Olv¨ªdense de los especialistas en imagen: sean ustedes mismos
Los pol¨ªticos ganar¨ªan en dinero y en eficacia si en vez de dejarse plasmar artificialmente aprendieran a presentarse tal como son
Los pol¨ªticos y personajes famosos gastan tiempo y dinero con jefes de imagen que les maquillan su forma de presentarse en p¨²blico. Se equivocan, ya que la mejor presentaci¨®n y la m¨¢s convincente es la autenticidad.
Muchas veces, incluso, dejan que destruyan lo mejor del personaje para presentarlo, artificialmente, sin identidad propia.
De hecho, los pol¨ªticos con mayor fuerza p¨²blica son aquellos que se presentan con sus cualidades y defectos, sin convertirse en robots inexpresivos o irreconocibles.
Pongamos el ejemplo, del expresidente brasile?o Lula, uno de los pol¨ªticos m¨¢s carism¨¢ticos. Y lo es, justamente, porque no se esconde bajo apariencias que no le corresponden. Y cuando trat¨® de hacerlo, le sali¨® mal.
?Imaginan un Fellini domesticado por un jefe de imagen? Un delito humano y art¨ªstico. ?l era un genio porque sab¨ªa ser ¨¦l y no otro
El Lula que gusta o disgusta a la gente es el aut¨¦ntico, el que habla el lenguaje vivaz de los trabajadores en los bares de las periferias de las grandes ciudades brasile?as, de cuando era tornero y sindicalista y no un elegante pol¨ªtico vestido de Armani.
Imag¨ªnense a Lula, que en vez de usar su lenguaje repleto de palabrotas e interjecciones fuese por ah¨ª recitando latinajos prestados de Cicer¨®n.
E imag¨ªnense, al rev¨¦s, al presidente interino Michel Temer soltando palabrotas. A ¨¦l s¨ª le caen bien las sentencias latinas de los cl¨¢sicos, que conoce, y los florilegios de la gram¨¢tica que domina.
Todo lo que signifique alejarse de la propia identidad desnaturaliza al personaje y le resta densidad y credibilidad.
Eso ocurre no s¨®lo con los pol¨ªticos, sino tambi¨¦n con los artistas y los pensadores. Nada acerca m¨¢s a la gente que ser como se es. Y eso no cuesta dinero.
En mi larga carrera period¨ªstica tuve ocasi¨®n de conocer y entrevistar a cientos de personajes. Los m¨¢s interesantes, aunque a veces resultaron los m¨¢s duros de lidiar, fueron siempre los que se presentaban como ellos mismos, sin m¨¢scaras ni maquillajes.
Recuerdo, por ejemplo, en Italia, mi primera entrevista con el genial cineasta, Federico Fellini, autor de obras inmortales como Roma o La dolce vita.
Fellini fue siempre, y nunca lo escondi¨®, un adolescente lleno de man¨ªas que a veces te desesperaba y otras te embelesaba. Pero era siempre ¨¦l, no aceptaba ser entrevistado sin su sombrero de fieltro calado y sin su bufanda aunque fuera verano.
Me lo hab¨ªan advertido y acud¨ªa a esta primera entrevista precavido. Me recibi¨® con todos sus atuendos y haciendo dibujitos en una hoja blanca de papel mientras yo le hablaba. Cuando le hice la primera pregunta, sin levantar los ojos del papel, me espet¨®: "?Vaya pregunta est¨²pida!". Me mord¨ª los labios y volv¨ª a repet¨ªrsela como si no le hubiese escuchado. Le hab¨ªa preguntado c¨®mo nacen los t¨ªtulos de sus pel¨ªculas. Intent¨® escabullirse llamando a su secretario Vicentinho, de unos 100 kilos, para que me respondiera ¨¦l. Nos miramos los dos, y esa vez gan¨¦ la batalla. Dej¨® de dibujar y mir¨¢ndome, me dio una respuesta magistral. Me dijo que los t¨ªtulos iban creciendo como el hijo en el vientre de la madre, hasta que tomaban forma y surgen. Me lo explic¨® a la manera de Fellini, como el genio que era.
