La tarifa no es dinero, es tiempo
Por rechazar la brutalizaci¨®n de la vida, los manifestantes se convierten en una amenaza peligrosa y sufren una represi¨®n violenta
El tiempo no es dinero. Y la tarifa es tiempo, no dinero. Son cuesti¨®n de tiempo, por lo tanto, y no de dinero, las protestas contra el aumento de la tarifa del transporte p¨²blico en 2016, como lo fueron en 2013. Si no se rescata la potencia de lo que est¨¢ en juego en las calles de S?o Paulo y otras ciudades de Brasil, todo se repetir¨¢ como farsa. Y la polic¨ªa militar brutalizar¨¢ los cuerpos ya brutalizados por la tarifa y, sobre todo, por la vida monetarizada. La vida reducida a la l¨®gica del capital.
Hay dos l¨ªneas principales en la narrativa de las protestas por parte de la prensa. Una pone de relieve el hecho de que el aumento de la tarifa de autob¨²s, trenes y metro de S?o Paulo, de 3,50 reales (0,87 d¨®lares) a 3,80 reales (0,94 d¨®lares), fue inferior a la inflaci¨®n. La otra se?ala la ¡°confrontaci¨®n¡± de la polic¨ªa militar con los manifestantes para impedir los destrozos y el ¡°vandalismo¡± del patrimonio. Estos dos enfoques, ¨ªntimamente vinculados, aparecen como algo natural, como si hubiera un orden ¡°natural¡± que dictase la ¡°naturaleza¡± de las ¡°cosas como las cosas son¡± y que precediese a la vida, a la pol¨ªtica y tambi¨¦n a la tarifa del transporte p¨²blico y a la acci¨®n de las fuerzas de seguridad del Estado. Son los dogmas no religiosos que incluso una parte de la prensa laica reproduce.
En la primera l¨ªnea narrativa est¨¢ impl¨ªcito el argumento de que, si la tarifa subi¨® menos que la inflaci¨®n, no hay raz¨®n para que los manifestantes protesten. Ser¨ªa obvio que, si se hacen las cuentas, es necesario que se reponga la inflaci¨®n para que el sistema pueda seguir operando. As¨ª, subir menos que la inflaci¨®n ser¨ªa un beneficio por el cual la poblaci¨®n deber¨ªa estar agradecida. La afirmaci¨®n embutida es que la l¨®gica de la vida es monetaria. Y sobre todo, la de que la tarifa de transporte no es una cuesti¨®n de pol¨ªtica, sino de saber c¨®mo hacer cuentas.
La segunda l¨ªnea narrativa transforma a la polic¨ªa militar en la principal protagonista, en la medida en que las fuerzas de seguridad del Estado deciden cu¨¢l ser¨¢ el desenlace del evento: si van a arrojar bombas lacrim¨®genas, a disparar balas de goma y darles porrazos a la gente al principio, durante o al final de las protestas. Esta es la pregunta que pende sobre cada acto contra el aumento de la tarifa. Y eso se describe con ¡°naturalidad¡±, como si la polic¨ªa militar fuese un cuerpo aut¨®nomo y como si su acci¨®n no tuviese que ver con una visi¨®n de mundo ni fuese el resultado de una orden del gobernador. Es tambi¨¦n como si el gobernador y la polic¨ªa militar no tuviesen que rendir cuentas a la poblaci¨®n. La actuaci¨®n de la polic¨ªa militar tendr¨ªa que ver con el orden ¡°natural¡± de las cosas, y no con la pol¨ªtica. ¡°Mantener el orden¡± ser¨ªa una orden superior a la orden, sin necesidad de pasar por la pregunta de rigor acerca de qu¨¦ orden es ese que se pretende mantener.
