La corrupci¨®n, de nuevo
La informaci¨®n m¨¢s valiosa de los Panama Papers no es tanto la evasi¨®n fiscal como el lavado
En Am¨¦rica Latina, la corrupci¨®n encabeza la agenda del debate p¨²blico. Se tratar¨ªa de una cierta disonancia si efectivamente se registra una disminuci¨®n de la misma, seg¨²n reportan de forma independiente entre s¨ª AmericasBarometer, Latinobar¨®metro y Transparencia Internacional. Con buen criterio, ello enfatiza un reciente art¨ªculo de Kevin Casas-Zamora y Miguel Carter, a pesar de tomar los datos como v¨¢lidos.
Son todos surveys muy respetados, pero bien podr¨ªa tratarse de un cl¨¢sico ejemplo de empiricismo falaz. Es que menos casos de corrupci¨®n no necesariamente significa menos corrupci¨®n. Otras lecturas, otras maneras de ¡°medir¡±, son capaces de capturar mejor el fen¨®meno, por ejemplo, en montos de dinero, de vidas, en impunidad, o en t¨¦rminos de colusi¨®n con el poder pol¨ªtico. Tambi¨¦n puede ser que se hayan desarrollado econom¨ªas de escala en corrupci¨®n, es decir, menos episodios pero m¨¢s concentrados y de mayor magnitud.
Si ello es as¨ª, y es una hip¨®tesis, hay que precisar mejor lo que se mide. No se trata solo de validar sino de entender la naturaleza del fen¨®meno. Mas all¨¢ del n¨²mero de esc¨¢ndalos de corrupci¨®n, eufemismo con el que a menudo se representa esta conducta criminal, el debate apenas si ha rasgado la superficie. Quedan varios acertijos por resolver sobre la cuesti¨®n y sus efectos en la pol¨ªtica.
La corrupci¨®n ha dejado de ser un medio para lograr el enriquecimiento r¨¢pido, y se ha convertido en una finalidad pol¨ªtica: el control del Estado
He sugerido con anterioridad, en este mismo espacio, analizar la corrupci¨®n como forma de dominaci¨®n, o sea, como r¨¦gimen pol¨ªtico. Para ello hay que mirar al Estado como causa y consecuencia al mismo tiempo. Tal vez la corrupci¨®n sea un subproducto de aquello que llamamos ¡°globalizaci¨®n¡±, ese t¨¦rmino que nos dice que los bienes, los servicios, las personas, la cultura y la informaci¨®n son hoy m¨¢s m¨®viles que nunca, y que las nociones tradicionales de soberan¨ªa¡ªel Estado¡ªconstituyen formas de control obsoletas. Ello tambi¨¦n para el caso de los il¨ªcitos.
A veces el argumento es exagerado, pero tiene sentido en Am¨¦rica Latina, sobre todo por que el problema es end¨¦mico: el Estado siempre ha sido d¨¦bil, fr¨¢gil, defectuoso, a menudo fallido y casi siempre capturado por grupos privados. El mapa del Estado como aparato burocr¨¢tico y legal no coincide con el mapa pol¨ªtico en casi ning¨²n pa¨ªs de la regi¨®n. En vastas zonas de la periferia no hay presencia estatal, son actores privados quienes administran justicia, cobran impuestos y monopolizan el uso de la fuerza. O m¨¢s bien una caricatura de todo ello.
Ello es propicio para la corrupci¨®n, un tema viejo y nuevo al mismo tiempo. Es que ya no se trata de un simple funcionario que paga un sobreprecio para quedarse con la diferencia. Lo nuevo es la criminalidad transnacional, la magnitud de sus recursos, su capacidad de penetrar la sociedad y de capturar¡ªliteralmente¡ªel aparato del Estado. La corrupci¨®n ha dejado de ser un medio para lograr el enriquecimiento r¨¢pido, y se ha convertido en una finalidad pol¨ªtica: el control del Estado.
Si los partidos se han debilitado y fragmentado, adem¨¢s de haber perdido la confianza de la sociedad, lo cual es frecuente, la corrupci¨®n ocupa ese vac¨ªo. Cumple as¨ª las funciones b¨¢sicas de la pol¨ªtica: seleccionar dirigentes, organizar la competencia electoral, ejercer la representaci¨®n y el esencial control del territorio y, desde luego, financiar campa?as.
La perpetuaci¨®n es la consecuencia l¨®gica de esta nueva realidad y el crecimiento geom¨¦trico de las cifras de la corrupci¨®n, que pueden llegar a miles de millones de d¨®lares, su requisito necesario. De este modo, la informaci¨®n m¨¢s valiosa de los Panama Papers no es tanto la evasi¨®n fiscal como el lavado, componente habitual de la corrupci¨®n. Para ello hay que saber cuales son las cuentas abiertas durante o inmediatamente despu¨¦s de que su titular pasara por el poder, a diferencia de las que exist¨ªan con anterioridad a la pol¨ªtica.
Todo esto por que, adem¨¢s, la corrupci¨®n mata. Es una implacable aseveraci¨®n, pronunciada por la sociedad civil argentina en ocasi¨®n del accidente ferroviario causado por falta de mantenimiento, consecuencia de la apropiaci¨®n de recursos que debieron usarse para tal fin. El caso motiv¨® la condena con c¨¢rcel de varios exfuncionarios de los gobiernos de N¨¦stor y Cristina Kirchner. Es que si la corrupci¨®n mata, tal vez estemos entrando en un nuevo terreno a explorar: la corrupci¨®n como violaci¨®n de derechos humanos y, de este modo, potencialmente sujeta a jurisdicci¨®n universal.
Algo ya existe en la legislaci¨®n internacional, pero ha tomado forma concreta en Guatemala con la CICIG, comisi¨®n internacional contra la impunidad que llev¨® a la ca¨ªda al gobierno de P¨¦rez Molina, y en Honduras con la MACCIH, misi¨®n de apoyo contra la corrupci¨®n y la impunidad creada por la OEA. Si se plantea en t¨¦rminos de derechos humanos, es una estrategia a profundizar. Ser¨ªa un c¨ªrculo completo y virtuoso: los mismos recursos globales que hacen la corrupci¨®n posible, ofrecen instrumentos para combatirla.
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