Nuevos pa¨ªses, viejos problemas
El nacionalismo marca la pol¨ªtica en el Este de Europa, donde el victimismo sigue vigente
En el ¨²ltimo cuarto de siglo sucedieron dos acontecimientos que cambiaron la faz de Europa. Uno fue el derrumbe del comunismo en el Este, simbolizado por la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y la llamada Revoluci¨®n de Terciopelo. Y el otro, inmediatamente despu¨¦s, fueron las guerras de la antigua Yugoslavia, que comenzaron hace ahora 25 a?os, entre 1991 y 1995, con la aparici¨®n de peque?as naciones-estado de nuevo cu?o.
Ahora bien, ni el muro de Berl¨ªn cay¨® por completo, ni las guerras de los Balcanes han terminado del todo. Aunque hoy hay paz, el proceso de reconciliaci¨®n va despacio y con altibajos de nacionalismo, impulsados por el que ocupe el poder en cada momento. En los Balcanes, el nacionalismo es el m¨¦todo de manipulaci¨®n m¨¢s preciado, al que se recurre en todas las situaciones. Sobre todo, para mantenerse en el poder. Tambi¨¦n para extender el miedo al otro, independientemente de qui¨¦n sea el otro en ese instante.
Los cambios hist¨®ricos importantes suelen ser lentos, y las consecuencias no siempre se ven de inmediato. Por ejemplo, una consecuencia de la transici¨®n pol¨ªtica del comunismo a la democracia (y de la econom¨ªa planificada al capitalismo) es el complejo de v¨ªctima que cre¨® en sus ciudadanos. Se ha visto de forma inesperada durante la crisis de los refugiados.
Hasta hace poco, parec¨ªa que, desde 1989, los europeos del Este y el Oeste estaban acerc¨¢ndose cada vez m¨¢s, y que los nuevos Estados miembros de la UE se adaptaban poco a poco a las normas democr¨¢ticas occidentales, no s¨®lo en teor¨ªa, sino tambi¨¦n en la pr¨¢ctica y la mentalidad. Pero la crisis de los refugiados ha dejado claras las profundas divisiones que siguen existiendo. Hungr¨ªa, la Rep¨²blica Checa y Eslovaquia rechazan las cuotas, Bulgaria fue el primer pa¨ªs que construy¨® una verja en su frontera con Turqu¨ªa, Ruman¨ªa tampoco acoge a refugiados, y Eslovenia y Croacia alegan falta de espacio, aunque es evidente que no tienen voluntad de hacerles sitio. Polonia se ha sumado a la resistencia. Por no hablar de otros pa¨ªses de fuera de la UE: si Serbia y Albania mostraron tal vez un rostro m¨¢s amable a los refugiados mientras los llevaban hacia las fronteras con Occidente, fue pensando en su posible incorporaci¨®n a la UE. Macedonia tiene la peor situaci¨®n posible, sin dinero, desbordada y desesperada. Es evidente que estos pa¨ªses no tienen ni muchos deseos ni una gran capacidad para mostrarse solidarios.
En Occidente, sin embargo, se percibe cierta sorpresa ante esta negativa, a veces muy expl¨ªcita, a compartir responsabilidades. Hasta ayer mismo, esos pa¨ªses eran los que necesitaban ayuda, y la UE les hizo llegar miles de millones de euros. ?A qu¨¦ se debe, pues, su comportamiento actual? El asombro occidental es bastante hip¨®crita, porque, hasta hace poco, la generosa acogida de Alemania y Suecia a los refugiados no era la norma, sino la excepci¨®n. Pero es cierto que, aunque muchos pa¨ªses de la UE no coincidan con esas dos excepciones, los motivos hist¨®ricos para rechazar a los refugiados han sido y siguen siendo muy distintos en Europa Oriental y en Europa Occidental.
