El Chapo recuerda su infancia: ¡°Me dec¨ªan h¨ªnquese ah¨ª y me daban de golpes con una vara para las vacas¡±
El ¨²ltimo informe psicol¨®gico sobre Guzm¨¢n Loera muestra a un preso derrotado, con p¨¦rdidas de memoria y trastorno de ansiedad
C¨¢rcel de Ciudad Ju¨¢rez. El preso 3912 se ha sentado frente al psic¨®logo. Le custodian tres guardias. Tiene 59 a?os y los ojos hundidos por el triazolam. El especialista le pide que recuerde. El hombre recuerda. Naci¨® en el poblado de la Tuna (Badiraguato, Sinaloa). Su padre, un agricultor hipertenso, muri¨® en 1982 de un infarto cerebral. Su madre, de 88 a?os, a¨²n vive y es una mujer de respeto. Sac¨® adelante a la familia y siempre le ha defendido. Incluso cuando ha sido acusado de los peores cr¨ªmenes. Y no son pocos. ?l es Joaqu¨ªn Archivaldo Guzm¨¢n Loera, El Chapo. El segundo de ocho hermanos, el primero de los narcotraficantes del mundo.
El l¨ªder del c¨¢rtel de Sinaloa se mueve en la silla. Cada media hora deja de hablar. Se agota, hace pausas, se recupera. Los informes psicol¨®gicos a los que ha tenido acceso EL PAIS le dibujan como un ser abatido, inseguro. El facultativo considera que sufre un trastorno de ansiedad generalizado. Guzm¨¢n Loera, 110 de coeficiente de inteligencia, 66 latidos por minutos, lo explica de otra forma: ¡°Nunca hab¨ªa tomado medicamentos y ahora tomo muchos. Eso me est¨¢ haciendo mal. Si esto sigue as¨ª, creo que para diciembre no voy a estar bien¡±.
Los pocos momentos de alegr¨ªa le vienen de sus recuerdos. Los m¨¢s antiguos se remontan a cuando ten¨ªa cinco a?os. Corta le?a, cuida el ganado, siembra ma¨ªz y frijol. Esa memoria le reconforta. ¡°Mi infancia fue muy bonita¡±, llega a decir el hombre que puso su pistola en la sien de M¨¦xico. ¡°Es seductor, espl¨¦ndido, genera sentimiento de lealtad y dependencia hacia su persona. Pero no es indulgente con sus detractores y no vacila en romper alianzas. Cumple compromisos, pero tambi¨¦n sus venganzas, empleando cualquier m¨¦todo si se siente amenazado¡±, se?alaba un informe de 2005 elaborado por la fiscal¨ªa.
Ahora, las tornas han cambiado. El ¨²ltimo estudio psicol¨®gico, fechado el 11 de octubre, no habla de violencia. Eso se evita. El documento tiene como fin fundamentar su defensa frente a la extradici¨®n. Todos los recursos presentados hasta la fecha han fracasado. La expulsi¨®n a Estados Unidos, su gran pesadilla, ya es inminente. Su ¨²ltima esperanza radica en alegar malos tratos carcelarios. Una v¨ªa que? puede retardar su salida y mantenerle en una tierra que sabe corromper y donde cada d¨ªa ganado supone una oportunidad. Por eso habla y recuerda ante el psic¨®logo.
De ni?o en La Tuna. La abuela ten¨ªa ganado y orde?aba; ¨¦l desgranaba las mazorcas para dar de comer a las gallinas y preparar nixtamal. El cuadro es casi id¨ªlico, pero pronto se oscurece. La abuela ten¨ªa una vara para golpear a los animales. ¡°Me mandaba a por una vaca y si no la tra¨ªa, con una baqueta para las vacas me daba; me dec¨ªa h¨ªnquese ah¨ª y hab¨ªa que hincarse, si no me iba peor¡±. Esa fue su ¨¦poca m¨¢s feliz. Lo que vino despu¨¦s pertenece a la historia m¨¢s negra de M¨¦xico.
En su relato ante el psic¨®logo, El Chapo rechaza analizar su conducta y cr¨ªpticamente cita la f¨¢bula de la zorra y el cuervo como motivo de su silencio. Habla de sus tres esposas (Alejandrina, Griselda y Emma), de sus 10 hijos reconocidos y de los otros v¨¢stagos fruto de ¡°amigas circunstanciales¡± a las que, insiste El Chapo, manda dinero para su manutenci¨®n. Pero no menciona, o al menos no consta, su amistad con el terrible H¨¦ctor Salazar Palma, El G¨¹ero Palma, ni sus inicios a las ¨®rdenes de su maestro, ex polic¨ªa Miguel ?ngel F¨¦lix Gallardo, El Padrino, l¨ªder del c¨¢rtel de Guadalajara. Nada de eso recuerda.
El n¨²cleo de su confesi¨®n son sus problemas mentales. Sufre cefaleas, n¨¢useas, estr¨¦s, insomnio. Los medicamentos le sirven ¡°para controlar¡±, pero en su cabeza se agolpan ¡°muchas cosas pasadas, pero no las recientes¡±. ¡°Me siento mal del cerebro, se me est¨¢n olvidando las cosas, no me acuerdo de la toalla para ir al ba?o¡±, afirma.
Sometido a un r¨¦gimen especial de aislamiento por temor a una nueva fuga, s¨®lo pisa tres veces a la semana el patio, tiene limitada la correspondencia y no puede hablar con sus guardianes. Sus abogados consideran que se trata de tortura por deprivaci¨®n sensorial. El Gobierno lo niega. Los jueces, de momento, tampoco lo aceptan.
El Chapo, diluido en los d¨ªas iguales del presidio, ve correr el reloj en su contra. Fuera, pese a las guerras desatadas en su ausencia, le esperan una fortuna, mujeres y cientos de sicarios dispuestos a dar la vida por ¨¦l. Pero eso queda lejos. Tras los barrotes, el espacio se va estrechando. ¡°No tengo televisi¨®n, radio, nada¡ Siempre estoy en la celda, acostado en la cama baja¡±. El preso 3912 se siente asfixiado. Su tiempo toca a su fin.
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