?Por qu¨¦ gritamos tanto?
Deber¨ªamos todos recordar en las horas en que se juega a ver qui¨¦n grita m¨¢s, que la raz¨®n queda humillada en el tiroteo verbal
Vivimos en la sociedad del grito. Hablamos en voz alta. Gritan los pastores religiosos en los templos; gritan y se insultan los pol¨ªticos en el Congreso; gritan los jueces y fiscales: gritan las personas en las redes sociales, y gritamos los periodistas. S¨®lo las v¨ªctimas permanecen calladas.
Un magn¨ªfico art¨ªculo de Ana Garc¨ªa Moreno sobre el silencio, en este mismo diario, me ha hecho reflexionar sobre el imperativo del grito en nuestra sociedad, como si estuvi¨¦semos convencidos que qui¨¦n m¨¢s levanta la voz, y con palabras m¨¢s gruesas, es qui¨¦n m¨¢s raz¨®n lleva.
El insulto, tanto el hablado como el escrito, es un grito que hiere al di¨¢logo. El grito gratuito lanzado contra el otro es una ofensa que revela m¨¢s la debilidad que la fuerza de nuestras razones.
La persuasi¨®n est¨¢ amasada m¨¢s de silencios que de ruidos
El silencio del di¨¢logo nos da miedo porque nos obliga a desnudarnos de nuestros prejuicios para escuchar al otro.
La persuasi¨®n est¨¢ amasada m¨¢s de silencios que de ruidos.
Un grito leg¨ªtimo es el que lanzamos a solas cuando el dolor nos aprieta o cuando la injusticia nos ahoga. Es un grito de desesperaci¨®n que no hiere ya que suele ser una pregunta sin respuesta.
Es el grito que, seg¨²n los evangelios, lanz¨® Cristo en la cruz al morir: "Jes¨²s exclam¨® con gran voz: Dios m¨ªo, ?por qu¨¦ me has abandonado?" (en Mateo 27).
Era un grito llamado a ahogarse en el silencio de Dios.
Quiz¨¢s deber¨ªamos recordar todos aquel proverbio chino, recogido por el genial escritor argentino Jorge Luis Borges: "No hables, a menos que puedas mejorar el silencio".
Hoy nos falta filosof¨ªa y nos sobra intriga y c¨¢lculo pol¨ªtico. Y la primera piedra de los templos de la filosof¨ªa, como dec¨ªa ya Pit¨¢goras, es el silencio.
?No se suele decir que los r¨ªos m¨¢s profundos son los que hacen menos ruido? La superficialidad es la que m¨¢s levanta hoy la voz.
Deber¨ªamos todos recordar en las horas en que se juega a ver qui¨¦n grita m¨¢s, qui¨¦n insulta m¨¢s, qui¨¦n se coloca como abanderado de la ¨²nica verdad, que la raz¨®n queda humillada en el tiroteo verbal.
Al final de cuentas, esa predilecci¨®n por el grito y por el insulto al que no piensa como tu, ?no ser¨¢ el miedo a escucharnos a nosotros mismos?
?No tendremos en definitiva miedo a que la reflexi¨®n y la escucha de las razones del otro nos desnuden, mientras que el ruido, nos sirve de escudo contra nuestra propia inseguridad?
Quien est¨¢ convencido de su verdad no necesita imponerla a pu?etazos a los dem¨¢s. La coloca sobre el mantel del di¨¢logo, como ¨¢gape para que todos puedan disfrutarla, sin pretensiones de exclusividad.
El grito y el insulto son siempre fascistas. La democracia se construye con el duro ejercicio del di¨¢logo, que supone la convicci¨®n sincera de que nadie es due?o de toda la verdad.
Los dogmas son siempre de cu?o autoritario. Evocan intransigencia y caza de brujas. La laicidad, como la ciencia, est¨¢ hecha de incertidumbres, miedo a equivocarnos y deseos de compartir las razones de los otros.
Dejemos, si acaso, gritar a los poetas y a sus im¨¢genes, que son ellos quienes mejor saben revelarnos la fuerza de ciertos silencios.
Todos los otros ruidos nos deshumanizan.
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