¡°?Hasta cuando, Catilina, abusar¨¢s de nuestra paciencia?¡±
La sociedad debe vigilar para que se descubra la verdad arrancando las m¨¢scaras de quienes pretenden enga?arla.
La convulsi¨®n pol¨ªtica que est¨¢ viviendo Brasil, con sus tramas y conjuras, y con las acusaciones lanzadas entre unos y otros de los protagonistas, aparecen ya reflejadas en textos antiguos
El Rey Salom¨®n acu?¨® en la Biblia la sentencia: ¡°No hay nada nuevo bajo el sol¡±. De aquello hace miles de a?os. Hoy, en que los acontecimientos del mundo y la crisis en Brasil, nos asombran y sorprenden como nuevas, necesitar¨ªamos todos, y m¨¢s los pol¨ªticos que nos gobiernan, conocer mejor algunos episodios de la historia y la literatura del pasado, para entender mejor lo que acontece a nuestro lado.
En la literatura, de hace m¨¢s de dos mil a?os, encontramos ya el juego de ping-pong de mentiras y verdades cruzadas entre los protagonistas y las biograf¨ªas contrapuestas de santos y villanos.
Aparecen, por ejemplo, significativas, las Catilinarias del senador, jurista, pol¨ªtico, escritor y orador romano , Marco Tulio Cicer¨®n y las par¨¢bolas evang¨¦licas del sabio e inconformista predicador jud¨ªo, Jes¨²s de Nazaret.
Ambas experiencias pol¨ªtico-religiosas de hace m¨¢s de veinte siglos adquieren hoy fuerza y actualidad.
?Existe hoy una autoridad como la de Cicer¨®n para hablar con convicci¨®n y eficacia a los responsables del Congreso y del gobierno de la Naci¨®n?
Cicer¨®n fue una pieza clave contra Catilina, el senador populista, con vocaci¨®n de dictador, ansioso de acumular todo el poder sirvi¨¦ndose de los plebeyos a quienes intentaba perdonar todas las deudas. Lo desenmascar¨® con la fuerza de sus famosas Catilinarias, cuyo eco sigue vivo en la Historia de hoy.
El senador y escritor derrot¨® con su oratoria a Catilina que tuvo que huir de Roma, refugi¨¢ndose en Pistoia, y cuyos secuaces acabaron vencidos y dispersados.
Las primeras palabras de la m¨¢s famosa de sus Catilinarias: ¡°?Hasta cuando, Catalina, abusar¨¢s de nuestra paciencia?¡±, fue una pregunta gritada en el plenario del Senado Romano contra su adversario.?
Le incrimin¨® as¨ª:?
¡°?Hasta cuando, Catilina, abusar¨¢s de nuestra paciencia?
?Por cu¨¢nto tiempo tu locura se burlar¨¢ de nosotros?
?Hasta qu¨¦ extremos ha de llegar tu audacia desenfrenada?
(¡.) Ni el temor del pueblo,
ni la confluencia de los hombres honestos,
en este local protegido del Senado,
ni la expresi¨®n del voto de estas personas,
?nada consigue perturbarte?
?No te das cuenta que tus planes han sido descubiertos?
?No ves que tu conspiraci¨®n la han dominado los que la conocen?
?Qui¨¦n crees que de nosotros ignora
lo que hiciste la noche pasada y la anterior,
donde estuviste, con qui¨¦n te encontraste, qu¨¦ decisi¨®n tomaste?
?O tempora, o mores!¡±.?
?Existe hoy una autoridad como la de Cicer¨®n para hablar con convicci¨®n y eficacia a los responsables del Congreso y del gobierno de la Naci¨®n, y para preguntarles, como lo hizo hace dos mil a?os el senador a Catilina: ?¡±Hasta cuando pretend¨¦is abusar de nuestra paciencia?¡±
Cien a?os m¨¢s tarde de las Catilinarias de Cicer¨®n, otro personaje que ha dejado tambi¨¦n huella en la Historia, el profeta jud¨ªo, Jes¨²s de Nazaret, provoc¨® tambi¨¦n a los fariseos, considerados los pol¨ªticos puros, celantes de la ley, que usaban el poder contra sus adversarios mientras llevaban una doble vida. Jes¨²s, que los calific¨® de ¡°hip¨®critas¡±, les reprob¨® el colocar sobre las espaldas de la gente ¡°pesos que ellos no soportaban llevar¡±.
Les gritaba sus anatemas desconcert¨¢ndoles con sus enigm¨¢ticas par¨¢bolas. Una de ellas ha atravesado los siglos como una provocaci¨®n a los que pretenden usar su biograf¨ªa de hombres justos contra los considerados como pecadores, amonestando a los primeros a tirar la primera piedra contra quienes pretende juzgar a los dem¨¢s.
La m¨¢s cl¨¢sica de esas par¨¢bolas es la del fariseo y el publicano. Nos la transmiti¨® el evangelista Lucas (18,9-14) con esta introducci¨®n: ¡°A los que se consideraban como justos y menospreciaban a las otros, Jes¨²s les dijo esta par¨¢bola¡±.
En s¨ªntesis: dos hombres entran al templo a orar. Uno era fariseo, un puro, y el otro publicano, es decir, recaudador de tributos, considerado por ello mismo, ladr¨®n y pecador.
El fariseo, arrogante, en pie, para ser mejor visto, daba gracias en p¨²blico a Dios porque, dec¨ªa: ¡°No soy como los otros, ladr¨®n, injusto, ad¨²ltero, ni como ese publicano¡±.
El recaudador de Hacienda, medio escondido al final del templo, con los ojos bajos, rezaba diciendo: ¡°Dios, compad¨¦cete de este pecador¡±.
Jes¨²s, el provocador, explic¨®: ¡°el publicano sali¨® del templo perdonado y el fariseo, juzgado¡±. ?C¨®mo as¨ª? Jes¨²s explic¨® que qui¨¦n se jacta de ser justo, acabar¨¢ derrotado y el que confiesa ser pecador, ser¨¢ victorioso. Podr¨ªa traducirse tambi¨¦n que los que son incapaces de reconocer sus errores, acaban a la postre derrotados ya que se les perdona mejor a quienes son capaces de reconocer que se equivocaron.
Los sabios, antiguos y modernos, nos ense?an que las cosas, en pol¨ªtica y en la vida, no son siempre tan evidentes como creemos o como intentan imponerlas. La realidad es siempre m¨¢s compleja de lo que parece.
Para entenderla, sin dejarnos llevar por espejismo, es necesario, tambi¨¦n hoy saber descifrar, en cada hecho y cada confesi¨®n de los pol¨ªticos, lo que sus palabras esconden de verdad o de mentira.
?Se acuerdan de las m¨¢scaras griegas?
La sociedad debe vigilar y actuar para que la verdad salga a flote, para arrancar las m¨¢scaras, de quienes pretenden, como dice el refr¨¢n : ¡°darnos gato por liebre¡±.
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