Un mundo laboral t¨®xico
Los centros de trabajo han obviado la transformaci¨®n sufrida por la sociedad en las ¨²ltimas d¨¦cadas. No habr¨¢ competitividad si no se teje una red de asistencia
Para muchos estadounidenses, la vida se ha convertido en una competici¨®n permanente. Trabajadores de todo el espectro socioecon¨®mico, desde camareras de hotel hasta cirujanos, cuentan c¨®mo trabajan 12 y 16 horas diarias (muchas veces sin que les paguen las horas extra) y sufren ataques de ansiedad y agotamiento. Los expertos en salud p¨²blica han empezado a hablar de una epidemia de estr¨¦s.
Las personas capaces de competir y triunfar en esta cultura forman una franja cada vez m¨¢s estrecha de la sociedad norteamericana: en general, j¨®venes sanos y con el dinero suficiente para no tener que cuidar de sus familiares. Por supuesto, una empresa puede preferir a esas personas, como hac¨ªan antes todas las aseguradoras, y despu¨¦s pasarlas a otras empresas cuando tienen hijos o necesitan cuidar de sus padres. Pero este modelo de ganar a toda costa consolida una patolog¨ªa t¨ªpicamente estadounidense que consiste en no dejar espacio a la atenci¨®n y el cuidado. El resultado: desperdiciamos talento y vaciamos nuestra sociedad.
Para empezar, estamos perdiendo mujeres. Estados Unidos ha estimulado el talento de sus mujeres como pocos otros pa¨ªses; las chicas van por delante de los chicos en institutos, carreras universitarias y cursos de posgrado, y ahora est¨¢n empezando a tener salarios iniciales m¨¢s altos que ellos. Pero su n¨²mero disminuye de forma sustancial a medida que suben de categor¨ªa, de m¨¢s del 50% en los puestos m¨¢s bajos a entre el 10% y el 20% en los puestos directivos. Muchas descubren, por desgracia, que el equilibrio trabajo-familia que al principio era controlable e incluso agradable deja de serlo, independientemente de la ambici¨®n, la confianza e incluso una pareja que comparta todas las tareas por igual.
Cada situaci¨®n familiar es distinta; algunas mujeres pueden asumir con facilidad unas condiciones que otras, no. Pero muchas que empezaron con toda la ambici¨®n del mundo se encuentran en un lugar al que no esperaban llegar. No quieren dejar el trabajo; se quedan fuera por la negativa de sus jefes a facilitar el encaje de su vida familiar y su vida profesional. En su libro Opting Out? Why Women Really Quit Careers and Head Home (?Abandono? Por qu¨¦ dejan las mujeres sus carreras y se quedan en casa), la soci¨®loga Pamela Stone lo llama una ¡°decisi¨®n forzosa¡±. ¡°El rechazo de las peticiones de trabajar a media jornada, los despidos y los traslados¡±, escribe, acaban expulsando a la mujer m¨¢s ambiciosa del mercado laboral.
A una joven abogada de Virginia le ofrecieron un puesto en un departamento jur¨ªdico, y ella decidi¨® que solo pod¨ªa aceptar si le permit¨ªan trabajar un d¨ªa a la semana desde casa para estar con sus dos hijos. Su jefe se neg¨®. Otra mujer me escribi¨® que aspiraba a un cargo directivo pero ten¨ªa un hijo de dos a?os en casa: ¡°El dilema no se debe en absoluto a tener un ni?o peque?o: al fin y al cabo, da la impresi¨®n de que los ejecutivos varones tienen un ascenso que coincide con cada hijo que nace. El problema es que el trabajo se sigue circunscribiendo como algo que se hace ¡®en una oficina¡¯ y/o ¡®entre las 8 de la ma?ana y las 6 de la tarde¡¯. Todav¨ªa no me han dado ni una explicaci¨®n razonable para insistir en que para hacer mi trabajo debo estar sentada en esta habitaci¨®n de 1,40 metros cuadrados, a 32 kil¨®metros de mi casa¡±.
El problema se agudiza en el caso de los 42 millones de mujeres que viven al borde de la pobreza en Estados Unidos. No ir a trabajar porque un ni?o tiene una otitis, los colegios est¨¢n cerrados por nieve o hay que llevar a un abuelo al m¨¦dico pone su puesto de trabajo en peligro, y, si lo pierden, no pueden seguir cuidando como es debido de sus hijos ¡ªalrededor de 28 millones¡ª ni de otros familiares que las necesitan. A menudo salen perjudicadas no solo de que haya poca flexibilidad sino tambi¨¦n de que haya demasiada, porque muchos trabajos mal remunerados en el sector servicios han dejado de tener garantizado un n¨²mero de horas a la semana.