Estos dogmas laicos ¡ªy los laicos pueden ser peores que los religiosos, porque esconden lo que son¡ª sirven para encubrir lo que est¨¢ en juego en las protestas contra el aumento de la tarifa del transporte. Y sobre todo, que esta protesta sea en las calles y que sea sobre transporte, y no sobre otra dimensi¨®n de la vida. Estos dogmas laicos sirven para encubrir que se trata de tiempo, y no de dinero. Se trata del patrimonio inmaterial, intransferible, de cada persona, y no del patrimonio material, comercializable, rentable, de corporaciones o Estados. Estos dogmas laicos sirven para encubrir que las protestas son pol¨ªticas, s¨ª, pero pol¨ªticas en el sentido m¨¢s profundo de la pol¨ªtica, que guarda relaci¨®n con c¨®mo las personas quieren estar unas con otras en el espacio p¨²blico. Y de c¨®mo quieren vivir lo m¨¢s importante que tienen o todo lo que de hecho tienen en una vida: el tiempo.
Las protestas contra el aumento de la tarifa rechazan la monetarizaci¨®n de la vida y devuelven la gesti¨®n del tiempo al territorio de la pol¨ªtica
Vale la pena recordar la frase siempre urgente del profesor Antonio Candido, uno de los intelectuales brasile?os m¨¢s importantes del siglo XX: ¡°El capitalismo es el se?or del tiempo. Pero el tiempo no es dinero. Decir que el tiempo es dinero es una brutalidad. El tiempo es el tejido de nuestras vidas¡±. Cuando se sale a la calle a protestar contra 20 centavos de real, como en 2013, o contra 30 centavos, como ahora, en 2016, no es ¡°solo¡± por 20 o 30 centavos. Aunque tambi¨¦n sea por eso, la protesta es sobre todo por algo que, aunque capitalismo le ponga precio, escapa al capitalismo. No existe una ¡°naturaleza¡± inherente al tiempo que diga que tiene precio. Existen la pol¨ªtica y la cultura, existe la creaci¨®n humana.
Es de pol¨ªtica que se trata cuando se protesta contra la apropiaci¨®n de tiempo. La l¨®gica de las protestas es la de que todo se puede mover, porque cultura y porque creaci¨®n humana. Es tambi¨¦n la l¨®gica de lo posible, no de lo ya consolidado. Por lo tanto, la l¨®gica de las protestas no se sujeta a dogmas. Se sujeta al sujeto. Y el sujeto, cuando lo sujetan, en objeto se convierte. Es esta la conversi¨®n hecha por la l¨®gica de la monetarizaci¨®n y por la l¨®gica de la brutalizaci¨®n de los cuerpos por parte de la polic¨ªa militar: reducir al sujeto a objeto para que nada se mueva. Para impedir que eso se repita como farsa, es necesario reafirmar la gesti¨®n del tiempo como una experiencia de la pol¨ªtica.
Las investigaciones que relacionan la cantidad de tiempo de trabajo con el valor monetario de la tarifa, como la realizada por los economistas Samy Dana y Leonardo Lima, de la Fundaci¨®n Getulio Vargas, son importantes. En S?o Paulo, una persona necesitaba trabajar, en 2015, cerca de 13,30 minutos a pagar el billete. Por su parte, en capitales que suelen admirarse y elogiarse como lo mejor del capitalismo, donde los servicios de transporte p¨²blico presentan una calidad reconocidamente mejor, las tarifas son m¨¢s bajas e incluso mucho m¨¢s bajas: Londres (11,30 minutos), Madrid (6,20 minutos), Nueva York (5,80 minutos) y Par¨ªs (4,50 minutos).
La exposici¨®n de la discrepancia de las cuant¨ªas monetarias, que prueba que es posible tener una tarifa mucho m¨¢s baja, incluso en pa¨ªses capitalistas, es fundamental para empezar a deconstruir las cuentas y revelar el material que est¨¢ en ellas embutido, mucho m¨¢s all¨¢ de la reposici¨®n de la inflaci¨®n. Es esencial para hacer las preguntas m¨¢s complicadas, aquellas necesarias para la comprensi¨®n de por qu¨¦ en Brasil hay una tarifa tan cara para un servicio tan p¨¦simo. Pero tal vez lo m¨¢s importante de este tipo de investigaci¨®n sea llamar la atenci¨®n sobre el elemento principal, el tiempo.
