Gan¨® el machismo
Si el retrato de una mujer cuelga en la Casa Blanca ser¨¢ como primera dama, no como presidenta
Est¨¢ claro a estas alturas que Estados Unidos ha estado dispuesto a abrirle la Casa Blanca a una persona de raza negra pero no a una mujer. En los ocho a?os de presidencia de Barack Obama se pueden haber curado muchas heridas raciales, pero las de g¨¦nero siguen abiertas y muy sangrantes. Si no, no puede explicarse que la misma naci¨®n que tuvo la audacia de darle una merecida oportunidad a Obama en 2008 haya preferido ahora a un extravagante magnate sin la educaci¨®n o experiencia necesarias, y no al candidato mejor preparado de la historia electoral estadounidense que, adem¨¢s, da la casualidad de que es mujer.
El martes Donald Trump cosech¨® menos papeletas que John McCain en 2008 y Mitt Romney en 2012. Hillary Clinton logr¨® 445.000 votos m¨¢s que ¨¦l, pero no con la distribuci¨®n que le hubiera permitido ganar. Con el recuento ya acabado, no solo es que las clases medias y bajas de raza blanca apoyaran decididamente a Trump, es que gran parte de las minor¨ªas hispana y negra ni se presentaron a votar por la candidata dem¨®crata.
Mucho se ha escrito en la prensa rosa de las propias infidelidades de Trump, con las que se pueden llenar libros y libros. Pero Clinton no recurri¨® a ellas
Ni siquiera puede hablarse de cierta solidaridad de g¨¦nero. El 53% de mujeres de raza blanca vot¨® por Trump (como lo hicieron el 32% de mujeres hispanas y el 6% de afroamericanas).
No ha importado que los ataques machistas de Trump y sus ac¨®litos hayan rozado la injuria en sus cotas m¨¢s bajas. Rudy Giuliani, alcalde de Nueva York durante el 11-S y posible ministro de Justicia, dijo en septiembre que si Clinton no se dio cuenta de que su marido la enga?¨® con Monica Lewinsky ¡°es demasiado est¨²pida para ser presidenta¡±. Trump, en octubre, decidi¨® que no hab¨ªa nada malo en hacer de la vida personal de su oponente un asunto central de la campa?a y la acus¨® en un mitin televisado de haber enga?ado a su marido: ¡°Creo que no le es fiel, sinceramente¡±.
Mucho se ha escrito en la prensa rosa de las propias infidelidades de Trump, con las que se pueden llenar libros y libros. Pero Clinton no recurri¨® a ellas. Se centr¨® en sus propuestas para un pa¨ªs mejor: avanzar en la reforma sanitaria, reforzar la seguridad social, reforma migratoria, protecci¨®n de las minor¨ªas, igualdad de derechos. Mientras en sus m¨ªtines ella hablaba de pol¨ªtica econ¨®mica y reformas sociales, en los medios provocaban estupor todo tipo de grabaciones de Trump llamando a una modelo hispana ¡°cerda¡± por su sobrepeso o jact¨¢ndose de que puede agarrar a las mujeres por sus partes ¨ªntimas cuando quiera por el mero hecho de ser famoso. Cuando le acusaron de acoso sexual, respondi¨® que quienes lo hac¨ªan eran demasiado ¡°feas¡± para que ¨¦l se fijara en ellas.
A pesar de todo, Clinton perdi¨® cinco millones de votos con respecto a Obama en 2012. Las posibles razones de su derrota son muy variadas: su papel en la fundaci¨®n de su marido, una supuesta fragilidad f¨ªsica o avanzada edad, su relaci¨®n con adinerados donantes o el uso de un correo privado cuando era ministra. Trump, en concreto, ha dirigido sus ataques al car¨¢cter de Clinton, al hecho de que es, seg¨²n sus propias palabras, "deshonesta", "una mentirosa", "asquerosa".
Cuando Clinton naci¨®, en 1947, solo hab¨ªa ocho mujeres en un Congreso de 435 esca?os. Hoy no son ni una cuarta parte
Como esas, la mayor¨ªa de cr¨ªticas a Hillary Clinton no se han centrado en su preparaci¨®n para el puesto. No ha sido un factor decisivo que sea licenciada por el prestigioso Wesleyan College, tenga un m¨¢ster en derecho por la exclusiva Universidad de Yale y haya sido una abogada de ¨¦xito, admirada senadora y eficiente ministra de Exteriores. Ni siquiera que como primera dama no se resignara a servir el t¨¦ y cuidar el jard¨ªn, sino que impulsara una abortada reforma sanitaria que solo se aprobar¨ªa m¨¢s de una d¨¦cada despu¨¦s.
Su principal lastre es el del apellido, ser una Clinton.
Y no hay nada m¨¢s injusto que describirla a trav¨¦s de con qui¨¦n est¨¢ casada, y no por sus aptitudes. Se la ha convertido en un ap¨¦ndice, en una nota al pie. Trump ha acertado con su estrategia de retratarla como la p¨¦rfida consorte de un clan familiar corrupto y sin escr¨²pulos. No se ha prestado atenci¨®n a sus propuestas, solo a su imagen y a su familia.
Cuando Clinton naci¨®, en 1947, solo hab¨ªa ocho mujeres en un Congreso de 435 esca?os. Hoy no son ni una cuarta parte: 84 asientos, un 19%. Similar es la situaci¨®n en el Senado. Cuando la candidata naci¨® no hab¨ªa ni una senadora, y hoy son 21 de 100. A las puertas de la Casa Blanca quedaron dos candidatas a la vicepresidencia: la dem¨®crata Geraldine Ferraro en 1984 y la republicana Sarah Palin, en 2008. Y ahora ella, que varias veces quiso romper el techo de cristal y no pudo, porque el mensaje de la mitad del electorado est¨¢ claro: si el retrato de una mujer debe colgar en la Casa Blanca debe ser solo como primera dama.
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