¡°No dormimos tranquilos hasta que supimos que el asesino hab¨ªa muerto¡±
M¨²nich trata de recuperar el pulso mientras resuenan las historias de los que vivieron de cerca el ataque y salvaron su vida por minutos
M¨²nich encaja el golpe con entereza. El ataque que este viernes cost¨® la vida a diez personas, entre ellas su autor, David Sonboly, un joven germano-iran¨ª de 18 a?os, ha dejado escenas de terror que sus habitantes tardar¨¢n en olvidar, pero el d¨ªa siguiente, el luto se vive con desaz¨®n y tristeza sin que sus calles se transformen en un territorio blindado por las fuerzas de seguridad como ha sucedido anteriormente en Par¨ªs y Bruselas. La ausencia de control alguno para entrar en la comisar¨ªa en la que los jefes de la c¨²pula policial b¨¢vara han explicado la aparente falta de lazos entre el asesino y cualquier organizaci¨®n terrorista, y la escasa presencia de agentes patrullando las calles, es tan notoria que sorprende pensar que ayer mismo la ciudad fuera un ir y venir de sirenas.
Y lo fue. Entre ellas se movi¨® Nadine Zweiner, de 41 a?os, que vive a apenas 200 metros del lugar de la masacre. "Estaba con mi hija en el centro comercial y nos fuimos diez minutos antes de que empezara el tiroteo", cuenta junto al cord¨®n policial que impide el acceso a la zona. Ello le permiti¨® escapar de cualquier peligro pero no de ser testigo de los efectos de las r¨¢fagas de disparos que resonaron cerca de donde se encontraba. "Los tiros empezaron y la gente sali¨® corriendo... Todo el mundo estaba muy nervioso", recuerda esta fisioterapeuta muniquesa junto a su hija de ocho a?os. Las horas que siguieron al ruido de las balas las pas¨® encerrada en casa junto a sus otras dos hijas, su marido, y un amigo y su familia, que pasaron la noche con ellos debido a la suspensi¨®n del servicio de transporte p¨²blico y la orden de las autoridades de no pisar las calles por la amenaza de que hubiera tiradores sueltos.
Ante la cercan¨ªa de su vivienda al centro comercial, la propia polic¨ªa atraves¨® el jard¨ªn de Nadine y llam¨® al timbre para preguntarles si hab¨ªan visto a alg¨²n sospechoso. Tras su respuesta negativa, les recordaron que no deb¨ªan abandonar la casa y siguieron su ruta por otros pisos de la zona. Los minutos pasaron con las ventanas cerradas a cal y canto y los ojos fijos en la televisi¨®n para saber el destino de esos tres tiradores de los que en un principio se hablaba y que pod¨ªan estar merodeando su hogar. El alivio no llegar¨ªa hasta m¨¢s all¨¢ de la medianoche. "A la 1.30 de la madrugada, cuando informaron de que hab¨ªa un ¨²nico asesino y hab¨ªa muerto, pudimos dormir tranquilos".
Como en el caso de sus invitados, el recuerdo de la matanza se asociar¨¢ para muchos habitantes de la ciudad a la noche en que debieron improvisar un lugar donde conciliar el sue?o. A la iniciativa que se extendi¨® a trav¨¦s de Twitter de vecinos que ofrec¨ªan sus casas a aquellos que, lejos de sus viviendas y sin transporte disponible, se encontraban tirados en la calle, se sumaron las puertas abiertas de las mezquitas de la ciudad y el uso de instituciones p¨²blicas como refugio. Vera Reetberter, estudiante de tecnolog¨ªa de 26 a?os, lidiaba con los barriles de cerveza de un lado a otro durante la celebraci¨®n del 500 aniversario de la ley de pureza de la cerveza b¨¢vara, un evento en el que participaban 100 cervecer¨ªas de la regi¨®n y que llevaban preparando durante meses. Unas horas despu¨¦s de su comienzo estaba encerrada en un edificio p¨²blico junto a decenas de personas que huyeron ante la amenaza de los tiradores y que acabaron pasando la noche en un hotel.
Pero los disparos de Sonboly no solo sembraron el p¨¢nico. Desde que se conociera la matanza, parte de la sociedad alemana aguardaba m¨¢s datos sobre el agresor para extraer conclusiones pol¨ªticas seg¨²n su filiaci¨®n islamista o de extrema derecha, las dos alternativas que se barajaban y que de momento la polic¨ªa descarta. La l¨ªder xen¨®foba de Alternativa para Alemania (AfD), Frauke Petry, publicaba una fotograf¨ªa con ambulancias y furgones policiales en redes sociales para proclamar que esa era la nueva normalidad que le espera al pa¨ªs, mientras entre algunos ciudadanos musulmanes el deseo era que el ataque no tuviera motivaciones religiosas. "?Te imaginas lo que eso supondr¨ªa para los musulmanes?", preguntaba temeroso este s¨¢bado un taxista turco que prefer¨ªa ocultar su identidad para no enfadar a nadie. "Me gustan los alemanes. Esta ciudad es muy segura", a?ad¨ªa.
Otro compa?ero de profesi¨®n, Yamam Qader, nacido en Kabul hace 52 a?os pero hoy con nacionalidad germana, lleg¨® como refugiado a Alemania hace m¨¢s de dos d¨¦cadas huyendo de los radicales religiosos por su militancia antiislamista, pero hoy asume el ideario de los que rechazan la llegada de m¨¢s refugiados: "Merkel abre las puertas a los terroristas", critica. El esp¨ªritu de concordia que rode¨® la llegada de los primeros refugiados a Alemania, cuando multitud de ciudadanos acudieron a la estaci¨®n de tren a recibirlos con mantas, juguetes y ropa y las autoridades tuvieron que pedir el fin de las donaciones porque no se daba abasto, parece haber quedado opacado por la nueva dial¨¦ctica del miedo que las formaciones populistas tratan de explotar.
Pese a ello, las calles de M¨²nich dejaron de ser este s¨¢bado el des¨¦rtico escenario que un solo hombre impuso en la noche del viernes para seguir acogiendo a miles de transe¨²ntes. Entre ellos Vera Reetberter, la estudiante que hoy retiraba los barriles de cerveza triste y resignada pero aprobando que no es momento de celebraci¨®n, y la hija de ocho a?os de Nadine Zweiner, que volv¨ªa a sonreir junto a su madre y a la que intentan transmitirle que el peligro ha pasado: "Le explicamos que ya puede mirar por la ventana sin problema".
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