Los hijos perdidos de la se?ora Zenaida
El ¡®caso Ayotzinapa¡¯ impulsa a otras familias a buscar a sus desaparecidos y deja en evidencia la desidia del Estado mexicano en estas investigaciones
En el pueblo de Iguala, en el Estado mexicano de Guerrero, a tres horas de la capital, detr¨¢s del mercado de abastos, en el barrio de la Insurgente, tras un port¨®n negro, junto a un almendro y dos ¨¢rboles de papaya, en dos cuartos deslucidos con goteras en el techo, all¨ª, vive el dolor.
Esta tarde el dolor tiene tos, malestar en los pulmones, mide algo m¨¢s de metro y medio, es mujer, separada y tiene 52 a?os. Se llama Zenaida Cand¨ªa Espinobarros y llora cada dos por tres porque le faltan dos hijos y, dice, no puede hacer nada, nadie le hace caso. Se suena la nariz con el cuello de la blusa y exclama: ¡°?Que le quiten al Gobierno a un hijo, a ver qu¨¦ siente!¡±, como si el Gobierno mexicano, comandado por Enrique Pe?a Nieto, del PRI, fuera una persona, una persona que pierde dos hijos como ella: uno en 2012, cuando sali¨® una tarde de la casa y ya no volvi¨® y otro el mes pasado, cuando un sicario le dispar¨® desde una moto en la puerta de la casa de su novia.
La evidente gravedad de su caso aumenta a tenor de la desidia de quienes deber¨ªan protegerla, a ella y a su familia. Desde hace un a?o, la se?ora Zenaida y otros vecinos de Iguala salen a buscar a sus familiares desaparecidos en los cerros que rodean la ciudad. Buscan, en realidad, cementerios clandestinos, fosas comunes donde podr¨ªan haber enterrado sus cuerpos. La se?ora Zenaida busca a su hijo mediano. Se llama Juan Carlos y trabajaba de alba?il. La tarde del 3 de septiembre de 2012 sali¨® del cuarto que compart¨ªa con su esposa, a la vuelta de la casa de su mam¨¢. March¨® con un amigo y ya no volvi¨®.
Todo empez¨® en octubre del a?o pasado, semanas despu¨¦s de la desaparici¨®n de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La noche del 26 de septiembre de 2014, sicarios de una banda de delincuentes que opera en la zona, los Guerreros Unidos, secuestraron a los muchachos en Iguala en connivencia con autoridades locales, polic¨ªas municipales de Iguala y del vecino pueblo de Cocula. Entonces, los padres de los desaparecidos llegaron de otros pueblos de Guerrero a buscar a los suyos en la sierra que rodea la ciudad. Animados por los familiares de los 43 estudiantes, los otros, los de Iguala, los que hab¨ªan callado por miedo, empezaron a buscar tambi¨¦n. Sin embargo, la atenci¨®n medi¨¢tica mengu¨® y se quedaron solos, en la sierra, con lo puesto.
Algunos empezaron a recibir amenazas, lo que provoc¨® la intervenci¨®n del Comit¨¦ contra la Desaparici¨®n Forzada de la ONU. El 21 de septiembre de este a?o, el comit¨¦ envi¨® una carta al Gobierno mexicano para que protegiera a la se?ora Zenaida, a otros 12 pescadores de fosas y a sus respectivas familias. No le hicieron caso. El 26 de octubre el hijo menor de Zenaida, Luis, fue acribillado cuando iba a acompa?ar a su novia al m¨¦dico. Morir¨ªa 10 d¨ªas m¨¢s tarde. El 10 de noviembre la Comisi¨®n Interamericano de Derechos Humanos denunci¨® que la familia Cand¨ªa Espinobarros carec¨ªa de protecci¨®n pese a la petici¨®n de la ONU, e insisti¨® al Gobierno de Pe?a Nieto en que asumiera su responsabilidad. El 9 de diciembre, la ONU exhort¨® de nuevo al Ejecutivo mexicano a que protegiera la vida de Zenaida y de los otros pescadores. Y, de momento, nada.
El 10 de noviembre la Comisi¨®n Interamericano de Derechos Humanos denunci¨® que la familia Cand¨ªa Espinobarros carec¨ªa de protecci¨®n pese a la petici¨®n de la ONU
En un pa¨ªs con tantos desaparecidos como muertos en carreteras ¡ªunos 25.000 desde 2007¡ª, el Ejecutivo ha puesto en marcha una iniciativa de ley contra la desaparici¨®n forzada. La semana pasada, el presidente Pe?a Nieto aprovech¨® la ceremonia de entrega del premio nacional de derechos humanos para anunciar la medida, que ahora debe debatir el Congreso. Se dio la casualidad de que las palabras de Pe?a Nieto llegaron un d¨ªa despu¨¦s de la segunda carta del comit¨¦ de la ONU.
Temor a represalias
Desde que desapareci¨® su hijo Juan Carlos, la se?ora Zenaida no ha recibido una sola llamada, una carta, algo que indique que alguien le hace caso, que alguien se preocupa por su dolor. Desde que muri¨® Luis, el peque?o, tampoco.
Ella sigue saliendo a los cerros. En estos meses, los buscadores, a veces solos, a veces en compa?¨ªa de las autoridades, han ubicado m¨¢s de 60 fosas y 100 cad¨¢veres. Parece que se justifica, como si su b¨²squeda careciera de un motivo entendible: ¡°Uno s¨¦ d¨®nde est¨¢, ya lo enterr¨¦, a veces voy al pante¨®n. Pero el otro¡ No s¨¦ nada¡±.
Es la incertidumbre, el no saber, la imposibilidad de descansar. A veces, cuenta, se acuerda de que su hijo Luis casi se va a Estados Unidos. Temiendo represalias por buscar al hermano mediano, le convenci¨® para que dejara la f¨¢brica de pan donde trabajaba y probara suerte en el norte. Pero el coyote, dice, le fall¨®. Luis pas¨® dos d¨ªas en un t¨²nel esperando su contacto. ¡°Luego me habl¨® y me dijo que estaba muy feo aquello, que en el t¨²nel hab¨ªa mucha calaverita, mucho hueso¡±.
Despu¨¦s lleg¨® la migra y lo mandaron de vuelta a M¨¦xico. ¡°Se hubiera quedado y¡¡±, cuenta, pensando lo que no fue.
Esta tarde, que ya es casi noche, la mujer, el dolor, describe c¨®mo ella y su grupo van al cerro, c¨®mo buscan fosas clandestinas, c¨®mo las encuentran. Cuando creen que han encontrado una ¡ªpor el color de la tierra, por la textura que presenta, por la falta de vegetaci¨®n¡ª, toman una varilla, la hunden, la sacan y la huelen. Si huele mal, ¡°es que hay muertitos¡±, dice. El ¨¦xito depende del mal olor.
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