Antes de Donald estaba Silvio
Millonarios, pol¨¦micos, machistas y excesivos, el ex primer ministro italiano y el candidato republicano a la Casa Blanca son maestros de la manipulaci¨®n medi¨¢tica
Como periodista que cubri¨® a Silvio Berlusconi desde que se convirti¨® en primer ministro de Italia, en 1994, ha sido dif¨ªcil no sentir un potente d¨¦j¨¤ vu ante la campa?a electoral de Donald Trump. Algunas similitudes son obvias y tambi¨¦n extra?as. Los dos son multimillonarios, cuyas fortunas arrancaron en el sector inmobiliario; su riqueza y estilo de vida de playboys los convirti¨® en celebrities. Los dos han tenido agrios divorcios y se jactan de sus pericias sexuales. Ya sabemos c¨®mo Trump ha defendido su virilidad en esta campa?a, mientras que Berlusconi en su d¨ªa dijo aquello de ¡°la vida es cuesti¨®n de perspectiva: piensen en todas las mujeres del mundo que quieren acostarse conmigo pero no lo saben¡± (esto fue antes de que empezara a organizar sus fiestas bunga bunga con prostitutas). Son maestros de la manipulaci¨®n medi¨¢tica, Berlusconi en su condici¨®n de principal propietario de televisiones privadas de Italia, y Trump como estrella de su propio reality show y creador de la marca Trump. Al entrar en la arena pol¨ªtica, ambos se han presentado como la versi¨®n m¨¢s depurada del antipol¨ªtico: el empresario exitoso que compite con los grises ¡°pol¨ªticos profesionales¡±, que nunca han tenido que pagar n¨®minas y que est¨¢n arruinando a sus respectivos pa¨ªses.
Los dos son deliberadamente transgresores. Rompen el tedio de la pol¨ªtica tradicional con un lenguaje soez, haciendo callar a gritos a sus rivales, adoptando esl¨®ganes sencillos y pegadizos, y haciendo chistes subidos de tono y comentarios mis¨®ginos. Sus meteduras de pata verbales ¡ªque significar¨ªan la muerte para la mayor¨ªa de los pol¨ªticos¡ª son de hecho parte de su atractivo. Recuerdo cuando Berlusconi presidi¨® una cumbre de la UE y, en un momento en que las negociaciones quedaron estancadas, les dijo a los jefes de Estado: ¡°Aligeremos las cosas, hablemos de f¨²tbol y mujeres¡±. Se volvi¨® a Schr?der, entonces canciller de Alemania, que hab¨ªa estado casado cuatro veces. ¡°T¨², Gerhard¡±, dijo Berlusconi. ¡°?Qu¨¦ nos cuentas de las mujeres?¡±. Sus palabras fueron recibidas con un g¨¦lido silencio. Al principio me pregunt¨¦ c¨®mo pod¨ªa ser Berlusconi tan tonto. Pero esas palabras no iban dirigidas a los jefes de Estado, sino a los italianos que estaban en casa, su verdadero p¨²blico. Y ?cu¨¢les son los temas favoritos en casi todos los bares italianos? El f¨²tbol y las mujeres. Tambi¨¦n en la campa?a ¡ªantes de que se hiciera p¨²blico el v¨ªdeo de 2005¡ª cab¨ªa pensar que Trump se estaba pegando un tiro con sus comentarios sobre el ciclo menstrual de la presentadora de la Fox Megyn Kelly, y con sus frases sobre su ma?a para conseguir ¡°un precioso culo joven¡±. Pero ese desprecio chulesco hacia la correcci¨®n pol¨ªtica les ha permitido, tanto a Berlusconi como a Trump, construir un personaje h¨ªbrido y poco com¨²n: un multimillonario corriente. Alguien que, gracias a su riqueza, ¨¦xito y audacia, es un superhombre a quien no se le aplica el c¨®digo de conducta normal. Y su discurso llano y rudo conecta con mucha gente, especialmente con el electorado menos formado. Tienen un improbable atractivo interclasista, son hombres muy ricos que promueven pol¨ªticas que benefician a los muy ricos y que, al mismo tiempo, lanzan soflamas ret¨®ricas eficaces, con un lenguaje tabernario, sobre los agravios y las dificultades de las clases media y trabajadora.