Cabe destacar el hecho de que una parte de la gente trabaja m¨¢s de 13 minutos en S?o Paulo para pagar un solo billete de autob¨²s o tren para llegar al lugar de trabajo. Para la ida y la vuelta all¨¢ se va casi media hora de vida. Y muchos toman m¨¢s de un autob¨²s y un tren para la ida y la vuelta, lo que se traga a¨²n m¨¢s vida. Y eso sin contar el tiempo medio que cada uno tarda en ese recorrido, a veces horas. De vida. Tambi¨¦n cabe recordar que, para el ocio, falta.
Me refiero a las personas ¡ªy no a ¡°trabajadores¡±¡ª para no reducir la gran dimensi¨®n de una existencia al trabajo o a la monetarizaci¨®n de los cuerpos. Por lo tanto, este tipo de investigaci¨®n sirve para recordar no que el tiempo es dinero, sino precisamente la negaci¨®n de esa monstruosidad: el tiempo no es dinero. Eso es lo que los manifestantes contra la tarifa les recuerdan a todos al ocupar las calles. Pero los dogmas laicos encubren sus voces.Ya que, como cualquier dogma, rechazan cualquier duda.
La polic¨ªa militar vandaliza a personas para proteger el patrimonio, perfora carne humana para proteger vidrio, cemento e hierro
Cuando se encubre la voz, se callan la pol¨ªtica y la posibilidad de cambio. A la fuerza, como se ve. El papel reservado a la polic¨ªa militar es precisamente el de mantener un orden ordenado por aquellos que tienen el poder de decir cu¨¢l es el orden que vale. De sujetos de su acci¨®n pol¨ªtica, de su verbo, se reduce a los manifestantes en las calles a objetos de la acci¨®n de otro, que conjuga el verbo silenciar con el estruendo de las bombas. Y as¨ª impide el debate sobre el transporte como un derecho social, recientemente incluido en la Constituci¨®n brasile?a, pero a¨²n no expresado en la pr¨¢ctica cotidiana.
Los que defienden la tarifa cero, como el Movimiento Pase Libre (MPL), principal articulador de las protestas de 2013 y de 2016, creen que no es el usuario quien debe pagar individualmente por el servicio, sino el conjunto de la sociedad, para que todos tengan acceso al derecho de ir y venir. Como sucede, suele recordar el ingeniero L¨²cio Gregori, secretario de Transportes en la gesti¨®n de Luiza Erundina, en la recolecci¨®n de basura, en la educaci¨®n y en la salud, entre otros ejemplos, con mejores o peores resultados. Sucede porque la sociedad entiende que es importante garantizarles el acceso a todos. Hay varias propuestas en circulaci¨®n sobre c¨®mo se podr¨ªa implementar eso, pero estas se oscurecen y se reprime a sus interlocutores.
?La tarifa cero es controvertida? Lo es. Como todo lo que pertenece a la esfera de la pol¨ªtica. Tal vez menos controvertida que la idea de que un servicio esencial est¨¦ sometido a la rentabilidad de los empresarios del ramo. Pero, ?cu¨¢l es la amenaza tan grande al orden y a los dogmas, para que no sea posible ni siquiera levantar un cartel por la tarifa cero, sin llevarse una bomba de gas o un porrazo en la cabeza o en la espalda? Esta es la pregunta obvia que cualquiera deber¨ªa hacerse antes de salir defendiendo la represi¨®n a los manifestantes o diciendo que la tarifa cero es irreal. En una democracia no hay nada que la sociedad no pueda ¡ªo incluso deba¡ª discutir. En una democracia el ¨²nico imperativo por encima de cualquier debate es el siguiente: la obligaci¨®n legal y ¨¦tica de dialogar sobre todo. En este caso, dialogar antes de imponer un aumento de 30 centavos.
