¨ªtica se ha transformado en una campa?a permanente. Los gobernantes interpelan a la poblaci¨®n a trav¨¦s de un proselitismo que no cesa. En las grandes ciudades latinoamericanas se advierte un comportamiento sim¨¦trico: la democracia est¨¢ surcada por una protesta permanente. Los ciudadanos recorren avenidas para expresar con el cuerpo sus demandas. Como si al marketing de quienes los gobiernan opusieran su antimarketing. A pesar de que se extiende por toda la regi¨®n, el fen¨®meno cobija significados muy diversos.
Es obvio que este estado de asamblea es la variante local de una corriente planetaria. Las expansi¨®n de las redes sociales y las transmisiones televisivas en tiempo real llevan el malestar social hacia la calle, sea en Madrid, en T¨²nez, o en Nueva York. Pero existen peculiaridades regionales. Una de ellas es la declinaci¨®n del poder de convocatoria sindical, que hace tres d¨¦cadas determin¨® la ca¨ªda de las dictaduras militares. Ahora ejercen una presi¨®n espec¨ªfica, m¨¢s breve y despolitizada.
Aun as¨ª, sigue habiendo un tipo de protesta inspirado en reclamos concretos, que responde a organizaciones sociales. El ejemplo m¨¢s claro es el de los estudiantes chilenos, que desgastaron a Sebasti¨¢n Pi?era y facilitaron el regreso de Michelle Bachelet. Las marchas de los maestros mexicanos para oponerse a las reformas de Enrique Pe?a Nieto, responden, salvando las distancias, a un modelo similar. Igual que los ¡°piquetes¡± de los productores agropecuarios argentinos, que en el a?o 2008 bloquearon las principales rutas del pa¨ªs para resistir una mayor presi¨®n impositiva. Todas estas iniciativas son promovidas por entidades con las que se puede negociar.
Aun con estas caracter¨ªsticas, en M¨¦xico la multiplicaci¨®n de ¡°plantones¡± llega a l¨ªmites inusuales. Hay de media tres protestas al d¨ªa cortando alguna avenida del DF. Los Gobiernos son permisivos porque todav¨ªa pesa sobre ellos el dram¨¢tico antecedente de 1968, cuando Gustavo D¨ªaz Ordaz produjo la matanza estudiantil de Tlatelolco.
A lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada, han surgido manifestaciones de otro tipo. Carecen de un rostro institucional identificable. Se organizan a trav¨¦s de las redes sociales. Y expresan una impugnaci¨®n global a los que mandan. A esta modalidad responden los cacerolazos argentinos de 2012 y 2013; las protestas venezolanas de 2014; las movilizaciones brasile?as, que se levantaron contra el precio de los servicios, y derivaron en un rechazo general a la administraci¨®n Rousseff; y las marchas ecuatorianas contra Rafael Correa. Manuel Castells bautiz¨® a estas manifestaciones como wiki-revoluciones porque son construcciones colectivas y emiten un mensaje fragmentado y hasta contradictorio. Imposible pensar en ellas sin Twitter y sin Facebook. Lo entendi¨® bien el Gobierno mexicano, al que se le reprocha utilizar un sistema de bots para desbaratar protestas orquestadas a trav¨¦s de esas redes. A trav¨¦s de estas movilizaciones ya no se canalizan exigencias ¡°gremiales¡± negociables.
¡°Hasta hace poco las crisis se cortaban con un golpe militar. Celebremos la evoluci¨®n¡±
En Venezuela, en la Argentina y en Ecuador aparecen demandas de calidad institucional, relacionadas con la independencia judicial y la libertad de prensa. El problema de la corrupci¨®n est¨¢ siempre presente.
No es casual que estas manifestaciones con reclamos generales ocurran en pa¨ªses donde existe un gran desequilibrio de poder. Es decir, democracias poco competitivas, cuya escena electoral est¨¢ dominada por una fuerza monop¨®lica. La protesta callejera es la rudimentaria salida que encuentran sectores ciudadanos que carecen de un instrumento institucional eficaz para limitar al que gobierna.
