As¨ª nace un campo de refugiados en ?frica
Kenia ultima el cierre del mastod¨®ntico Dadaab y la repatriaci¨®n de 300.000 somal¨ªes mientras habilita en Kalobeyei un nuevo centro para la llegada de miles de sursudaneses
La puerta no es m¨¢s que una cortina ¨¢spera de pl¨¢stico blanco con un sello de agencia humanitaria. Pesa tanto como enreda. El cub¨ªculo de cemento es de dos metros por dos metros. A Musharraf Mohamed, somal¨ª de 34 a?os, le han tocado tres cuartitos como ese para vivir con su mujer, sus tres hijos y su hermano. Est¨¢n en el centro de registro del campo de refugiados de Kakuma, en el noroeste de Kenia. Mohamed, que trabajaba en su pa¨ªs como empleado de seguridad, es uno de los 2.000 ¨²ltimos llegados a¨²n bloqueados a la entrada del campo. No hay sitio para m¨¢s en un enclave con 25 a?os de historia, una veintena de nacionalidades y que dobla con 190.000 personas su capacidad original.
Para descongestionarlo, la ONU, con la complicidad de las autoridades locales ¡ªy por tanto del Gobierno central¡ª, prev¨¦ trasladar desde este martes a miles de refugiados a 10 kil¨®metros de all¨ª, al nuevo emplazamiento levantado en Kalobeyei, tambi¨¦n en el condado de Turkana. Toda una paradoja, esta apertura, si el presidente keniano, Uhuru Kenyatta, ejecuta el anunciado cierre de Dadaab, el mayor campo de refugiados del mundo, hogar de m¨¢s de 300.000 somal¨ªes. Sus motivos: la presencia de los islamistas radicales de Al Shabab.
La aridez del condado de Turkana, del color de la tierra, caluroso, lejos de los verdes del valle del Rift y Nairobi (la capital), hace bien dif¨ªcil que no caiga el sudor. A Mohamed, espigado como tantos somal¨ªes, le borbotea mientras se enoja con lo que ve y sufre: escasez de comida, corrupci¨®n en las entregas ¡ªmuchas raciones se venden en un mercado sin control organizado entre refugiados¡ª. Quiere ense?arlo todo porque ocho meses durmiendo ah¨ª son muchos y ya no aguanta. Dice que en el campo de?Kakuma, el "no tener nada que hacer te destruye moralmente".
Cree que nadie quiere contar su historia. Acaricia la cabeza de uno de sus peque?os y se marcha despacio. Kakuma huele a eso, a frustraci¨®n, a olvido, a miseria. Naci¨® hace un cuarto de siglo con la llegada de los ni?os perdidos de Sud¨¢n, aquellos que huyeron a pie de la guerra hacia Etiop¨ªa para alcanzar esta peque?a localidad keniana, convertida con los a?os en un crisol de las v¨ªctimas de los conflictos m¨¢s sangrientos de los Grandes Lagos y el Cuerno de ?frica.
A¨²n hoy son los sursudaneses los que se llevan la palma en Kakuma (m¨¢s de 99.000). Medio millar aguarda en la frontera, a un centenar de kil¨®metros, mientras el comisionado del Gobierno en Turkana, Mohamed Haji, mantiene una charla con un grupo de reporteros invitados por ECHO, la oficina humanitaria europea. El presidente Uhuru Kenyatta anunci¨® el pasado 6 de mayo que cerrar¨ªa los campos. Sin especificar. Pero parece que Kakuma se salva. ¡°Creo que aqu¨ª continuaremos porque no dejan de llegar sursudaneses¡±, relata Haji.
La alternativa pasa por Kalobeyei. Seg¨²n los c¨¢lculos de Haji, este fin de semana ser¨¢n ya 3.000 los pobladores del nuevo emplazamiento. Desde la carretera principal del condado, hay que acceder por un camino de tierra anaranjada hasta toparse con las primeras estructuras levantadas para los primeros en llegar al nuevo campo. La sombra es m¨¢s generosa que en Kakuma.
