El regreso de los sirios huidos que no salieron del pa¨ªs
Cientos de ciudadanos de Adra vuelven a sus casas un a?o tras la marcha de los insurgentes
Para Fatime Daebes, madre de ocho a sus 52 a?os, pintar las paredes y tapar los huecos de mortero de su sal¨®n se antoja mucho m¨¢s f¨¢cil que volver a recorrer las calles de su barrio. Cada esquina despierta los recuerdos del horror. Exactamente dos a?os atr¨¢s, yihadistas de Al Nusra (rama local de Al Qaeda) y de Jeish al Islam (Ej¨¦rcito del islam, facci¨®n predominante en la periferia de Damasco) se hac¨ªan con la localidad de Adra, a 25 kil¨®metros al noreste de Damasco. Hoy Daebes no sale de casa.
¡°Durante 20 d¨ªas permanecimos en el s¨®tano con nuestros hijos, comiendo pan podrido y sin apenas agua¡±, rememora esta superviviente que m¨¢s tarde logr¨® escapar junto a su familia a una zona m¨¢s segura. ¡°Incluso algunas mujeres tuvieron que parir en ellos. Dos no sobrevivieron¡±, a?ade. Ninguno de los vecinos atraviesa hoy las escaleras que llevan al s¨®tano.
En noviembre de 2014, el Ej¨¦rcito sirio lograba expulsar a los insurrectos. Poco a poco, centenares de los 100.000 vecinos que habitaban Adra regresan para reconstruir sus hogares. Referida como Adra Obrera, fue el conglomerado de f¨¢bricas de cemento y naves industriales el que atrajo a decenas de miles de trabajadores a asentarse en esta regi¨®n.
En la panader¨ªa, siete de los 12 trabajadores fueron quemados vivos en los hornos. En el establecimiento, el supervisor Ahmed el Jelal, de 65 a?os, se esfuerza por sonre¨ªr a sus clientes. Han instalado un horno de barro nuevo, inutilizando el viejo que cada ma?ana sigue recordando a El Jelal que all¨ª, entre los restos de harina y hierros ennegrecidos, tuvo lugar la matanza de sus compa?eros. ¡°La vida sigue y no nos queda m¨¢s remedio que continuar¡±, dice resignado.
Uno de los clientes se?ala un edificio calcinado frente a la panader¨ªa. En el cuarto piso fallecieron sus siete amigos, miembros de Defensa Nacional (milicias locales de voluntarios leales al r¨¦gimen) tras duros combates contra los yihadistas. ¡°Nizar Ali fue el ¨²ltimo en morir, en este cub¨ªculo¡±, relata se?alando la ¨²nica entrada de aire. El adolescente acompa?¨® al tel¨¦fono a su amigo durante los ¨²ltimos 40 minutos de vida. Conciliar el sue?o por la noche es un desaf¨ªo para muchos de estos vecinos psicol¨®gicamente agotados.
El restablecimiento de la seguridad ha llevado a varios empresarios a reabrir sus f¨¢bricas y acelerar el regreso de los vecinos. Hind Bitar, de 50 a?os y trabajadora en una f¨¢brica de cemento, desciende junto a sus compa?eras de un oxidado autob¨²s que muestra agujeros de bala. ¡°Aqu¨ª conviv¨ªamos gentes de todas las confesiones¡±, recuerda. ¡°Pero en los dos primeros d¨ªas, los armados degollaron y ejecutaron a decenas de vecinos, la gran mayor¨ªa chi¨ªes y tambi¨¦n a drusos y cristianos. Un horror¡±, apostilla. Antes de proseguir, Bitar regresa sobre sus pasos para se?alar la acera: ¡°Aqu¨ª mismo, un grupo de ellos jugaba al f¨²tbol sobre la nieve con la cabeza de un hombre¡±.
A pesar de que el miedo a otro cerco sigue rondando sus vidas, Daebes no puede permitirse llenar su despensa tal y como le gustar¨ªa. ¡°Los precios se han disparado y nuestros ahorros no valen hoy nada¡±, se lamenta. ¡°Mi hija necesita 2,5 euros diarios para ir y regresar de la universidad en Damasco¡±. Un trayecto que antes requer¨ªa 25 minutos en un microb¨²s colectivo supone hoy tres horas por rutas alternativas para esquivar las zonas bajo control de los insurrectos. Adra se yergue junto a la localidad de Duma, feudo yihadista en la Guta oriental y objetivo diario de los bombardeos del r¨¦gimen.
Persianas echadas y ventanales acumulando polvo se?alan que muchos no han regresado a¨²n. Aquellos que trabajan o estudian en Damasco no pueden permitirse seis horas de trayecto diarios o el coste de la gasolina, por lo que han optado por vivir en casas de familiares en la capital. Sin embargo, peque?os comercios comienzan a abrir sus puertas en esta localidad, y el acceso al agua y la electricidad se va equiparando al de la capital, donde no excede las ocho horas diarias. Hasta un pu?ado de j¨®venes uniformadas corretean por las calles a la salida del colegio.
Daebes sue?a con que su vida vuelva a ser la de antes de marzo de 2011, aunque sea consciente de que es poco probable. Pero mientras pueda evitarlo, su familia no piensa abandonar Siria. Cuestionada sobre el sue?o de una vida en Europa, Daebes se muestra tajante: ¡°Somos como peces de r¨ªo, si nos sacas del agua nos morimos. M¨¢s nos vale hacerlo en nuestra tierra, que sobrevivir en un pa¨ªs extranjero en el que nos digan d¨®nde dormir y qu¨¦ comer dentro de un campo¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.