Parece un problema femenino pero no lo es. El origen est¨¢ en un entorno dise?ado para la ¨¦poca de ¡®Mad Men¡¯
Parece un ¡°problema de mujeres¡±, pero no lo es. Es un problema laboral, achacable a un sistema averiado y anticuado. Cuando los bufetes de abogados y las empresas pierden a mujeres de talento que no quieren una carrera r¨ªgida y ponen en tela de juicio los sistemas de ascensos consistentes en dar m¨¢s importancia al n¨²mero de horas trabajadas que a la calidad del trabajo, no es un problema de mujeres. Cuando la abundancia de empresas demasiado inflexibles hace que 42 millones de estadounidenses tengan que vivir cada d¨ªa con el miedo de que un solo fallo les impida seguir cuidando de sus hijos, no es un problema de mujeres, sino de todos.
El problema est¨¢ en el entorno laboral, o, mejor dicho, en un entorno laboral dise?ado para la ¨¦poca de Mad men, para parejas en las que uno de los dos es el ¨²nico que se dedica a ganar dinero y el otro es el ¨²nico que se ocupa del indispensable cuidado de los hijos, los enfermos y discapacitados, los ancianos. Nuestras familias y nuestras responsabilidades ya no son como entonces, pero los centros de trabajo no se han adaptado a la realidad de nuestras vidas.
Irene Padavic, soci¨®loga de la Universidad de Florida, Robin J. Ely, profesora de la Escuela de Negocios de Harvard, y Erin Rei, de la Escuela de Negocios de Boston University, recibieron el encargo de realizar un estudio detallado de una empresa consultora de tama?o medio y de ¨¢mbito mundial, cuya direcci¨®n pensaba que ten¨ªan un ¡°problema de g¨¦nero¡±. La firma contaba con muy pocas mujeres en los niveles superiores: solo hab¨ªa un 10% de mujeres socias, frente a un 40% en los puestos de socias junior.
Despu¨¦s de su minucioso examen, las profesoras Padavic, Ely y Reid llegaron a la conclusi¨®n de que en los tres a?os anteriores se hab¨ªan ido de la empresa igual n¨²mero de hombres que de mujeres, un dato que contradec¨ªa la explicaci¨®n de la direcci¨®n, que hablaba de que a las mujeres les costaba conjugar familia y trabajo. Algunos hombres se hab¨ªan ido tambi¨¦n debido a las largas jornadas; otros ¡°sufr¨ªan en silencio o se las arreglaban¡±. El problema de recursos humanos de la firma no era de sexos, sino de exceso de trabajo.
Los directivos de la empresa rechazaron sus hallazgos. No les gustaba o¨ªr que deb¨ªan cambiar toda su filosof¨ªa organizativa ni que estaban haciendo a los clientes promesas imposibles de cumplir o superfluas (por ejemplo, haciendo presentaciones de PowerPoint de un centenar de diapositivas, que el cliente no llegaba a utilizar). Quer¨ªan o¨ªr que el problema era el conflicto de las mujeres entre trabajo y familia, un relato que les permitiera adoptar unas estrategias espec¨ªficas para ayudar a las mujeres a trabajar a tiempo parcial, o a las ¨®rdenes de un mentor, o en redes de apoyo. Como dec¨ªan con iron¨ªa Padavic, Ely y Reid para concluir, ¡°necesitaban que unos analistas que trabajaban con pruebas rechazaran las pruebas ofrecidas¡±.
La existencia de una mala cultura laboral es problema de todos, tanto de los hombres como de las mujeres. Es perjudicial no solo para las madres que trabajan, sino para los padres tambi¨¦n. Y para los hijos, hombres y mujeres, que trabajan y necesitan cuidar de sus padres. Para cualquiera que no tiene el lujo de contar con un familiar que est¨¢ todo el d¨ªa en casa y puede hacerse cargo de esas tareas.
Tomarse un permiso para cuidar a alguien no puede ser visto como un agujero en nuestra trayectoria profesional
Hay avances positivos. Los hombres est¨¢n empezando a acogerse a permisos de paternidad y a asumir plenamente su papel. Seg¨²n un estudio del Instituto de Familia y Trabajo estadounidense, solo un tercio de los hombres de la generaci¨®n del milenio piensa que en las parejas deban ejercerse los papeles de g¨¦nero tradicionales. Algunas empresas tecnol¨®gicas que se disputan a los mejores profesionales est¨¢n empezando a ofrecer permisos de paternidad m¨¢s extensos; no por eso va a cambiar el centro de trabajo t¨ªpico, pero es una se?al de que las actitudes est¨¢n cambiando.
Ahora bien, aunque hombres y mujeres unan sus fuerzas para exigir cambios en el entorno laboral, no podemos hacerlo solos, a t¨ªtulo individual, tratando de organizar nuestra vida mientras jefes y empleados intentan dejar un hueco a esas necesidades. Siempre habr¨¢ otra empresa rival capaz de bajar los precios a base de exigir m¨¢s a sus trabajadores, hasta que los quema y los despide cuando no pueden m¨¢s. Para que el pa¨ªs sea verdaderamente competitivo, vamos a tener que emular a otros pa¨ªses industrializados y construir una infraestructura de asistencia. Antes la ten¨ªamos: se llamaba ¡°la mujer en casa¡±. Pero ahora que el 57% de esas mujeres trabajan fuera del hogar, la red se ha derrumbado y no va a volver.
