Pietro Ingrao, un l¨ªder comunista que quer¨ªa la Luna
El hist¨®rico dirigente del PCI acab¨® criticando el giro moderado del partido
Prosa y poes¨ªa, realidad y sue?o, posible e imposible fueron talantes contrapuestos en la vida de Pietro Ingrao, uno de los m¨¢ximos dirigentes del Partido Comunista Italiano, que falleci¨® el pasado 27 de septiembre en Roma, a la edad de 100 a?os. Nacido en Lenola (regi¨®n del Lazio), Ingrao fue uno de los padres de la Rep¨²blica italiana, presidente de la C¨¢mara de los Diputados y director del peri¨®dico del Partido Comunista Italiano (PCI), L¡¯Unit¨¤, del 1947 al 1957.
Le gustaba el cine y la poes¨ªa, y como otros j¨®venes de la burgues¨ªa romana cant¨® la oda de Mussolini durante el fascismo. Hasta que, durante la Guerra Civil espa?ola, abraz¨® la lucha antifascista. Dedic¨® toda su vida a alcanzar la Luna ¡ªcomo escribi¨® en su autobiograf¨ªa [Ped¨ªa la luna, Pen¨ªnsula]¡ª, el sue?o de la infancia que crey¨® poder concretarse en el proyecto pol¨ªtico comunista.
Dirigi¨® el peri¨®dico fundado por Antonio Gramsci hasta 1957, cuando el comunismo italiano intentaba desmarcarse de Mosc¨², y ese diario se atrev¨ªa a publicar fotos de mujeres ligeras de ropa muy criticadas por los ortodoxos moscovitas. Terminada la guerra, pregunt¨® a Togliatti si era oportuno que ¨¦l, que hab¨ªa sido un joven poeta filofascista, estuviera al mando del peri¨®dico del partido. Il migliore le contest¨® con una sonora carcajada, porque Ingrao, que era representante del ala izquierda del partido, amaba la duda: ¡°Si tuviera que dar una definici¨®n de m¨ª ¡ªconfes¨® en una ocasi¨®n¡ª, dir¨ªa primero: la pr¨¢ctica de la duda¡±.
En 1956, cuando los tanques sovi¨¦ticos entraron en Budapest para reprimir la protesta de estudiantes y obreros, vivi¨® su primera encrucijada pol¨ªtica. Ingrao no apoyaba el ataque, pero decidi¨® avalar la l¨ªnea filosovi¨¦tica del PCI. Cometi¨® entonces, seg¨²n dijo, uno de los errores m¨¢s grandes de su vida.
Fue un dirigente her¨¦tico pero disciplinado. Las reuniones del comunismo internacional le resultaban ¡°aburrid¨ªsimas¡±, y a?os despu¨¦s admiti¨® que la defensa del estalinismo fue el error emblem¨¢tico de su generaci¨®n. En Mosc¨² conoci¨® a Carrillo y Pasionaria, a los que apoy¨® porque, dijo en una entrevista, ¡°los franceses estaban celosos y les ayudaban poco¡±. En los a?os sesenta estuvo en la oposici¨®n interna al partido, aunque aprob¨® la expulsi¨®n de Pintor, Rossanda y Magri, que con el diario Il Manifesto criticaban la l¨ªnea moderada de Amendola y Berlinguer. Su maximalismo despertaba el favor de los militantes m¨¢s j¨®venes: ¡°Ingrao, Ingrao, t¨² eres nuestro Mao¡±, le cantaban los universitarios, antes de que, en los a?os setenta, ese af¨¢n revolucionario se convirtiera en legitimaci¨®n de la lucha armada contra la democracia.
El periodista Indro Montanelli, que no fue precisamente su amigo, dijo de ¨¦l: ¡°Tiene un rostro chato y habla con un pl¨²mbeo acento toscano. No obstante, cuando se le mira no se puede no sentir por ¨¦l un respeto profundo¡±. Tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, Ingrao se opuso al giro moderado de la izquierda poscomunista, que llev¨® a la fundaci¨®n del Partido Democr¨¢tico de la Izquierda (PDS). Se acerc¨® a los colectivos de izquierdas, ecologistas y cr¨ªticos con la globalizaci¨®n, pero ¨¦l, un idealista que siempre hab¨ªa pedido la Luna, advirti¨®: la indignaci¨®n, por si sola, ¨²nicamente contribuye a la abdicaci¨®n de la pol¨ªtica.
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