Ni Trump ni Berlusconi tienen programa pol¨ªtico de verdad; se venden a s¨ª mismos. Berlusconi dec¨ªa que lo que necesitaba Italia era m¨¢s Berlusconi. Hubo un momento muy revelador en su primera campa?a electoral, cuando durante un debate televisado, su rival, el economista Luigi Spaventa, estaba se?alando las incongruencias del programa econ¨®mico de Berlusconi y este le cort¨® a mitad de frase para hablar de las victorias de su club de f¨²tbol, el Milan: ¡°?Antes de tratar de competir conmigo, intenta, por lo menos, ganar un par de ligas!¡±. El comentario ten¨ªa el aire de una verdad incontestable, aunque fuese algo totalmente irrelevante. Algo parecido ocurre cuando a Trump le preguntan c¨®mo va a conseguir que M¨¦xico pague la construcci¨®n de un muro entre los dos pa¨ªses, y contesta: ¡°?No se preocupen, lo pagar¨¢n!¡±.
Pero hay otro factor que ayuda a explicar por qu¨¦ Italia y EE UU son las dos ¨²nicas democracias importantes en las que se ha erigido la carpa del circo multimillonario: la desregulaci¨®n casi total de los medios audiovisuales. Berlusconi consigui¨® a trav¨¦s de sus contactos pol¨ªticos (y con cuantiosos sobornos que han sido probados) crear casi un monopolio de la televisi¨®n privada en los a?os setenta. Tanto en Italia como en EE UU hay grandes cadenas que son, esencialmente, el brazo medi¨¢tico de alguno de los partidos mayoritarios. Pero es importante constatar que la transformaci¨®n del paisaje medi¨¢tico en estos pa¨ªses ha sido el resultado, en parte, de decisiones pol¨ªticas.
La irrupci¨®n del magnate Trump en la pol¨ªtica estadounidense tiene un perturbador antecedente en Italia con la figura de Berlusconi
Hace unos 30 a?os, EE UU ten¨ªa unas pintorescas normas, las llamadas doctrina de la equidad y doctrina del reparto equitativo de tiempo. Eran vistas como una forma de garantizar que los propietarios de licencias privadas trabajasen pensando en el inter¨¦s p¨²blico, y de asegurar el pluralismo. Las normas ten¨ªan sentido en la era anal¨®gica, cuando el n¨²mero de frecuencias estaba limitado. Tres grandes cadenas dominaban los informativos, que compet¨ªan entre s¨ª por la audiencia. No ten¨ªa sentido que emitieran programas descaradamente partidistas, que alinearan a espectadores dem¨®cratas o republicanos. Aquella no fue una edad de oro ¡ªlos informativos eran aburridos, centristas y pro establishment¡ª, pero hab¨ªa unas reglas b¨¢sicas y cierto respeto por el rigor.
Los dos rompen el tedio de la pol¨ªtica tradicional con un lenguaje soez, haciendo callar a gritos a sus rivales
Con el advenimiento de la televisi¨®n por cable en los setenta y la revoluci¨®n de Reagan en los ochenta, todo cambi¨®. Las docenas de canales que surgieron ¡ªacabaron siendo centenares¡ª impusieron la idea de que las viejas normas de equidad y equilibrio estaban anticuadas: el n¨²mero de opciones disponibles ya garantizar¨ªa el pluralismo. Lo que no se tuvo en cuenta es que la gente no consume informaci¨®n as¨ª: uno no ve m¨²ltiples puntos de vista, cambiando constantemente entre PBS, Fox, MSNBC y CNN. Cada grupo busca lo que encaja con su ideolog¨ªa y ah¨ª se queda.
