Para¨ªsos fecales
De Olegario y El Albondiguilla, al verdadero Austin Powers; los papeles de Panam¨¢ mezclan la verg¨¹enza y la impunidad con los episodios grotescos
La gravedad del esc¨¢ndalo Panama Papers como cuarto oscuro de las democracias ¡ªy de las tiran¨ªas¡ª no contradice la proliferaci¨®n de pasajes estrafalarios, tragic¨®micos. Entre ellos, que Oleguer Pujol aparezca como Olegario en sus propias sociedades offshore, significando que es muy catal¨¢n para cantar Els segadors y muy espa?ol, Olegario, para perpetrar la evasi¨®n y el blanqueo de dinero.
No conmueve especialmente que la familia Pujol hubiera incluido a Panam¨¢ en su exhaustiva ruta de para¨ªsos. Es m¨¢s, el directorio enciclop¨¦dico de los turistas fiscales aporta cierto esnobismo y cosmopolitismo a sus protagonistas, una hermandad de ciudadanos especiales, una sociedad de privilegiados que veranea el dinero en los refugios de ultramar porque siempre es verano en las playas de Belice.
No, no se es persona si la proyecci¨®n de los asuntos personales no alcanza a la apertura de una sociedad offshore en el Caribe, aunque la aparici¨®n de El Albondiguilla, sobrenombre del exalcalde de Boadilla (PP), ha sustra¨ªdo cierto glamour a la clientela heterodoxa de Mossack-Fonseca. Tan heterodoxa que aparecen Jackie Chang, el verdadero Austin Powers ¡ªlleg¨® a pensarse que era un seud¨®nimo¡ª y los allegados de la familia Le Pen. Una contradicci¨®n patri¨®tica que Marine podr¨ªa aprovechar para cambiar La Marsellesa por el himno de Panam¨¢.
"El para¨ªso en la otra esquina", escribi¨® Vargas Llosa. O Mario Llosa. Que es la f¨®rmula fragmentaria con que aparece el escritor para instalarse ocho semanas y media en las Islas V¨ªrgenes. Fue muy poco tiempo, dice el Nobel. Y a?ade que la culpa fue del asesor, cuando no del ch¨¢, ch¨¢, ch¨¢, tal como desprende la protecci¨®n que Agust¨ªn Almod¨®var ha ejercido sobre su hermano, haciendo suyo el escarmiento social al cineasta.
Le ha malogrado el esc¨¢ndalo la promoci¨®n de Julieta, aunque estos pormenores dom¨¦sticos representan una an¨¦cdota respecto a la sobre poblaci¨®n de magnates y de l¨ªderes pol¨ªticos en las sociedades offshore. Estamos aprendiendo ingl¨¦s y mucha geograf¨ªa gracias a la corrupci¨®n ¡ª?ubicar¨ªa usted en el mapa la isla Niue?¡ª, como estamos asimilando la antigua sospecha de la discriminaci¨®n fiscal.
Y no porque aparezcan en los papeles Vladimir Putin, un s¨¢trapa catar¨ª o las concubinas del presidente chino, ejemplos indisimulados de la corrupci¨®n, sino porque la lista megal¨®mana intoxica la dignidad de las democracias consolidadas. Toleran y encubren la verg¨¹enza de los para¨ªsos, incluso forman parte de ellos.
El caso del primer ministro island¨¦s resulta elocuente al respecto. Elocuente y acaso premonitorio, sobre todo si la clase gregaria, subordinada, maltratada de los testaferros, se aviene a colaborar con la justicia para despejar las inc¨®gnitas.
La X, por ejemplo, ocultaba en Panam¨¢ la identidad de Pilar de Borb¨®n. Lo ha reconocido la hermana del Rey, y la t¨ªa del Rey al mismo tiempo, pero no tanto para disculparse de la prebenda como para recrear el desd¨¦n aristocr¨¢tico entre los plebeyos: Y, ?qu¨¦ pasa?
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