La rabia de las calles
La impunidad de los delitos provoca que muchos se tomen la justicia por su mano
¡°No se permitir¨¢n m¨¢s linchamientos¡±, dijo el gobernador del Estado de M¨¦xico, Eruviel ?vila, tras el asesinato por parte de una turba de vecinos de dos presuntos secuestradores en el municipio de Teotihuac¨¢n, un lugar no muy lejano de la pir¨¢mide de los sacrificios. Una frase que podr¨ªa inspirar ternura por su ingenuidad si no eludiera a hechos tan sangrientos. Me hace recordar la placa ¡°Este puente se hizo para pasar por arriba¡±, colocada por un alcalde de San Juan de los Lagos, desesperado porque ninguno de los vecinos usaba la flamante obra.
De atenernos a la postura del gobernador tendr¨ªamos que concluir que antes de su advertencia los linchamientos s¨ª se permit¨ªan. Tres d¨ªas m¨¢s tarde, en el mismo municipio, dos hombres que intentaban subir a una mujer a un coche fueron golpeados y el auto quemado, aunque la polic¨ªa alcanz¨® a rescatarlos. Al d¨ªa siguiente, en una comunidad poblana los vecinos dieron muerte a un polic¨ªa que intentaba defender a su detenido.
Por donde se le vea, el fen¨®meno ha escalado. Seg¨²n un estudio de la Universidad Aut¨®noma Metropolitana, de 1988 a 2014 se documentaron 366 linchamientos en M¨¦xico, a raz¨®n de 14 por a?o en promedio. El a?o pasado se registraron 62 linchamientos con saldo rojo, m¨¢s de uno por semana, adem¨¢s de cientos de intentos de todo tipo.
La rabia ante la impunidad y la exasperaci¨®n de las comunidades estar¨ªan alcanzado nuevas cotas en cantidad e intensidad
El caso m¨¢s dram¨¢tico fue el de Ajalpan, Puebla, en octubre pasado, cuando dos hermanos que hac¨ªan entrevistas para un sondeo fueron quemados vivos al ser confundidos con secuestradores. Al parecer una ni?a hab¨ªa gritado cuando ellos se aproximaron. No import¨® que los dos j¨®venes mostraran credenciales de la empresa encuestadora o se identificaran como estudiantes de la Universidad Tecnol¨®gica de Tulancingo, la turba enardecida buscaba a alguien que pagara por las muchas afrentas recibidas a manos de la delincuencia. Tras ser golpeados, un hombre acall¨® a la multitud y pregunt¨®: ¡°Lo que diga la mayor¨ªa, ?que se quemen?¡±, ¡°s¨ª¡±, respondieron excitados y en coro los vecinos, m¨¢s de 1.000 reunidos. Uno de ellos los roci¨® de gasolina, otro arrim¨® el f¨®sforo.
La rabia ante la impunidad y la exasperaci¨®n de las comunidades estar¨ªan alcanzado nuevas cotas en cantidad e intensidad. La misma desesperaci¨®n que llev¨® a varias comunidades de Michoac¨¢n a generar brigadas de autodefensa para contra atacar al crimen organizado. Se cansaron de que sus hijas fueran violadas impunemente, sus comerciantes y agricultores secuestrados, sus negocios extorsionados y sus trabajadores sistem¨¢ticamente saqueados ante la pasividad y, en ocasiones, la complicidad de las autoridades.
Por m¨¢s que un gobernador decrete el fin de los linchamientos o la presidencia exhorte al cumplimiento de la ley, muchos mexicanos est¨¢n convencidos de que la ¨²nica justicia posible es la que puede procurarse por propia mano. Entre otras razones porque asume que las autoridades son las primeras en violar la ley.
Algo as¨ª debe haber pensado Alan Pulido, el jugador que milita en el Olympiakos de Grecia, al escapar de sus secuestradores hace unos d¨ªas en su natal Tamaulipas. Prefiri¨® asumir todos los riesgos y atacar a quien le vigilaba antes que sentarse a esperar un milagroso rescate.
De manera t¨¢cita las autoridades parecer¨ªan sostener la misma tesis. En las ¨²ltimas semanas se ha levantado una ola de protestas (y mofas) ante la iniciativa de Miguel Mancera, alcalde de la Ciudad de M¨¦xico, de repartir dos millones de silbatos a las mujeres para que alerten a su entorno cuando sean v¨ªctimas de un ataque. Con toda raz¨®n se argumenta que el dinero y el esfuerzo invertido en esta campa?a ser¨ªan mejor aplicados si se destinaran a las causas del delito y se concentraran en los victimarios, en lugar de hacer responsable de su defensa a la propia v¨ªctima. Bajo la l¨®gica de Mancera el siguiente paso ser¨ªa contratar a Alan Pulido para que ofrezca en el Z¨®calo lecciones masivas de defensa personal para todo aqu¨¦l que est¨¦ en riesgo de ser secuestrado.
La rabia de la calle produce infamias tan execrables como los linchamientos descritos. Pero los puentes mal construidos no van a mejorar por el simple expediente de suplicarle a la gente que pase por ellos, ni la poblaci¨®n dejar¨¢ de hacerse justicia all¨¢ donde el Estado es incapaz de garantizarla.
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