En Reino Unido, Alemania y Francia, las cadenas p¨²blicas siguen a la cabeza, son una especie de ¨¢rbitro del discurso civil y establecen hechos aceptados por la mayor¨ªa; es una situaci¨®n parecida a la que exist¨ªa en EE UU antes de la disrupci¨®n de Reagan y la Fox. En esos pa¨ªses europeos las cadenas p¨²blicas no han impedido que surjan grupos pol¨ªticos extremistas, pero s¨ª han permitido que los principales partidos conservadores y su electorado acepten realidades b¨¢sicas como el calentamiento global o que la invasi¨®n de Irak no fue un ¨¦xito arrollador. En esas televisiones simplemente no se puede decir cualquier cosa.
Tienen en com¨²n
que ninguno defiende un programa pol¨ªtico de verdad: se venden a s¨ª mismos
Italia es un caso aparte en Europa. No solo Berlusconi convirti¨® sus canales en artiller¨ªa, sino que se dedic¨® a conciencia a colocar a su gente en puestos estrat¨¦gicos de las cadenas estatales. Para reforzar sus realidades alternativas, tanto Berlusconi como Trump han atacado a los grandes medios. El uso que hace Trump de las redes sociales para perseguir a sus detractores recuerda a los recurrentes ataques de Berlusconi a sus cr¨ªticos. Particularmente inquietante fue cuando Trump inst¨® a los c¨¢maras a que enfocaran en uno de sus m¨ªtines a una manifestante en particular, convirti¨¦ndola en objeto de la rabia del p¨²blico. Esto me record¨® una ocasi¨®n en la que Berlusconi apareci¨® junto a su buen amigo Putin en una rueda de prensa en Mosc¨². Cuando una periodista rusa hizo una pregunta comprometida al l¨ªder ruso, Berlusconi hizo el gesto de disparar una ametralladora contra esa mujer. Esto no ten¨ªa absolutamente ninguna gracia en un pa¨ªs en el que varios periodistas han muerto asesinados.
?Podemos extraer alguna lecci¨®n del caso Berlusconi que nos ayude a predecir la trayectoria de Trump y a defendernos? S¨ª y no. Indro Montanelli, periodista conservador y uno de los cr¨ªticos m¨¢s feroces de Berlusconi, dec¨ªa que, para desarrollar una inmunidad ante ¨¦l, Italia necesitar¨ªa absorber una peque?a dosis de Berlusconi. Por desgracia, tuvieron que pasar 17 a?os de esc¨¢ndalos constantes e incompetencia econ¨®mica para que los italianos se cansaran de Il Cavaliere. A Berlusconi le benefici¨® el sistema electoral semiproporcional: ganaba elecciones sin haber obtenido jam¨¢s la mayor¨ªa de los votos. A Trump le ser¨¢ dif¨ªcil conseguir el 50,1%.
Por ¨²ltimo, Berlusconi y Trump tienen en com¨²n cierta tendencia a la autodestrucci¨®n. El v¨¦rtigo de la euforia narcisista de la atenci¨®n medi¨¢tica constante crea un sentimiento de omnipotencia que los empuja a cometer errores. Berlusconi ¡ªy Trump ha seguido el mismo camino¡ª cre¨® una especie de reality show permanente cuyos ¨ªndices de audiencia depend¨ªan de que ¨¦l siguiera haciendo y diciendo cosas indignantes. Berlusconi, como Trump, sol¨ªa sobrevalorarse a s¨ª mismo y subestimar a sus rivales. Berlusconi gan¨® tres veces, pero tambi¨¦n perdi¨® dos frente a un pol¨ªtico (Romano Prodi) que era mucho m¨¢s aburrido y mucho m¨¢s competente. Confiemos en que EE UU no tarde 17 a?os en cansarse de Donald.
Alexander Stille, profesor de periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York, es autor del libro El saqueo de Roma, una investigaci¨®n sobre Silvio Berlusconi.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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