?xtasis ef¨ªmero, alegr¨ªa eterna
Miles de personas se concentran en las calles de la capital de Estados Unidos para lograr una visi¨®n fugaz de Francisco a bordo del 'papam¨®vil'
Manuela, 63 a?os, apenas pudo ver a Francisco, a pesar de que esperaba desde las siete de la ma?ana. Pero entre que Manuela es chaparrita (bajita) y que un mar de tel¨¦fonos m¨®viles y tabletas ocup¨® la m¨ªnima franja de visi¨®n por la que esta mexicana confiaba en ver al Papa, Manuela tuvo que conformarse con gritar ?Francisco, Francisco! como si fuera lo ¨²ltimo que le tocara hacer en la vida.
Ya alejado el famoso papam¨®vil, Manuela lloraba de emoci¨®n. ¡°Es un hombre bueno¡±, era lo ¨²nico que acert¨® a decir antes de secarse las l¨¢grimas y emprender de vuelta hacia Virginia el camino iniciado muchas horas antes para ver al hombre de Roma.
Terry, 40 a?os, lleg¨® a las 3:30 de la ma?ana a la explanada del Mall del centro de Washington para garantizarse un buen sitio para el breve paseo de Francisco a bordo de su papam¨®vil (aunque lo que ha dado titulares ha sido el Fiat 500 en el que se desplaza en lugar de un veh¨ªculo blindado).
El papam¨®vil avanzaba a buen ritmo rodeado de veh¨ªculos y agentes de seguridad, mientras Francisco saludaba sonriente a los congregados, hac¨ªa signos de bendici¨®n
Decidi¨® viajar Terry desde las afueras de la ciudad para ver al pont¨ªfice porque le recuerda "la importancia de la familia¡±. Terry lo vio pasar frente a ¨¦l apenas durante cinco segundos. Pero el ¨¦xtasis se desat¨®. Su esfuerzo vali¨® la pena: la alegr¨ªa era contagiosa -y promet¨ªa ser eterna- tras el paso del Papa.
Como Manuela y Terry, cerca de 200.000 personas -seg¨²n las autoridades- se congregaron en los alrededores de la Casa Blanca por donde el Papa hizo su recorrido en el papam¨®vil. Posteriormente, se traslad¨® hasta la catedral de San Mateo, la misma en la que se celebr¨® el funeral de John F. Kennedy hace m¨¢s de 50 a?os.
Aunque era mi¨¦rcoles, la ciudad despert¨® como si se tratara de s¨¢bado. El tr¨¢fico no exist¨ªa, debido a los muchos cortes de calles, y el buen tiempo propici¨® que la espera por el Santo Padre casi fuera un picnic. Excepto los que se agarraban a la valla -con la misma pasi¨®n que a su fe cat¨®lica- para no perder la primera fila, los dem¨¢s reposaban tranquilos esperando su aparici¨®n, que se retras¨® cerca de 15 minutos sobre el horario previsto de las 11 de la ma?ana.
El papam¨®vil avanzaba a buen ritmo rodeado de veh¨ªculos y agentes de seguridad, mientras Francisco saludaba sonriente a los congregados, hac¨ªa signos de bendici¨®n y reaccionaba, en ocasiones con sorpresa, a los numerosos carteles que se ondeaban a su paso. Hab¨ªa v¨ªtores de emoci¨®n y carreras para tratar de avanzar en paralelo al veh¨ªculo papal. Pr¨¢cticamente eran inexistentes los que no alzaban, ansiosos, sus tel¨¦fonos m¨®viles tratando de inmortalizar el momento. "?Hab¨¦is venido a ver al Papa o a grabarlo?¡±, dec¨ªa un hombre, molesto porque la nube de tel¨¦fonos le imped¨ªa ver bien al religioso argentino.
El paso del papam¨®vil fue fugaz. Pero su impacto se presume duradero para muchos
El paso del papam¨®vil fue fugaz. Pero su impacto se presume duradero para muchos. ¡°No me puedo creer que he visto al Papa¡±, exclamaba, entre l¨¢grimas, una mujer estadounidense de avanzada edad. A pocos metros, Gina Romero, salvadore?a de 37 a?os, 23 de ellos en EE UU, hac¨ªa esfuerzos para contener la emoci¨®n. ¡°Al verlo me dieron ganas de llorar¡±, dec¨ªa. Acudi¨® a verlo buscando que le conceda un ¡°milagro¡± a su familia y su pa¨ªs.
En algunas zonas los latinos supon¨ªan la mitad del p¨²blico, por lo dem¨¢s muy heterog¨¦neo socioecon¨®micamente y racialmente. El ambiente corr¨ªa de su cuenta. Impulsaban que se hiciera la ola cuando a¨²n quedaba una hora para la llegada del Papa y cuando el silencio se prolongaba, gritaban: ¡°Se siente, el Papa est¨¢ presente¡±. Entre ellos, estaba Ricardo Su¨¢rez, peruano de 41 a?os, que viaj¨® desde Lima con miembros de su parroquia para seguir todo el viaje de Francisco en EE UU. ¡°Quiero que me d¨¦ la paz¡±, dec¨ªa.
Un poco m¨¢s all¨¢, tres estudiantes de 19 a?os de la Universidad Americana de Washington estaban expectantes. ¡°Hemos venido a ver el espect¨¢culo¡±, dec¨ªa Ethan Graure, que admit¨ªa que le atra¨ªa m¨¢s ver el papam¨®vil, icono de la cultura pop, que la fe cat¨®lica.
Pr¨¢cticamente eran inexistentes los que no alzaban, ansiosos, sus tel¨¦fonos m¨®viles tratando de inmortalizar el momento
Rodolfo segu¨ªa llorando, sentado a los pies del Obelisco, el monumento a George Washington, cuando Francisco ya estaba oficiando su homil¨ªa en San Mateo. "S¨¦ que es ahora o nunca, o es este Papa el que abre las puertas a mi gente o no lo har¨¢ nadie". Su gente es la comunidad de Gays, Lesbianas,? Bisexuales y Transexuales. Un grupo de curas llegados de M¨¦xico, todos con el alzacuellos ya desbaratado, no se pon¨ªa de acuerdo sobre la inquietud de Rodolfo.
El papam¨®vil acab¨® su recorrido y los fieles, visitantes o simplemente curiosos que acudieron al evento abandonaban la zona. Los muchos vendedores de recuerdos rebajaban sus precios. ¡°Ll¨¦vese una pieza de la historia¡±, ofrec¨ªa uno que vend¨ªa camisetas de la visita de Francisco a Washington. "Un d¨®lar, un d¨®lar", publicitaba Leroy agitando banderas con el arco¨ªris que enarbola la comunidad gay en las que se le¨ªa: "Nac¨ª de esta manera".
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