En el nuevo campo, ocho troncos de madera en vertical sujetan una telara?a de otros tantos en forma de tejado. Sobre ellos, dos planchas de uralita. Dar¨¢n cobijo a una familia de hasta cinco miembros a partir de este martes. El chasis de estas primeras casas ser¨¢ arropado con tiendas de pl¨¢stico en una primera fase. M¨¢s tarde, los bloques de cemento fortalecer¨¢n las viviendas de un campo de refugiados que quiere ser asentamiento y finalizar en 2030, en 14 a?os, con la partida voluntaria de sus habitantes, la mayor¨ªa de ellos sursudaneses.
El objetivo de las autoridades turkanas es, como pidieron a la ONU, que Kalobeyei sea ¡°algo diferente¡±. Que de la respuesta humanitaria pase a convertirse en un asentamiento en el que los refugiados compartan proyectos de desarrollo e iniciativa privada en convivencia con los locales. Una nueva ciudad de exiliados.
Algo as¨ª, aunque desordenado, ha surgido ya en uno de los mercados m¨¢s poblados de Kakuma: tenderas de Congo, motoristas de Burundi, clientes kenianos (de la comunidad local), sudaneses, somal¨ªes¡ Rachel Aquire, con un vestido de punto pegado al cuerpo y un gorro de lana enroscado, ronda uno de los puestos, un tenderete sujeto a un pu?ado de troncos, a cubierto de los treinta y tantos grados de las tres de la tarde. Sus ra¨ªces est¨¢n en el Estado sursudan¨¦s de Jonglei, pero ella nunca vio su tierra. Naci¨® en Kakuma y a sus 22 a?os ah¨ª sigue. ¡°Aqu¨ª no tengo nada¡±, afirma resignada, ¡°as¨ª que si alguien quiere llevarme a Nairobi estar¨ªa bien¡±. Tiene a su madre, seg¨²n narra, con ceguera, y su padre ya muri¨®.
Las esperanzas de dejar Kakuma son escasas. Eldorado europeo es destino para pocos, aunque ya hay una treintena de familias con alg¨²n miembro enrolado en la ruta hacia el Mediterr¨¢neo. Seg¨²n los datos de la agencia de la ONU, entre los somal¨ªes solo han vuelto de forma voluntaria a su hogar 28 familias, aunque otras 186 personas esperan a hacerlo pronto. Otra cosa es Dadaab, desde donde han regresado a Somalia en los ¨²ltimos cuatro a?os 13.800 personas. Por razones obvias, los sursudaneses no quieren volver a su pa¨ªs, sumergido en un conflicto abierto. Nyababa Johnson, de 23 a?os, no lo har¨ªa.
A 10 minutos en todoterreno por los caminos de tierra dura de Kakuma, dos docenas de chavales bailan y cantan para mostrar que tambi¨¦n sue?an con su talento. La joven Johnson, con el pelo trenzado y agarrada al m¨®vil, menea la cintura levemente. Recordar su pasado corta el ritmo: ¡°Una noche le dije a mi madre que vendr¨ªan a matarnos¡±, cuenta, ¡°pero me mand¨® a la cama¡±. Las l¨¢grimas rompen la conversaci¨®n, aunque apura a decir que su padre muri¨® y que ella se vino a Kenia con su madre y hermana. Eso fue en 2014. Poco despu¨¦s de llegar se qued¨® embarazada. Su ni?o tiene un a?o y medio pero del padre no se sabe nada. ¡°Y nadie me ayuda¡±, balbucea entre los ¨²ltimos sollozos antes de acabar con el mal trago.
En Kakuma tambi¨¦n hay esto, embarazos no deseados, matrimonios de adolescentes, menores que no van a la escuela, enfermos que no pueden ser operados, obtener una pr¨®tesis, sacarse una bala del pecho¡ La sobreexplotaci¨®n del campo, su edad, y la marginaci¨®n de los refugiados africanos, hoy de segunda clase han limitado los recursos para solo rozar la supervivencia. Seg¨²n reconocen empleados de las agencias de la ONU, necesitan m¨¢s fondos. El proyecto ideado en Kalobeyei pretende descongestionar Kakuma y levantar un asentamiento pionero en la gesti¨®n de las crisis de refugiados. La ONU obtuvo el permiso para trabajar esa tierra en junio de 2015. Para finales de este a?o se prev¨¦ que Kalobeyei acoja ya a unas 15.000 personas.
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