Como, adem¨¢s, la carencia de una organizaci¨®n opositora desata las inclinaciones hegem¨®nicas de los gobernantes, la esfera p¨²blica se convierte en un campo de batalla ideol¨®gico. La capacidad de di¨¢logo se reduce a cero con las consecuencias que se advierten en Ecuador y en Venezuela: la reacci¨®n policial y militar ante los que protestan es cada vez m¨¢s agresiva.
El caso brasile?o es distinto. All¨ª se ha dado una circunstancia especial¨ªsima: al descontento de los que quer¨ªan reemplazar a Rousseff, se sum¨® el desencanto de los votantes de Rousseff, que interpretan el actual ajuste econ¨®mico como una traici¨®n al mandato de las urnas. La popularidad de la presidenta descendi¨® al 7% ocho meses despu¨¦s de la reelecci¨®n.
Hay una raz¨®n por la cual las manifestaciones se vuelven m¨¢s intolerables para los Gobiernos de Argentina, Ecuador o Venezuela, que para los de M¨¦xico, Brasil o Chile. Los Kirchner, Correa y Hugo Ch¨¢vez, llegaron al poder encabalgados en protestas populares. Esa circunstancia aliment¨® el mito de todo liderazgo carism¨¢tico: el caudillo es la encarnaci¨®n de ¡°el pueblo¡±. La presencia de ¡°el pueblo¡± en las plazas, insatisfecho e insultante, se vuelve insoportable porque corroe ese imaginario. Por eso los gobiernos populistas no estar¨ªan ante ciudadanos que se mueven de forma voluntaria sino ante una conspiraci¨®n, maquinada desde Estados Unidos para desestabilizar a las administraciones populares para asegurar privilegios que est¨¢n siendo amenazados por una marejada igualitaria. Correa, Maduro y Cristina Kirchner recitan ese mantra. En cambio el PT brasile?o delega la misma explicaci¨®n en intelectuales perif¨¦ricos.
Los gobiernos m¨¢s populistas empiezan a resquebrajarse por el frenazo de la econom¨ªa
Aun as¨ª, en Brasil apareci¨® el signo de una nueva ¨¦poca: hubo protestas importantes en el nordeste, donde el PT concentra su clientela. Este rasgo hace juego con lo que sucede en Ecuador. Correa ya no enfrenta s¨®lo a las clases medias republicanas, contribuyentes inquietos por que la corrupci¨®n dilapida sus impuestos. Las ¨²ltimas movilizaciones contaron con sindicatos y asociaciones indigenistas. Es un estigma similar al de Maduro, que debi¨® soportar la oposici¨®n del movimiento estudiantil, que hab¨ªa sido un soporte inicial de Ch¨¢vez. En la Argentina el Gobierno peronista est¨¢ enfrentado a los principales sindicatos peronistas.
Los gobiernos populistas comienzan a sufrir el resquebrajamiento de su base. Es comprensible. Am¨¦rica Latina es la regi¨®n que menos crece. Seg¨²n la CEPAL este a?o la expansi¨®n ser¨¢ de apenas un 0,5%. Cae el consumo y aumenta el desempleo. En 2002 se inici¨® una ola de bonanza gracias al aumento del precio de las commodities y a la baja tasa de inter¨¦s internacional. El polit¨®logo Andr¨¦s Malamud apunta que entre 2006 y 2014 en la regi¨®n se reeligieron diez presidentes y s¨®lo uno dej¨® el poder sin completar su per¨ªodo. Un contraste formidable con los 20 a?os anteriores: 13 presidentes fueron desalojados antes de tiempo.
La movilizaci¨®n permanente proyecta un imagen de inestabilidad. Cuando se relee a autores como Kathryn Hochstetler, se advierte que sin protestas no hay derrumbe de Gobiernos. Pero tampoco con ese requisito solo alcanza. Al enojo callejero se le debe sumar la p¨¦rdida del control parlamentario.
La escenificaci¨®n callejera de los conflictos confirma que los sistemas pol¨ªticos latinoamericanos sufren disfunciones de larga duraci¨®n. Sin embargo, existe un motivo para el optimismo. Las interrupciones institucionales se regulan por los procedimientos previstos en las constituciones. Hasta hace poco m¨¢s de treinta a?os el nudo gordiano de las crisis se cortaba con un sanguinario golpe militar. Hay que celebrar, entonces, una gigantesca evoluci¨®n.
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