No hay una sola respuesta que explique por qu¨¦ los antiguos Estados comunistas est¨¢n mostrando su rostro m¨¢s desagradable; para poner en perspectiva lo dif¨ªcil que es de entender, debemos recordar que ni siquiera entre las dos antiguas Alemanias existe armon¨ªa. Cuando los antiguos pa¨ªses comunistas entraron en la UE, esperaban obtener mucho m¨¢s de lo que se les dio. Adem¨¢s de libertad, democracia y derechos humanos, los ciudadanos contaban con tener una vida mejor, como la que ve¨ªan en los anuncios de la televisi¨®n. Esperaban mucho de ¡°Europa¡±, es decir, de Occidente, y lo justificaban por varios motivos. Por ejemplo, que eran tambi¨¦n europeos y estaban volviendo al sitio al que pertenec¨ªan, despu¨¦s de d¨¦cadas de ocupaci¨®n sovi¨¦tica. Pero la raz¨®n m¨¢s importante era lo que hab¨ªan sufrido bajo el totalitarismo, un sufrimiento por el que merec¨ªan ser considerados v¨ªctimas de la historia, algo que Occidente, que mientras tanto se hab¨ªa dedicado a desarrollarse y enriquecerse, nunca deb¨ªa olvidar. Como el mero reconocimiento de su condici¨®n de v¨ªctimas no bastaba, pensaron que ten¨ªan derecho a alg¨²n tipo de compensaci¨®n. Interpretaron la ayuda econ¨®mica como el pago de una deuda hist¨®rica. Ahora, adem¨¢s, se preguntan: ?se ha olvidado Occidente de que algunos de los antiguos Estados comunistas que hoy rechazan la oleada de refugiados musulmanes vivieron durante siglos bajo el poder turco, es decir, musulm¨¢n? ?Y de que se enfrentaron muchas veces a los turcos en guerras libradas, seg¨²n ellos, para proteger a la Europa cristiana?
Cuando los antiguos pa¨ªses comunistas entraron en la UE, esperaban obtener m¨¢s de lo que se les dio
Podr¨ªa decirse que la psicolog¨ªa victimista sigue muy vigente, aunque s¨®lo sea porque alegar ese estatus todav¨ªa puede suponer ventajas materiales. Sin embargo, las v¨ªctimas del comunismo tienen hoy unos competidores muy serios: los refugiados de guerra que llegan de Asia y ?frica. Estas nuevas v¨ªctimas, en su mayor¨ªa musulmanas, que vienen en masa y de forma aterradora, hacen que a los europeos del Este les sea a¨²n m¨¢s dif¨ªcil ejercer la solidaridad. Las v¨ªctimas de ayer no se sienten responsables de las de hoy.
El miedo a los extranjeros est¨¢ volviendo a los ciudadanos no s¨®lo desagradecidos sino xen¨®fobos e incluso racistas. No hace tanto tiempo que Yugoslavia se deshizo en distintas naciones-estado tras las guerras; y Checoslovaquia se dividi¨® en Rep¨²blica Checa y Eslovaquia. Adem¨¢s, Ruman¨ªa arrastra a¨²n un grave problema con las numerosas minor¨ªas h¨²ngara y gitana; Bulgaria, ya antes de 1989, intent¨® convertir a sus turcos en b¨²lgaros con medidas administrativas; y la violencia contra la minor¨ªa gitana en Hungr¨ªa es motivo de verg¨¹enza ¡ªa¨²n mayor si se tiene en cuenta que la UE durante a?os no la ha castigado¡ª. La raz¨®n de estos comportamientos es el deseo de construir naciones-estado soberanas y homog¨¦neas, con el menor n¨²mero posible de minor¨ªas. Mientras la UE trababa acuerdos y desarrollaba el multiculturalismo, Europa del Este vivi¨® el proceso contrario: la desintegraci¨®n.
Es necesario recordar el papel tan importante que desempe?an la conciencia nacional, la lengua y la religi¨®n en una situaci¨®n de opresi¨®n totalitaria. Son rasgos que contribuyen a proteger esa identidad nacional y cultural que los sovi¨¦ticos tend¨ªan a querer eliminar. S¨®lo en ese contexto es posible entender que la idea de aceptar e integrar a extranjeros causa inquietud. ?Consiguieron independizarse por fin del bloque, separarse o librar guerras con los vecinos, s¨®lo para recibir a unos perfectos desconocidos? Ahora que tienen por fin sus propios Estados, ?se supone que tienen que renunciar a su condici¨®n de v¨ªctimas y a su homogeneidad nacional para dar muestras de solidaridad? No es extra?o que se resistan. ¡°Los h¨²ngaros no van a aceptar ning¨²n cambio en su cultura, porque no quieren unas sociedades paralelas como las que existen en algunos pa¨ªses con grandes masas de inmigrantes de los pa¨ªses musulmanes¡±, dice el primer ministro Viktor Orb¨¢n. En este contexto, esta reacci¨®n, aunque sea inaceptable desde el punto de vista moral, al menos es comprensible.
En los ¨²ltimos tiempos vemos c¨®mo ¡ªtanto en los pa¨ªses orientales como en los occidentales¡ª los ciudadanos est¨¢n acerc¨¢ndose a los partidos y movimientos de extrema derecha, cada vez m¨¢s populares. No obstante, para que Europa permanezca unida, debemos comprender las reacciones y el comportamiento de los antiguos pa¨ªses comunistas.
Slavenka Drakulic es escritora croata, autora de No matar¨ªan una mosca, un retrato de los verdugos de las guerras de los Balcanes, y las novelas Como si yo no estuviera y El sabor de un hombre.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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