Los nietos que vinieron del mar
Una residencia de ancianos siciliana acoge a un grupo de refugiados. La convivencia entre j¨®venes y mayores alivia los dramas de ambos grupos
La Casa Valdese est¨¢ en la ciudad de Vittoria, una peque?a urbe de 60.000 habitantes que proporciona servicios agr¨ªcolas a la provincia de Ragusa y que no disfruta de una historia tur¨ªstica ni de glamour cinematogr¨¢fico como sus pares de Taormina, Palermo o Siracusa.
Los ancianos s¨®lo sab¨ªan de la llegada de inmigrantes por las noticias de la televisi¨®n y no hab¨ªan visto un africano o un asi¨¢tico personalmente en su vida. La mayor¨ªa dorm¨ªa su siesta de agon¨ªa esperando el final.
- ?Sabes lo que es ser esc¨¦ptica?, pregunta Anita Pastorella, una comerciante retirada de 93 a?os, viuda, que se vanagloria de haber tenido una tienda de art¨ªculos de lujo que vend¨ªa hasta l¨¢mparas de Bohemia, - Eso soy yo. No me interesa nada. Antes ten¨ªa un car¨¢cter alegre, bromeaba siempre. Estoy esperando la muerte, con paciencia; he llegado a la estaci¨®n final.
La se?ora Melano, Beppino, el se?or Occhipinti, la argentina Raqu¨¦l Hand¨², casi todos en los noventa a?os, alguno a punto de pasar los cien, ya no esperaban mucho m¨¢s de la vida hasta que llegaron los ¡°ragazzi¡±: Kekuta, Abubakar, Rafi, Zerom, entre muchos otros, primero con sus sonrisas forzadas, ancladas entre el terror y el asombro, que poco a poco fueron cambiando por otras de agradecimiento y solidaridad.
Francesco Giuseppe Occhipinti, un qu¨ªmico jubilado confiesa que desde la llegada de los muchachos todo ha cambiado en la residencia.
- Su presencia ha entregado un cierto ¡°color¡±. No por el color de su piel sino por su energ¨ªa y amor a la vida, puntualiza.
Occhipinti les hace clases de historia y actualidad italiana lo que lo aleja de sus penas personales que declara inconfesables. Sin embargo, las tragedias de los refugiados son tambi¨¦n infinitas.
Anthony Ifezme, de 27 a?os, cristiano de Nigeria ha huido de la gente de su propio pueblo en el norte de su pa¨ªs. Se enamor¨® de una musulmana. Se iban a casar y ella esperaba un hijo suyo. Pero no fue posible, su propio cu?ado, militante del grupo fundamentalista Boko Haram, puso una bomba en la iglesia de Anthony, mat¨¢ndola a ella con el ni?o que esperaba. Ifezme huy¨® de Nigeria antes de que lo mataran a ¨¦l y a toda su familia. Pronto partir¨¢ a Catania con sus papeles en regla.
Zerom Kifle, ciudadano de la poco conocida naci¨®n africana de Eritrea huy¨® porque el servicio militar de la dictadura que la rige se ha convertido en¡vitalicio. Los j¨®venes, s¨®lo por mala comida y alojamiento, tienen que servir al cuarto mejor equipado ej¨¦rcito de ?frica que consume el 50 % de su PIB en sus devaneos militaristas. Adivinar con los ancianos qui¨¦n tiene la mejor estrategia en el bingo, bailar y cantar juntos, acompa?arse en paseos por la playa, guitarrear con Salvatore ¨Cque recuper¨® el canto y la guitarra con los nuevos visitantes-; cocinar, asistir regularmente a las clases de italiano, armar partidos de f¨²tbol con la polic¨ªa local, o participar en la carrera organizada por los clubes deportivos de Vittoria son las tareas a las que se abocan los muchachos mientras las autoridades les tramitan sus documentos.
Para Francesca Donzelli, profesora jubilada, su llegada ha sido un ¡°cambio dulce¡±, como si se hubieran conocido de toda la vida. Les hace clases de italiano y los prepara para aprobar la secundaria italiana y as¨ª puedan ir a la universidad. Todos sus alumnos la llaman ¡°mamma¡±. Muhamad Assif, pakistan¨ª de 26 a?os es uno de ellos.
Naveg¨® durante 36 horas desde Libia en un bote inflable con doscientas personas a bordo, sin agua ni comida, con un brazo quebrado despu¨¦s de haber sido golpeado casi hasta la muerte por paramilitares del r¨¦gimen paquistan¨ª. Ahora hay dos ancianas que se preocupan especialmente de ¨¦l, la se?ora Melano y la se?ora Donzelli. Rehar¨¢ su vida en Napol¨¦s. -Me abrazan, me comprenden, confiesa Muhammad. -Aqu¨ª me siento seguro.
Para la educadora de la Casa Valdese, Antonella Randazzo, los j¨®venes
buscan a los ancianos como un punto de referencia, como un apoyo y un consuelo.
- Se abrazan, se acurrucan, se dan besos. Se necesitan. El anciano necesita sentirse ¨²til y el joven necesita una familia, dice.
Las voluntarias del Servicio Social Italiano son las ¨²nicas personas de
su edad con que se relacionan.
Seg¨²n Laura Giacomarro, de 26 a?os, voluntaria, profesora de italiano, a ellos ¨Cmayoritariamente musulmanes- les resulta extra?o estar cerca de una mujer que les hace clases. Una mujer con el pelo suelto, con los hombros y el cuello a la vista. Est¨¢n habituados a que siempre lleven velo.
- Deben aprender a relacionarse con mujeres de igual a igual, dice.
Leandra Arena, joven y bella voluntaria de 24 a?os, al ser preguntada si los j¨®venes no se enamoran de una chica como ella dice que es dif¨ªcil ya que las costumbres son muy diferentes a pesar de la cercan¨ªa que logran.
- Hay que partir explic¨¢ndoles que en Italia, al menos oficialmente, un hombre no puede tener tres o cuatro mujeres simult¨¢neamente, comenta sonriente.
Para Michele Melgazzi, director de Casa Valdese, ha sido solo el azar el que junt¨® a ancianos e inmigrantes en esta experiencia. Participaron de un programa del Ministerio del Interior italiano que ofrec¨ªa 40 d¨®lares diarios como subvenci¨®n por persona a quien recibiera inmigrantes. Una vez consultados los ancianos y sus familias, decidieron hacerlo. Primero con s¨®lo trece. Ahora con m¨¢s de treinta. Con esto la Casa no gana dinero, apenas paga los gastos, pero le han dado un nuevo tipo de vida a sus antiguos hu¨¦spedes y han sido solidarios con los viajeros.
Para la argentina, Raquel Hand¨², los j¨®venes le han devuelto la vida: ha podido hacer teatro y cantar ¨®pera con ellos. De la cosas buenas de la vida confiesa s¨®lo echar de menos los bifes del R¨ªo de la Plata con pur¨¦ de patatas.
Francesca Donzelli, la maestra, no tiene miedo de que entre los inmigrantes se cuelen combatientes del Estado Isl¨¢mico. Dice que no hay que dejarse avasallar por el temor.
- Hay que construir puentes y no muros, dice con rabia.
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