Gobernantes electos, como el gobernador del estado de S?o Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB), y el alcalde de S?o Paulo, Fernando Haddad (PT), no tienen la opci¨®n de dialogar o no. Ambos pierden su legitimidad si no dialogan con m¨²ltiples actores de la sociedad dentro del sistema que los ha elegido. Es la obviedad olvidada en seguida, de que el poder no les pertenece, apenas se les ha delegado mediante el voto. Que Alckmin y Haddad, que representan al PSDB y al PT, est¨¦n juntos en esta tarea del aumento de la tarifa sin el necesario di¨¢logo con la sociedad sobre c¨®mo moverse en S?o Paulo es una prueba m¨¢s de la corrosi¨®n de la pol¨ªtica partidaria, con la creciente p¨¦rdida de su capacidad de representaci¨®n. El hecho de que Haddad, un alcalde que ha osado en la movilidad urbana y se ha enfrentado al rechazo de sectores de las clases media y alta de S?o Paulo, est¨¦ al lado de Alckmin, un gobernador conservador que suele quejarse de que los movimientos son pol¨ªticos, como si pudiesen ser cualquier otra cosa, y alineado en cuanto al aumento de la tarifa, aunque no en cuanto a la violencia de la polic¨ªa militar, revela cu¨¢n espinosa es esta cuesti¨®n. Un motivo m¨¢s para debatirlo, y no lo contrario.
La tarifa es cara porque los cuerpos humanos son baratos
Es necesario prestar atenci¨®n a las palabras usadas para narrar las protestas. ¡°Confrontaci¨®n¡±, por ejemplo, supone fuerzas semejantes, y supone que esas fuerzas semejantes ocupan un mismo lugar simb¨®lico. Cuando se utiliza en discursos, t¨ªtulos y textos de la prensa para describir las protestas y la acci¨®n de la polic¨ªa militar, este t¨¦rmino puede estar al servicio del borrado de una dimensi¨®n fundamental de esa relaci¨®n: los manifestantes son ciudadanos que ejercen su derecho a la protesta y las fuerzas de seguridad del Estado deber¨ªan proteger ese derecho. As¨ª se borra el hecho de que deber¨ªa tratarse de normalidad democr¨¢tica, y no de un lado y de otro lado, como si fuese una guerra y se tratase de enemigos.
Las veces que eso se cuestiona, se oyen frases como la del gobernador Geraldo Alckmin (PSDB), que de repente se olvida de que elogi¨® a la polic¨ªa militar que les dio palizas a adolescentes en las manifestaciones contra la ¡°reorganizaci¨®n escolar¡±: ¡°Una manifestaci¨®n leg¨ªtima y pac¨ªfica es algo positivo, es nuestro deber hacer el seguimiento y ofrecer seguridad. Otra cosa es el vandalismo selectivo¡±. Para justificar que la polic¨ªa que comanda haya violado la ley al lanzarles bombas de gas y dispararles balas de goma a los manifestantes, es habitual sacar de la manga del traje otra expresi¨®n: la de ¡°manifestaci¨®n pac¨ªfica¡±.
Esta expresi¨®n contiene al menos dos puntos sobre los que vale la pena reflexionar. El primero es que, incluso aunque una peque?a parte de los manifestantes destroce el patrimonio, esto no autoriza a la polic¨ªa militar a abusar de la fuerza. Para hacer las cosas mejor deber¨ªa recibir entrenamiento, ya que no se trata de una pandilla callejera, sino de las fuerzas de seguridad del estado. Que una parte de la sociedad tolere y luego aplauda que la polic¨ªa militar act¨²e como una pandilla callejera, truculenta y sin preparaci¨®n, es preocupante.
El otro punto, y este es m¨¢s insidioso, es el de insinuar que el conflicto es algo negativo. El espacio p¨²blico, como tan bien ha dicho el arquitecto Guilherme Wisnik, es un lugar de conflictos: ¡°El gran atributo de la esfera p¨²blica es mediar el conflicto, porque la sociedad, en s¨ª, es conflictiva. La idea de un espacio sin conflictos es ideol¨®gica, una pacificaci¨®n irreal. Cuando un espacio p¨²blico no tiene ning¨²n conflicto es porque no est¨¢ cumpliendo su funci¨®n¡±.
Mientras los manifestantes salen a las calles levantando la bandera de la tarifa cero, est¨¢n en conflicto con la visi¨®n de sectores de los gobiernos y de la sociedad que defienden ideas opuestas. Intentar borrar los conflictos, sin afrontarlos mediante el debate y la escucha, como hist¨®ricamente ha hecho Brasil con cuestiones como el racismo, lleva a una ¡°pacificaci¨®n¡± que todos sabemos falsa. Es la ¡°confrontaci¨®n¡± ¡ªy no el conflicto¡ª la que presupone enemigos a aplastar, a recibir palizas con porras, a intoxicarse con gas.
