Trump, la segunda conjura contra Am¨¦rica
El aspirante republicano a la Casa Blanca ha hecho del ¡°Am¨¦rica primero¡± su gran lema de campa?a
Puede que la irrupci¨®n de Donald Trump haga meditar a Philip Roth sobre su retirada. Y le constri?a a escribir la segunda parte de La conjura contra Am¨¦rica. La primera, que es la ¨²nica, recreaba una distop¨ªa o una ucron¨ªa en cuya trama el presidente Roosevelt perd¨ªa las elecciones de 1940 a beneficio de Charles H. Lindbergh, nada grave si no fuera porque el h¨¦roe de la aviaci¨®n americana a bordo de El esp¨ªritu de San Luis acced¨ªa al poder en una operaci¨®n de sabotaje urdida por Adolf Hitler.
Era la manera con que Roth reescrib¨ªa la historia, ignorando entonces (2004) que pudiera cernirse sobre Estados Unidos el peligro de un ep¨ªgono de Lindbergh, tanto por el mesianismo de Donald Trump como porque el candidato republicano merodea la Casa Blanca con un discurso lindberghiano en t¨¦rminos de aislacionismo, xenofobia y procreaci¨®n de enemigos exteriores.
Sirva como ejemplo un pasaje del octavo cap¨ªtulo en que el alcalde de Nueva York Fiorello H. La Guardia, canonizado en un aeropuerto, menciona sin ambages la psicosis de una conspiraci¨®n contra la patria: ¡°Hay una conjura en marcha, desde luego, y mencionar¨¦ con mucho gusto las fuerzas que la impulsan: la histeria, la ignorancia, la maldad, la estupidez, el odio y el miedo. ?En qu¨¦ repugnante espect¨¢culo se ha convertido nuestro pa¨ªs!¡±.
Toda comparaci¨®n entre Lindbergh y Trump exige excluir la adulteraci¨®n del nazismo y matizar el ejercicio literario de Roth, pero fue el propio magnate americano quien hizo inevitable la correlaci¨®n cuando mencion¨® hace una semana la alegor¨ªa de ¡°Am¨¦rica primero¡±. Que no es tanto un ejercicio de etnocentrismo como una alusi¨®n expl¨ªcita al criterio geopol¨ªtico de Charles H. Lindbergh. Y no como personaje de ficci¨®n, sino como valedor de una doctrina aislacionista que respaldaron otros prohombres americanos ¡ªHenry Ford, m¨¢s que nadie¡ª no exactamente por razones de pacifismo, sino porque Hitler, admirado en los concili¨¢bulos que frecuentaba Lindbergh, deseaba evitar que se le abrieran nuevos e impredecibles frentes militares.
Es el contexto hist¨®rico en que Roth fabula con la derrota de Roosevelt en las elecciones de 1940, pero semejantes libertades narrativas en absoluto contradicen las similitudes entre Donald Trump y Charles H. Lindbergh. Menos a¨²n cuando la exhu?maci¨®n del concepto ¡°Am¨¦rica primero¡± no se produjo como una ocurrencia o una bravuconada. Donald Trump lo pronunci¨® leyendo el teleprompter, teorizando sin calenturas sobre su visi¨®n del mundo, a semejanza de la cautela geoestrat¨¦gica de Lindbergh. Y a contracorriente del intervencionismo de las ¨²ltimas d¨¦cadas, de tal forma que Trump cuestionaba la apertura hacia Cuba e Ir¨¢n, la relaci¨®n comercial con China y la dimensi¨®n paternalista, jer¨¢rquica, de Estados Unidos en la OTAN: ¡°Estamos hartos de pagar las facturas de los dem¨¢s y de resolver sus problemas¡±.
¡°Am¨¦rica primero¡± quiere decir que el modelo de Trump consiste en el ensimismamiento. Y en el intervencionismo hacia dentro, no hacia fuera. De hecho, muchas de las cr¨ªticas que han sobrevenido de los medios republicanos no estriban tanto en los aspectos estrafalarios del personaje como en su concepci¨®n de un Estado provisto de grandes atribuciones, aunque sea blasfemando sobre la memoria ultraliberal de Ronald Reagan ¡ª¡°El Gobierno no puede resolver el problema. El problema es el Gobierno¡±, dec¨ªa el presidente republicano¡ª, abjurando del individualismo con que la cultura norteamericana interpreta la ecuaci¨®n del m¨¦rito, la recompensa y el libre albedr¨ªo. Trump, como Lind?bergh en la novela de Roth, quiere multiplicar sus facultades y sus poderes. Entre otras razones, para despejar las alarmas que ¨¦l mismo ha creado exagerando las amenazas del terrorismo, la inmigraci¨®n ilegal y la casta maldita de los musulmanes.
El candidato emula el aislacionismo de Lindbergh convirtiendo la novela de Roth en un texto visionario
All¨ª donde Lindbergh estilaba la apolog¨ªa del antisemitismo, Donald Trump recrea el peligro de la comunidad isl¨¢mica, prometiendo evacuarla de Estados Unidos y garantizando que el escarmiento de la pena de muerte a los yihadistas tambi¨¦n comprender¨¢ el sacrificio de todos sus familiares.
Trump ha prometido proteger su pa¨ªs. No de s¨ª mismo, sino de los males que en su opini¨®n est¨¢n a punto de desfigurarlo. Quiere expulsar a 11 millones de latinos. Pretende convertirse en el gran gendarme, aunque el requisito de la seguridad implique el deterioro extremo de las libertades. Y aunque la manera de conseguirlo provenga de un asombroso hermetismo infantil: ¡°A los terroristas del ISIS les digo una cosa: tienen los d¨ªas contados. Y se har¨¢ lo que haga falta para destruirlos. Haremos lo impensable para estar seguros en nuestro pa¨ªs. Por mucho que a algunos no les guste¡¡±.
Trump ha logrado la cohesi¨®n desde el miedo. Ha conseguido que sus compatriotas lo perciban como un timonel m¨¢s filantr¨®pico que exc¨¦ntrico. No necesita el dinero. E igual que Berlusconi, aspira a demostrar que su ¨¦xito en los negocios predispone la victoria de su pol¨ªtica. O de la antipol¨ªtica, toda vez que la f¨®rmula ganadora del magnate consiste en haber sobrepasado el paradigma republicano y en haberse arraigado en los confines del antiestablishment, de forma que su plan de rescate puede convencer a los dem¨®cratas que recelan del apellido Clinton. Y obtener el 57% de consenso electoral que Roth otorga a Lindbergh en su distop¨ªa.
Es el motivo por el que Donald Trump ha ganado. No ya por la asombrosa facilidad con que ha acabado con una dinast¨ªa (Jeb Bush), un rapaz republicano (Marco Rubio) y un aspirante oscurantista (Ted Cruz), sino porque la mera situaci¨®n de aspirar en serio a la Casa Blanca somete a Estados Unidos y al planeta a una posici¨®n de estr¨¦s que refleja la combusti¨®n de los peores instintos. Y que predispone a leer con estupefacci¨®n el pasaje de La conjura contra Am¨¦rica donde Roth retrata el d¨ªa despu¨¦s de la victoria de Lindbergh: ¡°Aunque a la ma?ana siguiente a las elecciones predominaba la incredulidad, sobre todo entre los encuestadores, el d¨ªa despu¨¦s todo el mundo pareci¨® entenderlo todo, y los comentaristas de radio y los columnistas de prensa presentaron la noticia como si la derrota de Roosevelt hubiera estado predeterminada¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.