Para apoyar la atenci¨®n y los cuidados igual que apoyamos la competitividad, necesitaremos combinar varios de estos elementos: una atenci¨®n de calidad y asequible a ni?os y ancianos; permiso remunerado por motivos familiares y m¨¦dicos para hombres y mujeres; el derecho a pedir medias jornadas o un horario flexible; una inversi¨®n en educaci¨®n temprana comparable a nuestra inversi¨®n en educaci¨®n primaria y secundaria; protecci¨®n laboral total para las trabajadoras embarazadas; salarios m¨¢s altos y formaci¨®n para los cuidadores profesionales; estructuras comunitarias de apoyo para que los ancianos puedan vivir m¨¢s tiempo en su propio hogar; y una reforma de los horarios de la escuela primaria y secundaria en consonancia con una econom¨ªa digital, y no una econom¨ªa agraria.
Estas ideas no son tan absurdas como parecen. El presidente Obama ha incluido propuestas para ampliar el acceso a la atenci¨®n infantil de calidad y asequible en su presupuesto para 2016. Hillary Clinton propone ofrecer una base a las familias trabajadoras que incluya la atenci¨®n infantil, y lo ha convertido en una de las prioridades de su campa?a. Uno de los pocos Estados que tiene permiso familiar remunerado (los trabajadores pagan el coste con un peque?o aumento de su impuesto sobre la renta del trabajo) es Nueva Jersey, con un gobernador republicano, Chris Christie.
Los senadores republicanos han presentado un proyecto de ley que permitir¨ªa a los empresarios ofrecer a sus empleados horas de permiso remuneradas en lugar de horas extra; algunas encuestas muestran que una mayor¨ªa de las mujeres que votan al Partido Republicano est¨¢n a favor de esa modificaci¨®n. Ahora que los miembros del baby boom est¨¢n cumpliendo a?os, vamos a encontrarnos con todo un grupo de electores interesados en facilitar la atenci¨®n y el cuidado, a ambos lados del espectro pol¨ªtico.
Tomarse un permiso para cuidar de alguien ¡ªhijos o padres¡ª no puede ser un agujero negro en nuestra trayectoria profesional
Pero los cambios en nuestros centros de trabajo y en la pol¨ªtica en general dependen adem¨¢s de una transformaci¨®n cultural: debemos modificar nuestra forma de pensar y hablar, los criterios para otorgar prestigio a alguien. Si di¨¦ramos a la asistencia la importancia que tiene, no pensar¨ªamos que tomarse un permiso para cuidar de alguien ¡ªde los hijos, de los padres, del c¨®nyuge, de un hermano o de cualquier otro miembro de nuestra familia de sangre o social¡ª es un agujero negro en nuestra trayectoria profesional. Lo considerar¨ªamos una actividad valiosa desde el punto de vista social, personal y profesional. Los hombres que se ocupan de la atenci¨®n nos parecer¨ªan modelos tan encomiables como las mujeres que salen a trabajar. Pensar¨ªamos que ocuparse de los hijos es tan importante como administrar el dinero.
Es imposible, ?verdad? Sin embargo, yo crec¨ª en una sociedad en la que mi madre distribu¨ªa vasitos con cigarrillos en la mesa cuando daba una cena, los blancos y los negros ten¨ªan que usar aseos separados y pr¨¢cticamente todo el mundo aseguraba ser heterosexual. Parece de otra ¨¦poca, pero no soy tan vieja. Nuestro mundo ha cambiado en los ¨²ltimos 50 a?os, mucho y para mejor desde la perspectiva de los afroamericanos, la comunidad LGBT y las familias que han perdido a alg¨²n miembro por el c¨¢ncer de pulm¨®n. Dada la magnitud de esa transformaci¨®n, piensen en lo mucho que todav¨ªa podemos hacer.
Podemos luchar, todos juntos, para defender la atenci¨®n y los cuidados. Hasta que no lo hagamos, los hombres y las mujeres nunca ser¨¢n iguales, no podr¨¢n serlo mientras los dos sean responsables de ganar dinero pero las mujeres sean las ¨²nicas responsables de cuidar de los dem¨¢s. Es posible que, con el sistema actual, algunos estadounidenses salgan ganando, pero Estados Unidos nunca ser¨¢ un pa¨ªs tan competitivo como deber¨ªa. Si no hacemos algo, nuestras familias y comunidades, la base que nos permite prosperar, acabar¨¢n por marchitarse. El movimiento feminista nos dio a muchas el derecho a competir en t¨¦rminos de igualdad; ha llegado la hora de exigir ese mismo derecho a cuidar de la familia.
Anne-Marie Slaughter fue directora de planificaci¨®n del Departamento de Estado estadounidense entre 2009 y 2011. Dej¨® su puesto para volver a su trabajo como profesora en Princeton para estar m¨¢s cerca de su familia. Es autora de Unfinished Business: Women Men Work Family, reci¨¦n publicado en EE UU, del que est¨¢ extra¨ªdo y adaptado este art¨ªculo.
? 2015 New York Times News Service.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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