La gran subversi¨®n es andar, moverse
Es necesario prestarles realmente mucha atenci¨®n a las palabras antes de reproducirlas o de asumir un discurso que puede ser el mismo del opresor. Cuando los manifestantes ¡°paran¡± las calles de S?o Paulo, no est¨¢n parando. Al contrario. Est¨¢n andando en las calles de S?o Paulo. Movi¨¦ndose. Cuando ¡°interrumpen¡± el tr¨¢fico, no lo est¨¢n interrumpiendo. Los coches paran para que las personas anden. Para que se muevan. Exactamente para que no se muevan la polic¨ªa militar las ¡°acorrala¡± y ¡°cerca¡±, las ¡°reprime¡± con bombas de gas, balas de goma y porras. Exactamente para que no anden la polic¨ªa militar ¡°detiene¡± o ¡°arresta¡± o ¡°inmoviliza¡± a manifestantes que luego son puestos en libertad, porque no hay ni nunca ha habido justificaci¨®n legal para detenerlos o arrestarlos o inmovilizarlos. La gran subversi¨®n, al fin y al cabo, es andar. Moverse. Hay que impedir que anden para que nada se mueva ¡°en el orden natural de las cosas¡±.
?Para qu¨¦ sirve la polic¨ªa militar con su aparato de guerra? Para controlar los cuerpos con porrazos, balas de goma y bombas de gas y mantener el moverse como un valor meramente monetario. Para impedir que las personas pregunten por qu¨¦ no pueden andar. La polic¨ªa militar est¨¢ all¨ª para proteger el ¡°patrimonio¡±. Pero no el patrimonio humano, este es barato en la l¨®gica de la monetarizaci¨®n: m¨¢s de 13 minutos de vida para pagar un billete de autob¨²s. Los cuerpos de los que quieren andar pueden recibir palizas, ser intoxicados, violados, porque la vida humana, por lo menos la de la mayor¨ªa, tiene un valor bajo. Lo que no se puede es ¡°destrozar¡± el patrimonio de hecho caro, el material.
La polic¨ªa militar vandaliza a las personas para proteger el patrimonio. Pero el discurso se invierte perversamente para que los ¡°v¨¢ndalos¡± sean los que rompen cemento, vidrio e hierro y no los que perforan carne humana. Si una vez tras otra la polic¨ªa militar vandaliza a manifestantes antes de cualquier destrozo del patrimonio, es posible pensar que eso sucede tanto porque la polic¨ªa militar est¨¢ al servicio de producir ¡°v¨¢ndalos¡± y ¡°confrontaci¨®n¡±, para encubrir la reivindicaci¨®n de las calles en los noticiarios, como porque el patrimonio que est¨¢ de hecho protegiendo 24 horas al d¨ªa es el del statu quo, y este se ve amenazado desde que el primer manifestante pone el pie en la calle.
Vandalizar a personas en nombre de la defensa del patrimonio es la orden para mantener el orden de que la gente vale poco. La tarifa es cara precisamente porque la carne humana es barata.
La insubordinaci¨®n de los que andan, la que se insta a la polic¨ªa militar a reprimir, es la de decir que su tiempo tiene valor, y este valor no es meramente monetario. Es esa la rebeli¨®n que hay que aplastar antes de que avance por las calles. El movimiento a interrumpir a la fuerza, antes de que interrumpa la circulaci¨®n de los privilegios, es aquel que recuerda que el tiempo no es dinero, sino el tejido de la vida. Es aquel que reivindica el tiempo ¡°para los afectos, para amar a la mujer que he elegido, para ser amado por ella, para convivir con mis amigos, para leer a Machado de Assis¡±.
Pasaremos.
Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ningu¨¦m v¨º, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.
Sitio web: desacontecimentos.comEmail:elianebrum.coluna@gmail.comTwitter: brumelianebrum
Traducci¨®n de ?scar Curros
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