Bandas de j¨®venes ponen en jaque la seguridad de las playas de R¨ªo
El Gobierno proh¨ªbe a determinados adolescentes pobres el acceso a los arenales
La imagen de postal de dos de las playas m¨¢s famosas del mundo, Ipanema y Copacabana, en R¨ªo de Janeiro, se llen¨® este fin de semana de robos y agresiones por parte de numerosos grupos de ni?os y adolescentes procedentes de barrios pobres de la ciudad. Esta situaci¨®n sembr¨® el caos y el p¨¢nico entre los ba?istas y, a la postre, revolucion¨® la ciudad e hizo que muchos se tomaran la justicia por su mano. La circunstancia ha acarreado que las autoridades tomen una medida pol¨¦mica: impedir que determinados j¨®venes pobres accedan a las playas de la zona m¨¢s privilegiada de la ciudad, tras ser interrogados por asistentes sociales.
El s¨¢bado pasado bastaba quedarse en la playa de Ipanema y esperar: en menos de una hora, un grupo de adolescentes arranc¨® una cadena de oro a un hombre y otro pelot¨®n de j¨®venes rob¨® un tel¨¦fono m¨®vil a una pareja, a la vista de todos. Las escenas se repitieron a lo largo del d¨ªa y la jornada de playa acab¨® con un asalto multitudinario, de unos 30 j¨®venes, que se llev¨® todo lo que encontr¨® a su alcance en una panader¨ªa de un barrio cercano.
La ola de asaltos vuelve a encender el debate sobre la legislaci¨®n y la edad de responsabilidad penal en Brasil
La sensaci¨®n de inseguridad en las zonas m¨¢s ricas de la ciudad, que ser¨¢ la sede de los Juegos Ol¨ªmpicos en menos de un a?o, promovi¨® la adhesi¨®n de miles de personas a grupos de Facebook que ofrec¨ªan consejos para protegerse, alertaban de nuevos asaltos e invitaban a los ciudadanos a tomarse la justicia por su mano.
Y as¨ª sucedi¨®: circula por la red un v¨ªdeo grabado con tel¨¦fono m¨®vil que muestra a un grupo de hombres con conocimientos de lucha libre detener un autob¨²s que part¨ªa hacia los suburbios de la ciudad y romper las ventanas en busca de sus ocupantes. Mientras los pasajeros hu¨ªan por todas las salidas de emergencia, incluida la del techo, los llamados justicieros agarraron a un joven, casi un ni?o, y le golpearon varias veces, peg¨¢ndole patadas hasta que el joven consigui¨® huir. Las escenas, divulgadas en las redes sociales y la televisi¨®n, transmitieron a su vez la sensaci¨®n de una situaci¨®n fuera de control y algunos vecinos prefirieron quedarse en casa, a pesar de que el term¨®metro rozaba los 40 grados.
La ola de asaltos tambi¨¦n volvi¨® a encender el debate sobre la legislaci¨®n y la edad de responsabilidad penal en Brasil. ¡°No creo que debamos maltratar a un ni?o, pero no puede haber tanta impunidad con los menores, ellos saben muy bien lo que hacen. Si no aprenden con amor, tendr¨¢n que aprender con dolor. Mientras la ley proteja a los ni?os que act¨²an como bestias no vamos a resolver nada. Y no hablo de c¨¢rcel, hablo de centros de recuperaci¨®n, donde los chavales no salgan m¨¢s bandidos de lo que entraron¡±, se queja la vendedora de peri¨®dicos de un quiosco de Copacabana, Vania Scholz, de 61 a?os.
Nada de lo que ocurri¨® este fin de semana, sin embargo, coge de sorpresa a los cariocas. Los robos en pandilla en las playas se repiten cada verano desde finales de los a?os ochenta, cuando las favelas de la periferia comenzaron a tener conexiones de transporte p¨²blico con la privilegiada zona sur de R¨ªo. Tras estas pandillas, aparecieron aficionados a las artes marciales y el boxeo dispuestos a formar una suerte de milicias determinadas a acabar con los asaltantes.
Cuesti¨®n racial
Las autoridades de R¨ªo anunciaron el pasado martes que ocho instituciones, entre ellas la Polic¨ªa Militar, los servicios sociales y la guardia municipal, se unir¨¢n para frenar la ola de asaltos en la ciudad. La estrategia de seguridad prev¨¦ una medida pol¨¦mica: el arresto sin m¨¢s de j¨®venes que viajan en esos autobuses desde los suburbios a las playas.
No es la primera vez que esto sucede: a finales de agosto, la Polic¨ªa Militar arrest¨® a 160 menores de edad, la mayor¨ªa negros, que vest¨ªan apenas un ba?ador y que no ten¨ªan dinero ni para volver a sus barrios, lo que les convert¨ªa a ojos de los agentes en sospechosos a pesar de no haber cometido ning¨²n delito. La medida fue muy criticada por activistas y defensores de los derechos humanos, que la calificaron de discriminatoria y racista.
Sin entrar en el debate sobre la cuesti¨®n de raza, ¨ªntimamente relacionada a la condici¨®n social en Brasil, un juez consider¨® la pr¨¢ctica ilegal. La polic¨ªa, que se confes¨® con las manos atadas, suspendi¨® entonces los controles. Pero tras el pasado fin de semana, los agentes volver¨¢n a parar los autobuses y los menores en ¡°situaci¨®n de vulnerabilidad¡± no llegar¨¢n a las playas de los ricos. Se quedar¨¢n en un centro de acogida a la espera de que aparezcan sus padres. Con una novedad: no ser¨¢ la Polic¨ªa Militar la que decida qu¨¦ ni?os necesitan de tutela, sino los asistentes sociales.
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