?Imaginan un Fellini domesticado por un jefe de imagen? Un delito humano y art¨ªstico. ?l era un genio porque sab¨ªa ser ¨¦l y no otro, ni mejor ni peor. S¨®lo ¨¦l.
Tambi¨¦n en Italia, el mayor escritor de la mafia, el siciliano Leonardo Sciascia, era un avaro de palabras. Dec¨ªa que sobraban el 80% de las que pronunciamos. Tambi¨¦n era dif¨ªcil entrevistarle, porque respond¨ªa con un substantivo o un adjetivo. En aquellos a?os, la mafia mataba a jueces y a polic¨ªas. Le pregunt¨¦ qu¨¦ era para ¨¦l Sicilia y me respondi¨®: "No es s¨®lo mafia". Ten¨ªa raz¨®n. Sicilia fue, es y ser¨¢, un patrimonio de la Humanidad. Cada vez que lo recuerdo quiero que alg¨²n periodista me pregunte qu¨¦ es Brasil para responderle como ¨¦l: "No es s¨®lo violencia y corrupci¨®n", porque este pa¨ªs es infinitamente m¨¢s amplio que sus pol¨ªticos corruptos.
Una vez, comiendo en la peque?a cocina de su sencillo piso de Palermo con ¨¦l y su esposa Mar¨ªa, ¨¦sta le dijo: "Leonardo, tenemos que cambiar la nevera". ?l le pregunt¨®: "Pero Mar¨ªa ?a¨²n funciona?". "S¨ª, funciona; pero es muy vieja". Y ¨¦l: " ?Pero si funciona!". Todo un doctorado de anticonsumismo. As¨ª son los grandes genios. Fue la voz de la conciencia de Italia con sus art¨ªculos en Il Corriere della Sera, en los a?os oscuros del terrorismo.
Sciascia era ¨¦l y s¨®lo ¨¦l. De ah¨ª su fuerza intelectual y moral.
Muri¨® alertando a los jueces asesinados por la mafia que no se dejasen contagiar por el "humo de la fama", que pod¨ªa acabar sacrific¨¢ndoles in¨²tilmente.
Una vez que le pregunt¨¦ si cre¨ªa en la inocencia y me respondi¨®: "No, porque no existe ni en los ni?os".
Y fue justamente en Italia un pol¨ªtico quien, siendo a¨²n yo un joven estudiante, me conquist¨® por su seriedad, austeridad y personalidad, sin que hubiera sido moldeada por especialistas de marqueting. Me refiero al que era el l¨ªder del Partido Comunista, Enrico Berlinguer. Aquel sardo, hecho de ra¨ªces como los pastores de su tierra, era otro avaro de palabras, pero constitu¨ªa el alma del eurocomunismo en ese momento. Tampoco le gustaba hablar ni dar entrevistas. Nunca lo consegu¨ª, a pesar de haberle confesado que la primera vez que vot¨¦ en mi vida, casi a los 40 a?os, gracias a haber conseguido la ciudadan¨ªa italiana, hab¨ªa sido por ¨¦l. No se conmovi¨®. "Es que yo soy muy lento, un elefante", me dijo un d¨ªa sentado a su lado durante un Congreso de su partido.
El d¨ªa en que muri¨®, el 11 de junio de 1984, salieron a la calle para despedirle en Roma dos millones de personas, tantas como las que salieron como cuando Italia gan¨® el Mundial de 1982. Estaba por casualidad de visita Gorvachov y se qued¨® pasmado al ver la capital de la Cristiandad echarse a la calle para llorar en el funeral laico del l¨ªder del Partido Comunista.
Es que Berlinguer era m¨¢s que un pol¨ªtico. Era un personaje ¨ªntegro, como pol¨ªtico y como ciudadano. Conquistaba por su austeridad y falta de protagonismo.
Los pol¨ªticos ganar¨ªan en dinero y en eficacia si en vez de dejarse plasmar artificialmente por los especialistas en imagen aprendieran a presentarse tal como son, con sus virtudes y defectos, sin esconder nada, sin querer parecer ni mejores ni peores. Nada como ser ellos mismos. El p¨²blico se lo agradecer¨ªa, y el bolsillo tambi¨¦n.
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