El duelo como forma de exigir justicia
La fiesta del D¨ªa de los Muertos en M¨¦xico se opone a la dictadura de la felicidad imperante. Se abre la puerta al dolor y se le invita a casa
El 4 de diciembre de 2014, apenas un par de meses despu¨¦s de la desaparici¨®n forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, el presidente mexicano Enrique Pe?a Nieto hizo un llamamiento a ¡°seguir adelante y superar¡± la tragedia. Dolidos y beligerantes, con una determinaci¨®n justa y contagiosa, los familiares y amigos de los desaparecidos se negaron a aceptar una propuesta que ven¨ªa revestida en el m¨¢s puro lenguaje de la superaci¨®n personal y la psicolog¨ªa pop. Superar el dolor, cerrar las heridas, y aceptar las condiciones existentes son m¨¢ximas que aparecen con frecuencia en series de televisi¨®n, programas de autoayuda y revistas del coraz¨®n m¨¢s para evitar el trabajo de duelo que para llevarlo a cabo.
Ese rechazo de los familiares de Ayotzinapa, al que se unieron miles y miles de mexicanos, nos dice mucho de las maneras din¨¢micas y cr¨ªticas en que se vive el luto en tiempos de necropol¨ªtica.
Las celebraciones del D¨ªa de los Muertos en M¨¦xico son internacionalmente conocidas. Durante un par de d¨ªas a inicios de noviembre, gran parte de la poblaci¨®n del centro y sur del pa¨ªs ¡ªlos rituales son menos comunes en el norte¡ª se prepara para recibir la visita de sus seres queridos. Son momentos de entrecruzamiento y comuni¨®n. La memoria, encarnada en la fiesta, nos acerca. Ah¨ª, en los altares cubiertos de cempazuchitl y calaveritas de az¨²car se conmina la presencia de los que, habi¨¦ndose ido, siguen estando. Ya sea en noches de comparsa en las que la comunidad se re¨²ne para visitar panteones alumbrados ¨²nicamente por velas o en el recogimiento solitario frente a una humilde ofrenda personal, se vence, por igual, al olvido. Porque de eso se trata despu¨¦s de todo. Se trata de no olvidar que vivimos con los muertos. Tenerlos presentes y volverlos presentes es una tarea descomunal y obvia al mismo tiempo. Tambi¨¦n es una tarea pol¨ªtica.
El rechazo de los familiares de Ayotzinapa a olvidar nos dice mucho de c¨®mo se vive el luto en tiempos de necropol¨ªtica
Cuando los padres de los estudiantes de Ayotzinapa nos instaron a no olvidar, a mantener presentes a nuestros muertos, se situaron en esa tradici¨®n mesoamericana y cat¨®lica que nos invita a mantener abiertos los canales a trav¨¦s de los cuales los vivos y los muertos nos damos la cara, nos reconocemos y coexistimos, y tal vez, incluso, nos intercambiamos. Del otro lado de la dictadura de la felicidad que domina ¡ªy paraliza¡ª gran parte de Occidente, aqu¨ª se le abre la puerta al dolor y se le invita a entrar en casa. El duelo, el proceso psicol¨®gico y social a trav¨¦s del cual se reconoce p¨²blica y privadamente la p¨¦rdida del otro, es acaso la instancia m¨¢s obvia de nuestra vulnerabilidad y, por ende, de nuestra condici¨®n humana. Cuando nos dolemos por la muerte del otro aceptamos, consciente o inconscientemente, que la p¨¦rdida nos cambiar¨¢. ¡°Tal vez el duelo tenga que ver con aceptar esta transformaci¨®n cuyos resultados completos son imposibles de conocer con anticipaci¨®n¡±, dice Judith Butler en Precarious Life. La p¨¦rdida del otro nos ¡°enfrenta a un enigma: algo se esconde en la p¨¦rdida, algo se pierde en los descansos mismos de la p¨¦rdida¡±.
En Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, Daniela Rea y Marcela Turatti incluyeron muy distintas experiencias de organizaci¨®n comunitaria con las que la sociedad civil ha enfrentado la violencia y sobrellevado la muerte en un pa¨ªs que cuenta ya al menos 30.000 desaparecidos, 160.000 asesinados y medio mill¨®n de desplazados. Ah¨ª est¨¢n, por ejemplo, las Patronas, esas mujeres que se dedican a cocinar y ofrecer comida a los migrantes que pasan montados en los lomos de la Bestia, el tren ignominioso que, con suerte, los llevar¨¢ hacia el norte. Los padres y madres de hijos adolescentes en Ciudad Ju¨¢rez tambi¨¦n habitan estas p¨¢ginas; haciendo esfuerzos descomunales para cuestionar la naturalidad o fatalidad de la ruta de la violencia a trav¨¦s de la formaci¨®n de clubes deportivos.
Y, por si esto fuera poco, sigue con nosotros la tecnolog¨ªa digital para contribuir a esta batalla campal contra el olvido. Todo aquel que haya intentado borrar alguna informaci¨®n sobre s¨ª mismo en Internet sabe que ni Facebook ni Twitter ni Google nos dejan deshacernos con facilidad de lo que ha sido inscrito. Todo se queda ah¨ª, incluso lo tachado.
Sigue con nosotros la tecnolog¨ªa digital para contribuir a esta batalla campal contra el olvido
Lo mismo pasa, argumentaba Joan Copec en un ensayo sobre Ant¨ªgona, con los espacios vac¨ªos que dejan los muertos o los desaparecidos. Esta es la cita textual: ¡°Cuando alguien muere deja atr¨¢s su lugar, un lugar que lo sobrevive y que no puede ser ocupado por nadie m¨¢s. Esta idea construye una noci¨®n espec¨ªfica de lo social, que no s¨®lo se concebir¨ªa compuesto por los individuos particulares y sus relaciones de uno con otros, sino tambi¨¦n como una relaci¨®n con esos lugares imposibles de ocupar. Lo social se compone, entonces, no s¨®lo de aquellas cosas que desaparecer¨¢n, sino tambi¨¦n de relaciones con lugares vac¨ªos que no desaparecer¨¢n¡±. En un mundo donde todo insiste en desvanecerse, s¨®lo lo desaparecido permanece. Esto: el lugar que se dice (?que se sabe?) vac¨ªo porque ha sido ocupado, ciertamente, y porque dicha ocupaci¨®n, al ser plena, ha dejado marcas imborrables. Marcas que no dejan de significar. Las im¨¢genes abundan: la hebra de cabello ajeno que se posa con una delicadeza atroz sobre el vello del antebrazo; las sobras despu¨¦s del fest¨ªn; las arrugas ef¨ªmeras que deja en la silla el que acaba de partir. El recuerdo. Lo que no est¨¢ y, sin embargo, sigue estando, tiene sus maneras curiosas de hacerse notar. ¡°Brillar por su ausencia¡± es un dicho, sin duda, espectacular.
No somos fantasmas; somos apariciones. Alguien alguna vez dec¨ªa eso para se?alar la diferencia entre la materializaci¨®n impalpable y la presencia tangible de los que, habi¨¦ndose ido, contin¨²an aqu¨ª. Apariciones, en efecto. ?Pero son ellos que viajan desde su ribera desde ese gran Pueblo de los Muertos, como lo llam¨® Jean Genet, o somos nosotros tratando de alcanzarlos desde la nuestra? M¨¢s all¨¢ de la indolencia, en la alquimia t¨¢ctil de la memoria, justo en el coraz¨®n de lo que no se borra, el duelo contempor¨¢neo no es una forma de ¡°superar¡± la tragedia, sino esta honda manera comunitaria de exigir justicia.
Cristina Rivera-Garza es escritora mexicana.
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